jueves, 27 de diciembre de 2012

Análisis e interpretación de El Lazarillo

El prólogo de El Lazarillo debe verse como una pieza intrínseca de la novela y no como un elemento separado, desligable de la novela propia como cualquier otro prólogo convencional. El prólogo del Lazarillo es un antecapítulo o epílogo, si se quiere, de la obra. En este prólogo-carta, el narrador, un tal Lázaro de Tormes, expone el porqué de su vida y además la razón de ser de la obra.
Empieza con el esbozo de quién es el personaje y quiénes fueron sus padres. En este momento el autor va a dar a sus personajes unos apellidos curiosos. Los padres, González y Pérez, pertenecen al cuerpo anónimo de la gente común a juzgar por esos apellidos. Pero son los únicos personajes que tienen apellido. Lázaro ni siquiera tiene nombre. No es Lázaro González Pérez, no será conocido en la obra por este nombre. Le conoceremos por un apodo. El hecho de que no tenga apellido da la impresión de lo cotidiano de la persona. Lázaro es y no es. Es una persona que ostenta este apodo, pero el apodo es un juego basado sobre un concepto literario. Así que el personaje resulta un ente híbrido: ser - no ser. Por más realista que parezca su nacimiento, y la narración de quiénes son sus padres, hay que resaltar que Lázaro es a la vez "un concepto", y esto le aleja bastante de una concepción realista-naturalista. Este matiz va a dotar al personaje y a sus acciones de unos contornos simbólicos.
En algunos renglones, nos damos cuenta de que el padre de Lázaro es ladrón, preso y soldado. El lenguaje que se refiere a él está envuelto en parodias bíblicas y en posturas pseudo-heroicas, terminando muerto en campaña. Sin otro amparo, la madre se ve obligada a sostener a la familia. Es una "viuda desamparada". Sin tener a qué ni a quién arrimarse, se amanceba con un negro. Desde el punto de vista literario la elección de un negro no es fortuita y permite varias cosas. Primero, la mantiene rigurosamente en un nivel social bajo. Zaide es, en efecto, un hombre que cuida caballos. Segundo, siendo negro ocupa un nivel aun más ínfimo en la vida de un pueblo cristiano que idealmente no debe hacer distinciones de raza delante de los ojos de Dios. El autor se refiere al negro en términos tales como "un hombre moreno", el hijo es un "negrito muy bonito". Se hace mucho hincapié en atenuar su condición racial y en envolverla en eufemismos. Antona Pérez, desamparada y necesitada, cuando toma a este amante a causa de la necesidad y no por liviandad, ha dado un paso más bajo aún en la sociedad.
Curiosamente, repitiendo la experiencia del padre de Lázaro, Zaide cae también en manos de la justicia. Esta parte pre-novelística que trata de la prioridad existencial de Lázaro se caracteriza por su negativismo social, pobreza y desamparo.
A causa de su pobreza e incapacidad de funcionar en un plano social, la madre cree más conveniente dar el hijo en servicio a un ciego, y nada más se sabe de Antona Pérez.
Es evidente que el autor conoció la tradición del ciego y su guía. Hay bastante constancia de la pareja en la literatura y en el folklore. Pero estas dos posibilidades -tradición y folklore- son dos desafíos artísticos para nuestro autor, y como veremos, va a superarlos artísticamente.


La partida es algo conmovedora. Es uno de los dos momentos en el libro en que aparecen sentimientos de piedad y ternura. No es una escena lacrimosa, pero creemos en la sinceridad maternal de Antona Pérez.
La memoria de la vida hogareña está todavía fresca en la mente de Lazarillo. Proyecta normalmente el ambiente familiar en todo lo que ve. No ha estado lo bastante expuesto a la vida, aunque sabe lo que ha pasado con su padre, padrastro y madre. El Ciego estrena a Lazarillo en la manera de vivir sometiéndole a una prueba. Esta prueba, la del banquete de uvas, se basa en la curiosidad del Ciego por la experiencia de Lazarillo. El Ciego se preguntará: "¿Qué sabe este niño? ¿Cuánto sabe?". De ahí la prueba del toro de piedra. El niño simple, algo protegido, amado, cae en la trampa y es lastimado por la "cornada". Ya se entera el Ciego de cuánto sabe el niño, y por dónde hay que empezar a enseñarle los modos de la vida. Lazarillo mismo se da cuenta, gracias a este nefasto episodio, de qué es la verdadera vida y cómo ha sido arrancado de la protección de la casa y de los padres. Este momento doloroso de la "cornada" inaugura el procedimiento de desengaño de Lázaro. Deja de ser un niño simple. Es ahora lo que los sociólogos de la cultura de la pobreza llamarán un man-child, un niño-hombre; niño sólo en edad cronológica, pero hombre en cuanto a su experiencia. Este es el verdadero comienzo de la vida de Lázaro. Todo lo anterior es historia pasada. De ahora en adelante todo es y será una lucha por la existencia, una aventura vibrante para un lector que avanza con el personaje, viéndole mudarse de niño simple en hombre maduro, cínico.
La segunda etapa con el Ciego se basa en la lucha de la vida de Lázaro. El Ciego es, entre otras cosas, un gran avaro. Visto desde cierta perspectiva religiosa e ideológica, el Ciego representa una paradoja. Es de suponer que quien vive de la caridad debiera ser el primero en otorgársela a otros; pero no es así. Lázaro tiene que robar para sustentarse.


Las aventuras a que se somete Lázaro recuerdan mucho los cuentos de los novellieri italianos, sobre todo los que se basan en el motivo del burlador-burlado. Esto se ve en el episodio del vino del jarro. Este mismo episodio que recuerda unas fuentes tradicionales, se basa en una serie de avances estratégicos: hay un momento en que el personaje se cree vencedor en la lucha por el vino, y cuando está indefenso recibe por segunda vez la furia del Ciego, esta vez con el jarro, repetición simbólica de la "cornada". La treta no carece de ciertos contornos cómicos: el uso del ingenio para conseguir el vino y el vaivén entre acción y reacción. Dentro del capítulo estas tretas (como lo serán las del capítulo segundo) corresponden a una estructura circular (acción-reacción, gozo-fracaso) a la vez que a una estructura vertical que va de los éxitos (obtención del vino y contento con las pequeñas victorias) a los fracasos (jarrazo y heridas).
El jarrazo señala también una nueva fase en la relación del personaje con el Ciego. Se entabla una interacción de venganza y odio personales:

Desde aquella hora quise mal al mal ciego.

La guerra entre amo y criado en el episodio del vino era una escaramuza, articulada dentro de unos propósitos medio-cómicos. Ahora las relaciones llegan a ser más severas, los apaleamientos más frecuentes. El autor nos dará una idea de la astucia del Ciego mediante el episodio del banquete de uvas. Si existe o ha existido una fuente literaria o tradicional de este episodio, tiene que ser secundario al propósito de presentar a un ser humano quien, aunque carente de vista, no la necesita. Ya conoce la vida lo bastante para no necesitar la vista.
La experiencia con el Ciego no pudo terminar aquí. La creación va hacia el final. De haberla terminado así, la simpatía del lector estaría con el Ciego. Se necesitaba un episodio que subrayara todos los defectos de este primer amo, y esto lo consigue con el episodio de la longaniza. La comicidad de esta escena, como la del jarrazo, es más bien grotesca. Se trata de una comicidad ambivalente: comicidad-crueldad, risa-dolor. El toque más importante es el de la malicia del Ciego. Cuando se da cuenta de que Lázaro se ha comido la longaniza, se la hace vomitar antes que permitirle gozar del premio a su astucia y viveza. Esto, claro está, es seguido por el acostumbrado apaleamiento.
Ahora el autor puede ir al final. Ha presentado al Ciego en toda su maldad. El castigo le será merecido. La lenta preparación de la burla, que corresponde a la venganza de Lázaro, va aumentando de ritmo poco a poco y se satisface solamente cuando el vengador cree que el castigo será igual a las crueldades padecidas por él.
El desenlace del episodio se estructura dentro de unas ambivalencias: venganza y equivocación. El Ciego agradece a Lázaro su atención sin saber qué es lo que le espera. El detalle del Ciego balanceándose "como cabrón" pertenece a una pormenorización de la venganza que se recrea en lo minucioso. Lázaro está hora muy satisfecho de sí mismo y se lanza a la vida, solo, con dos historias detrás de sí, la de sus padres y su primera y propia con el Ciego.
La trayectoria del personaje peregrino le lleva a un segundo amo. Ya no son necesarios más episodios introductorios; va directamente a la explicación de su carácter. Este cura es un gran avaro. Lo fue también el Ciego, pero aquí el defecto es un poco más serio. Es cura, ministro de la iglesia, es avaro y se establece desde el principio ese concepto, tan caro a Erasmo y a los erasmistas españoles. Este capítulo poseerá algunas características en común con el primero: estructuración vertical en base del motivo burlador-burlado y diseño circular de matices cómicos. Todo gira alrededor del arca de pan que será el foco central del capítulo.

La tendencia a la negativización del amo-adversario es aquí más aguda y llega a un plano más irónico. Hay una llave que protege un bodegón vacío de provisiones. La descripción del Cura comiendo la cabeza de carnero, minuciosas en los detalles, que va de una parte a otra para terminar en los huesos roídos y que luego culmina en la frase:

Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo; mejor vida tienes que el papa.

Maravillosa articulación y dibujo de la mezquindad sacerdotal que hasta supera a Erasmo en sus diálogos y otras obras de este tipo. El autor ha logrado alcanzar mediante la palabra escrita, efectos solamente posibles con otros medios artísticos: la pintura y el drama; de ahí otras indicaciones de la "novedad" de su creación, la adaptación de otros medios expresivos a la literatura de ficción.
En la lucha por el arca lo que saldrá a la vista son los defectos caracterológicos del Cura (su avaricia e hipocresía), y las mañas de Lazarillo que evocan las lecciones del primer capítulo. Pero en este capítulo el autor intensifica un aspecto que elaboró y desarrolló levemente en el primero (falsas oraciones, simbolismo del vino para curar las llagas, etc.); o sea, la nota predominantemente religiosa. Todo lo que pasa en el capítulo está dotado de un valor polémico en materia de religión. Lo que valía el vino como sustancia simbólica en el primer capítulo valdrá ahora el pan, símbolo aún más obviamente religioso. Al fin, Lázaro está muriéndose de hambre a manos del Cura avaro. Gracias a un calderero, encuentra un medio de penetrar en el arca. A medida que avanza la lucha, el autor echa mano a otros elementos ficticios como el truco de los ratones y luego el de la culebra, siempre en función negativizante para el carácter del Cura.
Cuando Lázaro está en la cima de su victoria sobre el Cura avaro, es derribado por un accidente: el silbo de la llave. El episodio parece ser de obvio sabor tradicional, pero lo que es de mayor importancia es la necedad del Cura, buscando la culebra que no existe. Se deja ver claramente la satisfacción que tiene de haber encontrado la fuente de su infelicidad, que resulta ser, irónicamente, el hambre de su criado. A diferencia del final del primer capítulo donde el personaje se sale con la suya completamente vengado, aquí es al revés. Con evidente satisfacción, el Cura echa a Lázaro a la calle, subrayando su condición de "mozo de ciego", enlazando así este capítulo con el primero.
Es visible el fracaso de Lázaro quien, creyendo medrar mejor en casa de un hombre de la iglesia, lo pasa peor, debido a la avaricia del Cura. Ha tenido otra experiencia más en su trato con el mundo y ha visto que el hábito no hace al monje, que las apariencias engañan; en fin, que "la caridad se subió al cielo", como dirá más tarde, y evidentemente su triste destino es ir de una desventura en otra.
El tercer capítulo empieza con Lázaro todavía en casa del Cura, estableciendo así una ligazón entre el final del capítulo segundo y el comienzo del tercero.


Lo primero que hay que notar del Escudero es su descripción en un plano siempre visual. El Escudero continúa una esquematización hecha ya en los dos primeros capítulos en base del juego interioridad-exterioridad: el Ciego, exteriormente falto de vista, pobre, limosnero; interiormente avaro, cruel, hipócrita. El Cura, exteriormente lleva una sotana, símbolo de la vida de Cristo; interiormente mezquino y avaro, falto de caridad.
Es una culminación de los capítulos anteriores no sólo porque representa un nivel superior sobre los anteriores en orden social ascendente, sino porque muestra una imagen más completa de defectos interiores (falta de escrúpulos, de moral, descubrimiento de su oportunismo) al servicio de defectos exteriores: el deseo de pasar por un hombre que evidentemente no es, de adherirse a un código social vacuo, de vestirse como un hombre de bien que él evidentemente tampoco es.
Pero es la apariencia del Escudero lo que le llama la atención a Lázaro. Es también en este capítulo cuando el autor utiliza unos procedimientos artísticos hasta entonces no articulados con tal maestría. Nos referimos al uso del tiempo humano literario para describir el estado de ánimo interior y el hambre de Lázaro. El proceso es lento. Contamos las horas, una por una. En cualquier momento Lázaro cree esperar una comida o algo que le indique que van a comer. Pasan por el mercado, oyen misa y van luego a la casa del Escudero. Este va a detentar varias funciones para el autor. El capítulo tendrá varios ejes dentro de una estructuración múltiple. Parte de esta estructuración será la casa dentro del esquema "casa lóbrega y oscura". La casa está, en efecto, vacía. Utilizando un procedimiento de negativización que usó en los primeros dos capítulos, no describe las cosas por lo que son sino por lo que no son: "...ni tajo, ni banco", etc. El autor crea una suspensión lenta que apunta a la satisfacción del hambre y la averiguación del parecer del Escudero, y al mismo tiempo la capacidad de Lazarillo de interpretar y medir la realidad. El proceso de la interpretación de la realidad como un proceso paralelo, continuo, ascendente, sigue; o puede verso como un proceso en que se trata de la averiguación de las peores costumbres y tendencias del hombre. Lázaro ha jugado a favor de la apariencia de este Escudero. Llegamos al momento de la triste averiguación de su pobreza cuando dice:

... aunque de mañana, yo había almorzado...

Éste es el momento en que el lector y el personaje se dan cuenta de lo que es la vida azarosa del niño, llena de adversidades. Llegado a este punto, la dirección de la acción se estanca en un plano horizontal: conversaciones, revelaciones, meditaciones, un momento de libertar cuando comen bien.
Si el autor rebajó a los demás personajes mediante recursos negativos, el Escudero será expuesto de una forma semejante mediante el descubrimiento interior de su persona. Cuando saca los panes de la camisa, el Escudero expondrá el hecho de que está muriéndose de hambre. Come el pan con "fieros bocados", pero al mismo tiempo se preocupa por la limpieza de las manos que habían amasado el pan. El proceso es descendiente en cuanto a la revelación de los bienes materiales del Escudero: la cama en la que van a dormir es una anti-cama, negra, sucia, sin forma ni orden. A esto prosigue la revelación de la ascendencia judía del Escudero, al decir que proviene de Costanilla de Valladolid, notoria barriada de judíos.
Al día siguiente, cuando el Escudero habla de su espada, Lazarillo nota el papel tan importante que tiene el mundo de las apariencias para el Escudero. La identificación del Escudero con cosas materiales tiene que ver invariablemente con objetos tangibles, pero que no dan de comer: la espada, la ropa. Lázaro se contrapone a esta tendencia con su hambre y su deseo de hacer cualquier cosa para comer. Lázaro, víctima ya de la exterioridad engañosa de su nuevo amo, le contempla subiendo la calle y reflexiona:

¿Quién encontrara a aquel mi señor, que no piense, según el contento que lleva, haber anoche bien cenado y dormido en buena cama, y aunque es de mañana, no le cuenten por bien almorzado?

Estas observaciones nos llevan al punto más importante de este capítulo. Los esfuerzos del Escudero por aparecer están siempre medidos por las exigencias del código de la "negra honra". Erasmo habló de falsos caballeros la necedad de hacer hincapié en vanas honras, de seguir linajes. Este Escudero es la encarnación de todo ello vertido a una pormenorización española, cuyo símbolo mayor será el converso, de linaje judío, anhelando un destino que acaso le aleje de su mundo originario y le dé una posición digna de respeto en su propia sociedad, y de libertad y seguridad de su persona física. Lo incomprensible de esta actitud es el grado a que está decidido a ir este pobre Escudero para pertenecer a ese mundo. Todo, para él, son apariencias en un mundo en que estas cuentas, a pesar del conflicto entre esas apariencias falsas y los verdaderos valores interiores.
Lázaro, que sabe que no hay nada para comer, vuelve a su antiguo menester, el de mendigo, y pide limosna para comer. El símbolo es evidente. Lázaro ha llegado al extremo de su experiencia cuando tiene que pedir limosna, siendo el criado de un aparente hombre de bien. Pero hay un toque más que hay que añadir a la pormenorización de Lázaro. El Escudero, detrás de su acostumbrado engaño de apariencias, va a compartir con gusto esa comida que su criado ha pedido en nombre de Dios.


La piedad que siente Lázaro es una piedad humana, cristiana. La imagen de este pobre hombre, víctima de la peor y más insubstancial ambición, la de vanas honras, conmueve al chico. El Escudero es, al fin y al cabo, otro hijo de Dios, y Lázaro le ofrece las más caras de las emociones humanas, la amistad, la piedad y la comprensión. Es verdad que una de las bases de la conmoción de Lázaro es la experiencia mutua de carencia y hambre que los dos han tenido. Pero a diferencia de otros amos, quienes le mantenían en perpetua hambre por avaricia, éste es perdonable, porque tampoco él come ni ha comido. Con aún más compasión Lázaro no le descubre sus continuos engaños:

No hay faisán que ansí me sepa.

La compasión que le ofrece Lázaro es sin límites. La creación del cuadro del Escudero comiendo y comentando a la vez sin que Lázaro le diga nada abiertamente es una de las creaciones más profundas de toda la literatura.
La llegada no explicada de dinero a manos del Escudero ocasiona el episodio del desfile funerario que no tiene nada que ver con los temas principales de la obra pero sí figura en la elaboración interior del capítulo. Esto apareció al principio con la mención de la casa "lóbrega" y "oscura". Este episodio tiene una doble función:
  • Primero, aludir a la vida de Lázaro hambriento como una configuración del concepto "vida-muerte"; Lázaro vive en una casa "lóbrega y triste" pasando hambres increíbles que recuerdan a la muerte.
  • Segundo, aprovechar un cuento humorístico de origen árabe que añade un cierto elemento cómico. Todo lo referente al Escudero es risible y esto es delineado dentro de un concepto de comicidad dual y ambivalente (risa-sorna, risa-sarcasmo).
Desde una perspectiva estrictamente realista, encontraríamos inverosímil que Lázaro, ya experimentado en los modos de vivir, fuese espantado por tal frase de la mujer plañidera. Se debe buscar su función dentro de la fuente literaria que la informa y la intención artístico-cómica del autor.
Como en casos anteriores el autor carga el tema cautelosa y detenidamente antes de dar remate a un capítulo. Falta el último eje por desarrollar, que es el de "contar su hacienda". El gran hallazgo de nuestro autor no sólo es dejarnos ver que las cosas no son lo que parecen ser, lugar común del renacimiento, sino también mostrar que debajo de esta configuración hay aún más niveles humanos que explorar. Efectivamente lo hace, pero estructurado sobre una base de sarcasmo y necedad. Hace contar al Escudero su vida pasada, los "bienes" que poseía en Valladolid, las causas de su venida a Toledo, el absurdo problema de los saludos, tema de neta raigambre erasmiana. Todo esto confiere a la figura del Escudero su plena "estulticia", con efectos aplastantes para el lector que no puede menos de reconocer el intento de atacar y poner en ridículo un código capaz de obsesionar a una persona como el Escudero, más de lo que nunca pudiera Dios.
Para completar la imagen del Escudero falta un aspecto, y éste será su maldad, otra característica negativa. A lo absurdo hay que añadir lo malo. Su queja de que no halla a un privado a quien servir ofrece la posibilidad de esbozar los últimos contornos de la personalidad del Escudero: la mentira, la lisonja (tema predilecto de Erasmo y sus seguidores), la zizaña, la maldad. No se queja tanto de que estas cosas se hacen "en el día de hoy" en palacio sino que él, el Escudero, no ha tenido la oportunidad de hacerlo como los demás. No ofrece ningún contrapeso de bondad al cuadro negativo de la vida en la corte; y de ahí su increíble negativismo, merecedor de la misma antipatía conferida a dos demás amos de Lázaro. Si el Ciego fue dibujado dentro del esquema de la avaricia y la crueldad, y el Clérigo dentro de la avaricia y de la mezquindad, el Escudero lo será por su fatuidad y necedad, viéndose hasta qué punto está dispuesto a llegar para vivir según un código falso y vacío y en sus consecuencias, sobremanera anticristiano.
El último toque irónico se nos ofrece en forma del Escudero que deja a su criado. La vida de Lázaro sigue su marcha en adversidades. Pero este capítulo, a diferencia de los dos anteriores, marca un cambio de ruta en la deformación moral del propio Lázaro. Ha aprendido que las apariencias valen y tienen su función en un plano social. Lázaro va a guardar bien esta lección en su alma para más tarde cuando tenga que tomar ciertos pasos decisivos en su búsqueda de un "buen puerto" y del arrimo de los "buenos".


El capítulo cuarto, en su brevedad, ofrece al crítico toda clase de problemas y misterios. Acostumbrado al desarrollo relativamente más vasto de los tres capítulos anteriores, el lector tiene perfecta razón de sentirse un tanto defraudado por el autor. Las razones abogadas por la brevedad son aceptables por ambos lados. De una parte están los que piensan que el autor, el editor o el censor quitó gran parte de lo narrado por razones prácticas de censura. No es difícil encontrar posibilidades para sostener tal tesis. El final del capítulo se cierra por su alusión a "cosillas", diminutivo bastante picante de la curiosidad. Del Monte ha sugerido actos o tendencias homosexuales por parte del Fraile. Nos preguntamos, ¿qué es lo que sería en ese momento histórico tan nocivo a las costumbres para merecer tales censuras? ¿Un cura pederasta? Esto sería demasiado para la vida intelectual española de aquella época y en aquel momento. Es una gran posibilidad.
Al otro lado están los que buscan la clave en una elaboración distinta de la obra. Courtney Tarr piensa que hemos conocido lo bastante a Lázaro mediante los primeros amos, y no es necesario seguir adelante en el mismo ritmo y paso. Los capítulos breves de El Lazarillo se conformarían con un esquema drásticamente manipulado dentro de una visión artística explorada por el autor. ¿Es necesario decirnos qué son estas "cosillas"? No, por cierto. La estructura del capítulo tal como está nos da una imagen bien clara de un cura andariego si no peor. Lo que falta es la desdibujación por medio de cuentos o episodios particulares que iluminarán las debilidades de estos personajes, como lo ha hecho el autor en los primeros tres capítulos.
En el quinto capítulo empezamos a conocer al Buldero por sus astucias en la manipulación de los demás curas. El Buldero depende de su habilidad de engañar a la gente por medio de sus palabras. Sus defectos -o cualidades si se quiere- se encuentran en aquella frase:

... un gentil y bien cortado romance y desemboltísima lengua.

Todo lo de este capítulo gira alrededor de este concepto labial. Si el Escudero engañaba con su aspecto visual y vivía únicamente para con sus congéneres en un plano social aparencial, el Buldero vive de un contacto sustancial que le permite explotar esta maña de su lengua. Su campo de acción ocupa casi todo el capítulo, y es verdad que Lázaro es un observador y no participante en este episodio. Los protagonistas de esta farsa son el Buldero y el Alguacil. Mucho se ha escrito sobre las fuentes de este episodio, y es evidente que los ejemplos literarios abundan antes y después del ejemplo de nuestro Buldero. Aunque es verdad que se conoce al cura tramposo en la vida y en las tradiciones populares, es igualmente verdad que el Buldero llega a ser blanco acérrimo de escritores erasmistas. Erasmo y sus seguidores atacan a los bulderos. Hay que notar también que el autor, probablemente para evitar que su cuento se aleje de un problema particular, hace que la orden a que pertenece el Buldero sea la de la Santa Cruzada, objeto vivo de críticas en primer término de la vida española, igual que lo fue la orden de la Merced en las Indias.
El autor presenta su episodio dentro del topos renacentista del engaño ante los ojos. Las acusaciones del Alguacil son verdaderas: uno es falsario y el Alguacil es ladrón. Se refuerza este concepto con una riña en que los dos tienen que ser separados. ¿Quién dudaría de esta realidad? Al día siguiente, el Alguacil repite en la iglesia las mismas acusaciones envueltas en mentiras y semi-mentiras delante de los fieles crédulos. El que se levanten "algunos hombres honrados" para callarle prueba además la efectividad de la burla. Si se puede convencer a éstos, no hay más que hacer para llevarla a cabo.
No debe olvidarse que este repartidor de bulas, mañoso y astuto, es también predicador, otro objeto de la crítica erasmista. Además, al principio nos dice el autor que no sabe bien su latín, y va a burlarse de la inocente fe de los parroquianos. El Buldero es anticristiano en el pensamiento y en la práctica.
La oración que dice el Buldero pertenece a la tendencia de usar palabras para la trampa. Como el Ciego antes que él, el Buldero es capaz de componer sermones y oraciones conmovedores en que se dirige directamente a Dios en oración vocal y no mental, otro problema espinoso que Erasmo trata en sus obras.
La reacción del Alguacil dentro de la burla vuelve a la nota realista del engaño ante los ojos. ¿Quién dudaría de la verdad de este episodio? Y mientras que el Alguacil sufre su "pasión", el Buldero está en el púlpito como "transportado". Según Ricapito, esta burla de amplia repercusión tiene un propósito triple: engañar a los fieles, engañar a Dios, y engañar a Lázaro. Tienen éxito los dos burladores en las tres áreas. Las más importantes son la burla hecha a Dios y la burla de que es víctima pasiva Lázaro. Aquél pertenece al mundo de la polémica erasmista, éste al juego de recursos que van a determinar la formación de la personalidad social y moral de Lázaro. La lección que Lázaro aprende es que no se pude fiar definitivamente de nada ni nadie. Con el Escudero, que le ha enseñado que un hombre puede parecer medrar en un mundo de apariencias, y el Buldero que le enseña que todos están sujetos a la trampa, por más cerca que estén del burlador, Lázaro puede orientarse ahora hacia sus ambiciones sociales y personales.
El capítulo sexto plantea los mismos problemas en cuanto a su brevedad que el cuarto, pero con algunas diferencias. Se repite el tema de la adversidad con el amo pintor de panderos. Luego se pasa al capellán. Volvemos al esquema de crítica religiosa. El capellán negociante al lado de su iglesia es otro ejemplo ofensivo de los reformadores erasmistas. Pero lo poco que hay ahí está envuelto en una finísima ironía vertida de una maestría artística. Lázaro ha dejado de ser niño; es ya más que un adolescente. Las miras de Lázaro están levantadas a metas comerciales. Ya gana su dinerillo. Está muy lejos del Ciego y del Clérigo de Maqueda, pero la sombra del Escudero empieza a proyectarse en la vida de Lázaro. Con el dinero que recibe de su trabajo se compra:

(...) de la ropa vieja ... un jubón de fustán viejo y un sayo raído de manga tranzada y una capa que había sido frisada y una espada de las viejas primeras de Cuéllar.

La intención parece clara. Lazarillo ha optado en favor del modus vivendi del Escudero y éste será su héroe-modelo en esta etapa de la lucha por la vida. Es, en efecto, el mismo raído "hombre de bien" de quien se hablaba en el capítulo tercero.
Es tentador tratar de ver a Lázaro en este capítulo como un pequeño burgués. Pero como explica Bataillon, el dinero que gana no llega a tanto como para que le tachemos de "pequeño burgués". Al fin y al cabo, es todavía un pobre chico encarrilado en un nivel ínfimo de la vida. El símbolo de Lázaro ostentando un progreso en la vida, un progreso tachado y apocado, es más importante que el detalle monetario.
El séptimo capítulo nos lleva al umbral de la vida de la madurez de Lázaro. Ya estamos en el "buen puerto" a que se aludía al principio que consiste en cierto renombre social, contado con gran sarcasmo y no poca ironía. Medra haciéndose pregonero, uno de los menesteres más viles, acompañando a los que "padecen persecuciones" lo cual trae a la memoria al propio padre de Lázaro. El círculo abierto en el primer tratado parece cerrarse. Ésta es solamente una parte de las "cosas tan señaladas" a que aludía al principio de su relato. Consecuente con otros capítulos el autor nos da un ejemplo del vicio o defecto de un personaje, pero reserva otro para dar remate al libro. Éste será el amancebamiento de su propia esposa con el Arcipreste. Es el Arcipreste quien promueve el casamiento viendo en Lázaro un gran "estulto", y la posibilidad para dar cierto decoro social y apariencia a su amancebamiento. El casamiento se hace posible mediante los acostumbrados regalos con que se compra la voluntad de Lázaro quien, por la vida trabajosa que tuvo, no tiene inconveniente alguna en aceptar el deshonor, con tal de que no se lo echen en cara. El honor resbaladizo en que Lázaro basa su casamiento es el antihonor; el no escuchar y el no darse cuenta de los chismes, a pesar de que sabe que son verdades. Este es el "buen puerto" y el acontecimiento "señalado" que el autor hace ostentar a su personaje. Triste final de vergüenza y acomodación del que se adelantaba en el prólogo para que viéramos y le aplaudiéramos.

Edición de Cátedra de 1982,con el
estudio de J.V. Ricapito, base
de las entradas para este blog
El autor tiene que dejar su último toque en el cuadro del antihonor y vergüenza que su personaje ha conseguido, y esto será la alusión al emperador que celebra las Cortes en Toledo en medio de "grandes regocijos". La yuxtaposición es aplastante. La conciencia política del autor que hasta este momento existía en la novela en una forma latente e indirecta sale ahora a primer término en los últimos renglones de la obra; innegable y último comentario con que el autor va a despedirse del lector: el emperador en Toledo celebrando sus Cortes y Lázaro en su prosperidad y en la cumbre de toda buena fortuna.
El Lazarillo resulta pues creación híbrida, curiosa a su manera, resultado de toda una gama de incitaciones literarias, nacionales y extranjeras, morales, sociales, políticas, con la lección erasmista en primer plano. Su autor fue un hombre culto, conocedor de varias literaturas y géneros literarios, gran conocedor de Erasmo y de su obra, y de la Biblia, posible converso y en algún momento probable disidente político. Si el autor de esta insigne obra, que crea las posibilidades de la gran novela cervantina y consiguientemente la moderna, no fue Alfonso de Valdés, tuvo que ser alguien semejante a él.

lunes, 10 de diciembre de 2012

La caída de los gigantes

Me ha llevado más de cinco meses esta novela. No por la cantidad de páginas, sino porque ha sido mi estreno con el ebook. Durante los meses de verano, con el sol en la piscina no veía nada en la pantalla, así que eran los ratos del atardecer los que podía aprovechar hasta la hora de la cena. Así, he ido intercalando otros libros en papel, que ya los he nombrado en este blog. A mediados de agosto, me estrené con las lentes progresivas, y en el tiempo de adaptación, me cansaba pronto leyendo, girando la cabeza para poder enfocar bien a lo largo de una sola línea. Cuando terminaron las vacaciones, y llegó la tranquilidad de la rutina laboral, las noches se serenaron y las lecturas se hacen por fin más largas.
Lo mejor del ebook es la comodidad por el poco peso, aunque para mis ojos es más cansado que el papel.
En cuanto a la novela, me parece entretenida e instructiva al mismo tiempo, del mismo modo que lo fue la primera obra de Follet que leí, Los pilares de la tierra, que me entusiasmó en su día.
Como lamentablemente tengo escasos conocimientos de historia, he podido encontrar en esta novela explicaciones a la Primera Guerra Mundial, y por curiosidad he buscado información sobre aquellos acontecimientos. Y la novela termina invitándonos a continuar con la siguiente, presentando dos cosas: por un lado, las consecuencias que tuvo para Alemania el Tratado de Versalles, y por otro, la aparición del Partido Nacional Socialista de Adolf Hitler.