domingo, 11 de marzo de 2012

Coplas de Jorge Manrique

Originalidad
La poesía es una creación en la que concurren dos elementos: una vivencia capaz de conmocionar el complejo psicológico del poeta, y una perfecta adecuación de esa vivencia con unos significantes idóneos. Manrique no es un mero contemplador de la muerte, un filósofo que discurre, con mayor o menor profundidad, sobre un mundo que se desvanece. Además de eso, que se da por supuesto, lo que cuenta en este maravilloso fenómeno de la creación poética es su absoluta identificación personal con esos contenidos.
Jorge Manrique tuvo un frecuente y temprano contacto con la muerte de familiares y allegados. Cierto que las Coplas se escriben con ocasión de un hecho conocido: la muerte del maestre don Rodrigo, su padre, por añadidura. Es posible que sin este acontecimiento no se hubiera producido el poema. Pero sobre esto, lo que importa es la reflexión sobre el sentido de la vida y de la muerte.
Las Coplas superan la concepción de la muerte como para almas intranquilas, en un supremo trance final. Y así Manrique nos dirá que lo que siempre pasó y pasará, está pasando ahora, en este momento, y lo siente como un incesante ir dejando. De este modo conseguirá darnos, no una visión histórica y añorante de lo que fue, sino el tremendo escalofrío del fluir permanente, del tiempo que camina y no se detiene.

    Partimos cuando nascemos,
andamos mientras vivimos,
        e llegamos
al tiempo que fenescemos;
assí que cuando morimos
        descansamos.

Esas primeras personas del plural universalizan el tema; pero el frecuente empleo del presente de indicativo lo objetiva y lo sitúa en el fugitivo momento vivido.
Con ello nos da toda la hondura de ese protagonista que anda como desleído a través de todas las coplas: el Tiempo.
El segundo personaje, la Muerte, de costumbre antipático y repulsivo, será ahora un ente inmaterial, una simple voz y casi un mero trámite necesario. Fuera esqueleto y guadaña, fuera carroña y podredumbre. La muerte no es ya el sujeto de un matar, es el hombre quien realiza la acción de un morirse, y lo hace con limpieza y con elegancia, con estilo y como sabiendo que él es el protagonista y, en definitiva, el vencedor. El individuo muerto ahora se entrega.

    (...) e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
          clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
          es locura.

No es sólo la conquista de la vida del cielo, que eso ya es sabido desde muchos siglos atrás; es la seguridad de "la fama gloriosa", de otro modo de "muerte que da vida". No es casual que las  Coplas terminen con la palabra "memoria", fundamento de "estotra vida tercera".

(...) que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
          su memoria.

Quizás pueda pensarse en una cierta contradicción entre las dos primeras partes del poema, que acaban en la estrofa XXIV, y la última, referente a don Rodrigo. En aquellas, Manrique se duele ante la fungibilidad de lo terreno y da función poética a la inútil pregunta sin respuesta: ubi sunt? (tópico literario que significa literalmente ¿dónde están?, y hace referencia a las personalidades y a los bienes ya desaparecidos). En la última, proclama una respuesta triunfante: la fama salva incluso de la muerte, y el que la vida perdió permanece en sus obras.

Nuestro poeta establece una clara distinción entre las tres formas de vida, dos en la tierra y una en el cielo. Manrique, al separar claramente los tres planos, inicia el doble sentido moderno de lo inmortal: la gloria de la fama por las virtudes y las hazañas conseguidas. Asienta a su padre don Rodrigo en un pedestal y lo exalta como prototipo del héroe digno de la fama imperecedera.

    (...) muy mejor
que la otra temporal
          perescedera.

jueves, 8 de marzo de 2012

El jardín olvidado

Esta novela despierta mi curiosidad por dos motivos: por un lado, la sinopsis nos presenta una extraña situación, una niña abandonada en un barco que recibe, en su edad adulta, una herencia misteriosa; por otro, una portada atractiva, muy sugerente, que evoca ambientes fantasmagóricos.
Luego, Kate Morton empieza a tener una cierta repercusión en nuestro país: se publican varias novelas, y aparece en los listados de libros más vendidos.
Se lo pedí a los Reyes Magos, y fueron cumplidores. Así, justo al día siguiente del día de Reyes, comencé con su lectura, y me ha tenido entretenido dos meses. No lo he dejado en ningún momento, pero sólo leía por las noches, y se me ha alargado (los ojos se cierran a eso de las once y media). Pero ha mantenido siempre mi interés, mi curiosidad. En las últimas 150 páginas sí que he ido más rápido, porque la historia va cogiendo forma y resulta más atractiva.
Pero desde el primer momento te das cuenta, o al menos así lo he interpretado yo, que no es la historia lo más interesante. Es el estilo, es el lenguaje: un lenguaje rico que va hilando de forma literaria, bien elaborada, las historias de cuatro mujeres de generaciones diferentes; un lenguaje que recuerda a los cuentos de hadas. En definitiva, me he encontrado con una fábula moderna sobre los compromisos adquiridos con aquellos a quienes amamos.

sábado, 3 de marzo de 2012

La poesía de Jorge Manrique

El número de composiciones que han llegado hasta nosotros es realmente escaso. Cuarenta y nueve poemas, poco más de dos mil trescientos versos en total, publica la edición más completa hasta la fecha (Cancionero, en la edición de Augusto Cortina, 1960). No podemos asegurar que esto sea todo lo que escribió, y podría ser que se hubiera perdido algo más. Por otro lado, es fama que a su muerte y entre sus ropas se le encontraron dos estrofas de un poema moral que dejó inconcluso...
La temática y la intención de estas cuarenta y nueve composiciones ha permitido clasificarlas en tres grupos: poesía amorosa, burlesca y moral. En el primero caben hasta cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco poemas que abarcan aproximadamente el 75 % de la obra total. En el segundo, ciento sesenta y nueve versos distribuidos en tres obrillas de desigual dimensión. En el tercero están las cuarenta coplas dobles de pie quebrado dedicadas a la muerte de su padre -el mayor y más trascendental de sus poemas-, con cuatrocientos ochenta versos, y los veinticuatro versos del poema que quedó empezado y cuya atribución también es cuestionable.


Tradición y originalidad


Reino de Castilla, hacia 1400
Los dos temas fundamentales que Manrique trató, el amor y la muerte, tienen una larguísima tradición sucesivamente enriquecida con insignes aportaciones originales, y a veces remansada con repeticiones inoperantes que denotan una carencia de genio creador cuyos resultados, si no es que ya nacen muertos, pronto se diluyen en el limbo de los tiempos.
La caudalosa tradición de estos dos temas encuentra en la poesía castellana del siglo XV el ambiente más propicio y prolifera en ese momento hasta alcanzar un rango prioritario. Las venas de todos los poetas destilan el dolorido placer de amores, ya viejo de tres siglos al menos, pero recién estrenado en la lengua de Castilla, y los varios matices de las reacciones ante la muerte, también decantadas por el tiempo, y esta vez muy al hilo con la esencial gravedad que caracteriza a nuestra meseta.
Lo que interesa en este caso es descubrir en la obra manriqueña su específica voz, su modo de adentrarse y de quedarse en esos temas.


El amor cortés
Es indudable que si Jorge Manrique no hubiera escrito más que sus versos amatorios, hoy no pasaría de ser un poeta más entre tantos otros como pueblan los Cancioneros de su tiempo. Su fama la debe enteramente a las Coplas motivadas por la muerte de don Rodrigo, y si el caso no es único, por lo menos es de notar que le haya bastado un solo poema para alcanzar un primer puesto en la literatura española. Al mismo tiempo, la categoría de las Coplas ha oscurecido al resto de las composiciones manriqueñas que, si ya de por sí no poseen fuerza suficiente para sobresalir, sufren evidente detrimento con la comparación.


La poesía amorosa del siglo XV, y con ella la de nuestro poeta, repite y sutiliza los trillados conceptos del amor cortés que, si tiempos atrás pudieron tener quizás una autenticidad poética y representaron una forma de vida, a fuerza de ser repetidos y de encarnarse dentro de lo acostumbrado, se convirtieron en tópicos.
No obstante, para obtener un juicio mesurado y objetivo, conviene considerar esta poesía dentro de su contexto histórico.
Desde el siglo XII se impone y perdura en el mundo medieval, y sobre todo en Francia, tanto la provenzal como la del norte, un estilo de vida que responde a unos ideales románticos fuertemente determinados por los condicionamientos cristianos.
Durante muchos siglos la idea y la práctica del amor habían estado regidas por la libido, y su código era el Ars amandi, de Ovidio. El amor era un impulso de carácter sensual y perfectivo que aspiraba al goce material y al logro definitivo y absoluto. Pero la vida cortesana de los castillos en el siglo XII adoptó una nueva y extraña inteligencia erótica en la que predomina la idea de servicio permanente y desinteresado. Es el llamado amor cortés. El amante no se propondrá un objetivo o una meta, sino que se mantendrá en estado de ánimo que no aspira a ninguna recompensa. Es un imperfectivo amar por amar que se mantiene permanentemente, a través de múltiples matizaciones como servidor humilde y fiel en homenaje sin esperanza a la mujer amada. Lo característico del amor cortés, en contraste con el amor ovidiano, es la sumisión del amante ante la soberanía de la dama, la señora, de la que nada espera y a la que dedicará toda su vida en actitud melancólica. De ella va a provenir el tono doliente del poeta amante que llora no su desventura ante un fracaso, que sería una solución, sino el paradójico dulce mal de amor. No hay un grito de pasión triunfal o de rabia ante la derrota, ni una solución definitiva en el juego del amor. La batalla se libra de continuo sin resultado en el interior mismo del poeta-amante que padece y se deleita a la vez en ese estado de amor sin ulteriores consecuencias.


No podemos decir que la poesía amorosa de Manrique abriera nuevas salidas haciendo oír una música nunca oída en estos caminos trillados. Lo ritual y formulario atenúa su voz propia y frena la apertura hacia lo personal aunque no falten delicados momentos que acrediten la existencia de un gran poeta.


SIN DIOS Y SIN VOS Y MÍ (GLOSA)


   Yo soy quien libre me vi,
yo, quien pudiera olvidaros;
yo so el que por amaros
estoy, desque os conoscí,
sin Dios y sin vos y mí.
Retrato de Jorge Manrique en
la Casa de la Cultura de Toledo


   Sin Dios, porqu'en vos adoro;
sin vos, pues no me queréis;
pues sin mí ya está de coro
quien vos sois quien me tenéis.


   Assí que triste nací,
pues que pudiera olvidaros;
yo so el que por amaros
estó, desque os conoscí,
sin Dios y sin vos y mí.


"SIN DIOS Y SIN VOS Y MÍ" es una glosa, esto es, una composición que desarrolla, verso a verso, un estribillo prefijado.
El verso "pues sin mí ya está de coro", hace referencia a que ya es sabido de memoria, que está "sin mí" porque es la amada la dueña.


ESCALA D'AMOR


   Estando triste, seguro,
mi voluntad reposaba,
cuando escalaron el muro
do mi libertad estaba.
   A'scala vista subieron
vuestra beldad y mesura,
y tan de rezio hirieron,
que vencieron mi cordura.
   Luego, todos mis sentidos
huperon a lo más fuerte,
mas iban ya mal heridos
con sendas llagas de muerte;
   y mi libertad quedó
en vuestro poder cativa;
mas gran plazer hove yo
desque supe qu'era viva.
   Mis ojos fueron traidores,
ellos fueron consintientes,
ellos fueron causadores
qu'entrassen aquestas gentes;
   qu'el atalaya tenían
y nunca dixeron nada
de la batalla que vían,
ni hizieron ahumada.
   Después que hovieron entrado,
aquestos escaladores
abrieron el mi costado
y entraron vuestros amores,
   y mi firmeza tomaron,
y mi coraçón prendieron,
y mis sentidos robaron,
y a mí sólo no quisieron.


"ESCALA D'AMOR" es una alegoría del enamoramiento representado en el asalto a una fortaleza. El verso "ni hizieron ahumada" se refiere a las señales de humo que hacía el vigía desde la atalaya anunciando peligro.


La poesía burlesca
La tradición trovadoresca había transmitido también el género burlesco de maldecir y hasta de injuria. El siglo XV, época de tensión política y de transición e inestabilidad, ofrecía un terreno abonado para el florecimiento de la burla y de la sátira tanto política como personal. Y también Jorge Manrique cultivó la poesía de burlas, aunque nunca en él llegó a ser sátira feroz.


La obra maestra
Las Coplas a la muerte de su padre están dentro de una caudalosa corriente literaria que refleja la preocupación medieval por el tema de la muerte. Simultáneamente con el Ars amandi, que tanto juego dio durante siglos, la Edad Media va elaborando también un Ars moriendi. Pero así como en los versos amatorios y en los burlescos nuestro poeta se mantiene fiel a unos tópicos previos, matizados con leves toques personales, en las Coplas observamos la voluntad de estilo de Manrique y su necesidad de dar al tema una interpretación propia nacida de su vivencia individual en su propio entorno familiar.
Cuando Jorge Manrique escribe su obra, existe ya todo un complejo cultural sobre el tema, en los siguientes factores:

  • El sólido arraigo en la literatura medieval del planto, o llanto por la desaparición de seres queridos o admirados, así como también el elogio personal al sujeto ilustre arrebatado por la muerte.
  • La presencia de la muerte misma como personaje, tema que ofrece numerosos aspectos: la igualación de grandes y chicos ante el supremo trance; el terror producido por la igualadora, pintada con rasgos horripilantes; la danza macabra; la podredumbre de los cuerpos muertos.
  • La Fama o memoria ejemplar que legan los que pasan a los que quedan, tema también de raigambre clásica que adquiere nuevos y trascendentes vuelos en el prerrenacimiento.
La consolidación de la burguesía y el establecimiento de un mundo más cómodo, fuente de placeres que satisfacen los instintos del hombre afincado en la tierra, promoverá en el siglo XIV la protesta contra la muerte que se convertirá en un personaje funesto y truculento, tanto más por ser ineludible. Si en el siglo XIII, la muerte era salvadora y liberadora para el acceso a la verdadera vida, ahora será verduga, cruel e inoportuna, y los poetas, los escultores, los miniaturistas, se cebarán en la pintura de su retrato y la llenarán de escarnio y de odio.

Jorge Manrique pudo haber sido en las Coplas, como en el caso de la poesía amorosa, un número más de una larga lista de poetas; pero es evidente que no fue así y que su gran poema revitalizó el tema y, sin salirse apenas de los materiales que le proporcionaban sus precedentes inmediatos o remotos, le infundió nuevos valores máximos.