jueves, 30 de agosto de 2012

A don Pedro Portocarrero

    No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa,
y la fuerza sin ley que más se empina
al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo,
cuanto más alto sube, viene al suelo.
    Testigo es manifiesto
el parto de la Tierra mal osado,
que, cuando tuvo puesto
un monte encima de otro, y levantado,
al hondo derrocado,
sin esperanza gime
debajo su edificio que le oprime.
    Si ya la niebla fría
al rayo que amanece odiosa ofende
y contra el claro día
las alas escurísimas estiende,
no alcanza lo que emprende,
al fin y desparece,
y el sol puro en el cielo resplandece.
    No pudo ser vencida,
ni lo será jamás, ni la llaneza
ni la inocente vida
ni la fe sin error ni la pureza,
por más que la fiereza
del Tigre ciña un lado,
y el otro el Basilisco emponzoñado;
    por más que se conjuren
el odio y el poder y el falso engaño,
y ciegos de ira apuren
lo propio y lo diverso, ajeno, estraño,
jamás le harán daño;
antes, cual fino oro,
recobra del crisol nuevo tesoro.
    El ánimo constante,
armado de verdad, mil aceradas,
mil puntas de diamente
embota y enflaquece y, desplegadas
las fuerzas encerradas,
sobre el opuesto bando
con poderoso pie se ensalza hollando;
    y con cien voces suena
la Fama, que a la Sierpe, al Tigre fiero
vencidos los condena
a daño no jamás perecedero;
y, con vuelo ligero
veniendo, la Vitoria
corona al vencedor de gozo y gloria.



Fray Luis escribió este poema para celebrar su triunfo tras la salida de la cárcel y agradecer a su amigo don Pedro Portocarrero, obispo de Calahorra, el apoyo y la ayuda recibida a lo largo de todo su proceso inquisitorial. Se trata de estrofas de siete versos, endecasílabos y heptasílabos, con la estructura 7a 11B 7a 11B 7c 11C.
A lo largo de las siete estrofas, Fray Luis elabora un canto a la verdad, a la inocencia y a la libertad. La fecha de composición debe ser, por tanto, cercana a la época inmediata de su salida de la cárcel de Valladolid, entre diciembre de 1576 y enero de 1577.
La primera estrofa es totalmente moral y recoge el lema de Horacio de que el mal siempre tiene fin. Fray Luis le dice a Portocarrero que ni la maldad ni la envidia ni la fuerza sin ley salen victoriosas:

que quien se opone al cielo,
cuanto más alto sube, viene al suelo.

Fray Luis contrapone así nuevamente los conceptos de "cielo" y "suelo", significando respectivamente "verdad" y "mentira".
En la siguiente estrofa, versos 8 - 14, pasamos al ejemplo clásico, tomado de Virgilio, en el que los gigantes al luchar con los dioses amontonaron montañas con el fin de escalar al cielo, siendo finalmente heridos y vencidos por el rayo de Júpiter, quien los sepultó bajo los montes.
La tercera estrofa prosigue con la ejemplaridad y en ella Fray Luis poetiza la imagen de la niebla que como un ave extiende sus alas y oculta el sol. Pero al final "el sol puro en el cielo resplandece", es decir, la verdad (sol, cielo) triunfa sobre la mentira (la niebla).
Nuevamente en la cuarta estrofa toma Fray Luis un tono moralizante al elogiar la "llaneza", la "inocente vida", la "fe sin error" y la "pureza". Todos estos conceptos positivos se oponen a la negatividad de la fiereza conectada del simbolismo animal del Tigre (peligroso) y del Basilisco (animal mitológico de aspecto reptilíneo que mata con la simple mirada). Estos versos son el trasunto de la experiencia personal del poeta. Fray Luis encarna lo positivo y sus enemigos, los que lo encarcelaron, lo negativo.
La idea continúa en la siguiente estrofa en la que Fray Luis reafirma el poder de la verdad al tiempo que alude a los métodos inquisitoriales que él mismo había padecido. Fray Luis se enfrenta a esas fuerzas negativas de sus maldicientes para triunfar finalmente como el oro que recobra su valor y finura. Se trata pues de una idea constante en nuestro poeta: la persecución y el sufrimiento aumentan nuestra calidad humana, robustecen el alma, aumentan nuestro tesoro interior ("fino oro"), y nos ayudan a alcanzar la victoria y la gloria.
En la siguiente estrofa, la sexta, encontramos la verdad jubilosa que triunfa, de ahí que el poeta la personifique, y "con poderoso pie se ensalza hollando".
La estrofa final recoge una percepción sensorial auditiva, el canto de victoria por el triunfo de la Fama (la verdad, lo positivo) sobre la Sierpe (serpiente/culebra) y el Tigre (la mentira y la envidia, lo negativo). Vencido ya el mal, la apoteosis final del poeta coronado por el triunfo:

y, con vuelo ligero
veniendo, la Vitoria
corona al vencedor de gozo y gloria.

En su conjunto, la oda a Portocarrero es el testimonio de una tragedia vivida y sentida, la poetización del amargo recuerdo de un pasado que se tornó victoria en la expresión sincera del triunfo de la verdad.
No se trata de uno de sus poemas significativos: no hay una temática moderna ni una tendencia al misticismo; sin embargo, este poema nos muestra no sólo la dimensión de gran poeta de Fray Luis, sino también su condición humana, por reflejar sus sentimientos ante los injustos hechos vividos, y su generosidad y agradecimiento a Pedro Portocarrero por su protección y amistad.

sábado, 25 de agosto de 2012

Oda a Felipe Ruiz

    ¿Cuándo será que pueda
libre desta prisión volar al cielo,
Felipe, y en la rueda
que huye más del suelo,
contemplar la verdad pura, sin duelo?
    Allí, a mi vida junto,
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido,
y su principio propio y ascondido.
    Entonces veré cómo
la soberana mano echó el cimiento
tan a nivel y plomo,
do estable y firme asiento
posee el pesadísimo elemento.
    Veré las inmortales
colunas, do la tierra está fundada;
las lindes y señales,
con que a la mar hinchada
la Providencia tiene aprisionada;
    por qué tiembla la tierra;
por qué las hondas mares se embravecen,
do sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen
las aguas del océano y descrecen;
    de dó manan las fuentes;
quién ceba y quién bastece de los ríos
las perpetuas corrientes;
de los helados fríos
veré las causas, y de los estíos;
    las soberanas aguas
del aire en la región quién las sostiene;
de los rayos las fraguas;
dó los tesoros tiene
de nieve Dios, y el trueno dónde viene.
    ¿No ves cuando acontece
turbarse el aire todo en el verano?
El aire se enegrece,
sopla el gallego insano
y sube hasta el cielo el polvo vano;
    y entre las nubes mueve
su carro Dios, ligero y reluciente;
horrible son conmueve,
relumbra fuego ardiente,
treme la tierra, humíllase la gente;
    la lluvia baña el techo;
invían largos ríos los collados;
su trabajo deshecho,
los campos anegados
miran los labradores espantados.
    Y de allí levantado,
veré los movimientos celestiales,
ansí el arrebatado,
como los naturales;
las causas de los hados, las señales.
    Quién rige las estrellas
veré, y quién las enciende con hermosas
y eficaces centellas;
por qué están las dos Osas
de bañarse en la mar siempre medrosas.
    Veré este fuego eterno,
fuente de vida y luz, dó se mantiene;
y por qué en el ivierno
tan presuroso viene;
quién en las noches largas le detiene.
    Veré sin movimiento
en la más alta esfera las moradas
del gozo y del contento,
de oro y luz labradas,
de espíritus dichosos habitadas.

Felipe Ruiz es un poeta del que poco se sabe, quizás pariente de Fray Luis. De nuevo en esta oda, nos habla de la tierra como prisión, en los versos primeros, y en el cielo, en la rueda que huye más del suelo, encontrará la verdad pura. Es decir, en la esfera más alta del universo, en el paraíso. Según la cosmografía medieval y renacentista derivada de Tolomeo, la tierra se encuentra en el centro de una serie de esferas, unas dentro de otras, y la más elevada o externa, que incluye a las demás, es la que habitan los santos y los ángeles. Aquí se encuentra la verdad, y la contemplamos pura, porque no está contagiada de los errores de la tierra.

Desde la más alta esfera, se contemplará cómo la mano divina da forma a los vientos, los mares, los ríos; cómo aparecen los hielos, los rayos, la lluvia; las estaciones. En los versos 56 - 60, Fray Luis elabora una preciosa personificación de las dos constelaciones Osa Mayor y Osa Menor, temerosas de bañarse en el mar, esto es, que no desaparecen en el horizonte para un observador del hemisferio norte.

    Veré este fuego eterno,
fuente de vida y luz, dó se mantiene;
y por qué en el ivierno
tan presuroso viene;
quién en las noches largas le detiene.

Este fuego eterno es el Sol, que en invierno viene con prisa, pues los días son más cortos y permanece poco tiempo en el cielo. Desde la más alta esfera, Fray Luis podrá contemplar la mano que, en esas noches de frío, detiene o retrasa la aparición del Sol.    

viernes, 24 de agosto de 2012

Para Ana (de tu muerto)

Edición de bolsillo en Booket, para el verano es lo mejor, poco peso en la mochila (ya llevo el móvil, el agua, las gafas de sol...). En algún momento me encontré en la web alguna sugerencia positiva sobre este libro, y me lo compré para leerlo en estos días de piscina.
Nuria Roca y su marido, Juan del Val, el segundo con las letras más chicas en la portada, seguramente porque su nombre es menos conocido que la primera (estrategia comercial según ellos mismos), nos hablan de los entresijos del mundo editorial. Y construyen unos personajes muy interesantes: Carlos y Ana, Fernando y Elena -que son a su vez Ana y Carlos-, Carlos hijo y Yoli, Carlos el camarero...
En definitiva, me ha gustado mucho este entretenimiento moderno, con episodios verdaderamente eróticos.

viernes, 17 de agosto de 2012

Oda a Francisco de Salinas

    El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
a vuestra sabia mano gobernada.
    A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
    Y, como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.
    Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
    Ve cómo el gran Maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
    Y, como está compuesta
de números concordes luego envía
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulce armonía.
    Aquí la alma navega
por un mar de dulzura y finalmente
en él ansí se anega;
que ningún accidente
estraño y peregrino oye y siente.
    ¡Oh desmayo dichoso!
¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!
¡durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás aqueste bajo y vil sentido!
    A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos (a quien amo
sobre todo tesoro)
que todo lo visible es triste lloro.
    ¡Oh, suene de continuo,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despierten los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos!


Fuente dedicada a la música y al maestro Francisco de Salinas, en el centro
de la ciudad de Salamanca
Francisco de Salinas, que quedó ciego cuando niño, era uno de los amigos más íntimos de Fray Luis. Fue catedrático de música de la Universidad de Salamanca a partir de 1567. En su compañía, Fray Luis pasó quizás los ratos más amables de su vida, escuchando tocar a Salinas, experimentando, por medio de la música, la elevación de su ánimo, hasta llegar al éxtasis. Esta oda fue escrita entre 1577 y 1580, después de su prisión.
En esos tiempos la música se consideraba rama de las matemáticas. Según Pitágoras, es por medio de la música como el orden y la armonía del universo se manifiestan. Todavía se habla hoy de la "música celestial". La música nos hace recordar la perfección de nuestro origen, una perfección reflejada en las matemáticas. Para Fray Luis, la música, aquí en el bajo mundo, nos despierta resonancias de esa perfección de la que venimos.
En el verso 24 de esta oda, Fray Luis llama a la música como son sagrado, porque expresa esa perfección que es Dios.


    Y, como está compuesta
de números concordes luego envía
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Números, proporciones, armonía, sostienen la armazón del Universo. Fray Luis considera pues la música como una ciencia matemática.
En los siguientes versos, recrea lo que es el éxtasis espiritual:

    Aquí la alma navega
por un mar de dulzura y finalmente
en él ansí se anega,
que ningún accidente
estraño y peregrino oye y siente.

En los versos 36 y 37 de esta oda, Fray Luis introduce unas paradojas como expresión máxima de la unión del alma con Dios, fuente de vida. Sólo cuando mueren los deseos y los pensamientos de este bajo mundo, podemos contemplar a Dios.

    ¡Oh desmayo dichoso!
¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!
¡durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás aqueste bajo y vil sentido!

miércoles, 8 de agosto de 2012

Fray Luis: Poesía y misticismo

Beatus ille, expresión latina horaciana
que se traduce como "dichoso
aquel...", y alaba la vida sencilla del
campo frente a la vida en la ciudad.
Si tuviéramos que hacer una lista de las influencias vistas por los críticos en la poesía de Fray Luis, tendríamos que incluir la Biblia, Cicerón, Píndaro, Virgilio, Pitágoras, Platón, Horacio... No es nuestro propósito aquí hablar de todas las influencias sobre sus poesías originales, ni hacer una lista de los temas. Lo que sí nos interesa es el tema del Beatus ille y la relación de este tema horaciano con su vida personal para entender la función de la poesía en su vida: la poesía como evasión del mundo.


En los poemas se ve un ardiente deseo de refugiarse en la naturaleza. La Oda I, Vida retirada, comienza con los que son, quizá, los versos más conocidos de Fray Luis:

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal rüido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Vivir quiero conmigo;
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amos, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo...

A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada,
me basta...

En la Oda XXIII, A la salida de la cárcel, declara:

Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.

Es un deseo de escapar no sólo del "mundanal rüido" sino de la vida misma, volar por los cielos "hasta llegar a la más alta esfera" (III, A Francisco Salinas). Son declaraciones como la siguiente (XII, A Felipe Ruiz) las que han creado impresión de misticismo, al contemplar los cielos:

Rompiste mi cadena,
ardiendo por prenderme: Al gran consuelo
subido he por tu pena;
ya suelto encumbro el vuelo,
traspaso sobre el aire, huello el cielo.

Desde luego, no hay acuerdo acerca de si Fray Luis era místico o no. Pedro Salinas, Menéndez Pelayo, entre otros, han contribuido a este debate. Tocante al asunto, creemos que es lícito que aceptemos lo que el poeta mismo dijo, que no era místico, aunque existen importantes rasgos místicos en sus obras. Es de notar que en las discusiones sobre el misticismo de Fray Luis, no más que una oda, la XII De la vida del cielo, figura en todas las listas de poemas místicos preparadas por los críticos. Las últimas dos estrofas de la oda De la vida del cielo parecen indicar que el poeta deseaba la unión mística pero que no la logró plenamente.

    ¡Oh son!, ¡oh voz!, ¡siquiera
pequeña parte alguna descendiese
en mi sentido, y fuera
de sí el alma pusiese
y toda en fe, oh Amor, la convirtiese!;
    conocería dónde
sesteas, dulce Esposo, y desatada
desta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar cerrada.

Pero estos versos no nos contentan tampoco porque nuestras razones para dudar de su misticismo radican en otros motivos.
Si Fray Luis hubiera sido místico completo, miembro de la escuela mística española, el propósito de su poesía habría sido como el de la poesía de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Su poesía cantaría el éxtasis de la unión con Dios. En las poesías se podría seguir este viaje místico por las tres vías, la purgativa, la iluminativa y la unitiva. La experiencia mística consta de un movimiento positivo hacia Dios, un movimiento motivado por el amor a Dios, y por el deseo de escapar de este mundo y su corrupción, sus vanaglorias y sus tribulaciones. En la poesía de Fray Luis se ve este deseo de ascender a los cielos, pero no motivado por el ansia casi insoportable de unirse a Dios. Más bien es el deseo de escapar de este mundo, un movimiento negativo motivado a veces por el desprecio que él sentía frente al vulgo -"el pueblo inculto"-; motivado por querer encontrar alivio a los sufrimientos que la vida le había causado. Sin duda es un deseo de escapar principalmente a un espacio infinito para olvidar su angustia, donde "sin testigo", sin "mortal testigo", "ni envidiado ni envidioso" pudiera contemplar las glorias de un mundo ideal, neoplatónico. Es, en efecto, una huida para sobrevivir, para mantenerse cuerdo en un mundo loco, un mundo que no aceptaba los ideales religiosos que formaban la base de su ser, un mundo que le había hecho sufrir la injusticia y el encarcelamiento. Sus poemas son más humanos, más comprensibles para nuestra época, que los divinos poemas de San Juan de la Cruz.


Edición de Cátedra de 1983
El estudio introductorio de Manuel Durán
y Michael Atlee sirve de referencia a
las entradas de este blog.
Hay en la vida de nuestro autor -y en los temas de su poesía original- dos movimientos contradictorios. El más fuerte lo lleva a apartarse del mundo en todo lo posible, como resultado de su desilusión frente a una sociedad cruel y conflictiva. Se refugia en la música, el fervor religioso, unos pocos amigos, la belleza del mundo natural. Pero de pronto un impulso de hombría, de orgullo, de afirmación del yo, le obligar a volver a la lucha, para defender la justicia de su causa y la de otras causas, para confundir y aplastar a sus enemigos, volviendo así al centro mismo del "mundanal rüido".
Hay por ello en su vida y en su obra un continuo vaivén. Fray Luis se siente rodeado de personas con las que le es difícil comunicarse. En unos casos, por ignorancia. Fray Luis debió sentirse gran señor, noble de espíritu y corazón, aparte el hecho de pertenecer a familia ilustre, y en una sociedad tan jerarquizada como la española de su tiempo le era difícil comunicarse con el vulgo. En otros casos la barrera era la crueldad, la incomprensión, los vicios y los prejuicios de las clases altas españolas, llegando hasta lo más alto, los vicios y los prejuicios de Felipe II.
Para entender cómo funciona esta dialéctica de contrarios, tenemos que referirnos a su vida después de su encarcelamiento. Dos años después de salir de la cárcel, en 1578, obtuvo la cátedra vitalicia de Filosofía Moral y se graduó de Maestro en Artes en Sahagún. En 1579, ganó, después de unas oposiciones, la cátedra de Sagrada Escritura. Nueve días antes de su muerte, en 1586, fue elegido Provincial de Castilla en Madrigal de las Altas Torres. Durante estos años, seguía escribiendo y publicando sus libros, así que no huyó, no se escapó. Más bien, se metió de nuevo en el centro del "mundanal rüido". Este retorno al mundo y a los que él despreciaba en sus poesías en vez de quedar retirado en el campo o huir a una celda de monje no significa que sus sentimientos poéticos no fuesen sinceros. Queremos proponer que usó la poesía no sólo para expresarse sino para resolver la desilusión, para controlar el desaliento, la angustia, que le abrumaban. Empleó la poesía para mantenerse cuerdo, para seguir creyendo en sí mismo y en unos pocos seres humanos decentes y virtuosos.
Fray Luis de León debió sentirse con frecuencia abatido y deprimido por las críticas y persecuciones de que fue objeto. Le sirvieron de consuelo unos pocos buenos amigos como Pedro Portocarrero y Francisco de Salinas, y también, naturalmente, su intensa fe religiosa y la confianza que le daba el saberse virtuoso e inocente.
Su viva curiosidad intelectual y su amor a la música eran también una forma de evadirse de las querellas y mezquindades humanas en busca de la paz y la armonía.


Galileo, enfrentado a la Iglesia
No sabemos si Fray Luis llegó a comprender el carácter inevitable de las querellas que lo opusieron a sus enemigos. Humanista, traductor, filólogo y lingüista, Fray Luis obedecía un imperativo descubierto ya por los humanistas italianos: había que acudir a las fuentes, a las ediciones originales en los idiomas originales. Lo que los humanistas no tardaron en comprender era que aquella actitud resultaba subversiva para las jerarquías eclesiásticas y los tribunales del Santo Oficio, cuya preocupación principal era ante todo evitar la "novedades, las nuevas interpretaciones que podían interrumpir la continuidad de la tradición y dar origen a cismas y herejías. Esta misma actitud llevaría más tarde a la iglesia a enfrentarse con Galileo y silenciarlo, por ser también amigo de "novedades", esta vez científicas, pero que podían parecer contradecir algunos pasajes bíblicos.
Fray Luis, entre tantos incidentes desagradables, aprendió, sin embargo, a no desesperar de su suerte, a evadirse de la vida cotidiana cuando ello era posible, a contemplar el mundo y la sociedad desde muy alto. Las rachas de pesimismo eran sustituidas a veces por momentos de optimismo y confianza en el futuro:

No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa,
y la fuerza sin ley que más se empina
al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo,
cuando más alto sube, viene al suelo.
     (Oda XV, "A don Pedro Portocarrero")

Afirmó que "la inocente vida"; "la fe sin error", y "la pureza" podían triunfar contra "el odio, y el poder y el falso engaño". No había nada que pudiera vencer al "ánimo constante, armado de verdad". Era este conocimiento lo que equilibró su sufrimiento hasta el punto que pudo regresar al "mundanal rüido", seguro de que iba a sobrevivir.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Fray Luis de León: "Mundo interior, mundo exterior"

Un intento de clasificación de las poesías originales de Fray Luis es, en sí, un paso importante hacia la comprensión del sentido total de su labor poética. Los textos originales forman una unidad coherente a pesar de que sus temas no siempre son los mismos. Siguiendo en parte la clasificación de Menéndez y Pelayo, Ángel del Río nos ofrece una agrupación que parece satisfactoria:

De acuerdo con los sentimientos y temas dominantes podemos ordenar la poesía de fray Luis en varios planos coordinados:

  1. Plano horaciano, caracterizado por el ansia de retiro y el deseo de olvido de los combates del mundo, partiendo del sentimiento directo de la naturaleza: "Vida retirada", "Al apartamiento", "Al otoño". De Horacio toma también la estructura de algunas odas.
  2. Plano platónico-pitagórico, caracterizado por la vocación contemplativa, el sentimiento de la armonía del mundo y la visión del orden universal: "Noche serena", "A Felipe Ruiz", "A Francisco de Salinas", oda en la que acaso culmina el anhelo contemplativo del poeta, su sentimiento de la belleza pura.
  3. Plano místico-religioso: "Morada del cielo", "En la Ascensión".
Hay otras poesías de índole diferente: de inspiración moral, como "A Felipe Ruiz, sobre la avaricia", "Contra un juez avaro"; de tema patriótico, histórico y acento bíblico, como "Profecía del Tajo", "A Santiago"; de tema enteramente profano, como "De la Magdalena", "Las sirenas de Cherinto".

Esta clasificación subraya la existencia de dos movimientos anímicos, emocionales, complementarios, hacia el interior uno, hacia fuera el otro. El ansia de retiro y la necesidad de poner tregua al combate inspira un impulso horaciano hacia la vida interior. Pero ello no basta. Hay que buscar refugio no solamente hacia adentro sino también hacia las alturas, en la contemplación platónico-pitagórica. El universo es orden cifrado, armonía, música, belleza pura. Belleza que es bálsamo y da paz con tal que podamos alzarnos hasta ella.
El plano místico-religioso refleja claramente el hecho de que en esta búsqueda de la belleza Fray Luis encuentra un poderoso aliado en su profunda fe cristiana. No está solo en su búsqueda y en su desconsuelo, antes bien cuenta con la gracia divina, la más poderosa y eficaz ayuda que darse pueda.
El problema, tantas veces planteado, de si debemos considerar a Fray Luis como místico, ha recibido respuestas variadas. Por su parte, Dámaso Alonso acierta cuando escribe:

En algún instante, bien que por vía intelectual, llega al éxtasis... Si por misticismo entendemos el impulso místico, el ansia de elevarse a la unión con Dios, Fray Luis es místico, porque éste es el sentido de toda su poesía. Si entendemos la fusión con Dios tal como está intuida en Santa Teresa o en San Juan de la Cruz, nada más lejos del misticismo de nuestro poeta. Su posición es la del desterrado que mira con envidia los prados altos y cencidos.

En efecto, como también observa Ángel del Río, el sentimiento cardinal es, en su poesía, el de la "nostalgia del desterrado". Sin negarse a combatir en las duras batallas de la vida cotidiana, una y otra vez, en diversos tonos, a veces desolados, tristes, melancólicos, angustiados, otras con ferviente esperanza, canta una huida que es también un regreso al origen:

¿Cuándo será que pueda
libre de esta prisión volar al cielo...?
"A Felipe Ruiz"

Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?
"Noche serena"

Este doble movimiento, hacia el interior del alma y hacia el mundo sereno y ordenado, impregnado de esencia divina, constituye la melodía esencial. El contrapunto lo dan algunos poemas, morales, patrióticos, o reflejo del mundo clásico, que establecen con estos temas lo que podríamos llamar una "relación horizontal" entre el poeta y su sociedad, el poeta y una tradición clásica que forma también parte de su sociedad y su cultura, y viene así a contraponerse a la "relación vertical" de que antes hemos hablado. Más allá de los temas la inspiración y el estilo ayudan poderosamente a unificar toda la obra original. Como bien ha visto Ángel del Río:

Todas las poesías participan de un lirismo inconfundible y en todas la serenidad es resultado de un contenido palpitar humano; la imaginación está siempre sometida al espíritu, sirve de auxiliar, no de guía, a la voluntad de conocimiento, y la sabiduría, humanizada por el sentimiento, cae rara vez en lo didáctico. Es esa serenidad, conseguida a fuerza de combates y de elevación, la clave de la grandeza de fray Luis y de la gran atracción de su poesía, cuyo valor está por encima de las variaciones del gusto. Podrá haber momentos en que se prefiera, de acuerdo con las modas imperantes, a otros poetas -Garcilaso, Lope, Góngora-, pero el lirismo de fray Luis, como el de Jorge Manrique, halla siempre eco en el alma del lector. En ambos, poesía y sentido moral son inseparables.