La poesía es la palabra esencial en el tiempo.
Con estas palabras quería sintetizar su doble objetivo: captar la esencia de las cosas, a la vez que su fluir temporal. Y añadía:
Inquietud, angustia, temores, resignación, esperanza, impaciencia que el poeta canta, son signos del tiempo y, al par, revelaciones del ser en la conciencia humana.
Más adelante, habría de precisar:
La poesía es el diálogo del hombre, de un hombre, con su tiempo.
En estas afirmaciones está la raíz de esa cálida y entrañable humanidad que impregna toda su obra.
Su lengua poética se formó, no hay duda, en ciertas direcciones del Modernismo y en el Simbolismo francés (como él mismo nos dice, el París de 1899 -fecha de su primer viaje- era la ciudad "del simbolismo en poesía"). Las huellas de ese punto de partida no desaparecerán nunca de sus poemas. Sin embargo, Machado emprendió pronto una empresa de depuración estilística que le llevaría a alcanzar una sobriedad y una densidad excepcionales. Coincide así con otros escritores de su tiempo en una voluntad antirretórica. Es significativo -dentro de su tono de broma- este pasaje de su Juan de Mairena:
(Mairena, en su clase de Retórica y Poética)
- Señor Pérez, salga usted a la pizarra y escriba. "Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa".
El alumno escribe lo que se le dicta.
- Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético.
El alumno, después de meditar, escribe: "Lo que pasa en la calle".
MAIRENA. - No está mal.
En cualquier caso, sus direcciones estéticas deben precisarse estudiando su trayectoria.
1. Primer ciclo poético: Soledades
En los años en que triunfa el Modernismo, aparece Soledades (1903) y luego, suprimidas algunas composiciones y añadidas muchas más, Soledades, galerías y otros poemas (1907). Años más tarde, recordando estos libros, hablará Machado del magisterio de Rubén, pero proclamará, junto a su admiración, que había pretendido "seguir camino bien distinto". Y añade:
Pensaba yo que el elemento poético no era la palabra por su valor fónico, ni el color, ni la línea, ni un complejo de sensaciones, sino una honda palpitación del espíritu; lo que pone el alma, si es que algo pone, o lo que dice, si es que algo dice, con voz propia, en respuesta animada al contacto del mundo.
Sin embargo, reconoce:
No fue mi libro la realización sistemática de este propósito.
Y más tarde se referiría a sí mismo hablando de "ese modernista del año tres". En efecto, a pesar de una tendencia a la sobriedad expresiva que se observa, sobre todo, en los poemas de la segunda edición, es mucho lo que hay de Modernismo en estos comienzos machadianos. Se trata, eso sí, de un modernismo intimista, con esa veta romántica que recuerda, en no pocas ocasiones, a Bécquer o a Rosalía de Castro. Machado, según sus palabras, escribe "mirando hacia dentro", tratando de apresar, en su "íntimo monólogo", "los universales del sentimiento".
Esos sentimientos universales conciernen, ante todo, a estos tres temas: el tiempo, la muerte, Dios. Es decir, el problema del destino del hombre, de la condición humana. Pero hay también nostálgicos recuerdos de la infancia, finísimas evocaciones de paisaje... y un amor más soñado que vivido. Soledad, melancolía o angustia son el resultado de ese mirar hacia el fondo del alma.
En la visión machadiana y en el arte de Soledades, el crítico Aguirre ha destacado los valores simbolistas. Motivos temáticos tan característicos de Machado como la tarde, el agua, la noria, las "galerías", etc., constituyen símbolos de realidades profundas, de obsesiones íntimas (el agua, por ejemplo, es símbolo de vida cuando brota, símbolo de la fugacidad cuando corre, como los ríos de Jorge Manrique, símbolo de la muerte cuando está quieta o cuando es el mar).
Del Simbolismo y del Modernismo le viene igualmente a Machado su preferencia por ciertos tipos de ritmo. Así, en su versificación, hay una presencia reveladora de versos dodecasílabos y de alejandrinos, junto a algún ejemplo de métrica basada en pies acentuales. Sin embargo, ya se observa el gusto por formas más sencillas, como la silva. En fin, mucho es también lo que el léxico y las imágenes deben al lenguaje modernista.
Y a pesar de todo, Machado posee ya esa voz propia que había buscado. El ciclo de Soledades es un conjunto de hondísima poesía; no faltan críticos que lo colocan, incluso, por encima de Campos de Castilla.
2. Campos de Castilla
El encuentro de Machado con Castilla es un encuentro privilegiado: como decía Salinas, Castilla es una tierra en la que Machado podrá seguir "buscando el alma". En efecto, ante las tierras de Soria, exclamará:
Me habéis llegado al alma.
¿O acaso estabais en el fondo de ella?
Se publica Campos de Castilla en 1912, poco antes de la muerte de Leonor (se incrementará con nuevos poemas en ediciones sucesivas). Son variados los temas de sus composiciones; señaló Machado que:
... a una preocupación patriótica responden muchas de ellas; otras, al simple amor de la Naturaleza, que en mí supera infinitamente al del Arte. Por último, algunas rimas revelan las muchas horas de mi vida gastadas en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo.
Los "enigmas del hombre y del mundo" le siguen inspirando, en efecto, poemas intimistas en la línea de su poesían anterior. Pero lo que aporta de nuevo este libro son los cuadros de paisajes y de gente de Castilla o las meditaciones sobre la realidad española.
Río Duero |
El paisaje parece recogido, en algunos poemas, con una "objetividad" absoluta. Sin embargo, un estudio atento permite ver un claro componente subjetivo: Machado proyecta sus propios sentimientos sobre aquellas tierras, operando una selección que prefiere lo más adusto, y acentuando, especialmente con la adjetivación, lo que sugiere soledad, fugacidad o muerte, sus constantes obsesiones.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas:
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
La preocupación patriótica le inspira poemas sobre el pasado, el presente o el futuro de España. En ellos se observa una actitud crítica que motivó la ya discutida adscripción de Machado a la generación del 98. Sólo en algún caso podrían verse puntos comunes con la línea regeneracionista, así, en A orillas del Duero o en Por tierras de España. En cambio, en poemas posteriormente añadidos al libro, la crítica de Machado parte ya de bases distintas: es una visión histórica y política netamente progresista, animada por la nueva fe en "otra España", "implacable y redentora", con la que ahora se siente comprometido. Son ejemplos de ello composiciones como Del pasado efímero, El mañana efímero, Una España joven, Desde mi rincón...
Destaquemos, aparte, el largo romanece La tierra de Alvargonzález, en el que el poeta consigue revitalizar la vieja versificación, en un intento de "escribir un nuevo Romancero" que fuera expresión popular de "lo elemental humano". Se trata de un estremecedor poema narrativo, cuya sombría historia gira en torno a la codicia, fruto de la dureza y miseria de aquellas tierras.
Por otra parte, en Campos de Castilla inicia Machado un aspecto de su creación que más tarde cultivará copiosamente: ese tipo de poemas brevísimos que integran la serie de Proverbios y cantares. Son, unas veces, chipazos líricos; otras, filosóficos (aspecto éste que dominará en el libro siguiente). Los más surgen de esas hondas preocupaciones suyas y que ahora se envasan en formas inspiradas por las coplas populares. Algunos son bellísimos.
Entre los poemas añadidos al núcleo inicial, hay que citar las conmovedoras evocaciones de Soria, desde lejos, o de la esposa muerta; ambos temas se entretejen admirablemente en el poema A José María Palacio. En fin, el libro se completa con una serie de "Elogios", algunos muy hermosos, como el poema A Don Francisco Giner de los Ríos, o los dedicados a Rubén Darío, Unamuno o Juan Ramón.
3. Nuevas canciones
Doce años tardará Machado en publicar su siguiente libro: Nuevas canciones (1924). Su impulso creador parece haberse frenado. Ya en un poema de 1913, se lamentaba:
... cantar no puedo;
se ha dormido la voz en mi garganta.
Y en una carta a Unamuno de 1921, confesará: "Escribo poco y aun esto no muy a gusto". Por aquellos años, en cambio, se incrementa su interés por la filosofía.
Nuevas canciones es un libro breve y heterogéneo. Dámaso Alonso lo ha definido como:
... una especie de muestrario: algunos poemas que recuerdan los Campos de Castilla; otros que, con apenas breves destellos de sentimiento, meten al campo andaluz en una rígida cartonería mitológica; y, en fin, [...] poemas minúsculos, definidores, dogmáticos, condensación de turbias intuiciones puramente cerebrales...
En el terreno de la poesía descriptiva, es evidente que las tierras andaluzas no sacuden su sensibilidad como lo hicieran las de Castilla. Y es sintomático que sólo cuando evoca a Soria se remonte visiblemente su vuelo lírico (así es en la Canciones de tierras altas o en las Canciones del alto Duero).
Encontraremos también en el libro nuevas composiciones intimistas de valor muy desigual, poesías de circunstancias, como sonetos a amigos suyos, etc.
Pero lo más característico de este ciclo es el centenar de nuevos Proverbios y cantares. En ellos, lo lírico ha cedido el puesto definitivamente a lo conceptual: son ahora más "proverbios" que "cantares"; o, como dijo Salinas, "cantares de pensador". Consisten en sentencias o pensamientos, frecuentemente paradójicos, a veces oscuros, en ocasiones triviales, aunque algunos encierran también intuiciones profundas. Las inquietudes filosóficas de Machado han pasado a primer término.
4. Últimos poemas
En los años posteriores a 1924, su producción poética es más bien escasa (cultiva más la prosa). No publica, independientemente, ningún nuevo libro de versos; sí diversas ediciones de sus Poesías completas (1928, 1933, 1936) con algunos poemas añadidos cada vez. Así, los que constituyen el Cancionero apócrifo de Abel Martín, poeta filósofo de su invención; entre tales composiciones, cabe destacar, en todo caso, las "Canciones a Guiomar", testimonio de su nuevo y tardío amor.
Pero Machado encuentra pocas veces ya su inspiración de antaño. La poesía española de entonces va por caminos muy distintos de los que él había recorrido: en esos años veinte, los movimientos de vanguardia barren el panorama de la lírica, se ensaya un arte "deshumanizado", surgen los poetas del 27... Hay, en suma, una nueva estética que parece ejercer sobre el Machado poeta efectos paralizantes. Su figura es respetada (Gerardo Diego lo incluye en su famosa antología de 1932), pero él muestra su "desacuerdo" con la nueva poesía y, en varias ocasiones, defiende estérilmente su propia estética contra una lírica "intelectual", "artificialmente hermética" -son palabras suyas- que le parecía una nueva manifestación del "viejo arte burgués".
Cuando estalla la contienda, Machado quiere ser poeta cívico y bélico de la España republicana. Surgen así sus Poesías de guerra, una veintena de composiciones. Entre ellas, hay poemas breves, como el dedicado a la defensa de Madrid:
¡Madrid, Madrid! ¡qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
Incluye otros con tono de arenga, algunas coplas, romances y canciones con notas de paisaje valenciano, y nueve sonetos, alguno estremecedor como el titulado La muerte del niño herido. Pero la pieza más hermosa de la serie es El crimen fue en Granada, desgarradora elegía a Federico García Lorca.
Cuando murió Machado, en un bolsillo se le encontró un papel arrugado. En él, escrito a lápiz, un solo verso, su último verso. No se puede leer sin un escalofrío:
Estos días azules y este sol de la infancia...