En julio de 2015 me compré La casa de las miniaturas cuando prácticamente se acababa de publicar en nuestro país. El libro tenía buenas críticas y estaba muy bien situado entonces en las listas de ventas. El encargado de la librería que me atendió lo curioseó incluso, diciéndome que "tenía muy buena pinta".
En estos días lo he terminado, releyendo el final con idea de asegurarme que no me pasaba por alto alguna cuestión trascendente. Realmente es un deliciosa lectura, mágica, con momentos sorprendentes y bien ambientada en la ciudad de Amsterdam en el siglo XVII, pero, a mi modo de ver, deja demasiado abiertas cuestiones fundamentales para la historia que nos cuenta, quizás por la intención de la autora de mantener el secreto hasta este extremo.