domingo, 21 de junio de 2015

Interpretación de San Manuel Bueno, mártir

La expresión literaria comprende una ambigüedad creativa que la separa de la prosa discursiva. El crítico literario se acerca al texto que comentará armado con una serie de nociones -explícita o implícitamente elaboradas- que desfigurarán el texto, puesto que toda interpretación tiene que escoger y fijar y, por consiguiente, reducir la ambigüedad, que en cierto sentido significa reducir el texto. Podemos, por tanto, preguntarnos así, públicamente, qué valor tiene escribir una interpretación más de San Manuel Bueno, mártir. La respuesta a esta paradoja nos la ha dado el mismo Unamuno.
Unamuno ha insistido en la existencia propia de la obra literaria y ha expuesto la única situación lícita para el lector que hace texto de su lectura, es decir, el crítico. Si el crítico reconoce la autonomía del texto, llegará a descubrir que su función es la de un dialogante. Cuando uno de nosotros entabla un diálogo interesante y agitado con otra persona no caemos en la simpleza de pensar que podemos saber lo que el otro está pensando. Tenemos que recibir, comprender y contestar a sus palabras, pero no a su mente, que se mantiene inaccesible. Un texto literario, bien lo comprendió Unamuno, es la creación más rica del hombre, ya que tiene la capacidad creativa del diálogo con los lectores distantes y separados por espacio y tiempo. El único papel que puede cumplir el crítico que no reduzca la realidad creativa del texto es la de un dialogante.
Empezamos la lectura de San Manuel Bueno, mártir con el encuentro de una voz narrativa clara y fuerte que expone su situación existecial. Pero su propósito no es presentarse a sí misma como objeto de consideración. Ángela Carballino se presenta como el evangelista cuya misión es dar a conocer a otro que ha venido, ha vivido y ya no está presente. Ángela Carballino ha optado por la palabra escrita y no la hablada; la terrible palabra escrita, que no se puede controlar una vez entregada al lector. La palabra escrita, que "sólo Dios sabe con qué destino" obrará, es un riesgo mortal que tiene que tomar Ángela. Aunque el obispo de Renada y las autoridades eclesiásticas se valgan de este texto para condenar a su adorado San Manuel, Ángela tiene que "dejar consignado, a modo de confesión", todo lo que sabe y lo que recuerda de aquel varón matriarcal. Esta obligación, que la llena de terror, tiene que cumplirse porque es su misión transmitir la historia del santo para que pueda ser recreado por otros en su lectura. El Evangelio es la palabra encarnada, e igual que Juan, tiene que fijar las palabras de Manuel y transmitirlas sea cual fuere el riesgo. 
Ángela le da el nombre de "varón matriarcal"; también nombrará al nogal matriarcal. Estamos ante la tradición más antigua, en la que a toda potencia creadora y recreadora se le denominaba mater. Como los reyes preclásicos de la antigua Grecia, Don Manuel cumple con el oficio y el deber de garantizar la continuidad de la vida y vencimiento de la muerte. Ángela nos dice que Don Manuel es su padre espiritual, lo cual no significa que sea su confesor, sino el padre de su espíritu. Por tanto, es significativo que para la tercera sección del texto Ángela nos confiese que "empezaba yo a sentir una especie de afecto maternal hacia mi padre espiritual". Este cambio gradual no solamente se expresa como un estado de ánimo en el tiempo narrativo (el pasado del relato), sino también en el tiempo de la narración, puesto que ya ha escrito Ángela 410 líneas de su evangelio. Como sus precursores bíblicos, Ángela decide aceptar el mandato espiritual de escribir el evangelio sólo después de la muerte del santo, y, concretamente, acepta su papel cuando su hermano Lázaro está muriendo y le dice:

No siento tanto tener que morir... como que conmigo se muere otro pedazo del alma de don Manuel.

Lázaro había tomado apuntes de la vida, obra y, especialmente, palabras del santo, pero no las había consagrado como texto narrativo. El olvido es la terrible amenaza que más teme: la pérdida completa de la realidad que fue San Manuel.
Ángela Carballino repite al final de su memoria lo que nos anticipa al principio. No ha escrito esta confesión por razones reconocibles como prudentes, pues con buena razón desea que su manuscrito no llegue al conocimiento de las autoridades eclesiásticas, cuya doctrina condenaría al santo de Valverde de Lucerna. Si no ha escrito por razones corrientes, ¿cuál ha sido su motivación? Escribe bajo la inspiración de su experiencia con Manuel y siguiendo su misión extrarracional del evangelista.
El lugar-ambiente en esta novela no es descriptivo, aunque tenga el fondo implícito del León de los Paisajes. El espacio narrativo en este texto es simbólico. Hay una aldea remota situada entre la montaña y el lago. Aldea, montaña y lago representan los tres símbolos de la novela. La aldea de Valverde de Lucerna se identifica en el texto con un grupo selecto de nombres: aldea, villa, pueblo, monasterio y convento. En cambio, lago se suele usar en combinación con montaña. El sistema creativo de Unamuno se basa en tres tropos tradicionales empleados en el contexto de estos tres símbolos.
Valverde de Lucerna se extiende, por uso de metonimia, a identificar el lugar con la población para elevarlo al significado de la humanidad en la intrahistoria. En cambio, con lago y montaña, Unamuno emplea el símil y la metáfora para crear el significado más profundo de su obra: la dicotomía dialéctica entre la fe y la duda y su personificación en el protagonista Manuel - Cristo.

Examinemos estas observaciones más detenidamente. La metonimia, que logra identificar entrañablemente a la aldea Valverde de Lucerna y su población, parte principalmente del doble uso de pueblo. En unas líneas es "todo el pueblo", refiriéndose a la población. En otras es "cuando vuelvas a tu pueblo", haciendo referencia al lugar. Igualmente leemos "hubiera en el pueblo", o "en el pueblo", o "de nuestro pueblo"; pueblo es ya una voz metonímica donde se puede leer tanto lugar como población, y cabe decir se lee mejor con ambas referencias presentes a la vez. En este doble significado sigue "que el pueblo esté contento". Sin duda alguna, es importante que se continúe esta relación, pues en un párrafo se utiliza pueblo como lugar y en seguida como población.
Una vez preparado el terreno por la identificación metonímica, Unamuno añade los nombres de significado simbólico:

Mi monasterio es Valverde de Lucerna. Yo no debo vivir solo; yo no debo morir solo. Debo vivir para mi pueblo, morir para mi pueblo. ¿Cómo voy a salvar mi alma si no salvo la de mi pueblo?

Pasamos de la referencia del lugar a la de la población para establecer el símbolo unitario de intrahistoria. En seguida Unamuno refuerza la referencia: "a nuestro monasterio de Valverde de Lucerna" y "en el pueblo, que es mi convento", y, también, "en nombre del pueblo, me absuelves". Finalmente, Unamuno extiende el símbolo a su significado último:

Recordaréis que cuando rezábamos todos en uno, en unanimidad de sentido, hechos pueblo...

Y:

... en el alma del pueblo de la aldea, a perdernos en ellas para quedar en ellas. Él me enseñó con su vida a perderme en la vida del pueblo de mi aldea.

Aquí pueblo lleva ya el significado de intrahistoria como concepto ontológico de realidad histórica.
Los símbolos dialécticos de montaña (fe) y lago (duda), como hemos dicho, se desarrollan, a través de la obra, primero como símil que personifica a Don Manuel como la encarnación de esta oposición, y luego como metáfora que plantea el sentimiento trágico de la vida cuyo mayor delito es haber nacido.
Como símil los encontramos casi al empezar la novela:

... llevaba la cabeza como nuestra Peña del Buitre lleva la cresta y había en sus ojos la hondura azul de nuestro lago.

O aún más notable:

... y no era un coro, sino una sola voz, una voz simple y unida, fundidas todas en una y haciendo como una montaña, cuya cumbre, perdida a las veces en nubes, era don Manuel. Y al llegar a lo de "creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable", la voz de don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba.

En esta última cita el símil compara a la voz del pueblo rezando con la montaña y el silencio, o la ausencia de voz de Don Manuel, al llegar a las palabras indicadas, se explica como zambullido en un lago. Por tanto, la voz del pueblo todo (en un sentido intrahistórico), en su proclamación de la fe, se compara a la montaña, y el silencio o la ausencia de la voz de Don Manuel, que demuestra la falta de fe, se compara al lago. Pero aquí no termina el desarrollo simbólico; falta la metáfora de la nieve. Cuando Don Manuel le dice a Lázaro:

¿Has visto, Lázaro, misterio mayor que el de la nieve cayendo en el lago y muriendo en él mientras cubre con su toca a la montaña?

Aquí se añade el elemento más profundo de la novela. La nieve, como la vida misma, es transitoria, pero los copos de nieve que caen sobre la montaña se unen y forman una toca que da la apariencia de perdurar. En contraste, los copos que caen sobre el lago se disuelven inmediatamente sin huella. Así es la vida del pueblo: con fe forma una montaña en su colectividad, sin fe los hombres se pierden aislados en la muerte sin huella de haber sido. Sigue la metáfora Unamuno un paso más:

... está nevando, nevando sobre el lago, nevando sobre la montaña, nevando sobre las memorias de mi padre, el forastero; de mi madre, de mi hermano Lázaro, de mi pueblo, de mi san Manuel, y también sobre la memoria del pobre Blasillo, de mi san Blasillo, y que él me ampare desde el cielo. Y esta nieve borra esquinas y borra sombras, pues hasta de noche la nieve alumbra.

La nieve es la gran niveladora, junta lo recto con lo circular, lo pobre con lo rico, y hasta lo vivo con lo muerto, pero tiene que caer en tierra para mantenerse, pues en el largo se disuelve al hacer contacto. El misterio de la nieve es el misterio de la fe. La fe puede vencer hasta a la amenaza de la muerte. La vida sigue su curso, hombres y mujeres nacen y mueren, por unos años viven y algunos viven con la fe y la esperanza de la resurrección, y otros viven hostigados por la duda. Por tanto, la pregunta fundamental es cómo puede sobrevivir el agonista y no sucumbir al suicidio. La respuesta se ofrece también metafóricamente. Veíamos anteriormente que la aldea de Valverde de Lucerna, perdida como un broche entre el lago y la montaña, representa toda una población colectiva situada entre la fe y la duda, pero mantenida en la fe por San Manuel Bueno. Pero también hay otra Valverde de Lucerna sumergida en el lago según la leyenda. Ésta es la Valverde de Lucerna que Lázaro descubre en Don Manuel:

... creo que en el fondo del alma de nuestro don Manuel hay también sumergida, ahogada, una villa y que alguna vez se oyen sus campanadas.

La villa sumergida es la plena conciencia de la intrahistoria. Manuel, y luego Lázaro, su discípulo, al dedicarse completamente a la colectividad del pueblo, encuentran que aquí está la actualidad de la verdadera historia y que hay un fondo de esta superficie que es el cementerio de las almas de sus abuelos, y los abuelos de éstos y los de éstos. En uno de sus momentos lúcidos, antes de su encuentro con Unamuno, Augusto Pérez, personaje de Niebla, lo expresa con claridad:

Por debajo de esta corriente de nuestra existencia, por dentro de ella hay otra corriente en sentido contrario: aquí vamos del ayer al mañana, allí se va del mañana al ayer.

Don Manuel personifica la cruz del nacimiento al estar situado entre la fe y la duda de su pueblo. Esta personificación le hace no solamente santo, sino mártir, porque toma la duda y la sufre por todos. Así lo ve Ángela Carballino y así nos lo presenta en su memoria. La narración de Ángela está estructurada como un evangelio, y el paralelo con Cristo, salpicado de numerosas citas y alusiones bíblicas, va creciendo hasta el climax del descubrimiento de la tragedia íntima de Don Manuel. Por consiguiente, se entiende que Cristo también duda en la resurrección y el "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" de los dos Cristos, el bíblico y el de Valverde de Lucerna, son gritos de verdadera angustia.
La cronología de la memoria, por tanto, nos lleva de los recuerdos de niñez a la experiencia angustiosa y la muerte de Manuel. Ángela, como narradora evangelista, es a la vez hija espiritual de Manuel y madre de su victoria sobre el olvido. Su evangelio, sus palabras escritas, ganarán la inmortalidad para Manuel, y por esta razón pueden crecer sus sentimientos maternales al paso que progresa la narrativa. Ángela es la virgen madre como la tía Tula, pero su maternidad se debe a la palabra escrita: el testimonio de santidad que nos deja.
Al margen de la personificación hecha por Ángela hay otro paralelo, éste hecho por el mismo Manuel. Él no se ve como Cristo, sino como Moisés. Él sabe que no trae la redención de la muerte, pero cree firmemente que lleva la ilusión de la tierra prometida. Don Manuel se caracteriza en sus comentarios a Ángela y Lázaro como el guía de su pueblo que está condenado a no ver la tierra prometida por haberle vista la cara a Dios. La promesa que protege y fecunda es para su pueblo y no para él, y así muere pidiéndole a Lázaro, el hombre nuevo de Cristo, que sea su Josué y que siga la trayectoria. El conflicto interno de Manuel representa el arquetipo bíblico de la lucha de opuestos sin resolución. En vez de ser la lucha entre el bien y el mal, aquí se concentra como la lucha entre la fe y la duda. Y es ésta la que hace a Unamuno entrar otra vez en sus textos con voz directa que implica al lectos en la lucha.
El diablo, el fiscal racional, quiere condenar a Don Manuel a los infiernos de la mentira, pero Unamuno, como el archimensajero San Miguel Arcángel, clama: "El Señor te reprenda". La verdad de Don Manuel y la verdad tan ardientemente buscada por Pachico en Paz en la guerra es la misma. La vida es una lucha, una guerra que no tiene más resolución que la muerte. Pero hay una colectividad que es la comunión del pueblo, y esta unidad está basada en las numerosas generaciones que han originado colectivamente en su creación de la lengua común la comunidad. Por tanto, la santa cruzada de Pachico de provocar se convierte en la santa misión de proteger y nutrir la fe, que es lo que tiene en común la comunidad.