miércoles, 22 de febrero de 2012

Semblanza de Jorge Manrique

La vida de los héroes se mide por la grandeza de sus hazañas. La de los artistas, por la calidad de sus creaciones. Ambas cosas fue Jorge Manrique, héroe y poeta, dejándonos en su persona una feliz conjunción de armas y letras ya no rara en su siglo, pero sí poco frecuente en los anteriores.
Perteneció a una de las familias castellanas más ilustres, entroncada nada menos que con el linaje de los Lara, y por otra rama era lejano pariente de la familia reinante, los Trastámara, pues su abuela paterna fue doña Leonor de Castilla, nieta de Enrique II.
Monumento a Jorge Manrique,
en la localidad de Paredes de Nava
(Palencia)
Son muy pocos los datos concretos que poseemos sobre su vida personal. Nació Jorge Manrique hacia 1440, quizá en la villa palentina de Paredes de Nava, feudo paterno en el que don Rodrigo fue creado conde titular en premio a sus méritos. La fecha y el lugar son sólo probables. No sabemos tampoco si pudo conservar alguna impresión infantil de aquella tierra que, en todo caso, debió compartir con otra bien distinta y lejana, pues parece que la familia vivía en Segura de la Sierra (Jaén), cabeza de la encomienda santiaguista confiada a su padre, y comarca próxima a la frontera del reino granadino, donde el comendador actuó con gran arrojo. Allí transcurrirían seguramente los años de su infancia junto a doña Mencía, su madre, y a otros hermanos que formaban la larga serie de una familia numerosa.


Monumento a Jorge Manrique en Segura de la Sierra
(Jaén)
Malos años estos primeros de la vida de don Jorge. Casi a la vez que él venía al mundo, moría su abuelo el adelantado don Pedro, verdadero patriarca de la familia, que, sin duda, dejó honda huella en sus sucesores. Antes de 1445 murió también doña Mencía, en Segura de la Sierra, dejando en la crianza de sus hijos un hueco que mal habían de ocupar sucesivas madrastras. En este mismo año tuvo lugar la famosa batalla de Olmedo, adversa para el partido de los Manrique. A estos datos puede añadirse el ejemplo de caídas ilustres sucedidas en pocos años, de diferentes nobles caballeros.
Si, como dicen los psicólogos, las impresiones de la infancia contribuyen a la formación del carácter, Jorge Manrique recibió muy pronto lecciones bien directas que pudieron decidir su temple. Cabe pensar en un joven introvertido, delicado y melancólico, a la par que belicoso y arrojado.
El mismo don Jorge tuvo pronto también puesto propio en la escala social de aquella nobleza, y fue, entre otras cosas, caballero santiaguista y comendador de Montizón, en tierras de La Mancha, de la misma Orden, además de capitán de hombres de armas, y como tal intervino en tantos ires y venires, pasiones partidistas y escaramuzas y batallas brutales promovidas por ambiciones desmedidas y por la inestabilidad de la política.
Sin embargo, hoy nos produce la impresión de que los hijos de don Rodrigo estaban bastante ensombrecidos por la figura de su padre. Aunque actualmente la figura de Jorge Manrique es estimada en el sentido artístico, nos parece muy natural que para su tiempo la figura destacada fuera don Rodrigo, llamado en su época como "el segundo Cid". Notemos cómo el maestre, después de una vida ajetreada y llena de grandeza guerrera, moría ya viejo en su lecho, de muerte natural, mientras el hijo, todavía joven, dejaba la vida poco después en 1479 en el campo de batalla.


Tres constantes vitales y la muerte
Tres son las constantes en la vida de Jorge Manrique: amor, poesía y guerra. Las dos primeras, trabadas entre sí, son dos temas eternos. La guerra está dentro de la naturaleza del señor medieval, que la ejerce no por profesionalidad, sino por necesidad esencial para la conservación de su señorío.
Al amor dedicó la mayor, aunque no la mejor, parte de sus versos. Sin embargo, los versos amatorios no son un indicio cierto para determinar particularidades biográficas. El tema era obligado y estaba dentro de la costumbre caballeresca. Probablemente casó muy joven y, leal amador, quizá su amiga y señora no fue otra que su esposa doña Guiomar de Castañeda, hermana de su segunda madrastra. También se suele decir que no se entendían bien, pero matrimonio y amor cortés son dos cosas distintas.
Los biógrafos de don Jorge citan como el primero de sus hechos de armas el de la batalla de Ajofrín (Toledo), ocurrida en 1470; pero sus treinta años aproximados de entonces parecen una edad un poco madura para recibir su bautismo bélico. Desde entonces, hasta 1476, nuestro poeta y su padre y hermanos se batieron con bravura con diversos beneficios.
Pero no hay bien que dure, y en noviembre de 1476, casi sin transición entre el campo de batalla y el lecho de muerte, fallecía en Ocaña el anciano don Rodrigo, comido por un cáncer que le desfiguró el rostro:


después de tanta hazaña
a que non puede bastar
          cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la muerte a llamar
          a su puerta.


Esta vez la presencia de la muerte llega mucho más cerca e hiriendo en un punto más sensible, y es cuando el poeta encuentra la ocasión de su vida para verter en un poema único la gran lección aprendida a través de los años en la sabiduría de los demás y en carne propia.