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17/02/2024 - 29/02/2024ESPÍA DE DIOS
—¿Así, sin más? ¿Desapareció? —Paola estaba asombrada.
—Desapareció sin más. En 2001 se creyó que había reaparecido, ya que hubo un crimen con mutilación parcial en Albany. Pero no era él. Muchos le dieron por muerto, pero por suerte metieron su perfil en el ordenador. Yo, mientras, encontré hueco en un comedor de beneficencia del Harlem hispano, en Nueva York. Trabajé allí unos meses, hasta ayer mismo. Un antiguo jefe me reclamó para el servicio, así que supongo que vuelvo a ser un capellán castrense. Me comunicaron que había indicios de que Karoski había vuelto a actuar después de todo este tiempo. Y aquí estoy. Les traigo un portafolio con la documentación más pertinente que reuní sobre Karoski en los cinco años que traté con él —dijo Fowler, tendiéndole el grueso expediente, de más de catorce centímetros de grosor—. Hay e-mails relacionados con la hormona de la que les he hablado, transcripciones de sus entrevistas, algún artículo de periódico en el que se le menciona, cartas de psiquiatras, informes... Es todo suyo, dottora Dicanti. Pregúnteme si tiene cualquier duda.
Paola alargó la mano a través de la mesa para coger el grueso legajo, y nada más abrirlo sintió una fuerte inquietud. Sujeta con un clip a la primera página había una fotografía de Karoski. Tenía un color de piel blanquecino, el pelo castaño liso y los ojos grises. A lo largo de los años que había dedicado a investigar esas cáscaras vacías de sentimiento que eran los asesinos en serie, había aprendido a reconocer esa mirada vacua en el fondo de los ojos de los depredadores, de los que matan con la misma naturalidad con la que comen. Sólo hay algo en la naturaleza remotamente parecido a esa mirada, y son los ojos de los tiburones blancos. Miran sin ver, de una forma única y aterradora.
Y allí estaba, reflejada de pleno en las pupilas del padre Karoski.
Edición original de 2006
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