domingo, 26 de mayo de 2013

El Quijote de 1615

En 1614 apareció el Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el "Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la Villa de Tordesillas". Se publicó en Tarragona, con aprobaciones del 18 de abril y del 4 de julio del mismo año. La identidad del "Avellaneda" autor del Quijote apócrifo no se ha establecido, y es probable que Cervantes mismo no llegara a saber quién se había escondido detrás del seudónimo. Sólo deja entender el autor que se sintió ofendido por Cervantes en el Quijote de 1605, y que le indignaron la crítica y las pullas dirigidas por Cervantes a Lope de Vega. De interés para nosotros son las consecuencias que la obra de Avellaneda puede haber tenido para la auténtica segunda parte que por entonces terminaba Cervantes.


La primera referencia al Quijote de Avellaneda en la Segunda Parte auténtica en el capítulo 59. En los quince capítulos que siguen hasta el final de la obra, Cervantes lo menciona o alude a él seis veces más, y lo trata explícitamente, además, en la "Dedicatoria al Conde de Lemos" y en el "Prólogo". Es lógico suponer que la obra de Avellaneda salió cuando Cervantes redactaba el capítulo 59, pero aun así quedan problemas en cuanto a las relaciones entre las dos segundas partes. Stephen Gilman reconoce que hay en el Quijote apócrifo una serie de incidentes y de frases que han pensar que Avellaneda conocía el trabajo que estaba haciendo Cervantes, o viceversa, y concluye que Avellaneda, quizás dominico y seguramente eclesiástico representante activo de la Contrarreforma, sabía algo, probablemente sólo de oídas, de la segunda parte auténtica. No obstante eso, es también posible que Cervantes haya intercalado materia en su segunda parte en algún capítulo anterior al 59, después de haber visto la de Avellaneda. La tesis de Riquer de que el episodio del retablo de Maese Pedro sea una transformación genial de un episodio del Quijote apócrifo es muy interesante al respecto.
Cervantes responde en su prólogo con mesura y reserva a los insultos proferidos por Avellaneda en el suyo, pero al hacer entrar al Quijote apócrifo dentro del mundo de su propia ficción, lo aniquila. En el capítulo 59 lo repudian don Quijote y unos caballeros que lo leían, que verdaderamente creyeron que éstos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía "su autor aragonés". En el capítulo 72 Cervantes introduce uno de los personajes importantes de la obra de Avellaneda, don Álvaro Tarfe, quien al conocer a don Quijote y a Sancho se ve forzado a admitir que son los verdaderos, y a repudiar la validez de su propia experiencia, declarando ante un alcalde que "no conocía a don Quijote de la Mancha, que asimismo estaba allí presente, y que no era aquel que andaba impreso en una historia intitulada Segunda Parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas". Es un juego atrevido con la verosimilitud -principio estético muy caro a Cervantes- este recurso ingenioso que concede realidad al Quijote de Avellaneda al mismo tiempo que le niega de una manera terminante toda autenticidad. El pobre don Álvaro afirma que "no he visto lo que he visto ni ha pasado por mí lo que ha pasado".
El golpe de gracia viene al final del último capítulo, con las palabras dirigidas a los "presuntuosos y malandrines historiadores" que Cide Hamete pone en boca de su pluma:

Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio.

Por último, hay que reconocer que sin el Quijote de Avellaneda es muy posible que Cervantes no hubiera terminado su segunda parte, de la que dice al Conde de Lemos en la dedicatoria que "es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que le envíe para quitar el hámago y náusea que ha causado otro don Quijote, que con nombre de segunda parte se ha disfrazado y corrido por el orbe". Apenas seis meses después de escribir estas líneas, Cervantes murió.

El papel de la Primera Parte
El manuscrito de Cide Hamete terminó con la vuelta de don Quijote a su aldea al final de la primera parte, y Cervantes se vio reducido a conjeturas basadas en "las memorias de la Mancha" y los pergaminos de la caja de plomo. La procedencia del nuevo manuscrito de Cide Hamete a que alude Cervantes a lo largo de la segunda parte no se explica jamás, y el juego con las "fuentes" de la historia es reemplazado por el contraste entre el don Quijote "vivo" y presente y el ya historiado. Las referencias a la primera parte confirman lo verídico de ella y sirven para aumentar la ilusión de vida autónoma en los personajes.
Es importante notar que en el Quijote de 1615, el de 1605 reemplaza en gran parte los libros de caballerías como punto de referencia. Casi todos los personajes de alguna importancia de la segunda parte han leído la primera, lo que da lugar a la serie de juegos, burlas y engaños de que es víctima don Quijote en su tercera salida. Aunque median diez años entre la publicación de las dos partes, dentro de la acción sólo ha pasado un mes desde que don Quijote volvió a su aldea en la jaula. El caballero se entera casi en seguida de la existencia de la primera parte, traducida ya del árabe y publicada, según Sansón Carrasco, quien la ha leído, en varias ediciones. Don Quijote, Sancho y Sansón comentan y critican el libro en el capítulo 3, conversando sobre el talento y los motivos del sabio Cide Hamete, y de lo verídico del relato. En el capítulo anterior anticipa Cervantes esta nueva yuxtaposición de literatura y vida con un diálogo entre Sancho y don Quijote sobre la reacción de la gente del pueblo a sus hazañas:

- En lo que toca -prosiguió Sancho- a la valentía, cortesía, hazañas y asunto de vuestra merced, hay diferentes opiniones: unos dicen: "Loco, pero gracioso"; otros: "Valiente, pero desgraciado"; otros: "Cortés, pero impertinente".

Estas tres alternativas abarcan casi toda la vasta extensión de la crítica de 350 años: don Quijote será "loco, pero gracioso" para la mayoría de los lectores durante casi dos siglos después de su publicación y para algunos críticos del siglo XX; será "valiente, pero desgraciado", para toda la crítica desde el Romanticismo que idealiza al Caballero de la Fe; será "cortés, pero impertinente", para los que vislumbran una lección moral en la vida del protagonista. La crítica perspectivista de Castro, Spitzer y Percas de Ponseti está latente en la misma lista de pareceres sin indicio del punto de vista de Cervantes.

El Quijote de 1605 frente al de 1615
Edición de Cátedra de 1982, con el
estudio introductorio de John Jay Allen,
utilizado en las entradas para este blog.

Si las aventuras del Quijote de 1605 son las más presentes en la memoria popular, las predilectas de los ilustradores y las imprescindibles en cualquier adaptación moderna, por ser tan escuetas, sencillas y gráficas (molinos de viento, yelmo de Mambrino), las de la segunda parte son mucho más profundas, complejas y sugerentes. Entre las más destacadas, habría que señalar el encantamiento de Dulcinea, el retablo de Maese Pedro y la cueva de Montesinos. Si la primera parte es la historia de la búsqueda, la segunda es la del encuentro. Desde el principio de la tercera salida don Quijote sabe que es "famoso". Sancho gobierna, y su amo se confirma en su papel: "Y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero y no fantástico". Pero es también la historia del inevitable y doloroso desengaño para los dos: "Yo no nací para ser gobernador"; "Ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano". Una serie de temas y de conflictos de la primera parte va paulatinamente metamorfoseándose: la lucha de don Quijote contra los que encuentra al azar en su camino cede a la lucha interior entre las aspiraciones y las dudas, reflejada tan despiadadamente en el sueño de la cueva de Montesinos; el énfasis de don Quijote en la fuerza de su brazo cede a la evocación de la fortaleza de su ánimo; el hidalgo loco de la primera parte se nos vuelve el cuerdo-loco, y el escudero gracioso es ya el discreto gobernador. Así, la complejidad de esta prodigiosa novela se desplaza del mundo ilusorio de las novelas de caballerías hacia el mismo mundo en que vivimos todos.