1. Concepto
En todas las sociedades humanas existen diferentes grupos o clases sociales, y esta articulación de la sociedad en grupos es la responsable de ciertas variaciones lingüísticas, a las que llamamos variedades diastráticas o sociolectos, es decir, las relacionadas con la estratificación social de los hablantes.
La sociolingüística ha intentado desde sus inicios sistematizar las causas sociales y culturales que provocan la diversificación. Podemos señalar algunas de las fundamentales de modo esquemático:
- Edad: Aparte de lo que conocemos como jerga juvenil, en general se puede concluir que en los grupos de edad más avanzada la capacidad de innovación y de adaptación a los cambios lingüísticos es menor que en los más jóvenes.
- Raza: Aunque es una variable escasamente significativa hasta ahora en nuestro país, en sociedades históricamente multirraciales se han podido establecer relaciones entre ciertos fenómenos lingüísticos y diferentes grupos étnicos. Indiscutiblemente, el factor racial aparece también estrechamente ligado a las diferencias socioeconómicas.
- Sexo: En las sociedades modernas, esta variable tiende a resultar cada vez más irrelevante desde el punto de vista lingüístico, si bien en ciertos medios sociales, la permanencia de la discriminación laboral o educativa todavía hace que perviva algún tipo de variaciones entre el habla de mujeres y hombres.
- Entorno rural o urbano: Las comunidades más pequeñas y más alejadas de los grandes centros urbanos suelen presentar rasgos lingüísticos más conservadores, mientras que las variedades urbanas son más sensibles a cualquier tipo de innovación, incluso a "modas" léxicas o sintácticas más o menos pasajeras.
- Nivel socioeconómico o sociocultural: Es el aspecto fundamental en la diferenciación diastrática del idioma. Se suelen considerar tres factores interrelacionados a la hora de determinar los distintos estratos sociales lingüísticamente pertinentes: tipo de ocupación, ingresos económicos y nivel de instrucción. Capacidad económica y nivel cultural no van necesariamente unidos, pero en líneas generales la pertenencia a una clase más alta facilita el acceso a un nivel educativo superior, además de inculcar en el hablante mayor aprecio por la calidad de la lengua utilizada, bastante escaso en los estratos sociales inferiores.
No obstante, la extensión generalizada de niveles aceptables de instrucción, el acceso de las clases medias a la enseñanza superior y la labor lingüísticamente niveladora de los medios de comunicación atenúan paulatinamente las diferencias, en otro tiempo mucho más acusadas.
2. Niveles en el uso lingüístico
Teniendo en cuenta los factores anteriormente señalados se pueden determinar tres niveles de uso con características lingüísticamente diferenciadas:
a - Nivel culto o lenguaje formal: Se caracteriza por el uso de una mayor cantidad y variedad de recursos léxicos y gramaticales, mayor precisión y riqueza, más originalidad, lo que permite aumentar la posibilidad de matización en los mensajes, orales o escritos.
Funciona sobre todo en el registro escrito, como modelo de lengua para el resto de la sociedad: admite menos cambios y es más preciso y estructurado.
El conjunto de recursos lingüísticos propios de este nivel se denomina código elaborado, por oposición al código restringido propio del nivel vulgar.
b - Nivel medio o estándar: Aunque algunos lingüistas distinguen sólo que hemos llamado código elaborado y código restringido, parece claro que existe un numeroso grupo de hablantes que emplean habitualmente una variedad intermedia, correcta pero no excesivamente formal ni cuidada, que correspondería a un estrato sociocultural medio, y cuya expresión más evidente sería el empleo del idioma en los medios de comunicación de masas.
c - Nivel o lenguaje vulgar: Corresponde a lo que hemos llamado código restringido, es decir, aquel en el que los recursos lingüísticos del hablante son menores, más limitados. El término "vulgar" se reserva en ocasiones para aquellos mensajes en los que aparecen frecuentes incorrecciones o vulgarismos, pero aquí lo utilizaremos en el sentido más amplio que comúnmente se le da, englobando toda una serie de características comunes a amplios sectores sociales, no exclusivamente errores en el uso del idioma. Muchas de estas características coinciden con lo que se denomina registro coloquial o familiar. Para describir este nivel, partiremos de cuatro aspectos básicos:
- Pobreza idiomática generalizada, tanto en lo que se refiere al léxico como a la morfología y la sintaxis.
- Apelaciones directas al receptor, requiriendo su atención y aprobación (función conativa del lenguaje).
- Presencia constante de la subjetividad y expresividad del hablante (función expresiva o emotiva).
- Economía de medios lingüísticos: se consigue transmitir la mayor cantidad de información posible con el menor número de elementos.
Algunos rasgos muy comunes que tienen que ver con uno o varios de los aspectos que acabamos de señalar son éstos:
- Caudal léxico o número de vocablos muy limitado. Especialmente escasos los adjetivos y adverbios, lo que provoca una mínima precisión expresiva. Pocos sinónimos para cada concepto.
- Sintaxis pobre y muy simple, es decir, oraciones breves, con escasa subordinación y, con frecuencia, inacabadas. El receptor no necesita la oración completa para entender el mensaje.
- Repetición de los mismos enlaces (o sea, así que, pero, entonces...), empleo de "muletillas" (y tal y tal, etcétera...) y otras muchas muestras de dificultad expresiva.
- Desorganización generalizada de la información.
- Uso de vocativos, interjecciones, imperativos (tía, macho, colega, ¡eh!, ¿vale?...).
- Alteraciones expresivas en el orden habitual de las oraciones (¡El muy canalla! ¡Me las va a pagar!).
- Preguntas retóricas que no esperan respuestas. Equivalen a oraciones exclamativas: ¿Será tonto?
- Utilización de sufijos que expresan valores afectivos y no tamaño (papaíto, mi casita...).
- Empleo de refranes, frases hechas (estoy hasta las narices) o metáforas de uso continuado (estar colgado, estar de morros...).
En los niveles sociales con menor instrucción se añaden a estos caracteres generales incorrecciones más o menos frecuentes que conocemos como vulgarismos. Entre los más extendidos podemos señalar:
- Dequeísmo (pienso de que no vendrán).
- Metátesis (cocreta).
- Laísmo, leísmo, loísmo (la dije que viniera; el libro me le dio ayer).
- Concordancia errónea del verbo "haber" en construcción impersonal (hubieron muchas ocasiones de gol).
- Confusión o cambio de diferentes fonemas (agüelo) y desaparición de otros (m'acuerdo).
- Errores en las formas verbales (vinistes; callaros).
- Discordancias (el gol lo metió el extremo izquierda).
Tras leer El jardín olvidado (ver entrada), hace ya más de tres años, compramos La casa de Riverton y el libro se quedó en un rincón de la estantería. Mi mujer fue la primera que lo leyó, sin despertarle demasiado interés, pero me insistía que a mí me gustaría, por las descripciones de la vida de la época.
En estas semanas en que me he centrado en diferentes novelas de bolsillo que no fueran demasiado largas, tropezaron mis ojos con esta novela, un tanto escondida en mi librería, y me pareció el momento adecuado para resucitarla.
Hoy la he finalizado. Me ha acompañado casi un mes y medio, en diferentes viajes en tren a Toledo y a Madrid por cuestiones de trabajo, haciendo más llevaderos los trayectos en el AVE y las noches de hoteles.
Ahora he buscado en internet opiniones de los lectores, todas bastante dispares. Efectivamente la valoran como una novela que repite clichés y que apenas aporta nada nuevo; pero también destacan su final como sorprendente, un final que salva una novela lenta y algo aburrida.
Para mí, un poco como me pasó con El jardín olvidado, destaco lo bien que escribe Kate Morton, ese lenguaje elaborado, elegante y al mismo tiempo sencillo, eficaz para mantener el suspense implícito en la novela. Como decía mi mujer, me ha gustado durante toda la lectura por sus descripciones de la época, más que por la historia misma, y desde luego, tampoco me permito decir que el final salva la historia, sino más bien lo contrario. El final me parece un tanto "cogido con alfileres", y es la novela la que salva un desenlace casual.
El antiguo castellano se extendió hacia el sur peninsular durante la época de la Reconquista. Ya en el siglo XV, y sobre todo a partir del XVI, el español llega a Canarias, desde donde se extenderá por la América española. A todas estas modalidades, o dialectos, de la misma lengua es a lo que los especialistas llaman español meridional, o dialectos meridionales del español, sobre todo porque poseen numerosos rasgos comunes.
1. Características comunes de los dialectos meridionales
Las fundamentales son las que exponemos a continuación:
- Seseo, es decir, pronunciación de z y de c ante e, i como s (resibir por recibir).
- Aspiración de -s final ante consonante o ante pausa (míhmo por mismo; pérroh por perros).
- Yeísmo, o pronunciación de ll como y (beyo por bello).
- Cambios de r y l en posición implosiva (cuelpo por cuerpo; arma por alma).
- Pérdida de -d- intervocálica o ante -r (sentío por sentido).
Aunque, como hemos dicho, todos los dialectos meridionales presentan en mayor o menor medida estas características, cada uno de ellos posee, además, otros rasgos.
2. El andaluz
El andaluz es el producto de la evolución del castellano en las tierras meridionales de la península desde el siglo XIII, época de las primeras colonizaciones cristianas, hasta principios del siglo XVI. Como características fundamentales, además de las propias de los dialectos meridionales (seseo, aspiración de -s final...), cabe citar las siguientes:
- Distinción del plural en sustantivos y adjetivos mediante la abertura de la vocal. El andaluz cierra la vocal final y, en general, todas las vocales de la palabra si ésta es singular (perro), mientras que abre la vocal final y, en general, todas las vocales de la palabra si es plural (pérroh).
- Mayor riqueza de timbre vocálico que el castellano, como consecuencia de lo anterior. En andaluz existen, además de i, u, tres vocales cerradas (a, e, o) y tres vocales abiertas (a, e, o).
- Aspiración de h- inicial (jarto por harto).
- Ceceo en algunas zonas de Andalucía, esto es, pronunciación de s como c ante e, i (cilla por silla).
El léxico andaluz muestra abundancia de arcaísmos (afuciar, ofender; casapuerta, zaguán; de juro, ciertamente), mozarabismos (cauchil, registro de agua), arabismos (aljofar, fregar), restos aragoneses y levantinos (falsa, desván;
baladre, adelfa) y numerosas creaciones populares (fuguillas, persona vivaracha que se enfada fácilmente; cañear, tomar cañas).
En la sintaxis no aparece, más que en casos aislados, el leísmo (le, les, por lo, los).
3. El canario
Tras la conquista de las Islas Canarias en el siglo XV, se pobló el territorio desde Andalucía, de manera que el fondo patrimonial idiomático canario posee los rasgos meridionales que ya se han descrito. Además, pueden añadirse las siguientes características:
- Aspiración de -s final de sílaba o de palabra (áhco por asco).
- Presencia de un yeísmo articulado como mediopalatal, algo distinto, por tanto, al del andaluz (cayar por callar).
En cuanto a la morfología, en canario ha desaparecido la forma vosotros en favor de ustedes (tú tienes/ustedes tienen), rasgo presente en el andaluz, si bien no tan generalizado. También es destacable el uso del verbo ser con valores intransitivos (soy nacida en...).
El léxico canario muestra influjos varios, debidos tanto a los antiguos moradores de las islas, los guanches (gofio, alimento canario; baifo, cabrito), como a los que por allí pasaron a lo largo de los siglos: gallego-portugueses (andoriña, golondrina; bucio, caracol marino; jeito, maña, habilidad), leoneses (bago, grano de uva; sachar, cavar), andaluces (burgado, caracol; casapuerta, zaguán), americanos (cucuyo, luciérnaga; guagua, autobús). Aparecen, igualmente, arcaismos castellanos (gago, tartamudo; asmado, asustado). El canario, en su léxico, como el español de América, está influido por el habla marinera, de ahí expresiones como bígaro por "enclenque" o ser de la raya verde para afuera por "forastero".
4. Extremeño y murciano
El extremeño posee, junto a algunas de las características meridionales (yeísmo, seseo), un fuerte influjo del leonés, por ejemplo, en el cierre de las vocales finales (abaju por abajo).
El murciano, que además de hablarse en Murcia se extiende por tierras de Alicante, por el nordeste de Jaén y Granada y por el norte de Almería, presenta rasgos meridionales (yeísmo, seseo) junto a una fuerte influencia aragonesa y valenciana. Algunas de sus características fundamentales son el mantenimiento de ciertas consonantes oclusivas sordas intervocálicas (acachar por agachar) y la palatalización de la l- inicial (llampar por lampar).
5. El judeo-español o sefardí
Se conoce como judeo-español o sefardí el español que los judíos expulsados de España en el siglo XV llevaron a otras tierras. Estos judíos, que se referían a España como Sefarad, se extendieron en su diáspora por diversos lugares (Bosnia, Serbia, Grecia, Palestina, Marruecos); ya en época moderna y tras el establecimiento del estado de Israel, muchos de ellos se establecieron allí y crearon una importante e influyente colonia. De forma general, puede decirse que las características de este dialecto son las mismas que poseía el español a finales del siglo XV, esto es, las del castellano que describe Nebrija en su Gramática.