miércoles, 23 de julio de 2014

El aire que respiras

Cuando esta novela se publicó en 2013, hacía muy poquito que había terminado de leer Habitaciones cerradas. Esto y su sinopsis me invitaban sin duda a leerla. Pero me pillaba en plena crisis y me obligaba a esperar a la edición de bolsillo. Fue la novela elegida para celebrar el Día del Libro en el pasado 23 de abril.
La novela tiene múltiples historias entrelazadas y diferentes protagonistas, y al mismo tiempo varios hilos conductores: una colección de libros antiguos subidos de tono, la remodelación de la ciudad de Barcelona y la historia imposible de Carlota Guillot. Todo esto la convierte en una obra ambiciosa y compleja, que merece la lectura detenida y apasionada de todos los amantes de los buenos libros y de la buena literatura.
Dice Care Santos que escribir esta novela ha sido un trabajo duro, minucioso, pero que es lo propio para cautivar a los lectores.
Pues bien, para mí ha sido genial: cuando un escritor te gusta, pues te gusta y ya está. La he disfrutado mucho, y como hago con mis puzzles, la voy a deshacer y otra vez la recompondré.

domingo, 20 de julio de 2014

Las grandes corrientes de la literatura española en el siglo XX

1. El marco histórico y social
Graves crisis sociales y hondos enfrentamientos ideológicos -en parte heredados del siglo XIX- urdirán la trama de nuestra historia contemporánea. Tendremos ocasión de ver en qué medida se hacen eco los escritores de las circunstancias históricas. Demos ahora un repaso a las grandes etapas por que atraviesa la España del siglo XX.

a) De principios de siglo a 1923: Es punto de arranque la crisis de fin de siglo con el Desastre del 98, que señala el ápice de la decadencia española. Sin embargo, durante los primeros años del siglo (Alfonso XIII alcanza la mayoría de edad en 1902) se perpetúa la política habitual de la etapa anterior: turno de partidos dinásticos (conservadores y liberales), juegos parlamentarios, etc.


Es el sistema que corresponde a una sociedad dominada por una oligarquía de nobles terratenientes y alta burguesía financiera, bloque social netamente conservador y que no sólo controla la economía, sino también las elecciones (caciquismo). Por debajo se halla la pequeña burguesía, que se siente marginada por el bloque dominante, pero a la vez teme al proletariado. La mentalidad de estas clases medias suele ser reformista; de ella surgen intelectuales y escritores disconformes, a veces revolucionarios (ello es síntoma de la llamada crisis de la conciencia burguesa, cuya primera manifestación podría verse en los "jóvenes del 98"). En último término, encontramos a la clase obrera: proletariado de las zonas industrializadas y masas de campesinos (los 2/3 de la población vive en el campo), unos y otros en durísimas condiciones de vida. En ellos prenden las ideologías revolucionarias, con sus organizaciones sindicales de creciente empuje: el socialismo y la UGT (1888), el anarquismo y la CNT (1911).
Dos grandes convulsiones sociales jolonan este período: la "Semana trágica" de Barcelona (1909) y la huelga general revolucionaria de 1917. El alcance de esta última es decisivo, pues significa el fin del régimen de partidos turnantes y el acceso de nuevas fuerzas al primer término de la escena política.
Mientras tanto, la guerra europea (1914-1918) ha ahondado el foso ideológico entre los españoles: progresistas y conservadores coinciden con "aliadófilos" y "germanófilos", respectivamente. Además, si la neutralidad española ha sido beneficiosa para los industriales (que suministran sus productos a las potencias beligerantes), empeora la condición de las clases bajas, víctimas del desequilibrio entre precios y salarios; de ahí la citada inestabilidad social.
Tras la guerra europea, la situación española se agrava: recesión económica, agitación campesina...; la crisis llega a ser total. A ello se añaden los reveses de la guerra de Marruecos (Desastre de Annual, 1921), nuevo motivo de malestar, especialmente en los militares.

b) De la Dictadura a la República (1923-1931): La gravedad de la situación condujo al general Primo de Rivera a concentrar en su mano, por concesión real, los máximos poderes. Pero, aparte de las victoriosas campañas de Marruecos, poco es lo que pudo resolverse. Durante algún tiempo se logra aliviar la situación económica y garantizar el orden público; pero no se buscan soluciones para los problemas de fondo. La oposición creciente de las clases medias y de los intelectuales y una nueva crisis (consecuencia de la depresión mundial de 1929) hacen inviable la continuidad de Primo de Rivera, quien dimite en enero de 1930.
La misma institución monárquica está debilitada. La oposición republicana se une (Pacto de San Sebastián, agosto de 1930). Al año siguiente, las elecciones municipales dan un amplio triunfo a los republicanos en las principales ciudades. El rey, deseando evitar enfrentamientos, deja el trono. Y el 14 de abril se proclama la Segunda República, acogida con júbilo popular. Era un triunfo de las clases medias, transitoriamente aliadas con los sectores obreros frente a la vieja oligarquía.

c) La República y la Guerra Civil: El historiador Pierre Vilar ha dicho: "La Dictadura había gobernado sin transformar; la República intentará transformar y gobernará difícilmente". En efecto, de una parte, el nuevo régimen surge en medio de una crisis mundial. De otra, sus contradicciones internas son demasiado fuertes y pronto estallan los enfrentamientos entre ideologías y grupos sociales, haciendo estériles los esfuerzos y frustrando las esperanzas. Así, a una primera etapa de ambiciosas reformas (1931-1933) sucede un bienio contrarreformador, que ha de reprimir fuertes movimientos revolucionarios (Asturias, octubre de 1934). Cada vez más, las masas populares desbordan a los gobernantes (incluidos, naturalmente, los representantes de una pequeña burguesía reformista) y en febrero de 1936 se constituye el Frente Popular. Mientras tanto, el comunismo, hasta entonces limitado, ha adquirido una fuerza notable. Y ha surgido, con la Falange (1933), un nacionalismo inspirado en el fascismo europeo.
España es un volcán que estalla el 18 de julio de 1936. La Guerra Civil es el máximo y trágico enfrentamiento de los bloques sociales e ideológicos que hemos visto en tensión durante la historia precedente. La victoria será de las clases conservadoras y de la ideología tradicional.

d) La "era de Franco" (1939-1975): Los años que siguen a la guerra están marcados, ante todo, por las secuelas del conflicto: destrucción, hambre, aislamiento internacional, huellas del drama en las conciencias, odios, represiones, censura severísima... Durante los años cincuenta se inicia una tímida liberalización, que aprovecharán los escritores, paralela a la apertura hacia el exterior (España en la ONU, 1955). Se producen los primeros movimientos universitarios y obreros. Y los problemas económicos imponen en 1959 un Plan de Estabilización, cuyas primeras consecuencias son el paro y la emigración masiva.
En los años sesenta, una política tecnocrática inicia el proceso de desarrollo, con el que España se incorporará, por vez primera, a la Europa industrial. El auge del turismo incide notablemente en la economía, en las costumbres, en las mentalidades. A la vez, crece la oposición al régimen, incluso desde sectores católicos (influencia del Concilio Vaticano II), y se imponen nuevos márgenes de liberalización.
Y llegan los años finales del franquismo. España, que ha pasado a ser la décima potencia industrial del mundo, ingresa en la órbita del neocapitalismo y de la "civilización del consumo". Ello hace cada vez más potente el desfase entre el régimen político y el desarrollo económico, con el cual se han ampliado considerablemente ciertos sectores sociales que incrementan la fuerza de la oposición (cuyos partidos y organizaciones sindicales son cada vez menos "clandestinos"). Tal es el panorama cuando muere Franco el 20 de noviembre de 1975.

e) La transición a la democracia: Proclamado rey Juan Carlos I, y con el posterior gobierno de Adolfo Suárea (junio de 1976), se suceden, con una rapidez cuando menos inesperada, los pasos que apuntan hacia una democracia: referéndum para la reforma política (diciembre de 1976), legalizaciones de los partidos, retorno de los exiliados, amnistías, progresiva supresión de la censura, elecciones a Cortes del 15 de junio de 1977, elaboración de una nueva Constitución... Europa asiste con asombro a este proceso sin precedentes: la transición pacífica de una dictadura a una democracia.
Con todo, no deja de haber sombras en el horizonte: de nuevo este cambio político se produce en el marco desfavorable de una crisis mundial (crisis energética de 1973). Y la situación económica española va alcanzando una gravedad extremada, a la que resultará muy difícil combatir los vaivenes internacionales posteriores (nuevos momentos de crisis en 1993, 2001 ó 2008).

2. La evolución de la literatura: generaciones, grupos, movimientos
Las disciplinas históricas necesitan establecer con claridad las etapas o períodos que enmarcarán los acontecimientos estudiados. La historia literaria, al afrontar el siglo XX, suele tomar como base de periodización el concepto de generaciones; así, se habla de "generación del 98", "del 14", "del 27", "del 36", etc. Parece oportuno examinar los conceptos de generación histórica y de generación literaria para juzgar sobre su validez.
En el campo de la Historia, el método de las generaciones fue iniciado entre nosotros por Ortega. Según él, una generación es el conjunto de hombres que han nacido en una determinada "zona de fechas" (no superior a quince años) y que comparten un mismo "mundo de creencias colectivas". La concepción del mundo cambiaría con cada generación.
Tal concepción presenta, en la práctica, junto a una indudable utilidad expositiva, no pocas dificultades. ¿Por dónde trazar el corte entre una y otra generación, si "todos los días nacen hombres"? Sería preciso atender a los cambios de mentalidad, debidos a múltiples circunstancias históricas. De todas formas, es evidente que no todos los hombres que tienen aproximadamente la misma edad comparten una misma concepción del mundo: los hay que aparecen vinculados con la mentalidad de los más viejos, o con la de los más jóvenes.
Tales reservas parecen haberse tenido en cuenta al establecer el concepto de generación literaria. No basta con que unos escritores sean coetáneos para que formen un grupo coherente en ideas y estética: se requieren, además, unos requisitos para poder hablar de generación "literaria". Y así, el crítico alemán Julius Petersen señalaba en 1930 los siguientes:
a) Nacimiento en años poco distantes.
b) Formación intelectual semejante.
c) Relaciones personales entre ellos.
d) Participación en actos colectivos propios.
e) Existencia de un acontecimiento generacional que aglutine sus voluntades.
f) Presencia de un "guía".
g) Rasgos comunes de estilo (un lenguaje generacional).
h) Anquilosamiento de la generación anterior.
Ante tal concepción se impone una observación importante, por elemental que parezca: los escritores que puedan agruparse para reunir todos esos requisitos (cosa no muy frecuente), no serán nunca toda su generación (histórica), sino solamente una fracción de ella, un grupo. Constituirán, pues, en todo caso, un grupo generacional.
Es decir, el uso de la palabra "generación", en el sentido que Petersen le da, es una impropiedad léxica. Y conviene tener conciencia de ello, a pesar de que la crítica haya extendido tal uso y aunque, por comodidad, se siga empleando tal denominación en el sentido de "grupo", "escuela", "movimiento literario", etc.


Generación del 27
Así pues, la llamada "generación del 98" no es sino un grupo de una generación histórica a la que también pertenecen los "modernistas"; y lo que se conoce por "generación del 27" es un extraordinario grupo de poetas en medio de otros escritores de las mismas edades y de orientaciones diversas. Por lo demás, ¿qué hacer con aquellos que no pueden agruparse de acuerdo con los requisitos señalados? ¿Y con escritores como Valle-Inclán o Juan Ramón Jiménez, cuya trayectoria es cambiante? ¿Y con un poeta como Miguel Hernández, unido por afinidades y convivencia a los poetas del 27, pese a que debería considerarse de la generación siguiente?
En suma, el método de las generaciones no parece un procedimiento de periodización muy adecuado, y su rigidez ha obligado no pocas veces a forzar y a deformar las realidades para hacerlas entrar en su marco. Lo importante será atender, sin esquemas preconcebidos, a la evolución de la creación literaria, señalando las afinidades y las diferencias que se nos impongan a medida que examinemos las figuras y las obras.

3. La literatura española en los primeros años del siglo
Desde fines del siglo XIX, como en Europa, se observan en España e Hispanoamérica corrientes de ideas de tipo inconformista o disidente, fruto de la mencionada "crisis de la conciencia burguesa": nacen en el seno de la pequeña burguesía, pero poseen un signo preferentemente antiburgués (en su propio seno, en efecto, la burguesía ha generado siempre fuerzas que ponen en tela de juicio sus valores). En la literatura cunden los impulsos renovadores, agresivamente opuestos a las tendencias vigentes (realismo y naturalismo, prosaísmo poético, retoricismo...).
Pronto se designó con el término de modernistas a los jóvenes escritores animados de tales impulsos innovadores. Con el tiempo, tal denominación se fue reservando para designar a aquellos autores, especialmente poetas, que se despegan de un mundo del que abominan y, con ademán desafiante, encauzan su inconformismo hacia la búsqueda de la belleza, de lo raro, de lo exquisito; es decir, se proponen ante todo una renovación estética.
Pero junto a ellos hay en España otros escritores (especialmente prosistas) que, aunque animados del mismo afán renovador, dan especial entrada en su temática a los problemas del momento histórico: decadencia, marasmo interno, miseria social, atonía espiritual... Llamados también al principio "modernistas", para ellos se creó más tarde la etiqueta de generación del 98.
Durante los quince primeros años del siglo, se asiste a los máximos éxitos de Rubén Darío y a la proliferación de sus seguidores; a las obras más decisivas de Unamuno, Azorín, Baroja, Antonio Machado; a las primeras etapas de Valle-Inclán o de Juan Ramón Jiménez. Multitud de revistas, entre las que sobresalen Juventud, Alma española o la Revista nueva animan la creación literaria del momento.

4. De 1914 a la guerra civil
En 1914, Azorín escribe estas palabras: "Otra generación ha llegado... Dejémosles paso." Son muy visibles, en efecto, las novedades en el ambiente ideológico y literario. En esa misma línea, Ortega y Gasset pronuncia un sonado discurso sobre "Vieja y nueva política". Una nueva mentalidad, el reformismo pequeño-burgués, encuentra su expresión en la revista España (1915). El mismo año se funda en Madrid la tertulia del café Pombo, a la que concurren los escritores y artistas jóvenes. Alcanzan notoriedad nuevos novelistas como Gabriel Miró o Pérez de Ayala. La poesía de Juan Ramón Jiménez se despega del posmodernismo e inaugura, entre nosotros, el ideal de una "poesía pura". Un gran ensayista coetáneo, Eugenio D'Ors, bautiza las nuevas tendencias: es el Novecentismo.


Ramón Gómez de la Serna
1888 - 1963
A la vez, un genial escritor, Ramón Gómez de la Serna ha abierto las ventanas del país a los movimientos de vanguardia que nacían en Europa. La literatura de vanguardia gana terreno en los años siguientes y alcanza su máximo ímpetu en torno a 1925. Dos años antes ha aparecido la Revista de Occidente, fundada por Ortega, que acoge en sus páginas no pocas de las nuevas tendencias. Y en 1927 aparece La Gaceta Literaria, revista orientada decididamente por los caminos del vanguardismo. Es el año del centenario de Góngora, cuya creación sintoniza ahora con la intensa búsqueda de nuevas formas.
Íntimamente enlazado con la poesía de vanguardia, pero depurándola e integrándola con otras tendencias (poesía pura, clasicismo, neopopularismo), se halla el grupo poético del 27, "nueve o diez poetas", como decía Salinas, que han comenzado a publicar entre 1920 y 1928. Con ellos alcanza su máximo esplendor el prodigioso florecer literario iniciado con el siglo y que ha permitido hablar de "un segundo siglo de oro" o, en expresión más consagrada, de la Edad de Plata de la literatura española.
Novecentismo, vanguardismo, grupo del 27... son tres ondas que se suceden, con amplias zonas de coincidencia, en poco más de quince años, y que suponen un nuevo haz de esfuerzos por una renovación estética. Pero hacia 1930, al hilo de las circunstancias políticas, aparecerá, junto a las inquietudes estéticas, una literatura preocupada o comprometida. Se hablará entonces de una "poesía impura", que se haga eco de los problemas humanos y cívicos; y surgen las primeras manifestaciones de una novela social. Pronto la guerra civil obligará a muchos escritores a tomar partido; la muerte, la cárcel o el exilio aguarda a no pocos de ellos.

5. De la guerra civil a la década de los 70
Tras la guerra se produce un vacío inicial: son los "años de convalecencia", en palabras de Martínez Cachero. Luego la literatura vive unos años de búsqueda de posibles caminos tras la trágica convulsión. Se ha hablado de una "generación escindida". Doblemente escindida: por una parte, entre el exilio y el interior del país; por otra, dentro de éste, entre una literatura arraigada y una literatura desarraigada. Comprendían la primera quienes parecen sentirse serenamente instalados en su mundo (Rosales, Panero). La segunda es una literatura angustiada, transida de malestar; así, las novelas iniciales de Cela (La familia de Pascual Duarte, 1942) y de Carmen Laforet (Nada, 1945), o los primeros poemas de Blas de Otero (1950-51), o los dramas iniciales de Buero Vallejo. Un poeta de la generación anterior, Dámaso Alonso, da la mejor medida de esta desazón con un libro estremecedor: Hijos de la ira (1944).
En torno a 1955, un buen número de escritores parece haber encontrado un camino: se consolida un realismo social, aprovechando la leve relajación de la censura para la creación literaria. Es -se dice- una "literatura de urgencia", que intenta denunciar situaciones de las que no se podía hablar en la prensa o en otras tribunas. El escritor pretende contribuir a "transformar el mundo en que vivimos", según una tesis marxista. Así, la poesía (Otero, Celaya) quiere ser "un arma cargada de futuro". Por el mismo camino discurren novelistas como Delibes, Goytisolo, Aldecoa, Fernández Santos, Sánchez Ferlosio, Ana Mª Matute..., y dramaturgos como Buero y Sastre. En todos los terrenos, un tema obsesivo: España, la sociedad española del momento.
Edición de 1962 (censurada)
La primera edición completa es de 1981.
Sin embargo, el realismo social -tan importante en su momento- parece anquilosarse pronto: en obras mediocres, se convierte en un repertorio de fórmulas fáciles. Una serie de poetas notables, como José Hierro, Gil de Biedma, Valente o Claudio Rodríguez, se resisten a encerrarse en los cauces de la poesía social. La novela busca pronto nuevas formas, y en 1962, Luis Martín-Santos, con Tiempo de silencio, inicia una renovación de las técnicas narrativas, que será continuada por novelistas como Juan Marsé o Juan Benet. Son, además, los años en que se produce el llamado "boom" o irrupción en España de la nueva novela hispanoamericana, que será un modelo y un vigoroso acicate para nuestros narradores. En el teatro, la renovación apunta en algunas obras de Antonio Gala, Carlos Muñiz... Una renovación más profunda había sido iniciada -y continuada en el exilio- por Fernando Arrabal.
En 1970, el realismo social ha quedado superado. El escritor se ha desengañado de que la literatura pueda transformar el mundo: intenta, eso sí, transformar la literatura misma. De ahí las nuevas corrientes de experimentación. Y asistiremos a un nuevo vanguardismo. En poesía está representado por los poetas llamados "novísimos" (Gimferrer, Carnero). En novela continúan las innovaciones de Marsé y Benet, a las que se suman novelistas de más edad, como Cela, Delibes o Torrente Ballester, a la vez que van apareciendo autores nuevos y más audaces, como Eduardo Mendoza. La experimentación alcanza también al teatro: propuestas de los grupos independientes y obras de autores como Ruibal o Nieva. Debe advertirse que la búsqueda de nuevas formas de expresión no supone necesariamente el abandono de los propósitos de denuncia -que a veces es incluso más ácida-, pero tales propósitos se persiguen por caminos muy distintos al realismo.

martes, 8 de julio de 2014

La situación comunicativa

Los lingüistas suelen aceptar que la utilidad más notoria del lenguaje es permitir el intercambio de información entre los usuarios. Este análisis da preferencia al mensaje, a su capacidad referencial, sobre los otros elementos que aparecen en un acto comunicativo.
Pero, a menudo, el lenguaje se usa simplemente para establecer y mantener relaciones sociales: cuando dos desconocidos tiritan de frío en una parada de autobús y el uno le dice al otro: "¡Qué frío hace!", parece claro que el hablante no informa sobre el clima a su oyente. Se deduce, más bien, una invitación amable a iniciar la charla. En esta ocasión, sobre el mensaje inciden abundantes rasgos situacionales (el clima, el lugar, el momento, la imagen que el hablante tiene del oyente, la intención del hablante...). Estos elementos alcanzan más relieve que el puro valor informativo del mensaje.
La situación debe entenderse como el ámbito en el que se desarrolla la comunicación. Conviene subrayar que la situación resulta esencial para que se produzca el proceso comunicativo, ya que una variación situacional puede implicar un cambio radical en el significado del mensaje.
Si en un taller de carpintería el maestro dice al aprendiz: "¡Un clavo!", este mensaje posee un significado claro: el carpintero solicita un clavo para realizar su trabajo. Sin embargo, el mismo mensaje significa de forma diferente si lo emite una persona que observa la rueda desinflada de un automóvil o si lo dice el hablante cuando le presentan la cuenta en un restaurante.
El mismo enunciado cambia de significado en cada situación, lo que demuestra que ésta influye directamente en la interpretación de los mensajes verbales. Dentro de la lingüística, la pragmática se ocupa de estudiar las relaciones existentes entre los signos y los usuarios, y la influencia de la situación en los mensajes.

1. Rasgos de la situación
Hemos definido la situación como el ámbito en el que sucede la comunicación. Pero por ámbito no debe entenderse tan solo el espacio físico en el que se desenvuelven la emisión y la recepción de un mensaje. Veamos un ejemplo: un timbre señala el inicio o el final del tiempo de clase. En este caso, el aula es un espacio físico donde se desarrolla la comunicación, pero no es toda la situación. Si el timbre sonara en la mitad del tiempo de clase, variaría la situación; sin embargo, el espacio físico seguiría siendo el aula. La situación está constituida por el conjunto de circunstancias relevantes que enmarcan el acto comunicativo. Tales circunstancias son abundantísimas, pues abarcan desde las propiamente físicas hasta el entorno social, político y cultural al que pertenecen el emisor y el receptor. Así pues, si se pretende determinar la influencia de esas circunstancias situacionales en la comunicación, habrá que aislar, de entre el vasto conjunto, sólo aquellas que resulten básicas para identificar el tipo de acto comunicativo.

2. Otros elementos de la comunicación
Si se contempla el fenómeno de la comunicación lingüística desde el punto de vista de estas circunstancias situacionales, se observará que todos los factores que intervienen se interrelacionan mediante una tupida red de conexiones, de relaciones, que constituyen propiamente la situación comunicativa. Veamos cómo se producen.
Partiendo del esquema tradicional, podemos ajustar los elementos que actúan en la comunicación de la siguiente manera:



 La relación hablante/escritor - oyente/lector 
Cuando un hablante o un escritor inician un proceso comunicativo, producen un mensaje cuyos recursos lingüísticos están al servicio de la intención (persuadir, informar, ordenar...). Pero, entre otros muchos factores de la situación, la emisión del mensaje se basa en el conocimiento que el hablante o el escritor obtienen de su oyente o de su lector. Los datos que el emisor posee del receptor los usa para su propósito; aumenta así la eficacia del mensaje.
Si, por ejemplo, un hablante le dice a su interlocutor al hilo de la conversación: "Como usted y yo bien sabemos...", resultaría fácil suponer que el emisor busca el acuerdo o el apoyo del receptor a sus afirmaciones. El receptor, sin embargo, puede interpretar este enunciado como una adulación. El hablante debe observar por tanto al receptor, ya que un fallo en sus cálculos conseguiría el efecto contrario del que pretende.
El hablante o el escritor suelen ser emisores individuales, aunque en determinadas situaciones (una manifestación multitudinaria o cualquier otra situación coral) puede hablarse de emisor colectivo.
El receptor también suele ser individual, bien como oyente, bien como lector. Es al que se destina exclusivamente el mensaje. Sin embargo, puede ocurrir que el receptor no sea un único individuo, sino varios. Se distinguen los siguientes tipos de receptor múltiple:

- La audiencia: Es un caso intermedio entre el receptor único y el receptor múltiple, y se da cuando están presentes en el acto comunicativo oyentes casuales y pasivos. Éstos propician una suerte de doble recepción -la del receptor y la de la audiencia-, que exige mayor esfuerzo por parte del emisor para captar la atención de los que escuchan.
- El receptor colectivo: Está constituido por los oyentes o los lectores de actos comunicativos de diversa naturaleza, desde los oyentes de un conferenciante o de un mensaje televisado hasta los lectores de diarios, novelas o de cualquier tipo de mensaje público. Pese a la amplitud casi ilimitada del receptor colectivo, el emisor suele dirigir sus mensajes a un sector social determinado (los aficionados a las setas, la burguesía urbana...), restringiendo así la extensión comunicativa del mensaje.
- El receptor universal: Es una modalidad de receptor colectivo que se aplica a los receptores de mensajes literarios, generalmente lectores. Este concepto explica tanto la comunicación que un escritor entabla con los individuos de su tiempo como la que establece con aquellos lectores que reciben el texto cientos de años después de su creación y publicación. Cuando crea, el autor siempre se dirige al lector colectivo como si se tratara de un lector ideal, entendiendo éste como el modelo de receptor imaginado que mejor se ajusta a la intención comunicativa del autor.

 El mensaje como texto 
El mensaje es una unidad comunicativa compleja en la que inciden tanto los rasgos cinésicos o proxémicos como los estrictamente lingüísticos. Sin embargo, nos centraremos en el mensaje como texto, y nos referiremos a las circunstancias verbales que en él se observan. Consideraremos textos tanto un anuncio televisivo como un chiste, una conversación, una conferencia, un poema, una obra de teatro o una novela.
Tradicionalmente, se ha tomado la oración como unidad superior de descripción gramatical. En la actualidad, en cambio, se prefiere el texto como unidad global, estructural y de sentido. La gramática textual ha definido el texto como una unidad lingüística compleja, cerrada y de sentido completo: se entiende que el texto es complejo porque está constituido por unidades inferiores (oraciones, proposiciones, sintagmas...) que se organizan según reglas gramaticales y lógicas; es cerrado, porque se inicia y se concluye siguiendo un tema, y siempre de acuerdo con la intención del emisor y del receptor; y posee sentido completo porque su extensión, casi ilimitada, garantiza la recepción de múltiples matices significativos.

 El canal del texto 
En sentido amplio se entiende por canal el vehículo que transporta el mensaje desde el emisor hasta el receptor. El texto, por tanto, sólo tiene dos posibilidades de transmisión: mediante un sistema acústico, con la lengua oral, o mediante un sistema visual, con la lengua escrita, de forma que se distingue entre texto oral (el que emite el hablante y recibe el oyente) y texto escrito (el que produce el escritor y llega al lector).
Desde el punto de vista de la producción, el hablante y el escritor disponen respectivamente de ventajas e inconvenientes que condicionan la realización de los textos, por ejemplo:
- El hablante goza de señales paralingüísticas (tono de voz, gestos) que le son negadas al escritor. El hablante procesa su emisión de mensajes bajo circunstancias de presión que lo condicionan. Así, ha de controlar lo que acaba de decir y comprobar si concuerda con su intención. Además, debe planear el siguiente enunciado y, simultáneamente, vigilar la recepción como oyente.
- El escritor, por el contrario, dispone de facilidades para redactar, ya que puede repasar lo escrito y puede realizar pausas para reflexionar, sin preocuparse de que le interrumpan. Por añadidura, dispone de tiempo para seleccionar el léxico y la forma de su discurso.
Finalmente, el hablante disfruta de otros beneficios como la posibilidad de observar a su interlocutor para modificar lo que dice, para adaptarlo al oyente. El escritor no tiene acceso a la reacción de sus receptores y ha de imaginarla.

 El código 
Al hablar de lenguaje verbal, se suele entender por código el conjunto de signos lingüísticos y de reglas que los relacionan. El acuerdo del emisor y el receptor sobre el uso de un determinado código asegura la correcta construcción del mensaje y su adecuada interpretación. Las distintas lenguas naturales que se conocen en el mundo son códigos lingüísticos con sus propios signos y sus propias normas.
La utilización de un código lingüístico, de una lengua, exige determinadas destrezas que no todos los hablantes desarrollan por igual. El dominio de la lengua requiere un complejo proceso de aprendizaje. La asimilación que permite usar un idioma está determinada por las capacidades individuales del hablante y, sobre todo, por sus posibilidades sociales. Así, atendiendo a estas condiciones, hablaremos de dos tipos de códigos:

  • Código restringido: se aplica a los mensajes que emplean un reducido número de recursos expresivos de los muchos que ofrece la lengua. Estos mensajes suelen producirse entre hablantes de escasa formación cultural y de estratos sociales deprimidos.
  • Código elaborado: se aplica a aquellos mensajes que emplean la lengua con variedad, corrección, propiedad y elegancia.
Las distinciones entre código restringido y código elaborado sirven para establecer las diferencias de empleo de la lengua en sus distintos niveles de uso. Es decir, ayudan a diferenciar los estratos de uso lingüístico del hablante, según sus capacidades (nivel culto o nivel vulgar), o dependiendo de otros rasgos situacionales (nivel familiar o nivel coloquial).