lunes, 29 de agosto de 2016

Los intereses creados

Sigo retomando los apuntes de Literatura de COU; así recogía en este blog la entrada "El teatro español del primer tercio del siglo XX". Y casualmente por esos días me encontré en una pila de papel para reciclar esta edición de Anaya de Los intereses creados, de Jacinto Benavente. Como no pudo ser de otra manera, lo rescaté de ser triturado.
El estudio introductorio de Fernando Lázaro Carreter lo he utilizado para ampliar las entradas al blog sobre esta obra literaria y sobre la figura de Jacinto Benavente.
Durante su lectura he recordado que en el Instituto Guadalquivir, en aquellos años mozos de mi bachillerato, representaron esta obra los estudiantes vecinos de la llamada por entonces "Escuela Laboral", y entre aquellos estudiantes había un viejo amigo que representaba uno de los personajes, pero no recordaba cuál. Me he puesto en contacto con él para preguntárselo, y me dice que hacía de Polichinela, con su máscara y todo.
Hoy he terminado la lectura de esta comedia. La introducción de Lázaro Carreter consigue centrar la atención en todos sus aspectos más destacables, por lo que leer el libro ha sido un disfrute, donde en cada escena vamos ratificando lo que se expone en dicho estudio introductorio.

lunes, 22 de agosto de 2016

Intemperie

Desde su publicación en 2013 ha sido un libro que tenía en mi lista, en gran medida por los premios y reconocimientos que iba recogiendo su autor. Lo compré en el pasado Día del Libro del mes de abril y lo he leído en estos días de verano.
Con un vocabulario extenso y un modo de contar que me recuerda a Cela o a Delibes, Intemperie nos traslada a un lugar incierto con unos personajes anónimos y en un tiempo indeterminado. Porque en realidad nos habla de una verdad universal: la lucha del ser humano por sobrevivir en una tierra dura y miserable, y cómo dentro de este mar de tierra seca y de esta intemperie cegadora, pueden surgir valores como la generosidad, la amistad y, por qué no, la justicia.
Jesús Carrasco nació en 1972; este libro es su primera novela, y le ha permitido inmediatamente hacerse un hueco en la literatura española. Merece pues que sigamos sus trabajos.

domingo, 14 de agosto de 2016

La obra de Benavente

1. Fecundidad
La primera cualidad que asombra en Benavente es su fecundidad: escribió más de 160 obras teatrales, a las que deben sumarse otras de distinta naturaleza: Versos (1893), Cartas de mujeres (1893, 1901-1902), comentarios de actualidad que recogió en libros titulados De sobremesa (1910-1916), discursos, conferencias, crónicas... Tradujo, además, El rey Lear, de Shakespeare, y el Don Juan, de Molière, entre otras obras dramáticas de menor entidad.

2. Clasificación de su teatro
Admitiendo que la clasificación de las obras de cualquier autor es un simple expediente didáctico, al que no debe concedérsele más trascendencia, podemos adoptar las divisiones que del teatro benaventino hizo Eduardo Juliá:


La única ventaja de una clasificación de este tipo consiste en que comunica intuitivamente la variedad de temas, actitudes e intereses que atrajeron al dramaturgo. Pero tiene el grave inconveniente de que establece falsos compartimentos: lo satírico, los costumbrista, lo humorístico, lo psicológico... son en Benavente categorías transversales, y pueden hallarse, simultáneamente realizadas, en casi todas sus obras.
Sería preciso acometer un estudio cronológico de nuestro autor, analizando el origen de sus elementos estructurales, su función en el drama, su desarrollo y su evolución; y, a la vez, las circunstancias sociales, políticas y estéticas que, a lo largo de sesenta años de labor creadora, fueron estimulando y configurando su problemática teatral.

3. El teatro español, al aparecer Benavente 
El monarca absoluto de la escena española al surgir Benavente es el ingeniero de caminos y Premio Nobel de Literatura José Echegaray (1832-1916). Sus obras teatrales, entre las que destacan El gran Galeoto (1881) o Mancha que limpia (1895), son las de un matemático que planea el drama como un problema de efecto. Parte siempre de la situación final, patética, exasperada, y luego inventa los precedentes que conducen a él, de ordinario extraños y anormales. Se trata de que el espectador se sienta sacudido múltiples veces por emociones violentas, aunque las situaciones no se justifiquen. Muchas de sus obras giran en torno a misteriosas cartas que narran horribles secretos. Y no pocas acaban en suicidio. Su tema preferido es el honor ultrajado y su venganza. Sus personajes suelen ser psicópatas, hiperestésicos y hasta degenerados, con lo que rinde tributo al naturalismo. Y los diálogos han de ser declamados a grito pelado, con muchas exclamaciones y patéticos lamentos. Sus obras resultan una extraña combinación de positivismo moral y de romanticismo huracanado. 
En un clima igualmente exaltado, siempre dentro de las pautas marcadas por Echegaray, escriben otros autores de menor entidad, aunque muy famosos en su época, como Eugenio Sellés (1844-1926) o José Feliú y Codina (1847-1897). Frente a ellos, aunque con técnica y alardes semejantes, Joaquín Dicenta (1863-1917) cultiva una línea aislada que quedó interrumpida: la dete "teatro social", esto es, el enfrentamiento entre las clases populares, de un lado, y de las acomodadas, de otro, si bien en el planteamiento de sus obras intervienen conflictos de honor, con los caracteres tradicionales que había reanimado Echegaray.
Aunque dentro de la órbita echegarayesca, muestra una singular independencia el dramaturgo valenciano Enrique Garpar (1842-1902); sus temas son, en general, menos encrespados; sus caracteres, mejor observados, y su diálogo, normalmente en prosa, más llano y natural. Se trata de un claro precursor de Benavente, aunque es difícil concretar en qué medida.
Por fin, y sobre todas, destaca la figura de don Benito Pérez Galdós (1843-1920), el cual ha emprendido una labor teatral llena de preocupación moral, de ahondamiento en el alma española, que, por lo dilacerante, suele resultar intolerable para una sociedad que no concibe la escena como espero y acicate moral, sino como mera distracción. Galdós, aplaudido incondicionalmente por el público liberal y por los intelectuales, gozó igualmente de la estima de Benavente, quien así lo recogió en sus escritos:

En sus novelas aprendí a escribir comedias antes que en modelos extranjeros por los que se me ha juzgado influido.
Pérez Galdós, en mi opinión nuestro primer autor dramático, no acaba de serlo en opinión de todos.

4. Benavente frente a Echegaray
Se ha convertido en tópico la afirmación de que Benavente irrumpe en nuestro teatro con un gesto antiechegarayesco. Y vistas las cosas por su haz más superficial, nada hay tan verdadero.
Comparemos, a modo de ejemplo, los argumentos de dos de sus respectivas obras, que no dejan de tener entre sí alguna relación temática.

El gran Galeoto (Echegaray, 1881)
Don Julián, casado con la bellísima Teodora, bastante más joven que él, protege a un muchacho inteligente y bondadoso, Ernesto, que vive con ellos. Don Severo, hermano de don Julián, comunica a éste las murmuraciones que atribuyen un mutuo amor pecaminoso a Teodora y Ernesto. Éste, para evitar la maledicencia, y comprendiendo los celos de su protector, marcha a vivir a otra casa. La calumnia ha ido tan lejos, que Ernesto se dispone a batirse con un vizconde que la mantiene y propaga. Pero, antes que él, se bate don Julián, que es herido y conducido a casa de Ernesto, donde encuentra a Teodora, la cual había ido allí para rogar a su joven amigo que no acudiera al duelo. Don Julián, ya en su casa, se levanta de la cama y sorprende a su esposa y al muchacho hablando. Imaginando lo peor, abofetea a Ernesto, y, al ser trasladado al lecho, muere. Don Severo, que cree ciegamente en la culpabillidad de Teodora, la arroja de aquella honrada casa. Pero Ernesto, ya que el mundo se la entrega con sus sospechas, recoge a la joven y se la lleva.

El nido ajeno (Benavente, 1894) 
José Luis está casado con María, que lo ama entrañablemente, aunque le hace sufrir el carácter seco y desabrido de su esposo. Manuel, hermano de José Luis, y que es su antítesis en punto a carácter, vuelve de América, a buscar algún descanso en "el nido ajeno", es decir, en el hogar fraterno. Entre los hermanos resurge una antigua incompatibilidad; José Luis cree, además, equivocadamente, que Manuel es hijo adulterino. Y aumentan su inquietud las sospechas que siente, estimuladas por el rumor, de que María y su hermano se han enamorado mutuamente. Al fin, todo se aclara; sus celos eran infundados, por cuanto María y su cuñado son fundamentalmente honestor. Los hermanos se reconcilian, pero Manuel se marcha, "hasta que seamos muy viejos y no quepan desconfianzas ni recelos entre nosotros".

La simple lectura de estos argumentos demuestra que Benavente ha reducido la temperatura pasional de un conflicto de celos, que ha inyectado "normalidad" al proceso y que ha renunciado al énfasis folletinesco que tan propicio se le brindaba, hasta alcanzar un nivel de comedia más delicado. El abismo que en este punto lo separa de Echegaray se ahonda más si comparamos el planteamiento de las escenas (choque abierto, exterioridad, en nuestro primer Premio Nobel; insinuación, intimismo, en el segundo) y, sobre todo, el diálogo, infinitamente más urbano, literario y comedido en Benavente.

5. Problemática burguesa
Sin embargo, sería error imaginar su sistema dramático como una abierta negación del de Echegaray. Por debajo de todas las diferencias hay algo que los une: su condicionamiento por una idéntica clientela, en este caso, la burguesía en que ha cristalizado la Restauración. Ambos dramaturgos proceden de ella, y ambos tienen que servirla, si no quieren enajenarse el único público entonces deseable. Benavente no firma el manifiesto de los noventayochistas contra Echegaray, parte por lealtad hacia el colega, parte por la devoción y la admiración que hacia él siente y parte, también, por no irritar a su público, que es sustancialmente el mismo que el de aquél a quien se va a desairar. Ocurre además que don Jacinto ve el mundo con idénticos ojos que don José, aunque los prismas estéticos que interpone lo coloreen y lo maticen de otro modo más sutil.
La parte más voluminosa de su obra desarrolla una problemática burguesa. El que muchas veces zahiera a burgueses y a aristócratas no debe hacernos olvidar que ello no es sino la autocrítica a que la clase dominante se somete, en todo lugar, como parte de su propio funcionamiento como tal clase.
De hechp, los problemas más frecuentes de su teatro -conflictos de incomunicación, soledad, prestigio, dinero, honor; sentimientos de dignidad, compasión inactiva, arrepentimiento compensador del daño; anhelos de felicidad, dentro de un sistema sentimental, económico y social que se juzga inmutable; aceptación del mal, porque así es el mundo; catástrofes neutralizadas por consecuencias benéficas, etc.- son los normales de la burguesía. Y participa de este carácter su habitual solución: la del amor convertido en deus ex machina, en mágica clave resolutiva.
Advirtamos, sin embargo, que esta obediencia o, si se quiere, este condicionamiento no se expresó casi nunca en forma de halago. Benavente se movió con cierta holgura por entre aquel sistema de creencias -que, en gran medida, etan las suyas-, y hasta intentó rebasarlo en ocasiones: en muchas ocasiones se le motejó de inmoral y revolucionario. Quizás es en los momentos de rebeldía cuando su sinceridad resulta mayor; pero vuelve al redil, una y otra vez, en bandazos que desconciertan a todos. Son, con toda seguridad, el testimonio de una íntima contradicción entre profundos anhelos reformistas y no menos fuertes ligaduras que lo atan al ambiente en que nació y triunfó.

6. Importancia de su obra
"Yo no escribo comedias para el público, sino que hago público para mis comedias", afirmó en más de una ocasión don Jacinto. Lo cual es muy cierto si no sacamos esta aserción de su órbita estética. Referida a un orden ideológico o moral, ya no es exacta, pues, como él mismo escribió, "hoy [el teatro], dadas sus condiciones de vida, no puede ser otra cosa que un espectáculo para las clases acomodadas, poco dispuestas a dejarse dirigir ni educar por los autores dramáticos". Este convencimiento guía su labor, y él nada a favor de la corriente, aunque, a veces, se permite brazadas en contra y gestos de protesta. Su teatro asume las preocupaciones, los anhelos y desazones de aquellas clases acomodadas que constituyen su público.
En su valor como documento y en su novedad como sistema dramático estriba la principal importancia histórica del drama benaventino. Hacemos hincapié en que se trata de una importancia inactual. De hecho, el paso del autor fue haciéndose desacompasado con el correr del siglo XX, y muchas veces se le acusó de reaccionario. Poco antes y poco después de la guerra, con una sociedad agobiada por nuevos problemas y estructurada de otro modo, su obras es, en gran medida, la de un añorante. 
¿Carecerá, sin embargo, de otros valores? En modo alguno. La capacidad dramática de Benavente fue extraordinaria para todos los géneros, desde la tragedia a la comedieta o a la comedia infantil. Le debemos bellezas literarias incuestionables, análisis profundos del alma humana -del alma femenina, sobre todo-, observaciones penetrantes de tipo moral, ironías que desenmascaran farisaísmos inveterados, actitudes edificantes y hasta bravos alegatos políticos.
Pero la ramplonería de la sociedad que lo ensalzó constituyó para él una grave limitación, de la que era perfectamente consciente. Ha contado Karl Vossler cómo tradujo y quiso hacer representar en Alemania la comedia Vidas cruzadas; le autorizó a intentarlo Benavente, "pero haciendo la observación de que su obra habría de parecer seguramente en Alemania poco moderna. Tenía razón. La obra fue rechazada por los directores de los grandes teatros alemanes con el mismo término que Benavente había profetizado, pasando yo la vergüenza de que el Premio Nobel español conociera mejor que yo el gusto escénico de mis compatriotas". Quizá se equivoca Vossler; lo que don Jacinto conocía a fondo, como víctima de él, era el gusto poco moderno de sus propios compatriotas, que se traducía en la escasa modernidad de sus comedias, medida ésta a escala europea. 

7. Benavente y la literatura de su tiempo
Fue don Jacinto en su mocedad uno de aquellos revoltosos a quienes, con afán peyorativo, se tildó de "modernistas", palabra que entonces equivalía a "raro" o "extravagante", porque trataban de afirmar su personalidad en la negación de la literatura ambiente. Su nombre figura en las principales revistas jóvenes, unido al de otros grandes escritores como Unamuno, Valle-Inclán, Azorín o Rubén Darío. 
Pero aquel grupo compacto, dentro de su heterogeneidad, reaccionó de distinto modo ante la atonía nacional que culmina en el desastre de 1898. Unos, interesados en su salvación como literatos -los modernistas propiamente dichos-, se aplican preferentemente a una dirección estética; otros, la llamada Generación del 98, se embarcan en una empresa crítica y política. Los límites entre una y otra tendencia no son nítidos. Como ha escrito Pedro Salinas, "la diferencia es pura cuestión de posología; en tal autor, la dosis 98 predominará notablemente sobre la modernista; en otros, sucederá a la inversa". En Benavente pesa más, sin lugar a dudas, la orientación modernista. El propio Azorín, definidor de su generación literaria, escribía en 1914:

Benavente era fino, delicado, aristocrático. Tenía para nosotros el prestigio, un poco inquietador, de la ironía. Formaba ya grupo aparte; su nombre iba unido a una idea de erudición de cosas extranjeras [...], acaso con un poco de indeferencia, como en Larra, hacia nuevos valores clásicos.

Y en 1954, sentenciaba:

Benavente, por su sensibilidad, por su filosofía, puede ser considerado en sus principios como un modernista.

Fue, evidentemente, el freno impuesto por el género que cultivó, y la sumisión al ambiente medio de su clientela, lo que, en gran medida, le impidió acompañar a sus amigos de juventud por los caminos arriesgados de una crítica profunda. Como ha observado Torrente Ballester, sus contactos con el 98 hay que buscarlos en sus artículos y conferencias, no en las comedias. Su labor teatral se movió entre los límites ya señalados, y, por ello, quizá con una conciencia de culpabilidad, se apartó del grupo, formó sus tertulias, se hizo exclusivamente "hombre de teatro", con las limitaciones intelectuales y de acción que ello comporta en España. Sin embargo, no dejó nunca de alabar, generosamente, a sus antiguos amigos.
En muchas de sus comedias, en sus cuentos, en su teatro para leer, la ornamentación, la musicalidad de la frase y su sensibilidad poseen los rasgos más característicos del modernismo. En otras obras, menos poéticas y más urbanas, la actitud modernista se manifiesta en el gusto por la paradoja, en el cuidado exquisito de la forma, en la sutileza estetizante de los sentimientos, en el predominio de la literatura sobre la observación.
Benavente formó pronto escuela; a ella pertenecen Gregorio Martínez Sierra (1881-1948) o Manuel Linares Rivas (1878-1938); en la postguerra, su huella está patente en algunas comedias de José María Pemán (1898-1981).
Compartió el éxito escénico con autores que representan otras tendencias: Eduardo Marquina (1879-1946), cultivador del teatro histórico en verso; Pedro Muñoz Seca (1881-1936), creador del "astracán" cómico, y los famosos saineteros Carlos Arniches (1869-1943) y Serafín y Joaquín Álvarez Quintero (1871-1938; 1873-1944). Frente a todos ellos se alzó el teatro renovador de Federico García Lorca, cuya magna empresa, en la que le acompañaban Rafael Alberti, Alejandro Casona, Max Aub y Miguel Hernández, interrumpió prematuramente la guerra.