miércoles, 25 de febrero de 2015

El jilguero

El jilguero, de Donna Tartt, fue el regalo de mi pasado cumpleaños. Con él he ocupado mis lecturas de la noche desde finales de agosto hasta ahora, y tanto tiempo lo que muestra es el poco entusiasmo que me ha despertado. No resulta una historia atractiva en su desarrollo, sino más bien monótona, e incluso confusa. Sí es verdad que los personajes son atractivos y la novela está elaborada con un lenguaje poderoso, pero esto no es suficiente para darle agilidad o ritmo en la lectura.

lunes, 9 de febrero de 2015

La lectura y sus funciones

La lengua escrita supone un mecanismo de gran importancia en la formación y adaptación social de los seres humanos. En la actualidad, el número de analfabetos en el mundo es un indicador fiel de las desigualdades económicas y sociales entre los distintos países. Los estados desarrollados, conscientes de la importancia de la formación social, han puesto en práctica desde el siglo pasado sistemas de enseñanza gratuita para garantizar la escolarización de todos los ciudadanos. Esto ha permitido que, a finales del siglo XX y en países como España, las tasas de analfabetismo sean insignificantes.
Sin embargo, estas medidas benefactoras no garantizan la evolución cultural igualitaria de una sociedad. Las desigualdades económicas se mantienen, y las clases desfavorecidas se ven obligadas a desenvolverse en un medio poco propicio para el desarrollo intelectual. Paralelamente a los planes de instrucción pública, ha aparecido la figura del analfabeto funcional, individuo que ha sido escolarizado en su infancia y que ha asimilado, entre otros, los rudimentos de la lengua escrita; pero que, por desuso, ha perdido la capacidad de leer y escribir.
Leer y escribir son destrezas que hay que ejercitar y, en cierto sentido, se puede decir que su aprendizaje nunca concluye. De ahí que insistamos sobre la importancia de adquirir hábitos de lectura y de escritura durante las etapas de formación escolar.

1. Ventajas de la lectura
Leer es un acto de la recepción del mensaje escrito; la lectura, por tanto, implica el dominio de un código que permite al lector descifrar la escritura. Esta facultad capacita al individuo para acceder al vastísimo mundo de los textos escritos que representan en su mente un sinnúmero de experiencias, emociones, informaciones, opiniones, etc., cuyo conocimiento lo enriquecen como ser humano.
Pero, ¿en qué sentido la lectura enriquece al lector? Con la lectura se pueden adquirir directamente conocimientos, destrezas, técnicas; de forma simultánea, e indirectamente, la lectura amplía nuestro vocabulario, por lo que se incrementa nuestra capacidad de referencia a la realidad. Además, nos proporciona diferentes puntos de vista, nos acerca a suficientes aspectos del mundo y de su complejidad como para hacernos más tolerantes y, aunque sólo sea por tomar consciencia de nuestra ignorancia, más sabios.
Simultáneamente, la lectura -si bien en las fases de iniciación requiere esfuerzo- con el tiempo se convierte en un placer. Puede llegar a ser una actividad lúdica, que proporciona la enorme ventaja de enseñar deleitando.
La amplísima variedad de textos escritos ofrece a los lectores muchos tipos de lectura: científica o técnica, informativa, literaria... Dependiendo de las necesidades o de las preferencias personales, podrá llevarse a cabo la elección de un tipo determinado de lectura.

2. La lectura literaria
Cuando leemos un poema, una novela o una obra de teatro, mediante la palabra nos es sugerido un mundo de objetos, de sucesos, de personajes, de emociones, de sensaciones que estimulan nuestra imaginación y nos hacen rescatar del recuerdo experiencias de vida útiles para decorar el mundo que se nos representa. La obra literaria, en realidad, es un esquema que los lectores rellenan al interpretarlo, aunque siempre sometiendo la imaginación a la disciplina del texto.
A veces, el lector busca en el texto literario aspectos parciales; sin embargo, en otras ocasiones, el lector asimila parcialmente la obra a causa de una deficiente preparación. La lectura exige un cuidadoso entrenamiento, una fase de iniciación. Dado que no todos los textos presentan el mismo grado de dificultad, resulta conveniente empezar con lecturas sencillas y paulatinamente ir elevando el nivel de exigencia. Poco a poco, la meta del lector consiste en llegar a ser razonablemente exigente y conseguir captar los aspectos significativos de cualquier obra literaria, para así gozar de las emociones que con ella se experimentan. Las obras literarias que se han escrito en otras épocas y en tradiciones literarias antiguas suelen ofrecer enormes dificultades de interpretación. Se hace preciso en estas obras que se esclarezcan las circunstancias personales, generacionales, sociales y culturales en las que se ha producido el texto. Se requiere en estos casos una lectura especializada que descifre las claves de interpretación de la obra literaria.

3. La lectura especializada
Los críticos de la literatura se dedican al estudio del fenómeno literario desde todos los puntos de vista posibles (histórico, social, lingüístico...). Bajo esta perspectiva, la lectura de la obra literaria requiere un trabajo de investigación profundo, que pasa principalmente por la fijación y la interpretación del texto literario. Sin este trabajo previo sería imposible, en numerosos casos, acceder a obras (las medievales, por ejemplo) escritas en circunstancias culturales muy alejadas de nuestra mentalidad. Sólo poseyendo las claves de interpretación del público medieval castellano se pueden entender plenamente obras como El Libro del Buen Amor o La Celestina.
Por otra parte, toda obra se produce dentro de una tradición literaria y se relaciona con textos escritos anteriormente. El autor, en ocasiones, imita, parodia, plagia, interpreta otros textos; o simplemente se inspira en ellos cuando escribe su obra. Se trata de una suerte de diálogo intertextual, cuya interpretación sería imposible sin la ayuda de la crítica especializada.
Por último, la crítica participa de forma destacada en la valoración artística de la obra literaria. El especialista interpreta el gusto de los lectores, la sensibilidad literaria y estética de su tiempo y, apoyándose en su experiencia lectora, clasifica los textos, selecciona los más notables para, finalmente, destacar los rasgos relevantes y definidores que justifican su valor artístico.

lunes, 2 de febrero de 2015

Los problemas religiosos y existenciales en la literatura española de principios de siglo

España no escapó a las corrientes irracionalistas ni las angustias vitales que tajo consigo la crisis de fin de siglo, de la que fueron fruto el Modernismo y el 98.
En el Modernismo había un malestar vital, una desazón romántica y una angustia que encuentra expresión hondísima, por ejemplo, en el Rubén Darío de Cantos de vida y esperanza (1905); muy existenciales son versos como éstos, de Lo fatal:

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido, y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto...
[...] ¡Y no saber adónde vamos
ni de dónde venimos...!

Igualmente, la poesía inicial de Antonio Machado (Soledades, 1903) gira en torno a temas como el destino del hombre, el tiempo, la muerte, y expresa la vieja angustia de quien camina perdido, "siempre buscando a Dios entre la niebla".
Pero, a la vez que en Machado, es en los escritores del 98 en quienes alcanzan un copioso e intenso desarrollo los problemas existenciales. El lugar que éstos ocupan en la madurez de los noventayochistas ha hecho que se vea en ellos un precedente del existencialismo europeo. Shaw llega a afirmar que fueron los primeros en plantearse las cuestiones existenciales en términos que después serían desarrollados por la literatura y el pensamiento europeos.
Como primeras muestras de ello, véanse las tres novelas que se publican en 1902, cuando ya los hombres del 98 van dejando atrás sus ideales juveniles. Son Caminos de perfección de Baroja, La voluntad de Azorín y Amor y pedagogía de Unamuno. Rasgo común a los tres es una introspección angustiada. Fernando Ossorio, el personaje barojiano, busca en vano algo que dé sentido a la vida. A Antonio Azorín, el protagonista de La voluntad, le domina "la inexorable marcha de todo nuestro ser y de las cosas que nos rodean hacia el océano misterioso de la Nada". En la desesperación y en la nada desemboca también el Apolodoro de Amor y pedagogía. En todos ellos, pues, se ve el mismo hastío de vivir, el mismo dolor y ese estado de ánimo al que nuestros autores dan ya el nombre de "angustia vital" o "angustia metafísica".
Estrechamente ligadas a este talante se hallan sus actitudes ante lo religioso. Los noventayochistas habían caído de jóvenes en un total agnosticismo y en un anticlericalismo virulento. Laín Entralgo explicó su alejamiento de la religión recordando el catolicismo insustancial de la España del momento y la alianza del clero con los sectores políticamente más conservadores. Con el tiempo, algunos de ellos modificarían más o menos sus actitudes.
Azorín, a partir de 1902, pasa primero a un sereno escepticismo, a la manera de su admirado Montaigne; más tarde, a un vago deísmo. La duda no parece ausente de su obra más granada; más aún, buena parte de ella tiene en su centro la incertidumbre sobre el sentido de la existencia. Pero la angustia deja paso a una suave melancolía con la que contempla el fluir del tiempo e intenta apresarlo literalmente en el paisaje, en las viejas ciudades... Eso será lo que le defina hasta que, en su vejez confiese un "catolicismo firme, limpio, tranquilo".


Ramiro de Maeztu 1874 - 1936
Más temprano y más radical fue el cambio de actitud religiosa en Maeztu, quien hacia 1920 ha pasado ya a posiciones católicas tradicionales, coherentes con sus nuevas ideas políticas.
Baroja, en cambio, había de seguir manteniendo durante toda su vida un radical escepticismo y una incurable "dogmatofagia", como él diría.
Y es preciso destacar a Unamuno, en quien los conflictos existenciales y religiosos se presentan con la máxima agudeza y dramatismo.