viernes, 15 de abril de 2016

El tema de España en el ensayismo de Ortega y Gasset

La preocupación por España no decae en la generación de 1914 o de los novecentistas. Incluso se les ha llamado "hijos del 98". Con todo, representan -según Díaz Plaja- "una revisión más rigurosa del problema de España" y una superación del pesimismo precedente, a la vez que una orientación claramente europeístas.
Hay en esta generación políticos, ensayistas e historiadores para quienes el tema de España es central. Recordemos los nombre de Azaña, Madariaga, Américo Castro, Marañón, D'Ors...
José Ortega y Gasset (1883-1955) es la figura más universal del grupo. Dejando ahora su significación filosófica y el eco que tendrían sus ideas estéticas, nos centraremos en su concepción de España. Lo más sugestivo de su pensamiento es, sin duda, su b)europeísmo y su denuncia del aislamiento de nuestro país (el peso nocivo del casticismo se condensa en aquella fórmula suya que nos define como "una raza que se muere por instinto de conservación").
Pero lo esencial de sus ideas sobre el tema que nos ocupa se encuentra en el breve volumen publicado en 1921: España invertebrada. Toca en él el problema de la decadencia española, pero sólo para explicar la situación presente, caracterizada, como sugiere el título, por un proceso de disgregación, que puede resumirse en tres puntos:

a) Disgregación nacional por los separatismos. Para Ortega, "España es una cosa hecha por Castilla", la cual "supo mandar" y ofrecer "un proyecto sugestivo de vida en común", un "ideal de Imperio". Pero Castilla se agotó, se recluyó en sí misma y "el primero en mostrarse particularista fue el Poder central". Así nacerían las fuerzas centrífugas que amenazaban con desintegrar el país. Y Ortega resumía:

Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho.

b) Disgregación social por los "particularismos" de clase. Piensa Ortega que las clases sociales deben vertebrarse con un espíritu de cooperación (opuesto a la "lucha de clases"). Pero tal espíritu no existe en España. Cada grupo social persigue "la imposición inmediata de su señera voluntad", apelando incluso a la "acción directa". Así, tanto en lo regional como en lo social, España se ha convertido en "una serie de compartimientos estancos".

c) La indisciplina de las masas. En la segunda parte del libro, apunta un tema que más tarde desarrollaría (La rebelión de las masas, 1930):

Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos.

En España no hay, y apenas la hubo, una minoría capaz de dirigir. Pero además, "la masa se niega a ser masa", no reconoce la función rectora de los individuos excelsos, y así "sobreviene el caos social la invertebración histórica".

¿Cuáles eran entonces las perspectivas? Para Ortega, se anunciaba una nueva época en que perderían valor los principios democráticos. El momento era propicio -dice- para que España pudiera "restaurarse gloriosamente". Pero, para ello, era condición indispensable "el reconocimiento de que la misión de las masas no es otra que seguir a los mejores". Y que una "minoría selecta" supiera ofrecer a todas las regiones y grupos sociales "una comunidad de propósitos" o "un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común".
La interpretación orteguiana de España ha sido seriamente rebatida, ante todo, por sólidos historiadores que han señalado lo endeble o incompleto de sus fundamentos históricos. Desde un punto de vista político, se ha combatido tanto su "centralismo" como su "elitismo", e incluso se ha visto en algunas de sus ideas un antecedente de postulados fascistas. Ello es algo excesivo: Ortega no dejaría de ser un liberal reformista, aunque ciertas afirmaciones de España invertebrada hallarían un indudable eco en la ideología de la Falange.   

domingo, 10 de abril de 2016

El tema de España en el Modernismo

Ruben Darío es en el tema de España, como en tantas otras cosas, precursor y ejemplo. Ya en su primer viaje a España, en 1892 (conmemoración del Descubrimiento) saluda a "la Patria madre". Y la admiración que despertaría entre nosotros acendró su españolismo. Pero su amor por España no le impide una visión crítica, vecina en más de un punto a la de los noventayochistas. Así se observa en España contemporánea (1901), colección de artículos en los que recoge el ambiente de nuestro país tras el Desastre, y que constituye un inestimable retrato moral de la España de fin de siglo. Junto a sus ironías sobre los poetas decimonónicos, destacan sus testimonios sobre la pobreza del ambiente cultural madrileño o sobre la política del momento:

Sagasta olímpico está enfermo. Castelar está enfermo; España ya sabéis en qué estado de salud se encuentra; y todo el mundo, con el mundo al hombro o en el bolsillo, se divierte: ¡Viva mi España!

Compartió, pues, las inquietudes del 98 con sus amigos españoles, pero, sobre todo, tomó la pluma para animar a los vencidos y execrar a los vencedores. En su gran libro de 1905, Cantos de vida y esperanza, el tema de España y de lo hispánico, ocupa un lugar eminente. Ahí están poemas como "Al rey Óscar", "Cyrano en España", "Letanía a Nuestro Señor Don Quijote", además de los decicados al Greco, a Cervantes, a Góngora y Velázquez, a Goya... En otras composiciones vibra una intensa preocupación política. En la famosa "Salutación del optimista", reacciona contra la indolencia y el desaliento producidos por la derrota, y manifiesta su positiva fe en España, fraternalmente unida a los pueblos hispánicos. Su "Oda a Roosevelt" increpa duramente a los Estados Unidos y les opone el espíritu español. La amenaza de la creciente influencia norteamericana se halla igualmente en estos versos de "Los cisnes":

La América española, como la España entera,
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de su cuello divino.

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?

En los modernistas españoles, en cambio, será difícil encontrar muestras de una inquietud crítica por la realidad española del momento. Lo que sí hallaremos son finas captaciones sensoriales, impresionistas, del paisaje, presididas por metas estéticas, o evocaciones de figuras históricas a modo de estampas.
Manuel Machado (1874-1947) es, en este sentido, muy característico. Si en su libro Alma (1900) figura el famoso poema "Castilla" (espléndida versión lírica del episodio del Cid y la niña), domina en su obra la atención al pintoresquismo, sobre todo andalucista, como en La fiesta nacional (1906), ejemplo de insuperable ligereza en el tratamiento del tema taurino. Ligereza y gravedad se combinan magistralmente en Cante hondo (1912), libro en que asimila con asombrosa autenticidad el tono popular de soleares, sevillanas, malagueñas, etc.
Comentando en 1945 su trayectoria, en comparación con la del 98, diría Manuel Machado:

Yo fui el primero en poner, por entonces, sobre el tablero los temas españoles, netamente españoles.(...) Yo no continué por ese camino, si bien la nota sentimental y lírica adoptó, en mí, la forma hondamente castiza de los cantares del pueblo.

Hablando de los noventayochistas, confiesa que "no les seguía por los caminos de la visión crítica". Era un hombre que estaba, según sus propias palabras, "totalmente de espaldas a las cuestiones políticas... o, mejor, cuya política consistía en escribir versos lo mejor posible".
Tampoco es la visión crítica lo que caracteriza, salvo excepción, a otros autores adscribibles al Modernismo:
  • Juan Ramón Jiménez, en su etapa modernista, nos ofrece nostálgicas notas de paisaje.
  • Autores como Marquina o Villaespesa, aparte su poesía colorista, cultivan un teatro de temas históricos con una significación netamente tradicionalista.
  • Valle-Inclán es un caso especialísimo. En su producción inicial hay cuadros sobrecogedores del mundo rural. Y en su obra posterior se caracterizará por una crítica despiadada de la realidad española. 

miércoles, 6 de abril de 2016

La casa de las miniaturas

En julio de 2015 me compré La casa de las miniaturas cuando prácticamente se acababa de publicar en nuestro país. El libro tenía buenas críticas y estaba muy bien situado entonces en las listas de ventas. El encargado de la librería que me atendió lo curioseó incluso, diciéndome que "tenía muy buena pinta".
En estos días lo he terminado, releyendo el final con idea de asegurarme que no me pasaba por alto alguna cuestión trascendente. Realmente es un deliciosa lectura, mágica, con momentos sorprendentes y bien ambientada en la ciudad de Amsterdam en el siglo XVII, pero, a mi modo de ver, deja demasiado abiertas cuestiones fundamentales para la historia que nos cuenta, quizás por la intención de la autora de mantener el secreto hasta este extremo.