viernes, 20 de junio de 2014

El contexto social, ideológico y estético de la literatura del siglo XX

1. Las transformaciones sociales e ideológicas
La llamada "aceleración de la historia" da al siglo XX un ritmo vertiginoso. De fines del siglo XIX a la década de los ochenta del XX, el mundo sufrió las más profundas transformaciones: dos guerras mundiales, modificación de los mapas, fuertes convulsiones sociales, ebullición de ideologías, desarrollo fulgurante de las ciencias y de la tecnología, vertiginoso sucesión de "ismos " artísticos y literarios... Comenzaremos por atender a la evolución social e ideológica (dos procesos íntimamente enlazados entre sí y con el acontecer económico y político), distinguiendo tres etapas:

 a)  Hasta la Primera Guerra Mundial: Los años que median entre 1895 y la guerra de 1914-1918 son una encrucijada para Europa. Por un lado, se alcanza una cima en el proceso de expansión económica iniciado en el siglo XIX: segunda revolución industrial, gran capitalismo, afianzamiento de los grandes imperios coloniales... En consecuencia, la burguesía vive una etapa de esplendor, confiada en el progreso y en la consolidación de sus ideales; es, para ella, "la belle époque". Como contrapunto, la masas obreras, cada vez más extensas y encuadradas en sindicatos de fuerza creciente, luchan por mejorar sus condiciones de vida y por un cambio revolucionario de las estructuras sociales.



Todo ello supone, en el plano ideológico, un enfrentamiento de intensidad progresiva entre los credos liberales y los socialistas.
La guerra del 14 cerrará esta etapa. De ella saldrá Europa profundamente transformada y, a la vez, debilitada; la hegemonía mundial pasará a los Estados Unidos y al Japón.  Por otra parte, durante la guerra, en 1917, ha triunfado en Rusia la revolución comunista. En adelante, la oposición de fuerzas en el mundo será de dimensiones muy distintas a las vistas con anterioridad. No es exagerado decir que comienza una nueva etapa de la historia contemporánea.

 b)  El período de entreguerras: Tras el consiguiente colapso económico, se asiste, pasado 1920, a una recuperación y un ambiente de esperanzas, de euforia: son los happy twenties, los felices años veinte. Sin embargo, ello no impide ver las fuertes tensiones sociales e ideológicas subyacentes. El comunismo (escindido del socialismo en la IIIª Internacional, 1920) se endurece poco después son Stalin. Enfrente surge el fascismo italiano (1922, Mussolini en el poder). Todo parece anunciar un debilitamiento de la democracia liberal. Y, en efecto, el crack de la bolsa de Nueva York en 1929, cuyas ondas no tardan en llegar a Europa, denuncia una honda crisis del sistema capitalista. El panorama económico y social se ennegrece: recesión, bancarrota, millones de parados... De los felices años veinte hemos pasado a los dark thirties, los sombríos años treinta.
En este clima, Hitler toma el poder el Alemania (1933). En cambio, en Francia se implantará el Frente Popular (1936). Se llega así al ápice de los enfrentamientos sociales e ideológicos. Y ello, unido a un exacerbamiento de los nacionalismos, conducirá a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), de la que Europa -tras haber perdido cincuenta millones de hombres- saldrá, una vez más, destrozada.

 c)  Tras la Segunda Guerra Mundial: Siguen años angustiosos. El occidente europeo se halla como aprisionado entre dos grandes bloques: los Estados Unidos y la Europa comunista. Las dos ideologías rivales -capitalismo y socialismo- se encarnan ahora en dos gigantes. Son los años de la guerra fría.
La recuperación europea se iniciará gracias, en gran parte, a la ayuda de Norteamérica (Plan Marshall, 1947), de cuyos capitales será Europa, en lo sucesivo, fuertemente tributaria, pese a los esfuerzos por fortalecer la conciencia europea y la unidad económica (Consejo de Europa, 1949; Mercado Común, 1957).
En lo ideológico, los enfrentamientos parecen suavizarse hacia 1960. A la guerra fría sucede la coexistencia pacífica. El comunismo ruso adopta posiciones menos combativas (en parte, a consecuencia del auge de China). Algunos partidos socialistas occidentales moderan igualmente sus tesis y derivan hacia la social-democracia.
En lo social -paralelamente-, Europa ha accedido a un neocapitalismo que supone una nueva consolidación de la burguesía, a costa, sin embargo, de concesiones a los trabajadores: mejoras salariales y de las condiciones de trabajo, seguridad social, etc. Se desemboca, en fin, en la sociedad de consumo. Pero la indudable prosperidad material aparecerá pronto acompañada de un nuevo y hondo malestar ante nuevas formas de alienación: la presión de la publicidad que impulsa a consumir más y por ello obliga a trabajar más (pluriempleo); la degradación de la calidad de vida (agobios, contaminación).
Como respuesta a ello, surgen nuevos movimientos de izquierda revolucionaria que intentan despertar la conciencia de las masas "adormecidas" por la sociedad de consumo y replantean una revolución total (mayo del 68, Francia).
Finalmente, la crisis energética de 1973, con sus secuelas de inflacción, recesión y paro, sitúa de nuevo a la sociedad europea en una grave encrucijada y ante nuevas angustias.

2. La evolución del pensamiento científico
Desde fines del siglo XIX, una serie de descubrimientos lleva a un profundo replanteamiento del pensamiento científico. Como nota general, cabe afirmar que se resquebrajan los presupuestos sobre los que se había asentado la ciencia moderna y que habían culminado en el pensamiento positivista. Los científicos del siglo XIX creían haber establecido unos métodos seguros y una imagen exacta del universo; tales métodos y tal imagen van a quedar radicalmente transformados por los nuevos hallazgos de la matemática y de la lógica (Cantor, Frege, Russell, Carnap, Gödel...), pero sobre todo por los nuevos descubrimientos de la física, que echa por tierra la concepción newtoniana del universo.


Albert Einstein
1879 - 1955
 
Son decisivas, en este sentido, las teorías sobre la estructura de la materia y sobre la energía: desde el descubrimiento de los rayos X (Röntgen, 1895) y del radio (los Curie, 1896), se van sucediendo la aparición de la física "quántica" (Planck, 1900), la teoría sobre el átomo de Rutherford (1911), los estudios sobre la radiactividad artificial de Joliot-Curie, etc., que conducirán a la física atómica y sus tremendas aplicaciones posteriores. Paralelamente, son incalculables las repercusiones de la teoría de la relatividad, expuesta por Einstein entre 1905 y 1915. La ciencia, a partir de estos años, se encuentra ante una realidad cambiante y complejísima; la seguridad positivista será sustituida por la idea de "indeterminación" (Heisenberg). Ya no se puede afirmar que una teoría sea ni verdadera ni falsa; sólo se puede decir si es útil.
Los abismos teóricos ante los que se halla el pensamiento científico no impiden, por supuesto, el espectacular avance de las ciencias en sus aplicaciones concretas. El meteórico avance técnico transforma la faz del mundo: la radio y la televisión abren nuevos horizontes a la comunicación humana; el automóvil (1885) y el avión (1903) facilitan los intercambios de todo tipo; el cohete y los satélites artificiales inician la "conquista del espacio" (1957, primer Sputnik; 1969, llegada del primer hombre a la Luna). Los avances de la química abren la "era de los plásticos" (nylon, 1935). Los hallazgos de la física hacen posibles el rayo "laser", el cerebro electrónico, el robot y las bombas más temibles. Por su parte, la biología y la medicina inscriben en su haber las vitaminas (1911), las sulfamidas (1935), los antibióticos (Fleming descubre la penicilina en 1929), o los órganos artificiales, los trasplantes (1967), a la vez que sus investigaciones sobre la célula o el cerebro abren insospechadas posibilidades, esperanzadoras o inquietantes.
En unos pocos decenios se ha ensanchado prodigiosamente el dominio del hombre sobre la materia, pero también han aparecido graves amenazas para la vida humana: guerra nuclear, contaminación, deshumanización, nuevas posibilidades de control de la conducta o de la mente... Y con ello, nuevos motivos de angustia, que se añaden a los antes citados (el malestar social y cultural): recuérdese la estremecedora carta que ya en 1950 dirigía el propio Einstein al presidente de los EEUU, sobre el peligro de destrucción del planeta; o las más recientes y dramáticas advertencias de los ecólogos.

3. La evolución del pensamiento filosófico
La filosofía vive a principios del siglo XX una crisis paralela a la de la ciencia: común a ambas, en efecto, es la superación del positivismo, que se empareja -en el terreno filosófico- con la superación del racionalismo.
De ahí que, por una parte, la filosofía se preocupe por establecer nuevos enfoques y nuevos métodos para analizar la realidad: aparición de la fenomenología (Husserl) y desarrollo de la epistemología (muy ligada a las investigaciones lógico-matemáticas). En una línea semejante se situará más tarde el estructuralismo, que, habiendo logrado sus primeros frutos en la lingüística, es aceptado en otros campos como modelo metodológico para poner al descubierto las estructuras a que responde el quehacer humano y social (así, en psicología, antropología, sociología, historia...).
Pero, por otra parte, es aún más sintomático el auge de las corrientes irracionalistas. En efecto, desde principios de siglo alcanzan gran difusión doctrinas de este tipo iniciadas antes, algunos de cuyos portavoces pueden considerarse precursores del pensamiento contemporáneo: son Schopenhauer (1788-1860), para quien el mundo se movía impulsado por una voluntad ciega e irracional; o Kierkegaard (1813-1855), con su vitalismo angustiado; o Nietzsche (1844-1900), que exaltaba los impulsos vitales sobre la razón.
Así se constituyen en el siglo XX unas filosofías vitalistas, entra las que se situaría, aparte del pragmatismo de W. James o el historicismo de Dilthey, el pensamiento de Henri Bergson (1859-1941), para quien la realidad es algo dinámico que no puede apresar la razón, sino la intuición (ideas que hallarán un eco en el pensamiento poético de Antonio Machado).


Las corrientes vitalistas (en cuya estela se situarán también Unamuno y Ortega) desembocan más tarde en el existencialismo, uno de los grandes movimientos filosóficos del siglo XX. Con Kierkegaard, entre otros, como precedente, el existencialismo se halla presidido por el alemán Martin Heidegger y el francés Jean-Paul Sartre. Frente a las filosofías esencialistas (las que giran en torno a la "esencia" del hombre), Heidegger proclama que tal esencia se reduce a su "existencia". El ser del hombre es un "estar en el mundo", como arrojado ahí, sin razón, y abocado a la muerte (el hombre es un "ser para la muerte"). Asumida tal condición con "autenticidad", conlleva inevitablemente la angustia existencial. Sartre desarrollaría las razones de esa angustia e insistiría en lo absurdo de la existencia, ideas que expone no sólo en su obra filosófica, sino también en su producción literaria.
Volviendo a los albores del siglo XX, debe destacarse el nacimiento de las doctrinas de Sigmund Freud (1856-1939), por el profundo eco que alcanzarían en el campo de las letras. En medio de la citada atmósfera de irracionalismo, Freud se sumerge, precisamente, en el análisis de los impulsos irracionales (o subconscientes) del hombre y nos deja -junto a sus técnicas de psicoanálisis- una nueva concepción de la personalidad. El hombre, según Freud, está regido por unos impulsos elementales que lo orientan hacia el placer, hacia la felicidad; pero a tales impulsos se opone la conciencia moral y social que los reprime y los sepulta en el subconsciente. Así se va almacenando en lo más profundo de nuestra personalidad un complejo material psíquico (deseos frustrados, impulsos reprimidos, etc.) que nos acompaña sin que lo advirtamos normalmente. Sin embargo, la presión del subconsciente orienta no pocas veces nuestra conducta, nuestras reacciones (o la creación artística y literaria); y, si su presión se hace insostenible, provoca la neurosis.
En los últimos años de su vida, Freud completó su doctrina con un análisis del malestar de la cultura, poniendo de relieve cómo la realidad social y cultural desempeña un papel capital en la represión de las ansias de felicidad del hombre. Y así, la vida del hombre es dolor, frustración, y va acompañada de una angustia semejante a la señalada por los existencialistas. El hombre buscará alivio a sus frustraciones por diversos caminos; entre ellos el arte.
Finalmente, debemos hablar del marxismo, que -aunque nacido en el siglo XIX- constituye, junto a las anteriores, una de las doctrinas más operantes en el mundo contemporáneo. El marxismo pretende ser más que una doctrina política: una total concepción del mundo. Poniéndose al idealismo, su punto de partida es la materia y el trabajo del hombre para dominar a la naturaleza (la producción). Así, la historia es un proceso dialéctico que avanza de un modo de producción a otro, mediante saltos cualitativos o cambios revolucionarios en los que se destruye un sistema viejo y se implanta uno nuevo. Los distintos sistemas vigentes, basados en la propiedad privada, han dividido a los hombres en poseedores y desheredados, en explotadores y explotados; de ahí la lucha de clases, que hace avanzar la Historia hacia una sociedad (la sociedad comunista) en que tal división desaparezca. La infelicidad y las angustias humanas tienen, pues, para el marxismo causas histórico-sociales. Y ante ello propone -junto a la teoría- una "praxis" política revolucionaria: según Marx, los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo.
En conclusión, con puntos de partida muy distintos, pero con interesantes convergencias ocasionales, el existencialismo, el psicoanálisis y el marxismo tienen en común el ser pensamientos que se enfrentan con el vivir humano concreto. Ello explica su enorme repercusión fuera del ámbito estrictamente filosófico. Y esto es lo que aquí nos interesa: el eco que han encontrado en la literatura contemporánea, cada vez que el escritor ha intentado dar salida a los estratos más profundos de su ser, o expresar las angustias y las miserias humanas.

4. Los movimientos estéticos en Europa a principios de siglo
La crisis del pensamiento científico y filosófico encuentra un notable paralelismo en las profundas transformaciones que se operan en las artes durante los primeros lustros del siglo XX.
En todos los terrenos -junto a pervivencias de la estética anterior- surgen movimientos que rompen violentamente con los presupuestos artísticos vigentes hasta entonces. Los artistas, como los científicos o los filósofos, desechan nociones y enfoques antes sólidamente establecidos.

En la pintura, las novedades son esencialmente patentes. Se combate el academicismo realista, se supera el impresionismo. Con ritmo acelerado, van a sucederse diversos movimientos de vanguardia que proponen nuevas concepciones de la creación artística: fauvismo, expresionismo, cubismo, futurismo, arte abstracto... Los fundamentos figurativos del arte entrarán en crisis: se prescinde de la perspectiva, se distorsiona o se geometriza la figura humana. El año 1907, fecha de "Les demoiselles d'Avignon", de Picasso, puede considerarse como el hito clave de este proceso. Pronto, el cubismo del mismo Picasso, de Juan Gris o de Braque tiende a la abstracción. Y entre 1910 y 1914 aparecen las primeras obras claramente no figurativas (Kandinski, Mondrian, Klee). Un vendaval parece haber pasado por los terrenos de la pintura, como por los de la física o las matemáticas.
Notables son también las novedades de las demás artes. La arquitectura se sirve de nuevos materiales, como el hierro (Torre Eiffel, 1889) o el cemento armado, que le permiten crear nuevas estructuras, adaptadas a las nuevas necesidades de la vida pública o privada. Así, la Escuela de Chicago alza los primeros rascacielos, el austriaco Otto Wagner (Escuela de Viena) o el alemán Gropius (fundador de la Bauhaus, 1919) sientan las bases del funcionalismo o del racionalismo arquitectónicos.
La escultura rompe igualmente con la tradición. Aparecen formas más fluidas o distorsionadas, o se traducen los hallazgos del cubismo. E idéntica renovación podríamos examinar en el campo de la música (Ravel, Stravinski...).
La literatura no podía quedar al margen de estos vientos renovadores. Conviene pues reflexionar acerca del lugar y el papel del escritor en medio del panorama histórico, ideológico y cultural que hasta aquí hemos trazado.

5. El escritor en el mundo contemporáneo
En medio de las transformaciones sociales, de las mutaciones científicas y técnicas, de las angustias existenciales, etc., ¿cómo se siente instalado el escritor?
Con el Romanticismo había nacido el inconformismo del artista en una sociedad burguesa. El desacuerdo con el mundo y el sentimiento de no plenitud habían sido los ejes de la sensibilidad romántica. El poeta, perdido en un mundo que no le satisface y en el que no puede realizarse, se hallaba dominado por un sentimiento angustioso de aislamiento, de marginación, de soledad. Más tarde, con el Realismo, el escritor se enfrenta con la sociedad, frecuentemente animado de un propósito crítico que, con el Naturalismo, adquiere el signo claro de una agresión antiburguesa. Al mismo tiempo, las tendencias hacia el arte por el arte o las corrientes simbolistas venían a ser como un volver la espalda a la realidad gris y desazonante para refugiarse en un mundo de belleza y de misterio, de signo no menos antiburgués.
En el siglo XX, el lugar y el papel del escritor europeo no variarán sustancialmente. Seguimos inmersos en un ciclo cultural que se inauguró con el Romanticismo (de neorrománticos han sido calificados algunos momentos de este siglo) y con la consolidación de la sociedad capitalista. En esa sociedad, según las agudas palabras de Sartre, "el intelectual es alguien que se mete en lo que no le importa y que pretende poner en tela de juicio las verdades establecidas y las conductas que en ellas se inspiran". El escritor, en efecto, ejerce con frecuencia un papel de disidente, de conciencia crítica o angustiada del mundo que le rodea, un mundo dominado por intereses materiales que no son los suyos.
Con todo, las actitudes que adoptan los escritores pueden ser muy variadas. He aquí algunas de las más notorias:

 a)- La angustia es frecuente. Ya Nietzsche había expuesto la convicción de que la existencia es absolutamente insoportable. De un sentimiento trágico de la vida arranca la línea que conduce al existencialismo. La expresión literaria de tal angustia, especialmente visible a principios de siglo y en las cercanías de las dos grandes guerras, pone al descubierto un mundo deshumanizado que, con palabras de Kafka, corrompe y degrada al hombre, nos convierte en "cosas, más que en criaturas vivas" y "nos lleva nadie sabe dónde"; un mundo absurdo (Sartre, Camus), donde el hombre se halla perdido.
 b)- La esperanza religiosa puede ser una respuesta a la angustia. El escritor animado por una fe encontrará en ella razones para dar sentido a su vida; y frente a un mundo materializado, exaltará los valores espirituales. Pero, a veces, nos hallaremos ante una religiosidad conflictiva, dramática, que -como en Unamuno o en Bernanos- no excluyen aquel sentimiento trágico.
 c)- Pero también cabe volver la espalda a las realidades angustiosas y buscar, por múltiples caminos, el alivio o el aturdimiento. Así, la evasión hacia el pasado, o hacia horizontes exóticos o refinados. O la exaltación de los instintos, en el cultivo, por ejemplo, de los temas eróticos. O el interés por difusas formas de misticismo o de esoterismo. Este repertorio de actitudes, que también pueden interpretarse como intentos ilusorios de romper con el mundo burgués, son características, sobre todo, de ciertas corrientes finiseculares que se prolongaron en los primeros lustros del siglo XX: decadentismo, modernismo, etc.
 d)- A tales tendencias suele ir unido el esteticismo, procedente asimismo del culto al "arte por el arte" del siglo XIX. Es frecuente considerarlo como una manifestación más de la huida de la realidad, un refugiarse en la "torre de marfil"; pero también puede ser una forma de rebeldía, a su modo: ya de Baudelaire y de simbolistas como Verlaine o Rimbaud se dijo que reivindicaban la belleza como una provocación contra la mediocridad burguesa. Avanzando en el tiempo, renace el ideal de la poesía pura en los años veinte, y se propugnará incluso la "deshumanización del arte". Éstas y algunas otras tendencias formalistas posteriores no son sino variantes de una misma actitud: el escritor, subrayando su aislamiento, su dificultad de insertarse en el mundo vigente, se encierra en su creación y proclama orgullosamente su independencia y la autonomía de su arte.
 e)- Cabe, en fin, la protesta social y política. Nos encontraremos entonces con una literatura comprometida que pasa del testimonio a la denuncia y que, en sus manifestaciones más radicales, se llama literatura de combate. Frecuentemente, adopta las formas de un realismo crítico y, en ocasiones, su modelo es el realismo socialista, que durante mucho tiempo fue la estética oficial en la URSS; pero la protesta social y política puede presentarse también en formas vanguardistas o nuevas (el lenguaje surrealista, los nuevos modos de expresión escénica, etc.).

Angustia, esperanza, evasión, esteticismo, protesta...: he aquí, pues, las actitudes más destacadas que puede adoptar el escritor en el mundo del siglo XX.