Las vivencias religiosas se entretejen con las angustias y esperanzas del mundo contemporáneo. A fines del siglo XIX y principios del XX, aquella crisis de la razón, que daba paso a corrientes de pensamiento irracionalista, da también pábulo a un resurgimiento del sentimiento religioso. Son significativas las conversiones de ciertos grandes escritores como Hopkins, Claudel, Peguy, Chesterton o Papini. Común a todos ellos es una plena aceptación del Misterio, sin importarles si la fe puede o no respaldarse desde la razón. Así, decía Chesterton:
El Cristianismo se halla sustentado en dos o tres paradojas que pueden ser refutadas con toda facilidad en un debate y, con la misma facilidad, justificadas vitalmente.
Tal planteamiento dará origen, aparte el especial humorismo de este autor, a un lirismo de tonos proféticos.
Antecesor de tal lirismo fue el poeta inglés G.M. Hopkins (1868-1898). Muerto prematuramente, su poesía, de una audacia formal muy adelantada a su tiempo, sólo fue conocida a partir de 1918 y no tardaría en despertar el entusiasmo. Entre nosotros fue traducida por Dámaso Alonso, que señala en él dos facetas: el cántico a Dios y a la Naturaleza, y los tonos desgarradores para expresar la "noche oscura del alma".
Para el francés Paul Claudel (1868-1955), la fe es una luz en medio de la noche de la época. Un tono entusiasta y una exaltación profética caracterizan tanto sus poemas de ritmo amplio y solemne (Cinco grandes olas, 1904-1908), como su teatro de proporciones grandiosas y de alcance simbólico (La anunciación a María, 1910; El zapato de raso, 1924).
Charles Peguy (1873-1914) pasó de un socialismo combativo a un catolicismo no menos apasionado, el cual se expresa en un lirismo de aliento místico, como en El misterio de la caridad de Juana de Arco (1911) o El tapiz de Nuestra Señora (1913).
Muy distinto es el tono del ensayista y novelista inglés G.K. Chesterton (1874-1936). En él la índole paradójica de la vida es fuente de desafío apologético en sus ensayos o de un enfoque humorístico, en novelas como El hombre que fue jueves (1908) o los relatos policíacos protagonizados por el famoso Padre Brown).
Con el italiano Giovanni Papini (1881-1956) volvemos a los tonos exaltados, al descontento vital, a las ansias fáusticas, que dan a su cristianismo una fuerza patética: así, en La tragedia cotidiana (1906), Un hombre acabado (1912) o Gog (1930).
Tras la guerra del 14, y a medida que se avanza en los años 20 y se pasa a los 30 o los 40, asistimos a la corriente de cristianismo trágico, con algún punto de contacto con el existencialismo. Los autores tienen en común un "sentido cristiano de lo trágico" que habían anunciado Kierkegaard, Dostoievski, Unamuno o Papini; una visión del hombre desgarrado, cuya alma es "un campo de batalla donde luchan Dios y Satán". El vivir como camino dramático, la mezcla de grandezas y miserias, el misterio del Mal y el de la Gracia, serán los grandes temas de una serie de escritores cristianos, entre los que citaremos a tres novelistas como muestra: Mauriac, Bernanos y G. Greene.
* François Mauriac (1885-1970) es un creador de personajes torturados, a menudo monstruosos, pero el mismo autor ha dicho:
Mis monstruos buscan a Dios entre gemidos.
Citemos, entre sus novelas, Therèse Desqueyroux (1926) o Nudo de víboras (1934).
* Georges Bernanos (1888-1948) es un novelista de fuerza estremecedora. Sus criaturas viven Bajo el sol de Satán (1926); son seres que se debaten contra el mal en una continua lucha. Pero sobre ellos se cierne, aun sin que lo perciban, la extraña fuerza de la Gracia. Sólo los indiferentes merecen el desprecio del autor. Junto a La alegría, su obra maestra es el Diario de un cura rural (1936).
* En algunas novelas del inglés Graham Greene (1904-1991), convertido al catolicismo, encontraríamos los mismos temas que en los anteriores, a veces con tonos más sombríos aún. Coetáneo de los existencialistas de posguerra, Greene plantea en términos desgarradores el absurdo de la existencia y el misterio del destino humano, de la salvación. Así, por ejemplo, en El poder y la gloria (1940) o El fin de la aventura (1948).