sábado, 18 de abril de 2015

Premisas para el estudio de Unamuno

A través de su vida, Unamuno se mantuvo firme al propósito de presentar de una manera amplia y radical el sentido de la paradoja del hombre que se sabe imperfecto y mortal y tiene que encontrar consuelo y vivir con la muerte. Unamuno abarca con una mirada la dialéctica del ser y de la nada latente en el funcionamiento mismo del saber. En términos lógicos, la dialéctica significa que dos conceptos contradictorios -que mutuamente se excluyen- tienen una coexistencia que es la oposición o lucha y que esta lucha es la vida humana.
Ahora bien, cabe preguntarse cómo es posible determinar un punto de partida para una antropología filosófica orientada por la idea del hombre consciente de su muerte. Unamuno toma como punto de partida al hombre integral que reflexiona. Pero si el punto de partida ya es la complejidad entera de la existencia, no es posible progresar de lo simple a lo complejo. Unamuno lo comprende perfectamente y se dedica a la elucidación filosófica en todo lo que escribe, pero muy especialmente en sus novelas. Como es sabido, Unamuno rechazó todo concepto tradicional de géneros, pero esto no quiere decir que no haya diferencias formales en lo que escribió. Parte de la obra de Unamuno comprende la reflexión sobre el tema del hombre en su existencia real. Esta parte consiste mayoritariamente en ensayos y algunas narraciones cortas. Otra parte busca ir más allá de la reflexión a la comprensión total del lector, y esta parte está integrada por su poesía, teatro y novelas.
Toda la obra de Unamuno se nutre de la asunción básica de que la filosofía, al concentrarse en el hombre real, el de carne y hueso, se convierte en filosofía agónica. Y es que la situación misma de hacer filosofía es agónica, pues representa no un concepto, sino el movimiento mismo de lo sensible hacia lo inteligible. Hay en esta hipótesis algo de Platón, Pascal y Kierkegaard, todos autores muy leídos por Unamuno. Siguiendo con la discusión de la hipótesis de Unamuno, surge el problema de la expresión. ¿Cómo es posible expresar el movimiento mismo entre el no ser y el ser si el lenguaje traiciona al filósofo a cada momento en términos de permanencia? Toda expresión científica es la descripción de lo permanente. Al no poderlo expresar en lenguaje descriptivo, es decir, en términos racionales inmutables, Unamuno llega a la consideración del ensayo filosófico como insuficiente y se dirige a expresarlo en lenguaje de alegoría, mito y símbolos. En lugar de analogías, Unamuno utiliza la fuerza creativa de la metáfora, imágenes en movimiento. Ya no tenemos un lenguaje estático que describe estructuras hechas; ahora el lenguaje mismo está en movimiento, sin resolver, revelando un sistema de tensiones en continuación.


 Hay antecedentes que el mismo Unamuno señala. Consideremos el Libro IV de la República de Platón, donde el alma se caracteriza como un estado de tensión debido a la atracción de la razón opuesta por el deseo. En este lugar, Platón introduce el concepto de ánimo o coraje como una potencia del alma en tensión. Si se une al deseo se transforma en furia; al contrario, si se alía a la razón se transforma en indignación, pero su estado perfecto está en tensión entre los dos opuestos y es valor, ánimo y coraje. Esta idea de alma es un antecedente directo de la dialéctica abierta de Unamuno
Otro eco que recoge Unamuno es el de Pascal:

Porque a fin de cuentas, ¿qué es el hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo.

Unamuno amplía el concepto pascaliano situando al hombre como principio y fin de la filosofía por medio de perspectivas de metafísica, antropología y estética. La metafísica sitúa la existencia como el devenir entre el no ser y el ser. La antropología pone al hombre en un estado consciente inestable y frágil entre su principio y fin. ¿Y la estética? Debemos detenernos para explicar la hipótesis de la estética de Unamuno.
La premisa de la estética de Unamuno es la recepción del lector, oyente o perceptor. Unamuno insiste en que toda recepción se forma de una manera insuperable del punto del vista del receptor. Es decir, siempre se recibe el objeto percibido o leído de una manera unilateral y nunca simultáneamente. Por ejemplo, veo un lado del árbol y no todo el árbol; concibo un personaje de acuerdo con mis conocimientos de algunos detalles y no de un modo universal. Por consiguiente, el árbol visto o el personaje de la novela se comprenden debido a una visión parcial y limitada que pasa a ser una supuesta unidad de la serie de perspectivas que el individuo supone admisibles. Así, se puede dar vuelta al árbol y se puede descubrir que es diferente del que se había figurado, pero esto no quita que la sucesión de percepciones sucede una tras otra y el conjunto es figurado de nuevo, alterando la primera percepción. Lo mismo ocurre en el caso del personaje literario, pues en el primer encuentro del lector puede formar una idea errónea que al pasar las páginas se altera, hasta crear el conjunto con el que le identificamos. Obviamente, se da prioridad al objeto que se percibe o lee, pero lo insignificante es señalar la unidad movible del perceptor como el punto de vista esencial. En otras palabras, en esta filosofía la atención no se da al árbol, sino al receptor; no al texto, sino al lector del texto. Al aceptar las limitaciones del receptor, también se acepta la pluralidad de perspectivas independientes de la propia. La estética de Unamuno tiene una fuerza unificadora y común para todos dentro del pluralismo de los receptores individuales. El hombre, al nacer, entra en un mundo creado por el lenguaje que no sólo precede al individuo, sino que le envuelve completamente. Unamuno plantea el factor lenguaje en una dialéctica de significar y de percibir, es decir, una dialéctica univeral del decir y del ver.
El lenguaje para Unamuno transmite no la visión misma del objeto, sino su alcance. Cada oyente o lector del lenguaje tiene que rellenar los huecos de la palabra escrita, pero este complemento del lector viene del punto de vista del lector y no del escritor; el lector completa lo que falta basándose en su propia experiencia y su imaginación.
Finalmente, comprendamos el papel extraordinario que Unamuno da al sentimiento. Para Unamuno, el sentimiento es la potencia máxima unificadora opuesta a la razón, igualmente universal, cuya función es distinguir y separar. El sentimiento lleva al individuo a identificarse con su familia, su pueblo, su nación y, por encima de todo, con sí mismo. Sabido es que toda la fuerza de la razón se opone al mundo del yo. Su meta es establecer los rasgos distintivos de los objetos, y, por tanto, se basa en la separación e instalación de la multiplicidad del mundo. Pero este conflicto entre el sentimiento y la razón no es fenómeno exterior, pues tiene su origen en el fondo constitutivo del hombre.
El objeto es síntesis de la percepción de su nombre y de la expresión que lo ha nombrado y la percepción que lo ha entendido. Pero, en contraste, el yo está en conflicto. Unamuno, en su filosofía del conocimiento, señala muy claramente al objeto como síntesis, pero igualmente insiste en la realidad conflictiva de la subjetividad. Para Unamuno, el conflicto íntimo es el de dos aspiraciones opuestas: por una parte, tener la integridad orgánica del cuerpo y de sus sensibilidades del presente, y de la otra parte, la aspiración que añora la totalidad y la inmortalidad. Para Unamuno, la realidad del yo es lucha y la realidad del mundo es una dialéctica de cambio, lo cual quiere decir que toda construcción imaginaria concebida desde el punto de vista del lector es una síntesis del momento expuesta a los cambios dentro del individuo y seguramente dentro del diálogo con otro punto de vista.