martes, 31 de diciembre de 2013

La delicadeza

El año 2013 ha terminado con la lectura de esta delicadeza, un libro escrito con elegancia, con suavidad. Una historia que mientras leía me recordaba insistentemente a una amiga mía que acaba de enterrar a su marido.
Este libro lo compré el verano pasado en una papelería de Isla Cristina, y lo he empezado ahora, pero ha sido una casualidad el que la historia real de esta amiga mía haya coincidido con su lectura. Esto ha hecho que valore más el trabajo de su escritor, David Foenkinos, ya que ha incluido muchos sentimientos que se pueden comparar con los que mi amiga vive: la culpabilidad, la fuerza y la fragilidad a un mismo tiempo, la necesidad y la incapacidad de recomponer toda una vida tras la muerte de la pareja.
Me ha hecho disfrutar tanto que no he dudado en regalarlo estas navidades a mi hermana y en recomendarlo a los amigos.

jueves, 26 de diciembre de 2013

José Cadalso, una vida desengañada

A Cadalso, como después a los escritores de la Generación del 98, "le dolía España". Movido por una honda preocupación por los asuntos de su país, Cadalso realizó en sus Cartas marruecas un fino análisis crítico de la sociedad española. Como él mismo decía, "he dado a luz un papel, que me ha parecido muy imparcial, sobre el asunto más delicado que hay en el mundo, cual es la crítica de una nación".

1. Biografía
Nacido en Cádiz en 1741, José Cadalso perteneció a una familia acomodada. Tuvo, sin embargo, una niñez desgraciada, puesto que, muerta su madre cuando él tenía dos años y ausente su padre por cuestiones de negocios, el niño quedó al amparo de su familia materna. Él mismo se lamentaría después de "la desgracia que me acompaña desde la niñez".
Cadalso fue militar de carrera desde los 21 años y simultaneó esta actividad con la de escritor. Y fue el ejercicio de las armas lo que acabó con su vida cuando tenía cuarenta años, ya que murió por una herida de granada en el asedio de Gibraltar el año 1782.
Una circunstancia de la vida de Cadalso que tuvo una importancia decisiva para su obra fue la esmerada educación que recibió tanto en España como en Francia. Esta formación se vio ampliada con diversos viajes por Europa. En ellos tuvo ocasión de conocer otras culturas que le proporcionaron los elementos de comparación necesarios para poder analizar su propio país, tal como hizo en sus Cartas marruecas.
Otra circunstancia vital que influyó en su obra fue su amor hacia la actriz María Ignacia Ibáñez, un amor muy breve y desdichado, ya que la joven murió un año después de que ambos se conocieran. Esta desgracia sumió a Cadalso en una profunda desesperación. Fue entonces cuando escribió sus Noches lúgubres, obra en la que el autor se muestra como precursor del Romanticismo.
La orfandad, el amor frustrado y algunas otras vivencias negativas fueron perfilando una personalidad pesimista. El propio Cadalso se ve como una persona que ha madurado prematuramente cuando, refiriéndose a sí mismo, dice:

Desde niño tuvo lances de hombre, y de joven desengaños de viejo.

2. La crítica de la realidad
De acuerdo con los principios de la Ilustración, muchos escritores del siglo XVIII adoptaron en sus obras una actitud crítica y didáctica, con el fin de contribuir a mejorar la sociedad en la que vivían. Así lo hicieron, entre otros, Feijoo y Jovellanos en sus ensayos, Moratín en su teatro o Iriarte y Samaniego en sus fábulas. También Cadalso adoptó esta actitud crítica ante la España del momento. Y a diferencia de otros autores, su educación en Francia y sus viajes por Europa le dieron la oportunidad de contrastar la realidad y las costumbres españolas con las de otros países europeos.
En el siglo XVIII se desarrolla además un subgénero narrativo muy adecuado para analizar la realidad social y las costumbres de un país: los libros de viajes. El viajero que recorre con detenimiento un país que no es el suyo percibe con mayor objetividad los vicios y las virtudes de las gentes, y ello le permite alabar lo bueno y denunciar o censurar lo malo sin ningún apasionamiento. Cadalso se inscribe en esta tradición y adopta el libro de viaje como un procedimiento. Así, en su obra Cartas marruecas ofrece el análisis de la sociedad española desde la óptica de un extranjero que recorre el país.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Lo que esconde tu nombre

Este libro fue el regalo de Reyes de las pasadas navidades. Pero no lo he empezado hasta octubre, y me ha llevado dos meses. No me ha entusiasmado, la verdad, más bien me ha resultado largo para contar tan poca cosa.
Se trata de un libro lento, cuyos personajes no están suficientemente bien definidos, digamos que no se les coge aprecio como para interesarse por sus historias.
Para mí, a este libro le falta corazón, tensión, energía... 
Cuando le dieron el Premio Planeta 2013 a Clara Sánchez por su novela El cielo ha vuelto, en esa noche yo estaba leyendo ésta, y me alegró mucho el premio en ese momento. Permitió que confiara en esta autora y en este Lo que esconde tu nombre.
Pero ahora que lo he terminado, no encuentro criterios positivos para recomendarlo.
En fin, pasaremos a otra cosa.

lunes, 18 de noviembre de 2013

El teatro neoclásico

En los primeros años del siglo XVIII, el teatro siguió la senda marcada por Lope y Calderón. Pero pronto surgió la polémica entre los defensores del teatro popular barroco y quienes exigían una renovación de la escena. Así, el propio Luzán atacó en su Poética el teatro barroco, del que censuraba entre otras cosas que mezclara lo trágico y lo cómico y no respetara la unidad de lugar, la unidad de tiempo y la unidad de acción. Frente a este tipo de obras, Luzán propugnaba un nuevo teatro sujeto a normas, con obras verosímiles escritas con una finalidad didáctica.
Algunos dramaturgos intentaron revitalizar la tragedia de corte clásico, pero no contaron con el fervor del público. Más éxito tuvo, en cambio, la comedia neoclásica, creada por Leandro Fernández de Moratín, quien durante la segunda mitad del siglo XVIII dio vida a un teatro neoclásico cuyos rasgos básicos son los definidos por Luzán.

 Leandro Fernández de Moratín 

Leandro Fernández de Moratín es el máximo representante del teatro neoclásico. Nacido en Madrid el año 1760, era hijo de otro escritor neoclásico, Nicolás Fernández de Moratín, a quien debió su afición literaria. Fue traductor del gran dramaturgo francés Molière y admirador de las corrientes procedentes de Francia. En la guerra de la Independencia española, Moratín colaboró con el régimen de José Bonaparte, por lo que fue desterrado al finalizar la guerra. Murió en París el año 1828.

El nuevo teatro
Aunque cultivó distintos géneros, la verdadera vocación de Moratín era el teatro. Escribió cinco comedias, de las cuales destacan La comedia nueva o El café y El sí de las niñas. En ellas Moratín fija la fórmula de la comedia neoclásica.
  • La comedia nueva o El café es una sátira en la que, a través de un sencillo argumento, el autor critica las obras teatrales en boga y propone la reforma del teatro.
  • El sí de las niñas plantea el problema de los jóvenes a quienes sus padres casan sin tener en cuenta sus sentimientos. Doña Irene decide casar a su hija Francisca, de 19 años, con un anciano rico llamado don Diego. Sin embargo, la joven ama a Carlos, sobrino de don Diego. Después de acordada la boda, el tío se entera del amor entre los dos jóvenes, renuncia a su matrimonio, censura la costumbre de imponer una boda a los hijos contra su voluntad y decide proteger a la pareja.
Técnica y estilo: enseñar deleitando
El propio Moratín define la función que tiene la comedia nueva que él cultiva:

Ésta [la comedia] imita a los hombres como son, imita las costumbres nacionales, los vicios y errores comunes, los incidentes de la vida doméstica. Expone a los ojos del espectador las costumbres populares que hoy existen, no las que pasaron ya; las nacionales, no las extranjeras; y de esta imitación dispuesta con inteligencia, resulta necesariamente la instrucción y el placer.

El teatro de Moratín se ajusta perfectamente al modelo de Luzán. La sujeción a las normas, el carácter didáctico, la acertada caracterización de los personajes y un lenguaje sobrio y natural son sus rasgos más destacados.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

La prosa en la Ilustración: el ensayo

Los ilustrados encontraron en el ensayo el cauce más adecuado para la exposición de sus ideas. Por eso, este género se impuso con fuerza en el siglo de la Ilustración.
El ensayo es un género de exposición nacido en Francia en el siglo XVI. En él cabe cualquier tema: ciencia, filosofía, arte, costumbres... Ahora bien, a diferencia de la exposición científica, el ensayo suele ser breve, no trata los temas de forma exhaustiva y supone un enfoque personal del autor.
En el siglo XVIII hubo importantes ensayistas pero entre otros destacaron dos: Gaspar Melchor de Jovellanos, autor de diversas obras de contenido político, económico y didáctico escritas con el afán de mejorar las condiciones del país, y el Padre Feijoo.

Padre Feijoo (1676 - 1764)
 Feijoo 
Nacido en 1676 en Casdemiro (Orense), Benito Jerónimo Feijoo fue un fraile benedictino que dedicó su vida al estudio y la reflexión. Fue profesor de Teología y de Sagradas Escrituras en la ciudad de Oviedo y ejerció como consejero real. Sin embargo, renunció a desempeñar diversos cargos públicos, entre ellos el de obispo, para dedicarse por entero a su obra.

Una obra enciclopédica
Feijoo es autor de una extensa obra, que está reunida en los ocho volúmenes de su Teatro crítico universal y en los cinco de sus Cartas eruditas y curiosas.
El Teatro crítico universal es un conjunto de ensayos de temas variadísimos: filosofía, economía, política, religión, medicina, pedagogía, ciencias naturales... La palabra teatro alude simplemente al hecho de dirigirse a un público amplio; crítico, se refiere al enfoque del autor; y universal, al intento de realizar una obra totalizadora, enciclopédica, de los conocimientos disponibles en la época.
En sus obras, Feijoo divulgó los adelantos científicos y culturales de su época y atacó las supersticiones y prejuicios arraigados en el pueblo. Así censuró la creencia en los duendes o en la astrología, los temores que despiertan los fenómenos naturales, etc. Y, por el contrario, defendió el estudio de las ciencias que, como la Física, la Química, las Matemáticas o la Medicina, están basadas en la experimentación y pueden llegar a resultados seguros y fiables.

Un racionalista cristiano
Feijoo investigaba, consultaba a las autoridades sobre cada tema y analizaba cuidadosamente las ideas para finalmente aceptarlas, negarlas o suspender el juicio. Sus herramientas de trabajo eran la razón y la experimentación. Racionalista convencido, supo conciliar la razón y la fe, el espíritu de la Ilustración y los valores tradicionales cristianos.
El objetivo primordial que Feijoo perseguía con sus ensayos era modernizar ideológicamente el país, desterrando los errores nacidos de la superstición y la ignorancia. El público que realmente le interesaba no era la minoría selecta de intelectuales, sino la población en general, cuyas formas de vida quería mejorar mediante la educación y la erradicación de la incultura.

Creador del lenguaje del ensayo
Como corresponde a su finalidad didáctica, el estilo de Feijoo es claro y natural, libre de toda afectación o artificio, un lenguaje que sentó las bases del lenguaje ensayístico posterior. Su estilo es ágil y desenfadado y sabe dar vida a cualquier idea mediante el uso de ejemplos, analogías de hechos cotidianos, imágenes... De su estilo dijo Azorín:

La prosa estaba entumecida, anquilosada, fosilizada, y Feijoo ha venido a reavivarla.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

El didactismo: la fábula

La fábula es una composición breve, generalmente en verso, en la que del comportamiento de animales o seres inanimados se extrae una enseñanza o moraleja. Este género, por su carácter didáctico, es representativo del siglo XVIII, pero tiene antecedentes en Grecia y Roma, donde lo cultivaron Esopo y Fedro, respectivamente, y en Francia, con La Fontaine, el gran fabulista del siglo XVII. En la Edad Media, también caracterizada por el didactismo, autores como el Arcipreste de Hita recurren a la fábula.
Los grandes fabulistas del siglo XVIII español son Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego. Las fábulas de Iriarte, llamadas Fábulas literarias, contienen una serie de enseñanzas sobre la creación literaria; las de Samaniego, llamadas Fábulas morales, versan sobre asuntos varios, muchos de ellos tomados de los fabulistas de la antigüedad. He aquí una breve fábula de Samaniego sobre el sinsentido de atacar al más poderoso:

En casa de un cerrajero
entró la Serpiente un día,
y la insensata mordía
en una Lima de acero.
Díjole la Lima: "El mal,
necia, será para ti;
¿cómo has de hacer mella en mí,
que hago polvos el metal?"
Quien pretende sin razón
al más fuerte derribar,
no consigue sino dar
coces contra el aguijón.

Tomás de Iriarte, de origen canario, es uno de los escritores más representativos de la época. Aunque cultivó la lírica y el teatro, debe su fama a sus Fábulas literarias, a través de las cuales presenta una serie de enseñanzas de tipo literario o moral. Se trata de setenta y seis fábulas compuestas en metros variados, notables por su originalidad y su cuidada elaboración. Entre ellas hay algunas tan conocidas como El lobo y el pastor, La mona, Los dos conejos...


Las Fábulas literarias de Iriarte constituyen una preceptiva en la que el autor plasmó las ideas estéticas del momento: el clasicismo, la sencillez en el lenguaje, la conveniencia de aunar lo útil y lo bello o la necesidad de someter el arte a reglas. Esta última idea es la que defiende en una de sus más conocidas fábulas, El burro flautista, en cuya moraleja concluye:

Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

miércoles, 30 de octubre de 2013

La poesía neoclásica

Durante el siglo XVIII, la poesía fue un género en franca decadencia, entre otras causas por el didactismo y el espíritu práctico y prosaico que impregnaba la sociedad de esta época. Del escaso valor que se concedía a este género da idea la respuesta que dio Jovellanos a un amigo que le manifestó su deseo de escribir un poema dedicado a España:

Haga usted cosas más útiles: unas memorias agrícolas, comerciales o artísticas de Sevilla, por ejemplo.

La poesía neoclásica huye de los excesos del Barroco y busca sus fuentes en el Renacimiento y la antigüedad grecolatina. Sus temas predominantes fueron la naturaleza, considerada como modelo de sencillez y armonía, y los temas sociales propios de la Ilustración: la amistad, la filantropía, el progreso...
Los poetas más destacados de la época pertenecen a la llamada escuela salmantina, que entroncó con la poesía tradicional castellana, especialmente con Garcilaso y Fray Luis de León. Los poetas de la escuela salmantina buscaron el equilibrio entre la expresión y el contenido y trataron temas bucólicos y campesinos. El poeta más destacado de esta escuela y de toda la centuria es Meléndez Valdés.


Juan Meléndez Valdés
(1754 - 1817)
 Meléndez Valdés 
Juan Meléndez Valdés nació en Ribera del Fresno (Badajoz) en el año 1754. Estudió leyes en Salamanca, de cuya universidad fue después catedrático. Su carácter débil e indeciso le llevó a aceptar un cargo durante la invasión napoleónica, motivo por el que tuvo que emigrar a Francia después de la guerra. Murió en Montpellier en 1817.
En su poesía, dotada de una gran perfección formal, se distinguen dos épocas, que reflejan las dos tendencias poéticas del momento:
  • En su primera época cultivó la poesía amorosa de tono ligero y sensual. Se trata de una poesía pastoril en la que el amor de pastoras y pastores transcurre en un ambiente de fiesta, enmarcado en una naturaleza amable y armoniosa. Los poemas, de tono sensorial, leve y juguetón, están escritos en metros cortos, lo que les confiere una gran fluidez y un ritmo ágil.
La blanda primavera
derramando aparece
sus tesoros y galas
por prados y vergeles...
  • En su segunda época, el poeta aborda temas ideológicos, bien sean las ideas filantrópicas de la Ilustración -como la defensa de los desvalidos, la mejora de la agricultura o la protección de las ciencias-, bien sean ideas filosóficas y religiosas en la línea de Fray Luis.
... Y la mente que no vía
sino sueños fantásticos, ahincada
corre a ti, ¡oh celestial filosofía!,
y en el retiro y soledad se agrada.

En la poesía de esta segunda época, lo sensorial cede paso al sentimiento y al sentimentalismo, con lo que preludia el Romanticismo. La naturaleza, especialmente los paisajes nocturnos o invernales, se toma como punto de partida para las grandes reflexiones y el estilo se hace más solemne y declamatorio. Se gana en profundidad en los temas pero se pierde en espontaneidad y frescura.

viernes, 25 de octubre de 2013

La literatura del siglo XVIII

 El Siglo de las Luces 
El siglo XVIII fue una época en la que se produjeron grandes cambios tanto en lo político, lo social y lo religioso como en el ámbito del pensamiento y de las actitudes vitales. De hecho, el rasgo característico de esta época es la confianza en la razón y, por tanto, la recuperación de la fe en el ser humano. La razón, en efecto, es el valor supremo, la luz que guía a los seres humanos en la búsqueda del saber. Por ese motivo a esta época se la conoce como Ilustración o Siglo de las Luces.

Fundación de la Biblioteca Nacional y de la Real
Academia Española (1712-1713)
En materia artística, los excesos del Barroco condujeron a un nuevo clasicismo; de ahí el nombre de Neoclasicismo, que se aplica a la corriente artística que domina en este periodo.
Así como el Renacimiento nació en Italia y de allí se extendió a toda Europa, en el siglo XVIII fue Francia el foco de donde irradiaron las nuevas tendencias.

 La Ilustración 
La Ilustración es un movimiento ideológico procedente de Francia que se caracteriza por la confianza en la razón como fuente de conocimiento y en la educación como única vía posible para lograr el bienestar individual y social. En materia religiosa, la Ilustración propugna la tolerancia, por oposición al fanatismo y la intolerancia de la época precedente.
Para los ilustrados, la raíz de todos los males sociales e individuales está en la ignorancia. Por ello se concede gran importancia a la educación, como podemos ver en estas palabras de Jovellanos:

Las fuentes de la prosperidad social son muchas; pero todas nacen de un mismo origen, y este origen es la instrucción pública. Ella es la que las descubrió, y a ella todas están subordinadas. La instrucción dirige sus raudales para que corran por varios rumbos a su término; la instrucción remueve los obstáculos que pueden obstruirlos o extraviar sus aguas. Ella es la matriz, el primer manantial que abastece estas fuentes... Con la instrucción todo se mejora y florece; sin ella, todo decae y se arruina en un estado.

Las ideas de la Ilustración no se quedaron en el ámbito de los intelectuales, sino que también guiaron la actuación de los gobernantes. La política oficial propició la creación de numerosas instituciones culturales, entre ellas, la Real Academia de la Lengua, fundada en 1713 con el fin de estudiar y fijar los usos correctos del castellano. Para conseguir este objetivo, la Academia publicó a lo largo del siglo XVIII el Diccionario de Autoridades, la Ortografía, la Gramática y el Diccionario usual.

 El triunfo de la razón 
Felipe V de Borbón reinó en España
entre 1700 y 1746
El siglo XVIII aportó una forma distinta de gobernar, atenta a las necesidades de la población; una modernización de la sociedad; un concepto del ser humano como ser libre pero necesitado de la educación para usar de la libertad; un nuevo modo, racional y experimental, de enfrentarse al conocimiento.
La literatura de la época no sólo refleja estas ideas, sino que se convirtió en agente de las reformas, en un instrumento capaz de educar a la población con el fin de lograr su bienestar.
  • La instauración de la casa de Borbón en España tras la guerra de Sucesión (1700-1713), supuso un cambio en las tradicionales formas de gobierno. Los Borbones propiciaron el llamado despotismo ilustrado, una forma de gobierno que responde al lema "Todo para el pueblo, pero sin el pueblo". Aconsejados por una minoría culta, estos reyes se propusieron como objetivo básico el progreso material y cultural del país, y para lograrlo promovieron la educación y la cultura. La importancia concedida a la educación se refleja en el carácter didáctico de la literatura de la época, lo cual explica el florecimiento de la fábula y el cultivo de un teatro concebido como un medio para ilustrar y moralizar al público.
  • En el plano ideológico, los ilustrados sometieron a crítica el saber tradicional: había que dudar de todo, revisarlo todo, someterlo todo a la luz de la razón. La literatura también respondió a este afán crítico; por este motivo, el ensayo fue el género más cultivado.
 Una literatura de ideas 
En la literatura del siglo XVIII existen al menos tres corrientes:
  • El posbarroquismo, que pretende continuar el Barroco, ya gastado.
  • El neoclasicismo, que aplica los principios de la Ilustración y busca un regreso a lo clásico. Es la corriente más característica de este período.
  • El prerromanticismo, que preludia el Romanticismo al anteponer el sentimiento a la razón.
El Neoclasicismo se impuso como reacción al Barroco y, frente a lo que consideraban excesos barrocos, opuso el ideal de búsqueda de la claridad y armonía clásicas. El retorno a los principios que inspiraron las obras de Grecia y Roma hizo que se impusieran una serie de normas o preceptos a los que debía sujetarse la obra literaria. Frente a la libertad del escritor barroco, el autor neoclásico debe someterse a la autoridad de los preceptistas, entre los que destaca, en España, Ignacio Luzán. He aquí algunos de los preceptos que Luzán establece en su Poética, publicada el año 1737:
- La obra debe tener un carácter universal y genérico, y debe reflejar la realidad, ser verosímil.
- Se deben delimitar los géneros, de modo que no se mezcle lo trágico y lo cómico, el verso y la prosa, el tono elevado y el tono familiar.
- La finalidad de la obra literaria debe ser moral o educativa.
Se propone, pues, una literatura verosímil, racional y didáctica que ejerza una función formativa. De este modo, la literatura se convierte en transmisora de ideas y de pautas de conducta. 
A esta excesiva rigidez iban a oponerse a principios del siglo siguiente los románticos, proclamando la libertad del escritor.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

El estilo de Quevedo

Desde muy joven, Quevedo se enfrentó violentamente a Góngora. Fue en parte una cuestión personal, motivada probablemente por el deseo de superación, pues ambos partían de unos mismos principios lingüísticos: conseguir, por medio de juegos de palabras, conceptos nuevos. Pero detrás estaba también la ideología: Quevedo veía en el "culteranismo" un ataque a la lengua transmitida, una "hipocresía" lingüística que, comos las nuevas costumbres -moda, cosméticos, pelucas, dentaduras postizas, lujos-, ocultaba la realidad. La poesía gongorina, como la sociedad de su tiempo, estaba corrompida.
Quevedo utilizó metáforas a la manera cultista (relámpagos de risa carmesíes), pero, en general, prefirió otras fórmulas más económicas para provocar conceptos. Si en prosa tendió a decir mucho con pocas palabras, en poesía es éste el recurso habitual. De ahí que prefiriera recursos como éstos:

- La metáfora que tiende a la personificación o a la cosificación:

En los claustros del alma, la herida yace callada.

- La polisemia:

Largo sólo en el talle

Donde "largo" tiene un doble significado: "largo" y "generoso".

La originalidad no radica en sí en el uso de estos recursos, sino en la novedad de las relaciones conceptuales, en la agudeza verbal.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Quevedo: obras en prosa

Las obras en prosa de Quevedo son muy numerosas y variadas. Según los temas que tratan se clasifican en obras festivas, satírico-morales, políticas, ascéticas y filosóficas. Escribió además algunas traducciones en prosa, numerosas cartas, que son hoy de gran utilidad para conocer ciertos aspectos íntimos del autor, y la novela picaresca Historia de la vida del buscón, llamado don Pablos.

Obras festivas
A este género pertenecen algunas de sus primeras composiciones, en las que trata de remedar burlescamente informes, pragmáticas, ordenanzas, memoriales y otros escritos similares. Tuvieron amplísima difusión manuscrita. Las más conocidas son Capitulaciones de la vida de la Corte, Cartas del caballero de la Tenaza, Premática y aranceles generales y Premática de los poetas hueros. Véase un ejemplo de esta última:

Item. Por estorbar los insolentes hurtos que hacen, mandamos que no se puedan pasar coplas de Aragón a Castilla, ni de Italia a España, so pena de callar un mes el poeta que tal hiciere, y si reincidiere, de andar un día limpio.

Sátiras morales y alegóricas
Son, sin duda, las piezas narrativas más interesantes. A este género pertenecen Los sueños y La fortuna con seso y la hora de todos.


Grabado de Los sueños de Quevedo
Los sueños
Publicado en 1627, Sueños y discursos son cinco piezas breves escritas en diferentes fechas: El sueño del Juicio Final, El alguacil endemoniado, El sueño del Infierno, El mundo por de dentro y El sueño de la Muerte. En ellas el autor sueña que se encuentra en el infierno o en el día del Juicio Final o con la Muerte o con un anciano o bien oye a un demonio que está metido en un alguacil. El artificio narrativo permite presentar un divertido desfile de personajes -figuras- de todas las épocas y profesiones y descubrir cómo es realmente el mundo por dentro. Tras el velo de la risa, se encuentra la visión ética y filosófica de Quevedo. Véase un ejemplo de El sueño del Juicio Final:

Llegó tras ellos un avariento a la puerta, y fue preguntado qué quería, diciéndole que los Diez Mandamientos guardaban aquella puerta de quien no los había guardado; y él dijo que en cosa de guardar era imposible que hubiese pecado. Leyó el primero: Amar a Dios sobre todas las cosas; y dijo que él sólo aguardaba a tenerlas todas para amar a Dios sobre ellas. No jurar su santo nombre en vano; dijo que él, aun jurando falsamente, siempre había sido por muy grande interés; y que así no había sido en vano. Guardar las fiestas; éstas, y aun los días de trabajo, guardaba y escondía. Honrar padre y madre: "Siempre les quité el sombrero". No matar; por guardar esto no comía, por ser matar al hambre comer. No fornicar: "En cosas que cuestan dinero, ya está dicho". No levantar testimonio:
- Aquí -dijo un diablo- es el negocio, avariento; que, si confiesas haberle levantado, te condenas, y si no, delante del Juez te le levantarás a ti mismo.
- Si no he de entrar, no gastemos tiempo.

La hora de todos
La Fortuna, enviada por Júpiter, hace que en una hora determinada todo y todos se manifiesten como verdaderamente son. Se trata de una estupenda sátira de la sociedad y la política, en que se incluye un feroz ataque contra el conde duque y sus colaboradores.

Obras políticas
Es el grupo más extenso. Las más importantes son Política de Dios y Marco Bruto.
  • En Política de Dios se propugna una política cristiana que siga la Biblia -Quevedo la interpreta como quiere-, frente a los seguidores de Maquiavelo.
  • En Marco Bruto, una de sus últimas obras, se glosa el texto de Plutarco que trata de la muerte de César y la conspiración de Marco Bruto. Su interés, aparte del político -una reflexión sobre la tiranía-, radica en que la obra está escrita en estilo ático: decir mucho con pocas palabras. Quevedo siempre lo había utilizado, pero aquí lo lleva al límite. Véase un ejemplo:
Gastaré pocas palabras, y haré gastar poco tiempo. Este ahorro de tan preciosa porción de la vida me negociará perdón, si no me encaminare alabanza. Este libro tenía escrito ocho años antes de mi prisión; quedó con los demás papeles míos embargados, y fueme restituido en mi libertad. Nada de lo que es mío tiene algún precio; en todo mi propia ignorancia me sirve de penitencia.

El Buscón

Ilustración de El Buscón que representa
al Dómine Cabra
Hacia 1605, quizás incluso antes, compuso Quevedo la más célebre de sus obras: La vida del buscón, llamado don Pablos. Se trata de una novela picaresca que circuló manuscrita y se publicó en Zaragoza en 1626. En ella se relata la autobiografía de un pícaro, Pablos, hijo de un barbero ladrón y de una bruja celestina.
Pablos entra al servicio de un joven estudiante, amigo de la niñez, llamado don Alonso Coronel; con él sufre el pupilaje en casa del licenciado Cabra, que les hará padecer "hambre imperial". Estudia más tarde en Alcalá, donde los estudiantes realizan crueles y sucias novatadas que se relatan en la obra. Tras recoger la herencia que ha recibido de su tío, el verdugo de Segovia, que ha ajusticiado al propio padre de Pablos, y saber que su madre ha sido emplumada por bruja, decide cambiar de nombre e ir a la Corte para intentar ser aceptado como caballero. Después de una serie de aventuras con caballeros arruinados, clérigos poetas, comediantes y monjas, determina pasar a Indias para cambiar de fortuna. Sin embargo, la frase, de origen clásico, que cierra la obra delata ya que no será posible, pues "fueme peor, como v.m. [vuestra merced] verá en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres".
Aunque haya en la obra una intención social, no siempre coherente y clara, su valor reside esencialmente en la palabra. No existe, como en El Lazarillo, una intención de crear un personaje verosímil, con voz propia, que dé una visión del mundo desde sus experiencias. Aunque a veces la voz del personaje se deja oír, lo normal es que se identifiquen autor y narrador y sea la voz literaria de Quevedo la que domine, como ocurre en este ejemplo:

Entramos en casa de don Alonso y echámonos en dos camas con mucho tiento porque no se nos desparramasen los huesos de puro roídos de la hambre. Trujeron exploradores que nos buscasen los ojos por toda la cara, y a mí, como había sido mi trabajo mayor y la hambre imperial (que, al fin, me trataban como a criado), en buen rato no me los hallaron.
Trujeron médicos, y mandaron que nos limpiasen con zorras el polvo de las bocas, como a retablos, y bien lo éramos de duelos.

miércoles, 28 de agosto de 2013

La obra poética de Quevedo

Las poesías de Quevedo se publicaron póstumas bajo el título Parnaso español, monte en dos cumbres dividido con las nueve musas y Las tres musas últimas castellanas, aunque circularon desde fechas muy tempranas en manuscritos y algunas, como los romances y letrillas, cantadas. El escaso interés por la publicación de versos era frecuente en la época.

Celda de la Hospedería Real de Villanueva de los
Infantes, donde murió Quevedo en 1645.
Quevedo era ya escritor conocido a los veinte años, pues en 1603 el poeta Pedro Espinosa hizo una antología de los mejores poetas de su tiempo, que publicó dos años después con el título Flores de poetas ilustres. El joven Quevedo figura en ella con dieciocho composiciones, codeándose con los ya por entonces famosísimos Góngora y Lope de Vega.
Atendiendo a la temática, se suele clasificar la obra poética de Quevedo en poemas metafísicos, morales, religiosos, de circunstancias, amorosos y satíricos. A continuación veremos los más característicos.

Poemas metafísicos
Se denomina así a un tipo de poesía frecuente en la época, en la que se medita sobre la existencia. La brevedad de la vida, la fugacidad del tiempo, la aceptación de la muerte, son los temas más habituales. El soneto es la forma más común. Estilísticamente se busca la sorpresa con comparaciones y metáforas de la vida cotidiana. Véase un ejemplo, que se abre con la llamada a los de la casa para que abran, aunque con el sorprendente cambio de casa por vida:

¡Ah de la vida!...¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo y adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Véase este otro ejemplo en donde se expone la aceptación tranquila de la muerte. Obsérvese la diferencia de tono entre el primer cuarteto, en el que se presenta la muerte como algo aterrador, y el tono del resto del poema:

Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca de temor y sombras llena.

Si agradable descanso, paz serena
la muerte en traje de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.

¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar piadosa viene
espíritu en miserias anudado?

Llegue rogada, pues mi bien previene;
hálleme agradecido, no asustado;
mi vida acabe y mi vivir ordene.

Poemas morales
En este extenso grupo, en su mayoría sonetos, el poeta reflexiona sobre las virtudes, los vicios, la riqueza, los cambios de fortuna, el poder, etc. Véase, por ejemplo, este soneto dedicado al editor don José González de Salas, en el que se manifiesta el anhelo de la vida retirada del sabio dedicado a la lectura, con una alabanza a la imprenta y una meditación sobre la fugacidad del tiempo.

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Josef!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

Especial interés tiene la Epístola censoria en tercetos dedicada al Conde Duque de Olivares en los inicios de su gobierno, que comienza así:

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

En ella expone Quevedo los ideales de una regeneración de España a través de la reforma moral contra los usos y costumbres -las fiestas, las corridas de toros- de una sociedad que ha perdido sus antiguos valores. Es, de hecho, una breve síntesis de los ideales reformistas que afloran en toda su obra.

Señor Excelentísimo, mi llanto
ya no consiente márgenes ni orillas:
inundación será la de mi canto.

Ya sumergirse miro mis mejillas
la vista por dos urnas derramada
sobre las aras de las dos Castillas.

Yace aquella virtud desaliñada,
que fue, si rica menos, más temida,
en vanidad y en sueño sepultada.

Poemas amorosos
Quevedo compuso numerosos poemas de amor, entre los que se incluye, bajo el título Canta sola a Lisi y, a la manera de Petrarca, un ciclo de sonetos dedicados a una desconocida dama.
Intentó Quevedo renovar la lírica amorosa renacentista por distintas vías, pero en todo caso, es el tratamiento hiperbólico de los motivos amorosos renacentistas y sus especiales metáforas lo característico de su lírica. Véase, por ejemplo, el siguiente soneto:

En los claustros del alma la herida
yace callada; mas consume hambrienta
la vida, que en mis venas alimenta
llama por las médulas extendida.

Bebe el ardor hidrópica mi vida
que ya, ceniza amante y macilenta,
cadáver del incendio hermoso, ostenta
su luz en humo y noche fallecida.

La gente esquivo y me es horror el día;
dilato en largas voces negro llanto,
que a sordo mar mi ardiente pena envía.

A los suspiros di la voz del canto;
la confusión inunda el alma mía;
mi corazón es reino del espanto.

Su tendencia a la crítica procuró a Francisco de Quevedo no pocos enemigos y le condujo en 1639 a
San Marcos de León, antes cárcel y hoy parador de turismo.
Poemas satíricos
Quevedo sintió especial gusto por la sátira pues en ella podía desplegar con mayor libertad todos sus experimentos verbales y, a la vez, poner de manifiesto por medio de la risa los defectos de la sociedad. Cualquier ser animado, cualquier oficio, cualquier actitud, cualquier situación puede ser objeto de su sátira, habitualmente compuesta en sonetos, letrillas y romances.
Los temas de sus poemas satíricos son muy variados: las modas, los viejos, los calvos, los maridos engañados, los sastres, los médicos, los alguaciles, los abogados, la tradición clásica, los herejes, los viciosos... y, desde luego, personas concretas, como, por ejemplo, su enemigo literario Luis de Góngora. Véanse algunas muestras de poemas satíricos:

- A un viejo:

Viejo verde, viejo verde,
más negro vas que tinta,
pues a poder de borrones
la barba llevas escrita.

- Al mosquito:

Trompetilla que toca a bofetadas,
que vienes con rejón contra mi cuero,
Cupido pulga, chinche trompetero...

- A un narigudo:

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado...

- Al dinero:

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuando quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.

jueves, 22 de agosto de 2013

Francisco de Quevedo

Quevedo fue, ante todo, un escritor extraordinariamente dotado para el dominio de la lengua, la agudeza, el concepto. Y fue además un intelectual preocupado por la moral y la política, que mantuvo una actitud crítica frente a la sociedad de su tiempo. Conservador en muchos aspectos y, a la vez, muy moderno, siempre se sintió descendiente de los grandes humanistas del siglo XVI.

Una figura compleja
Francisco Gómez de Quevedo y Villegas nació en Madrid el año 1580, hijo de un escribano real y de una camarera de la reina. Hizo los primeros estudios con los jesuitas y estudió Artes, Matemáticas y Metafísica en Alcalá y Teología en Valladolid.
Escritor ya muy famoso a pesar de su juventud, parecía en esos años inclinarse por las Humanidades, los estudios bíblicos y la Filosofía. Sin embargo, en 1613 comenzó su carrera como político, que le ocasionó a lo largo de su vida dos encarcelamientos y bastantes sinsabores. Preparó desde Italia, con sobornos y dádivas, el nombramiento del Duque de Osuna como Virrey de Nápoles y permaneció fielmente a su servicio como secretario hasta su caída en 1621, que provocó el encarcelamiento de ambos. El duque de Osuna murió en prisión y Quevedo sufrió por unos meses encierro en Uclés (Cuenca) y destierro a la Torre de Juan Abad, una heredad suya cercana a Villanueva de los Infantes (Ciudad Real).
Con la llegada al poder del conde duque de Olivares, Quevedo puso su pluma al servicio de las ideas reformistas que el privado pretendía introducir. Pero pronto comenzaron las sátiras y el año 1639 fue detenido, a altas horas de la noche y con sumo secreto, en casa del duque de Medinaceli y llevado preso a San Marcos de León. No se saben los motivos, pero debieron de ser muy graves porque tanto el conde duque como el rey se mantuvieron inflexibles. De la prisión de San Marcos salió el año 1643, ya muy enfermo, tras la caída de Olivares. Dos años más tarde, en 1645, murió en Villanueva de los Infantes.
En la obra de Quevedo se ve bien la complejidad y enorme versatilidad de su figura. Por una parte, satirizaba los vicios de la sociedad de su tiempo, pero, en cambio, él mismo fumaba puros, convivía con una actriz de teatro y, al decir de sus detractores, bebía y jugaba. Y habiéndose criado entre tías y hermanas, se presenta como un feroz misógino que escribe las más punzantes sátiras contra las mujeres, lo cual no impide que componga una de las mejores colecciones de poemas amorosos de que dispone la literatura en lengua castellana.

Una extensa obra literaria
Quevedo quiso ser todo: filósofo, filólogo, teólogo, político, predicador... Y esencialmente fue un extraordinario manipulador de la lengua, genial escritor, que, además, tuvo el mérito no frecuente de utilizar estos dones verbales para intentar expresar quién era e intentar renovar la sociedad de su tiempo a través del humor.
La obra de Quevedo es muy dilatada y de gran diversidad, pues tanto en verso como en prosa cultivó las distintas formas y géneros propios de su época. El único género que resultaba ajeno a su estilo y a su mentalidad era la novela, aunque cultivó la novela picaresca, que se adecuaba a su espíritu satírico.

miércoles, 14 de agosto de 2013

El bolígrafo de gel verde

Nos fuimos a la playa, a Isla Cristina, ida y vuelta en coche en el mismo día. Una vez allí decidimos quedarnos y pasar un par de días más. Como en principio íbamos a estar sólo unas horas con unos amigos, pues no había llevado nada para leer, pero alargar la estancia y estar en la playa sin un libro, eso no va conmigo -me pone bastante nervioso-. Así que recordé que muy cerca de la Punta del Caimán hay una librería-papelería-tienda de regalos y prensa, en la avenida de Federico Silva Muñoz, donde ya me había comprado algún otro libro en otra ocasión, y rebusqué entre sus estanterías. Alguno de bolsillo, eso sí, que para llevarlo a la playa es lo más cómodo. Y me encontré con El bolígrafo de gel verde, recién editado en Booket.
De sobra es conocida la odisea de su autor, Eloy Moreno, para sacar adelante su novela, la repercusión que ha tenido, y la buena acogida de los lectores. Es verdad que me llamaba la atención desde hace tiempo, pero no me terminaba de decidir -frases muy cortas en una novela muy gorda-. Para esos días de playa, me pareció perfecta...
Sin embargo... el tiempo cambió, y no nos acompañó: unos aires que levantaban las arenas y se clavaban en las piernas, hicieron incómoda la estancia en Isla Cristina, por lo que pasamos más tiempo en el pueblo, tomando cervezas, que en la orilla del mar.
Una vez de vuelta en casa empecé su lectura. Los primeros pasajes fueron bastante hermosos, a la vez que divertidos -me reí con ganas con el episodio de la comida de empresa, con la nouvelle cuisine- y me pareció estar ante una gran novela. Posteriormente, leía de noche, antes de cerrar los ojos en la cama, y ahí perdí un poco el interés, me cansaba enseguida de leer y me vencía el sueño. Después cogí un ritmo de lectura mucho mayor: he tenido que hacer un viaje en tren, y eso me ha dado espacios largos de lectura. Afortunadamente, al final he logrado saborear esta historia, la he disfrutado, y me ha dejado un buen rollo, como si me hubiera despertado de un cierto relax respecto a los asuntos verdaderamente importantes de la vida. Desde luego, es una novela positiva, y hay que leerla de continuo, en largos ratos de lectura.

viernes, 9 de agosto de 2013

El rayo dormido

El tiempo mientras tanto fue una de mis lecturas más interesantes del 2012. Esto fue lo que me llevó a comprar El rayo dormido a finales del pasado mes de junio. También su reseña de la contraportada: dos historias desconocidas de la guerra civil española ensartadas como la cara y la cruz de la misma moneda.
Lo compré en edición de bolsillo (no está la cosa para tirar cohetes) en el VIP'S de República Argentina de Sevilla (con un vale de descuento que me vino muy bien). Y ha sido un acierto: en primer lugar, porque me ha permitido retomar la lectura, algo que tengo un tanto dejado; y en segundo lugar, por el libro en sí, que me parece muy recomendable.
Cada capítulo es una pequeña historia, un bocado del delicioso plato, y nos cuenta un hecho concreto, una conversación de Natalia, la periodista que reconstruye los hechos, con uno de los testigos o una de las reflexiones de los protagonistas. El que cada capítulo tenga un principio y un fin me ha gustado. Los personajes centrales son interesantes: Natalia y Carmen por un lado, y las heroicidades y miserias de José Emilio y Antonio por otro, pero están también Manuela, Julián o Cristina, quienes admiran, aman y tapan las vergüenzas de esos personajes principales.
Carmen Amoraga dice que quiso inicialmente hablar sobre las relaciones de amistad a través de las redes sociales y sobre la crisis actual del periodismo (la sociedad es consciente de la gravedad de que falten maestros, médicos o enfermeros, pero no de que continuamente se cierren periódicos o emisoras de radio), pero un tanto por azar se le cruzaron las historias de Pablo, de Ricardo y de la Nueve, y ha logrado componer con todo ello un puzzle armonioso y sorprendente. Por el título, El rayo dormido, sabes que hasta el final del libro no vas a encontrar los resultados de sus pequeños misterios, y que estallarán de pronto, como ese rayo que se encuentra dormido en el tronco del árbol hasta que prende circunstancialmente. Así, conforme leía, iba creándome mis propias hipótesis de lo que podría haberles ocurrido a Carmen, a Natalia o a José Emilio, y no reparas en que nuestras vidas pueden torcerse por una torpeza que irremediablemente escapa a nuestro control.
No es la primera vez que un buen libro de un autor me lleva a otro que me gusta también. Pero no siempre es así: entre mis libros favoritos se encuentran autores de los que no he leído nada más que me agrade. Ahora, decididamente, puedo decir que me gusta Amoraga, y espero que pronto nos traiga una nueva historia.