jueves, 28 de enero de 2016

Extraños en un tren

Ufff. Este libro ha salido de lo más recóndito de la estantería. Lo compré en la librería de Juanito Becerra en 1984  y el pobre estaba desde entonces allí aparcado (...bueno, he tenido varias mudanzas, así que habrá pasado por diversas estanterías).
Ahora que lo he terminado me entero que Hitchcock, en 1951, dirigió una película basada en esta novela de Patricia Highsmith, publicada un año antes, en 1950.
Cuenta un macabro pacto entre dos desconocidos que comparten un viaje en el tren. Está construida como una novela policíaca, pero aborda cuestiones interesantes propias de la moral: por un lado, la culpa y la mala conciencia, y por otro, el desprecio por la vida humana en una sociedad sin límites cercana a la locura. Porque la presión o la manipulación que ejerce Bruno sobre Guy no es explicación suficiente para entender sus actos, sino más bien que cada uno de nosotros somos asesinos en potencia. Y sólo nos sentiríamos aliviados de nuestros crímenes cuando los confesemos. 

sábado, 9 de enero de 2016

El estilo de Pío Baroja

Ha sido frecuente afirmar que Baroja "escribe mal". Y frente a ello, el pulcro Azorín dijo que el de Baroja era "un gran estilo". Por una parte, en efecto, son evidentes sus incorrecciones gramaticales, que él mismo atribuía a su origen: su español -decía- es el de un vasco y no el de un castellano casticista.
Pero, por otra parte, su estilo es perfectamente coherente con su ideal de espontaneidad narrativa. Baroja lleva al extremo la tendencia antirretórica de los noventayochistas. O mejor, afirma su voluntad de hacerse "una retórica de tono menor", hecha de "continencia y economía de gestos", y desprovista de aquellas galas convencionales que le parecían "adornos de cementerio". He aquí una afirmación fundamental recogida en sus Memorias:

Para mí, no es el ideal del estilo ni el casticismo, ni el adorno, ni la elocuencia; lo es, en cambio, la claridad, la precisión, la rapidez.

El resultado de esa voluntad de estilo es, en efecto, una prosa rápida, nerviosa, vivísima, que bien puede considerarse "un gran estilo". Y su novedad no es menos evidente que la de otros intentos renovadores coetáneos. Él mismo tenía clara conciencia de que en su prosa había "una manera de respirar que no es la tradicional".
Hay, junto a ello, en su estilo un tono "agrio", calificativo que Baroja consideraba exacto. Evidentemente, es lo que corresponde a su temperamento amargado. Y se manifiesta especialmente en expresiones contundentes como zarpazos, a menudo feroces, que propina sin cesar. Pero no se olvide, como contrapunto, la inesperada aparición de una pudorosa ternura que nos deparan sus páginas.
Aspectos concretos de su orientación estilística son sus preferencias por la frase corta y el párrafo breve. Madariaga señalaba que muchas páginas de Baroja son "ristras de hechos apuntados en frases cortas que caen... como paquetes descargados". En cuanto al párrafo breve, el mismo Baroja afirma:

Para mí era la forma más natural de expresión, por ser partidario de la visión directa, analítica e impresionista. El párrafo corto da la impresión del golpeteo del telégrafo de Morse.

Todo lo dicho explica, sin duda, la viveza y amenidad del relato. Y asimismo, el especial relieve de sus descripciones: en general, son pinturas rápidas, hechas de pinceladas escuetas que, con unos detalles significativos, nos producen una intensa impresión de realidad. Bien puede hablarse, como hacía Baroja, de técnica "impresionista", muy distinta de la que se observa en las prolijas descripciones de los realistas decimonónicos.
Finalmente, la naturalidad barojiana alcanza manifestaciones eminentes en la autenticidad conversacional de los diálogos, en los que el autor se muestra como maestro insuperable.
Añadamos que, en ocasiones excepcionales, sus novelas o sus cuentos ofrecen breves evocaciones líricas en una prosa especialmente cuidada y bellísima. Son famosos, por ejemplo, los "elogios sentimentales" del acordeón o de los caballos del tiovivo, en Paradox, rey, testimonios de unas dotes que Baroja prefirió no prodigar.

martes, 5 de enero de 2016

Pío Baroja: Su concepción de la novela

Aunque confesó su escaso interés por las teorías estéticas, Baroja dedicó muchas páginas, especialmente en sus Memorias, a hablar de su labor.
Ante todo, la novela es para él un género multiforme, proteico:

Lo abarca todo: el libro filosófico, el psicológico, la aventura, la utopía, lo épico...

Estamos pues ante la típica novela abierta, o como él decía, permeable. Consecuencia de ello es su declarada despreocupación por la composición. Estaba en contra de los novelistas que parten de un "argumento cerrado y definitivo", y abogaba más por una composición espontánea e intuitiva. He aquí unas declaraciones muy significativas:

Esta tendencia mía de no apreciar gran cosa la composición me ha hecho descuidarla un tanto en mis libros. A mí, en general, es un tipo o un lugar lo que me sugiere la obra. Veo un personaje extraño que me sorprende, un pueblo, una casa, y siento el deseo de hablar de ellos. Yo escribo mis libros sin plan. Yo necesito escribir entreteniéndome en el detalle, como el que va por un camino distraído, mirando este árbol, aquel arroyo y sin pensar demasiado a dónde va.

Sus novelas presentan "una marcha disgregada" que permite "muchos cambios". Llegó a afirmar que "una novela es posible sin argumento". Lo que le importa son los episodios, las anécdotas, las disgresiones... Tampoco le preocupa la unidad, más propia, pensaba, de la obra teatral o del cuento.

Una novela larga será siempre una sucesión de novelas cortas.

Monumento a Pío Baroja en Madrid
En cambio, la invención, la imaginación disponible, eran para él las cualidades supremas del novelista. Y junto a ello, la observación. Como decía un crítico de su tiempo, Andrenio, sus novelas dan "la sensación de lo visto, de lo vivido, contado rápidamente con rasgos expresivos y seguros, como narra un testigo presencial".
Confiesa, en fin, Baroja que sus obras "no quieren probar una tesis". Es cierto, pero eso no significa que de ellas no se desprenda una concepción de la vida. Incluso es frecuente que se intercalen en la acción disquisiciones en las que se barajan ideas de índole variadísima, pero siempre insertas en la experiencia vital de un personaje. Todo esto adquirirá, no obstante, su exacto sentido si se matiza con una opinión de Galdós que nuestro autor recoge en sus Memorias. Al indicarle Baroja que escribía "sin técnica ninguna", Galdós le respondió:

Yo le probaría a usted con algunos de sus últimos libros en la mano que hay en ellos no sólo técnica, sino mucha técnica.

Baroja comenta:

De entonces acá, he pensado en la técnica de la novela y he visto que, en gran parte, Galdós tenía razón.

Y reconoce que hay "una ciencia de novelista, quizá intuitiva, muy perfecta y muy sabia".
En definitiva, lo que Baroja llama "falta de composición" o "desorganización" no son sino formas particulares de componer y de organizar la materia novelística. Lo que sí queda claro de todo ello es la novedad que su manera de contar suponía en relación con la estructuración del relato en la novelística inmediatamente anterior.

viernes, 1 de enero de 2016

Cielos de barro

Imagino que sería en el año 2000, al ganar Dulce Chacón el Premio Azorín y Planeta publicar su novela, cuando lo leí por primera vez. Recuerdo que mis hijos eran pequeños y pasamos unos días en Marbella, en casa de unos familiares. A los pies de la escalera de la terraza, buscando el fresco de la mañana, me sentaba a leer sus páginas. Después, fue una de mis lecturas recomendadas durante bastante tiempo.
En este mes de diciembre, me he sentado otra vez con el libro en las manos, reviviendo las viejas penas de este cortijo extremeño en aquellos años de guerras y miserias.
En realidad lo he leído nuevamente dos veces, porque me he liado un poco con tantos personajes y porque terminé la lectura con una duda. Así, en la relectura he estado más centrado, con largos ratos por delante. He disfrutado también más del estilo literario y del lenguaje utilizado para dar cuerpo al personaje de Antonio, el alfarero, y he reconstruido las historias que nos cuenta.
En cierto modo, es una novela con una estructura compleja, con dos voces diferentes que narran la misma historia, por un lado está la narración desordenada, propia de una persona mayor, en primera persona, del alfarero, pero con una gran belleza y matices, y por otro lado, la voz omnisciente que pone orden cronológico a lo que acontece.
Como señalaba Dulce Chacón en una entrevista, la novela arranca con un crimen múltiple que hay que investigar, pero esto no es más que una excusa para describir la vida de esos años de señoritos y sirvientes, reconstruida a partir de viejas historias contadas en muchas entrevistas que la autora tuvo entre los que sufrieron en sus corazones tantas calamidades.