lunes, 30 de julio de 2012

Mira si yo te querré

En una de las comidas con los compañeros al final del curso, pedía a la profesora de literatura que me recomendara alguna novela. Me dejó dos para este verano (ésta de Luis Leante, y otra que he reservado para el otoño). La empecé en los primeros días de julio, pero estuve una semana en el campus de Salamanca, y las noches eran extraordinarias en la calle, por lo que llegaba tan tarde a la cama, que las letras de este relato se me pisaban unas con otras. Al volver de Salamanca, reinicié la lectura (el lenguaje TIC se me impone).
La historia de Montse Cambra y de Santiago San Román tiene tintes de novela de sobremesa. Es tierna, de amores que cruzan fronteras y sobrepasan las épocas; es, por así decir, una historia atractiva.
Las críticas y los comentarios de lectores que he leído en la web la valoran positivamente, y claro está, esta profesora de literatura que me la prestó, también. Pero a mi entender la novela parece escrita con algo de prisa. Deberían cuidarse algunos detalles: hay episodios que avanzan demasiado rápido sin terminar de hilar los hechos.

miércoles, 25 de julio de 2012

Luis de León, humanista y traductor

Las traducciones forman la sección más nutrida de la obra poética de Fray Luis, y dominan con su abundancia las poesías originales. Fray Luis, humanista, maestro y poeta, hallaba en la labor de traducir poemas un punto de contacto entre estas tres actividades. Al traducir a Horacio, por ejemplo, volvía a vivir, emocional e intelectualmente, en el mundo antiguo que como humanista trataba de comprender y como maestro quería compartir con sus discípulos y lectores; y al mismo tiempo se ejercitaba en el arte de escribir buenos versos. 
Son las traducciones poéticas de Fray Luis una parte esencial de su obra creativa. No son simplemente ejercicios, sino que en estas traducciones se afianza la comprensión del mundo antiguo y el constante contacto con las fuentes bíblicas del pensamiento religioso y filosófico de nuestro escritor. Los tres grandes sectores culturales que proporcionan materiales para estas traducciones -la antigüedad clásica greco-romana, el Viejo y el Nuevo Testamento- son precisamente los que definen e inspiran a los mayores humanistas, basta pensar en Erasmo para encontrar un paralelo con los intereses culturales de Fray Luis.
No cabe duda que los textos bíblicos le fascinaron durante toda su vida. Las traducciones que hizo de El Cantar de los Cantares, los Salmos y el Libro de Job son una clara y valiente tentativa de explorar el campo semántico de las palabras hebreas a fin de recrear en su texto castellano el espíritu original y auténtico de los textos antiguos.
A diferencia de lo que nuestro autor llevó a cabo con los textos latinos, griegos e italianos, los textos hebreos sufren un proceso lento y complicado para pasar a convertirse en poesía castellana. Primero Fray Luis lleva a cabo una traducción literal en que se conservan las repeticiones y las construcciones paralelísticas tan típicas de la poesía bíblica, y el traductor se esfuerza en mantenerse fiel al ambiente histórico del texto original mediante el empleo de palabras castellanas arcaicas. A este texto sigue otro, un comentario en el que nuestro poeta interpreta el contenido de la obra y trata de precisar con mayor exactitud las acepciones y los matices de las palabras hebreas y sus traducciones al castellano. Y, finalmente, elabora una traducción en verso, la recreación poética del texto original. La filología, los conocimientos humanísticos y bíblicos y la creación poética, quedan así integrados en una triple visión del pasado.
Quizás vale la pena subrayar que en sus traducciones Fray Luis es mucho más libre e independiente de los textos en algunos casos que en otros. Hay momentos en que no traduce, sino simplemente se inspira en una serie de poemas no castellanos para producir el suyo: un poema inspirado en otro o en otros.
La fama de Fray Luis no sufre altibajos después de su muerte: sigue creciendo y perdurando. Bastan descubrir los elegios y la admiración reflejada por diferentes escritores como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo o Menéndez y Pelayo.
Por otro lado, debemos prestar atención a su perfil de crítico social: Fray Luis de León conoce cuántos y cuán poderosos son los enemigos de todo intelectual que quiera pensar y expresarse libremente. Por ello se ve transformado, quizá a pesar suyo, en crítico de su tiempo, su sociedad, su iglesia y su monarca. Varios textos de crítica social se encuentran en el libro esencial, De los nombres de Cristo. La rabia y la cólera de Fray Luis ante las imperfecciones de su época son ingredientes que precisamos ver o entrever en sus poesías: el deseo de hallar refugio, de ascender hacia una zona de serenidad, de inteligente y sabia contemplación, de dejar atrás, como lastre inútil y nauseabundo, esta tierra, este planeta. Porque sabe algo que muchos de sus contemporáneos no pueden o no quieren ver: el ambiente moral e intelectual se está envenenando rápidamente. Las instituciones eclesiásticas se han convertido en un semillero de odios: no son capaces de ilustrar al pueblo para que la gente común y corriente pueda leer la Biblia en su idioma y entenderla correctamente; las órdenes monásticas se odian y envidian unas a otras; y por encima de todo ello el rey acepta que siga la persecución contra los conversos, dividiendo el país y ahogando en angustia a los elementos más inteligentes y creativos de España. Los reyes, escribe Luis de León en De los nombres de Cristo, y al escribirlo así, en plural, trata evidentemente de no mencionar en forma directa a Felipe II, e incluso, antes, a los Reyes Católicos, pero, sin embargo, el sentido queda muy claro, los reyes, en efecto, han dividido a sus súbditos en dos grandes categorías, una de ellas noble y distinguida, la categoría de los "castellanos viejos", y la otra infamada y vil, la de los conversos.


Capilla Real de la Catedral de Granada
Sepulcro de los Reyes Católicos
El deber de los reyes, escribe Fray Luis, es hacer felices a sus súbditos. Todo lo contrario, lo opuesto, es lo que sucede cuando la conducta de los reyes se contradice con este deber esencial. Los reyes hacen que la afrenta siga, se perpetúe sin fin, desagarrando así a sus vasallos, debilitando la fuerza de la nación:


Porque assí como dos cosas que son contrarias, aunque se junten, no se pueden mezclar, assí no es possible que se añude con paz el reyno cuyas partes están tan oppuestas entre sí y tan differenciadas, unas con mucha honra y otras con señalada affrenta. Y como el cuerpo que en sus partes está maltratado y cuyos humores se conciertan mal entre sí, está muy occasionado y muy vezino a la enfermedad y a la muerte, assí por la misma manera el reyno adonde muchas órdenes y suertes de hombres y muchas casas particulares están como sentidas y heridas, y adonde la differencia, que por estas causas pone la fortuna y las leyes, no permite que se mezclen y se concierten bien unas con otras, está subjecto a enfermar y a venir a las armas con cualquiera razón que se offrece.


Es este texto una crítica durísima de la política oficial, responsabilizando directamente al monarca, y no creemos sea fácil hallar, en esta época que exalta el "derecho divino" de los monarcas, muchos textos parecidos. Fray Luis critica al monarca y a la Inquisición: su ideal es una sociedad sin desigualdad de linajes, y en el fondo una meritocracia; evidentemente estas ideas eran demasiado avanzadas para la sociedad de su época, y quizás incluso para nuestra época.
Frente a las nubes de incienso con que los lisonjeadores palaciegos envuelven a los monarcas Fray Luis gritará bien alto su verdad: si el mundo está mal hecho, los primeros responsables son los reyes, ya que son ellos quienes detentan el máximo poder, y ello cada vez más cruel y abusivamente. No puede caber duda alguna acerca de lo que nuestro autor piensa de los grandes de su época. Pero después de luchar cuerpo a cuerpo, después de ser procesado y encarcelado, Fray Luis tendrá que buscar refugio y descanso en el estudio, la meditación, el trabajo literario. El lenguaje, que le da medios de defenderse y de atacar, le proporciona también un remanso de belleza que le permite recuperar sus fuerzas.
Diríamos, en forma muy breve, que los dos polos del pensamiento artístico, literario, e incluso filosófico de Fray Luis son el interés por el lenguaje, la palabra, el idioma, por una parte, y por otra la pasión moral y espiritual que lo inclina a la teología, la mística, la cosmología.

miércoles, 4 de julio de 2012

Baruc en el río

Aparentemente, una historia sencilla, unos personajes cotidianos, un río manso que refresca los calurosos días del verano. Y progresivamente vamos descubriendo muchas historias conforme leemos, que nos hablan de las complejas relaciones familiares, de las consecuencias de las decisiones que tomamos, y de la realidad que construimos en nuestra memoria, para hacer más llevadera la verdadera existencia. 
Rubén Abella (Valladolid, 1967) ha sido todo un descubrimiento en estos días de verano.

Fray Luis de León, una vida poco retirada

Luis de León nace en Belmonte (Cuenca) en 1527, probablemente, o quizá en 1528, según el biógrafo Adolphe de Coster. Belmonte era entonces un pueblo de unos 1.000 habitantes, con arcos, soportales, casas encaladas, y unos cuantos escudos nobiliarios de piedra en las fachadas. De familia rica e influyente, su padre, abogado, pasaría a Granada como juez en 1541; un tío suyo era catedrático de derecho canónico en Salamanca; otro tío, abogado famoso en la corte real.
El joven Luis crece en Belmonte, aprende a leer y cantar con un ayo o tutor, acompaña a su padre en viajes a Madrid y Valladolid. En 1541 ó 1542 Luis probablemente inicia sus estudios formales en un colegio de Salamanca, pero unos meses más tarde lo hallamos de novicio en el Convento de San Pedro, de la Orden de los Agustinos, también en Salamanca. Profesa en 1544, sin dejar de estudiar en la Universidad. El doctorado en teología en aquella época suponía unos nueve años de estudio.
En mayo de 1560 recibía el grado de licenciado, y en junio el de Maestro en Teología. En 1561 compite por una cátedra vacante, de teología tomista, y gana por 108 votos contra 55. Su elocuencia, en castellano y en latín, corre parejas con una inteligencia profunda y creadora. Incluso sus enemigos, que aumentan cada día, reconocen su inmenso talento.
Hijo de don Lope Ponce de León y de doña Inés de Valera, no carecía, como es el caso de tantos españoles ilustres de los siglos XV y XVI, de antepasados conversos. Fray Luis se refiere más de una vez a "los sabios hebreos". Sabemos que lo que en Italia podía llevarse a cabo sin mayor problema, por lo menos hasta Galileo, en España creaba de inmediato dificultades considerables: Castilla estaba pasando por una época conflictiva, y la función del intelectual dedicado sin reservas al oficio de pensar se convertía cada vez más en un oficio lleno de dificultades y sinsabores. Añádanse a ello las envidias y rencillas entre colegas y las hondas rivalidades entre las Órdenes religiosas, en particular entre dominicos y agustinos, y resulta más fácil comprender que el éxito mismo de Fray Luis como pensador, humanista y traductor de textos bíblicos tenía que crearle un hondo conflicto frente a la Inquisición.
En marzo de 1572 Luis de León fue detenido por la Inquisición y encarcelado en los calabozos del Santo Oficio en Valladolid. Había sido denunciado por varios de sus colegas por criticar el texto latino de la Biblia, la Vulgata, y preferir el texto hebreo; por introducir novedades peligrosas en asuntos teológicos; y se le criticaba también haber traducido al castellano el Cantar de los Cantares.
Casi cinco años pasó Fray Luis en una celda oscura, angustiado por no saber, durante mucho tiempo, de qué se le acusaba y quiénes eran sus acusadores. Enfermo -sufría del corazón-, no tenía acceso a su médico. Pero, finalmente, fue absuelto, reivindicado, y todo volvió a la normalidad. Tuvo ocasión de leer, meditar, escribir: algunos de sus mejores poemas nacieron en aquellos días de amargura.
En cuanto a la anécdota más difundida relativa a aquellos difíciles años y al momento de reinvindicación de su inocencia, la famosa frase que Luis de León hubiera pronunciado al reanudar su curso en Salamanca, "Decíamos ayer...", Federico de Onís ha señalado, en forma que parece definitiva, que nos hallamos ante una tradición apócrifa y tardía, que no merece crédito; Luis de León no regresó a su antigua cátedra sino que recibió una cátedra nueva y diferente; los nombramientos a cátedras duraban cuatro años únicamente, y nuestro poeta había renunciado a la suya durante su encarcelamiento. Como símbolo de superación de sus sufrimientos y posible perdón de sus agresores puede tener cierta validez psicológica. Pero el propio Fray Luis prefirió otro símbolo para expresar su actitud: hizo dibujar un roble (una "carrasca") podado o atacado por un hacha: es sabido que la poda mejora el crecimiento de muchos árboles; y en la segunda Oda a Felipe Ruiz escribe:


Bien como la ñudosa
carrasca, en alto risco desmochada
con hacha poderosa.
del ser despedazada
del hierro torna rica y esforzada...


Es decir: en lugar de herirlo o abatirlo, sus enemigos no habían hecho sino acrecentar la fuerza, la energía moral y física, y la creatividad de Fray Luis. Nunca se había sentido tan seguro de sí mismo como después de pasar aquellos años en la cárcel inquisitorial. Ninguna de sus opiniones cambió, antes bien siguió defendiendo sus ideas con tanta o más energía que antes.
El resto de su vida lo constituyen una larga serie de triunfos intelectuales y sociales. En diciembre de 1576 es declarado inocente y puesto en libertad. Salamanca le recibe triunfalmente. En 1578 obtiene la cátedra vitalicia de Filosofía Moral; en 1579 oposita nuevamente y obtiene la cátedra de Sagrada Escritura. En 1583 aparece la primera edición de La perfecta casada y la primera parte de De los nombres de Cristo. En 1588 publica en Salamanca Los libros de la Madre Teresa de Jesús. En 1591 es elegido Provincial de su Orden en Castilla. Muere pocos días después en Madrigal de las Altas Torres (Ávila).