domingo, 9 de noviembre de 2014

La estética modernista

El anhelo de armonía, de perfección, de belleza, es la raíz de la estética modernista. El Modernismo, según Juan Ramón Jiménez, "era el encuentro de nuevo con la belleza, sepultada durante el siglo XIX por un tono general de poesía burguesa".
De ahí el esteticismo. Aunque el Modernismo no sea sólo eso, es evidente que es esteticismo lo invade todo, al menos en la primera etapa del movimiento (hasta 1896, cuando menos). Estamos, como señala Ned Davison, ante un concepto esencialmente desinteresado de la actividad artística (el arte por el arte).
Va unido a ello la búsqueda de valores sensoriales. El Modernismo es una "literatura de los sentidos" (Salinas). Todo -el paisaje, la mujer, un cuadro, una melodía, un objeto hermoso- es fuente de goce para el oído, para la vista, para el tacto... y una ocasión de refinadísimos efectos sensoriales y hasta sensuales.
Tales efectos se consiguen gracias a un prodigioso manejo del idioma. Nunca se insistirá lo bastante en el enriquecimiento del lenguaje poético que significa el Modernismo. Y ello en dos direcciones: de una parte, en el sentido de la brillantez y de los grandes efectos, como corresponde a las evocaciones esplendorosas; de otra, en el sentido de lo delicado, tonos más acordes con la expresión de la intimidad.

Así sucede con el color. Son riquísimos los efectos plásticos que se consiguen en ambas direcciones: desde lo brillante (amor lleno de púrpuras y oros) hasta lo tenuamente matizado (diosa blanca, rosa y rubia hermana).
Y lo mismo ocurre con los efectos sonoros, desde los acordes rotundos (la voz robusta de las trompas de oro) hasta la musicalidad lánguida (iban frases vagas y tenues suspiros / entre los sollozos de los violoncelos) o simplemente juguetona (sonora, argentina, fresca / la victoria de tu risa / funambulesca). No en vano confesaba Rubén Darío que su creación respondía "al divino imperio de la música; música de las ideas, música del verbo".
Los modernistas saben servirse de todos aquellos recursos estilísticos que se caracterizan por su valor ornamental o por su poder sugeridor. Veamos algunas muestras:
- Abundantes recursos fónicos responden al ideal de musicalidad que acabamos de ver. Así, los simbolismos fonéticos (las trompas guerreras resuenan), la armonía imitativa (está mudo el teclado de su clave sonoro) o la simple aliteración (bajo el ala aleve del leve abanico).
- El léxico se enriquece con cultismos o voces de exóticas resonancias, o con adjetivación ornamental: unicornios, dromedarios, gobelinos, pavanas, gavotas, propíleo sacro, ebúrneo cisne...
- La preeminencia de lo sensorial se manifiesta en el copioso empleo de sinestesias, a veces audaces: furias escarlatas y rojos destinos, verso azul, esperanza olorosa, risa de oro, sones alados, blanco horror, sol sonoro, arpegios áureos...
- Añádase la riqueza de imágenes, no pocas veces deslumbrantes, novísimas. Véanse unos ejemplos: "Nada más triste que un titán que llora / hombre-montaña encadenado a un lirio"; "la libélula vaga de una vaga ilusión".
La métrica es otro aspecto que merece especial atención. El señalado anhelo de armonía se hace, en el terreno de las formas, anhelo de ritmo. El enriquecimiento de ritmos es inmenso: prolongación de los ensayos ya notables de los románticos, asimilación de versos y estrofas procedentes de Francia, hábiles resurrecciones de formas antiguas y desusadas y, en fin, hallazgos personalísimos.
El verso preferido es, sin duda, el alejandrino, enriquecido con nuevos esquemas acentuales, con predominio de los ritmos muy marcados (La princesa está triste; ¿qué tendrá la princesa?). Y con los alejandrinos se combinan ahora por vez primera versos trimembres (el trimètre romantique francés). Así, en este ejemplo:

Adiós -dije-, países que me fuisteis esquivos;
adiós, peñascos / enemigos / del poeta.

A idéntica influencia francesa se debe el abundante cultivo del dodecasílabo (6 +6: "Era un aire suave de pausados giros") y de eneasílabos, apenas usados en nuestra poesía. Naturalmente, los versos más consagrados -endecasílabo, octosílabo, etc.- siguieron siendo abundantemente usados.
Las innovaciones métricas no son menores en el repertorio de las estrofas. Son muchas las nuevas modalidades que los modernistas inventan o que toman de la métrica francesa. Así, el soneto recibe un tratamiento especial: se escriben sonetos en los más variados versos, especialmente en alejandrinos, pero también con versos de desigual medida o con disposición variada de las rimas. Con todo, lo esencial es el no limitarse a las estrofas consagradas.
En fin, la métrica modernista se enriquece con múltiples artificios complementarios: uso especial de rimas agudas o esdrújulas, rimas internas, armonías vocálica, paralelismos y simetrías de construcción que refuerzan el ritmo, etc.