domingo, 29 de mayo de 2016

La obra poética de Antonio Machado

Escribió Machado en cierta ocasión que al poeta le conviene "desconfiar aun de sus propias definiciones". No obstante, parece válida para su obra, en conjunto, esta definición que dio en 1931: 

La poesía es la palabra esencial en el tiempo.

Con estas palabras quería sintetizar su doble objetivo: captar la esencia de las cosas, a la vez que su fluir temporal. Y añadía:

Inquietud, angustia, temores, resignación, esperanza, impaciencia que el poeta canta, son signos del tiempo y, al par, revelaciones del ser en la conciencia humana.

Más adelante, habría de precisar:

La poesía es el diálogo del hombre, de un hombre, con su tiempo.

En estas afirmaciones está la raíz de esa cálida y entrañable humanidad que impregna toda su obra.
Su lengua poética se formó, no hay duda, en ciertas direcciones del Modernismo y en el Simbolismo francés (como él mismo nos dice, el París de 1899 -fecha de su primer viaje- era la ciudad "del simbolismo en poesía"). Las huellas de ese punto de partida no desaparecerán nunca de sus poemas. Sin embargo, Machado emprendió pronto una empresa de depuración estilística que le llevaría a alcanzar una sobriedad y una densidad excepcionales. Coincide así con otros escritores de su tiempo en una voluntad antirretórica. Es significativo -dentro de su tono de broma- este pasaje de su Juan de Mairena:

(Mairena, en su clase de Retórica y Poética)
- Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba. "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa".
El alumno escribe lo que se le dicta.
- Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: "Lo que pasa en la calle".
MAIRENA. - No está mal.

En cualquier caso, sus direcciones estéticas deben precisarse estudiando su trayectoria.

1. Primer ciclo poético: Soledades
En los años en que triunfa el Modernismo, aparece Soledades (1903) y luego, suprimidas algunas composiciones y añadidas muchas más, Soledades, galerías y otros poemas (1907). Años más tarde, recordando estos libros, hablará Machado del magisterio de Rubén, pero proclamará, junto a su admiración, que había pretendido "seguir camino bien distinto". Y añade: 

Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo.

Sin embargo, reconoce:

No fue mi libro la realización sistemática de este propósito.

Y más tarde se referiría a sí mismo hablando de "ese modernista del año tres". En efecto, a pesar de una tendencia a la sobriedad expresiva que se observa, sobre todo, en los poemas de la segunda edición, es mucho lo que hay de Modernismo en estos comienzos machadianos. Se trata, eso sí, de un modernismo intimista, con esa veta romántica que recuerda, en no pocas ocasiones, a Bécquer o a Rosalía de Castro. Machado, según sus palabras, escribe "mirando hacia dentro", tratando de apresar, en su "íntimo monólogo", "los universales del sentimiento". 
Esos sentimientos universales conciernen, ante todo, a estos tres temas: el tiempo, la muerte, Dios. Es decir, el problema del destino del hombre, de la condición humana. Pero hay también nostálgicos recuerdos de la infancia, finísimas evocaciones de paisaje... y un amor más soñado que vivido. Soledad, melancolía o angustia son el resultado de ese mirar hacia el fondo del alma. 
En la visión machadiana y en el arte de Soledades, el crítico Aguirre ha destacado los valores simbolistas. Motivos temáticos tan característicos de Machado como la tarde, el agua, la noria, las "galerías", etc., constituyen símbolos de realidades profundas, de obsesiones íntimas (el agua, por ejemplo, es símbolo de vida cuando brota, símbolo de la fugacidad cuando corre, como los ríos de Jorge Manrique, símbolo de la muerte cuando está quieta o cuando es el mar).
Del Simbolismo y del Modernismo le viene igualmente a Machado su preferencia por ciertos tipos de ritmo. Así, en su versificación, hay una presencia reveladora de versos dodecasílabos y de alejandrinos, junto a algún ejemplo de métrica basada en pies acentuales. Sin embargo, ya se observa el gusto por formas más sencillas, como la silva. En fin, mucho es también lo que el léxico y las imágenes deben al lenguaje modernista.
Y a pesar de todo, Machado posee ya esa voz propia que había buscado. El ciclo de Soledades es un conjunto de hondísima poesía; no faltan críticos que lo colocan, incluso, por encima de Campos de Castilla.

2. Campos de Castilla
El encuentro de Machado con Castilla es un encuentro privilegiado: como decía Salinas, Castilla es una tierra en la que Machado podrá seguir "buscando el alma". En efecto, ante las tierras de Soria, exclamará:

Me habéis llegado al alma.
¿O acaso estabais en el fondo de ella?

Se publica Campos de Castilla en 1912, poco antes de la muerte de Leonor (se incrementará con nuevos poemas en ediciones sucesivas). Son variados los temas de sus composiciones; señaló Machado que:

... a una preocupación patriótica responden muchas de ellas; otras, al simple amor de la Naturaleza, que en mí supera infinitamente al del Arte. Por último, algunas rimas revelan las muchas horas de mi vida gastadas en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo.

Los "enigmas del hombre y del mundo" le siguen inspirando, en efecto, poemas intimistas en la línea de su poesían anterior. Pero lo que aporta de nuevo este libro son los cuadros de paisajes y de gente de Castilla o las meditaciones sobre la realidad española.

Río Duero

El paisaje parece recogido, en algunos poemas, con una "objetividad" absoluta. Sin embargo, un estudio atento permite ver un claro componente subjetivo: Machado proyecta sus propios sentimientos sobre aquellas tierras, operando una selección que prefiere lo más adusto, y acentuando, especialmente con la adjetivación, lo que sugiere soledad, fugacidad o muerte, sus constantes obsesiones.

    Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
    ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas:
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva! 

La preocupación patriótica le inspira poemas sobre el pasado, el presente o el futuro de España. En ellos se observa una actitud crítica que motivó la ya discutida adscripción de Machado a la generación del 98. Sólo en algún caso podrían verse puntos comunes con la línea regeneracionista, así, en A orillas del Duero o en Por tierras de España. En cambio, en poemas posteriormente añadidos al libro, la crítica de Machado parte ya de bases distintas: es una visión histórica y política netamente progresista, animada por la nueva fe en "otra España", "implacable y redentora", con la que ahora se siente comprometido. Son ejemplos de ello composiciones como Del pasado efímero, El mañana efímero, Una España joven, Desde mi rincón...
Destaquemos, aparte, el largo romanece La tierra de Alvargonzález, en el que el poeta consigue revitalizar la vieja versificación, en un intento de "escribir un nuevo Romancero" que fuera expresión popular de "lo elemental humano". Se trata de un estremecedor poema narrativo, cuya sombría historia gira en torno a la codicia, fruto de la dureza y miseria de aquellas tierras. 
Por otra parte, en Campos de Castilla inicia Machado un aspecto de su creación que más tarde cultivará copiosamente: ese tipo de poemas brevísimos que integran la serie de Proverbios y cantares. Son, unas veces, chipazos líricos; otras, filosóficos (aspecto éste que dominará en el libro siguiente). Los más surgen de esas hondas preocupaciones suyas y que ahora se envasan en formas inspiradas por las coplas populares. Algunos son bellísimos. 
Entre los poemas añadidos al núcleo inicial, hay que citar las conmovedoras evocaciones de Soria, desde lejos, o de la esposa muerta; ambos temas se entretejen admirablemente en el poema A José María Palacio. En fin, el libro se completa con una serie de "Elogios", algunos muy hermosos, como el poema A Don Francisco Giner de los Ríos, o los dedicados a Rubén Darío, Unamuno o Juan Ramón. 

3. Nuevas canciones
Doce años tardará Machado en publicar su siguiente libro: Nuevas canciones (1924). Su impulso creador parece haberse frenado. Ya en un poema de 1913, se lamentaba:

... cantar no puedo;
se ha dormido la voz en mi garganta.

Y en una carta a Unamuno de 1921, confesará: "Escribo poco y aun esto no muy a gusto". Por aquellos años, en cambio, se incrementa su interés por la filosofía.
Nuevas canciones es un libro breve y heterogéneo. Dámaso Alonso lo ha definido como:

... una especie de muestrario: algunos poemas que recuerdan los Campos de Castilla; otros que, con apenas breves destellos de sentimiento, meten al campo andaluz en una rígida cartonería mitológica; y, en fin, [...] poemas minúsculos, definidores, dogmáticos, condensación de turbias intuiciones puramente cerebrales...

En el terreno de la poesía descriptiva, es evidente que las tierras andaluzas no sacuden su sensibilidad como lo hicieran las de Castilla. Y es sintomático que sólo cuando evoca a Soria se remonte visiblemente su vuelo lírico (así es en la Canciones de tierras altas o en las Canciones del alto Duero).
Encontraremos también en el libro nuevas composiciones intimistas de valor muy desigual, poesías de circunstancias, como sonetos a amigos suyos, etc.
Pero lo más característico de este ciclo es el centenar de nuevos Proverbios y cantares. En ellos, lo lírico ha cedido el puesto definitivamente a lo conceptual: son ahora más "proverbios" que "cantares"; o, como dijo Salinas, "cantares de pensador". Consisten en sentencias o pensamientos, frecuentemente paradójicos, a veces oscuros, en ocasiones triviales, aunque algunos encierran también intuiciones profundas. Las inquietudes filosóficas de Machado han pasado a primer término.

4. Últimos poemas
En los años posteriores a 1924, su producción poética es más bien escasa (cultiva más la prosa). No publica, independientemente, ningún nuevo libro de versos; sí diversas ediciones de sus Poesías completas (1928, 1933, 1936) con algunos poemas añadidos cada vez. Así, los que constituyen el Cancionero apócrifo de Abel Martín, poeta filósofo de su invención; entre tales composiciones, cabe destacar, en todo caso, las "Canciones a Guiomar", testimonio de su nuevo y tardío amor.
Pero Machado encuentra pocas veces ya su inspiración de antaño. La poesía española de entonces va por caminos muy distintos de los que él había recorrido: en esos años veinte, los movimientos de vanguardia barren el panorama de la lírica, se ensaya un arte "deshumanizado", surgen los poetas del 27... Hay, en suma, una nueva estética que parece ejercer sobre el Machado poeta efectos paralizantes. Su figura es respetada (Gerardo Diego lo incluye en su famosa antología de 1932), pero él muestra su "desacuerdo" con la nueva poesía y, en varias ocasiones, defiende estérilmente su propia estética contra una lírica "intelectual", "artificialmente hermética" -son palabras suyas- que le parecía una nueva manifestación del "viejo arte burgués".
Cuando estalla la contienda, Machado quiere ser poeta cívico y bélico de la España republicana. Surgen así sus Poesías de guerra, una veintena de composiciones. Entre ellas, hay poemas breves, como el dedicado a la defensa de Madrid:

¡Madrid, Madrid! ¡qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!

Incluye otros con tono de arenga, algunas coplas, romances y canciones con notas de paisaje valenciano, y nueve sonetos, alguno estremecedor como el titulado La muerte del niño herido. Pero la pieza más hermosa de la serie es El crimen fue en Granada, desgarradora elegía a Federico García Lorca. 
Cuando murió Machado, en un bolsillo se le encontró un papel arrugado. En él, escrito a lápiz, un solo verso, su último verso. No se puede leer sin un escalofrío:

Estos días azules y este sol de la infancia...

domingo, 15 de mayo de 2016

Vida de Antonio Machado

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla...

En Sevilla nació en 1875 Antonio Machado y Ruiz. Su padre, Antonio Machado y Álvarez, era un eminente folclorista. En 1883, la familia se traslada a Madrid. Antonio y sus hermanos estudian en la Institución Libre de Enseñanza. Completa el Bachillerato en los Institutos San Isidro y Cisneros. Al morir su padre (1893) y su abuelo (1895), sobrevienen dificultades económicas. Antonio trabaja como actor teatral, pero en 1899 -con su hermano Manuel- se traslada a París. Allí trabaja como traductor y entra en contacto con la vida literaria parisiense; en una segunda estancia en París (1902), conoce a Rubén Darío, con quien le unirán mutuos lazos de admiración y una gran amistad.
De nuevo en Madrid, colabora en la revista modernista Helios (cuyo redactor jefe es Juan Ramón Jiménez) y vive intensamente las preocupaciones de los jóvenes grupos literarios. La publicación de Soledades (1903) lo revela como poeta extraordinario.
En 1907 obtiene la cátedra de Francés en el Instituto de Soria. Allí pasará una etapa fundamental de su vida. En 1909, se casa con Leonor Izquierdo, una muchachita de dieciséis años. Con ella va a pasar un año en París y asiste a las clases de Bergson; pero en julio de 1911, Leonor sufre una violenta hemotisis y regresan a Soria, en donde ella morirá el 1 de agosto de 1912. Antonio, desesperado, abandona la ciudad castellana y se traslada a Baeza, pero su corazón queda en Soria, en el "alto Espino", el cementerio donde reposa Leonor.
En 1919, se traslada a Segovia, en donde desarrolla una intensa actividad de cultura popular. Es elegido miembro de la Real Academia Española en 1927. Conoce por entonces a Pilar Valderrama, la Guiomar de sus últimos poemas amorosos. Y en 1932, obtiene una cátedra en el Instituto Calderón de Madrid.
En Madrid le sorprende la guerra. Firme partidario de la República, tiene que trasladarse a Valencia; en un pueblecito vecino, Rocafort, vive y escribe en defensa de su España, hasta 1938, en que va a Barcelona, para refugiarse al año siguiente en Francia con su madre. Ambos, muy enfermos, son acogidos en un hotelito de Collioure. Allí, el 22 de febrero de 1939, muere el poeta.

... ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Dos días después fallece su madre.
Fue Machado un hombre bueno ("en el buen sentido de la palabra..."), ensimismado, de sobria y honda sensibilidad. De ahí que se identificara tanto con el austero ambiente castellano. Humildísimo, rehuyó siempre los honores; al ser elegido académico, le comenta a Unamuno que "Dios da pañuelo al que no tiene narices". Por Soria o por Baeza, por Segovia o por Madrid, se le veía paseando solo, con su "torpe aliño indumentario"; o escuchando en silencio a sus contertulios de café, mientras la ceniza de su cigarrillo -era un fumador empedernido- caía invariablemente sobre su chaleco. Sólo su mirada "tan profunda" -como la evocó Rubén Darío- parecía arder.
La trayectoria ideológica de Machado ha sido resumida por Mainer con esta fórmula: "del institucionismo al populismo". Su tradición familiar y su formación en la Institución Libre de Enseñanza lo situaban en la línea del liberalismo reformista de las clases medias. Pero sus ideas se radicalizarán en el tiempo, sobre todo al contacto con las desigualdades sociales de Andalucía y ante el incremento de los movimientos obreros, con los que simpatizó pronto. Su ideal de fraternidad le llevó, en sus últimos años, a proclamaciones netamente revolucionarias.
Su trayectoria ideológica es opuesta a la de los "noventayochistas" y poco afortunada fue su adscripción al 98. Refiriéndose a los escritores de esa generación, el mismo Machado declaró: "Mi relación con aquellos hombres es la de un discípulo con sus maestros". Tales relaciones fueron más bien tardías y, con alguno de ellos, escasas. Admiró sobre todo a Unamuno, pese a sus crecientes diferencias ideológicas. Y de lo que no hay duda es de que, en sus comienzos sobre todo, trató con mayor asiduidad a escritores como Rubén, Valle-Inclán, Juan Ramón, etc.
Mostró hasta el final de su vida una ejemplar consecuencia con sus convicciones profundas. Estuvo, según sus palabras, "a la altura de las circunstancias".

lunes, 2 de mayo de 2016

El tema de España a partir de 1936

1. Nuevos tratamientos del tema de España
La guerra civil española impulsó a no pocos escritores hacia una literatura "comprometida". La muerte, la cárcel o el exilio fue el destino de muchos. A partir de 1939, en el "interior" se asiste a la imposición de una concepción única de España, síntesis de las ideas falangistas y tradicionalistas, cuyos antecedentes los encontramos en el regeneracionismo, en ciertos puntos del 98 y en algunas ideas de Ortega y Gasset. Concepción de España como "una unidad de destino en lo universal", inspirada en los "ideales del Imperio" y en los "valores eternos"; propósito de que España sea "defensa o baluarte de Occidente", bajo la dirección de un "caudillo". Tales son algunos de los temas de la España oficial.
Pero algunos escritores de origen falangistas comenzarán a distanciarse del "triunfalismo" reinante y reanudarán una visión crítica. Tal es el caso de Dionisio Ridruejo o de Pedro Laín Entralgo. Éste publica en 1948 un ensayo con el significativo título de España como problema. Y ese mismo "problema" es abordado por ensayistas como Aranguren o Ruiz Jiménez.
Paralelamente, se produce una renovación historiográfica que conduce a abordar nuestro pasado con un rigor nuevo, con métodos sólidos. Destaca Jaime Vicens Vives que introduce en España la historia de enfoque económico y social. En una rigurosa perspectiva social sitúan igualmente otros historiadores, como J.A. Maravall, los fenómenos políticos y culturales. Todo ello contribuye decisivamente a renovar nuestra visión de España, arrinconando viejos y nuevos mitos, y propiciando interpretaciones más serenas y objetivas.
En la pura creación literaria, el tema de España es obsesivo, hasta el punto de que ha podido componerse una copiosa antología titulada precisamente El tema de España en la poesía española contemporánea (J.L. Cano). Y en la novela o en el teatro, tal preocupación se manifiesta en un enfoque concreto de los problemas de la sociedad: es el llamado realismo social de los años cincuenta.
Una importante veta de nuestra narrativa del siglo XX gira en torno a la guerra civil. Los novelistas dan testimonio de aquel trágico enfrentamiento entre dos modos irreductibles de concebir a España. Citamos algunas muestras: Agustín de Foxá (Madrid, de corte a checa), García Serrano (La fiel infantería), Gironella (Un millón de muertos), Luis Romero (Tres días de julio), Juan Goytisolo (Duelo en el Paraíso), Ana María Matute (Primera memoria), Castillo Puche (El vengador), Ángel María de Lera (Las últimas banderas), etc.
Finalmente, señalemos un fenómeno singular de finales del XX: el auge del libro político. La desaparición de la censura y el ingreso en formas de convivencia democrática produce el explicable afán de interpretar el pasado inmediato o de proponer soluciones para los problemas presentes. El tema de España vuelve a ser decididamente dominio de la confrontación entre concepciones políticas distintas.

2. España en la literatura del exilio
Entre los escritores de la diáspora, destacan antee todo poetas del grupo del 27 y alguno anterior, como León Felipe. En los primeros momentos, el tono dominante de su poesía será la amarga desesperación o el denuesto al vencedor. Es precisamente León Felipe quien inicia esta línea con libros violentos como El payaso de las bofetadas (1938), El hacha (1939) o Español del éxodo y del llanto (1939). El mismo tono aparece en poemas de Alberti y otros. Con el tiempo, la nota dominante será la nostalgia de la patria perdida. Así, en el mismo Alberti (Retornos de lo vivo lejano, 1948-1956), o en Cernuda, Salinas, Guillén... Los mismos tonos tiñen los recuerdos de la guerra y de la patria, o el dolor del exilio, en poetas que se dan a conocer, sobre todo, después de 1939: Serrano-Plaja, Quiroga Pla, Juan Rejano, Herrera Petere, y muchos otros. 
El tema de la guerra y sus secuelas abundará, naturalmente, en la novela y el teatro. Muchos son los relatos que cabría citar aquí, y no pocos espléndidos. Entresaquemos algunos. Arturo Barea (1897-1957) aborda la guerra civil al final de su trilogía La forja de un rebelde, Francisco Ayala (1906-2009) en su libro de cuentos La cabeza del cordero (1949), o Ramón J. Sender (1902-1982) en esa impresionante novela corta es que Réquiem por un campesino español (1953).
Párrafo especial merece el novelista y dramaturgo Max Aub (1903-1972). Por una parte, es autor de un magno ciclo narrativo sobre la guerra, titulado El laberinto mágico (1943-1968) e integrado por Campo cerrado, Campo abierto, Campo de sangre, Campo del Moro y Campo de los almendros. Por otra, es un dramaturgo fundamental; ya durante la guerra había compuesto un teatro épico; fuera de España compondrá obras como Las vueltas, sobre el retorno al hogar de presos y exiliados, así como una serie de piezas en un acto sobre el exilio (las cuatro que componen Los trasterrados) o sobre la España franquista (Teatro de la España de Franco, tres piezas cortas).

Dentro del teatro sobre la guerra, citemos de nuevo a Rafael Alberti, cuya Noche de guerra en el Museo del Prado (1956) es tal vez la realización dramática más lograda del tema. Y añadamos, por último, Guernica (1959) de Fernando Arrabal.
Paralelamente a los aspectos reseñados de creación literaria, España es preocupación de pensadores, ensayistas e historiadores exiliados; sólo aludiremos a la famosa polémica entre Castro y Sánchez Albornoz. Américo Castro (1885-1972), eminente filólogo y crítico literario, publica en 1948 su libro España en la historia (luego titulado La realidad histórica de España), en el que interpreta nuestra peculiaridad cultural como resultado de la larga convivencia de cristianos, moros y judíos. El gran historiador Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984), considerando arbitrarios muchos de los argumentos de aquél, los discute en los dos volúmenes de España, un enigma histórico (1953) y ofrece, de paso, su propia concepción de nuestra historia. No podemos entrar aquí en más detalles, pero ambas obras son testimonio de la más honda preocupación por el ser de España y suscitaron reflexiones sumamente fecundas.

3. El tema de España en la literatura extranjera
La atracción que España ha ejercido sobre escritores extranjeros del siglo XX responde a motivos muy distintos que, no obstante, pueden reducirse a dos líneas. De una parte, la fascinación de nuestras peculiaridades culturales: pasión, misticismo, dramatismo histórico, costumbres...; línea propensa en ocasiones al tópico y a cierto "exotismo". De otra parte, un interés político que se manifiesta una vez más en la presencia del tema de nuestra guerra.
Dentro de la primera línea encontramos, por ejemplo, a Paul Claudel, a quien es la España "mística y guerrera" la que le atrae. Así, su inmenso drama El zapato de raso (1924) tiene personajes españoles (un conquistador...) y una construcción simbólica vecina a la de un auto sacramental. Escribió también un drama sobre Cristóbal Colón (1953).
Otro caso sería el de Henry de Montherlant (1896-1972), que en Los bestiarios (1926) aborda con hondura el mundo de la tauromaquia, vista como riesgo y dominio del hombre sobre la fuerza oscura. Los grandes temas de este escritor -la abnegación, la entereza, la dignidad humana- encuentran igualmente un ropaje hispánico en obras teatrales como La reina muerta, El Maestre de Santiago o El Cardenal de España.
Profundo fue el amor a España en Albert Camus (1913-1960), cuya madre era de origen español. Entre su producción se cuentan adaptaciones de Lope y de Calderón (El caballero de Olmedo y La devoción de la Cruz, respectivamente). Además, escribió en colaboración una obra de teatro titulada Revolución en Asturias, sobre el levantamiento minero de 1934. Y otro drama suyo, El estado de sitio (1948), sitúa en Cádiz una trama semejante a la de su novela La peste.
Constante fue el contacto con España del novelista norteamericano Ernest Hemingway (1898-1961). Pintó el intenso ambiente de los sanfermines en un episodio de El sol también sale. Y de tema taurino es también Muerte en la tarde. Hemingway participó como corresponsal de prensa en nuestra guerra y recogería su testimonio de la batalla del Guadarrama en la novela Por quién doblan las campanas (1940).  
La guerra civil fue, en efecto, una tremenda sacudida para muchas conciencias. Como Hemingway, otros escritores participaron en ella. Así, el inglés George Orwell, que nos dejó su Homenaje a Cataluña (1937). O el francés André Malraux, que luchó en las filas de las brigadas internacionales y cantó en su novela La esperanza (1937) la fraternidad humana y la solidaridad revolucionaria.
Añadamos otros escritores como el católico Georges Bernanos, autor de Los grandes cementerios bajo la luna (1938), violenta driatriba contra los "nacionales", precisamente en nombre de los valores cristianos. O a Jean-Paul Sartre, con su durísima novela corta titualada El muro (1939). Finalmente, el creador de una de las grandes tendencias del teatro contemporáneo, el alemán Bertold Brecht, llevó a la escena nuestra guerra civil con un enfoque épico revolucionario en Los fusiles de la señora Carrar (1937).