1. Nuevos tratamientos del tema de España
La guerra civil española impulsó a no pocos escritores hacia una literatura "comprometida". La muerte, la cárcel o el exilio fue el destino de muchos. A partir de 1939, en el "interior" se asiste a la imposición de una concepción única de España, síntesis de las ideas falangistas y tradicionalistas, cuyos antecedentes los encontramos en el regeneracionismo, en ciertos puntos del 98 y en algunas ideas de Ortega y Gasset. Concepción de España como "una unidad de destino en lo universal", inspirada en los "ideales del Imperio" y en los "valores eternos"; propósito de que España sea "defensa o baluarte de Occidente", bajo la dirección de un "caudillo". Tales son algunos de los temas de la España oficial.
Pero algunos escritores de origen falangistas comenzarán a distanciarse del "triunfalismo" reinante y reanudarán una visión crítica. Tal es el caso de Dionisio Ridruejo o de Pedro Laín Entralgo. Éste publica en 1948 un ensayo con el significativo título de España como problema. Y ese mismo "problema" es abordado por ensayistas como Aranguren o Ruiz Jiménez.
Paralelamente, se produce una renovación historiográfica que conduce a abordar nuestro pasado con un rigor nuevo, con métodos sólidos. Destaca Jaime Vicens Vives que introduce en España la historia de enfoque económico y social. En una rigurosa perspectiva social sitúan igualmente otros historiadores, como J.A. Maravall, los fenómenos políticos y culturales. Todo ello contribuye decisivamente a renovar nuestra visión de España, arrinconando viejos y nuevos mitos, y propiciando interpretaciones más serenas y objetivas.
En la pura creación literaria, el tema de España es obsesivo, hasta el punto de que ha podido componerse una copiosa antología titulada precisamente El tema de España en la poesía española contemporánea (J.L. Cano). Y en la novela o en el teatro, tal preocupación se manifiesta en un enfoque concreto de los problemas de la sociedad: es el llamado realismo social de los años cincuenta.
Una importante veta de nuestra narrativa del siglo XX gira en torno a la guerra civil. Los novelistas dan testimonio de aquel trágico enfrentamiento entre dos modos irreductibles de concebir a España. Citamos algunas muestras: Agustín de Foxá (Madrid, de corte a checa), García Serrano (La fiel infantería), Gironella (Un millón de muertos), Luis Romero (Tres días de julio), Juan Goytisolo (Duelo en el Paraíso), Ana María Matute (Primera memoria), Castillo Puche (El vengador), Ángel María de Lera (Las últimas banderas), etc.
Finalmente, señalemos un fenómeno singular de finales del XX: el auge del libro político. La desaparición de la censura y el ingreso en formas de convivencia democrática produce el explicable afán de interpretar el pasado inmediato o de proponer soluciones para los problemas presentes. El tema de España vuelve a ser decididamente dominio de la confrontación entre concepciones políticas distintas.
2. España en la literatura del exilio
Entre los escritores de la diáspora, destacan antee todo poetas del grupo del 27 y alguno anterior, como León Felipe. En los primeros momentos, el tono dominante de su poesía será la amarga desesperación o el denuesto al vencedor. Es precisamente León Felipe quien inicia esta línea con libros violentos como El payaso de las bofetadas (1938), El hacha (1939) o Español del éxodo y del llanto (1939). El mismo tono aparece en poemas de Alberti y otros. Con el tiempo, la nota dominante será la nostalgia de la patria perdida. Así, en el mismo Alberti (Retornos de lo vivo lejano, 1948-1956), o en Cernuda, Salinas, Guillén... Los mismos tonos tiñen los recuerdos de la guerra y de la patria, o el dolor del exilio, en poetas que se dan a conocer, sobre todo, después de 1939: Serrano-Plaja, Quiroga Pla, Juan Rejano, Herrera Petere, y muchos otros.
El tema de la guerra y sus secuelas abundará, naturalmente, en la novela y el teatro. Muchos son los relatos que cabría citar aquí, y no pocos espléndidos. Entresaquemos algunos. Arturo Barea (1897-1957) aborda la guerra civil al final de su trilogía La forja de un rebelde, Francisco Ayala (1906-2009) en su libro de cuentos La cabeza del cordero (1949), o Ramón J. Sender (1902-1982) en esa impresionante novela corta es que Réquiem por un campesino español (1953).
Párrafo especial merece el novelista y dramaturgo Max Aub (1903-1972). Por una parte, es autor de un magno ciclo narrativo sobre la guerra, titulado El laberinto mágico (1943-1968) e integrado por Campo cerrado, Campo abierto, Campo de sangre, Campo del Moro y Campo de los almendros. Por otra, es un dramaturgo fundamental; ya durante la guerra había compuesto un teatro épico; fuera de España compondrá obras como Las vueltas, sobre el retorno al hogar de presos y exiliados, así como una serie de piezas en un acto sobre el exilio (las cuatro que componen Los trasterrados) o sobre la España franquista (Teatro de la España de Franco, tres piezas cortas).
Dentro del teatro sobre la guerra, citemos de nuevo a Rafael Alberti, cuya Noche de guerra en el Museo del Prado (1956) es tal vez la realización dramática más lograda del tema. Y añadamos, por último, Guernica (1959) de Fernando Arrabal.
Paralelamente a los aspectos reseñados de creación literaria, España es preocupación de pensadores, ensayistas e historiadores exiliados; sólo aludiremos a la famosa polémica entre Castro y Sánchez Albornoz. Américo Castro (1885-1972), eminente filólogo y crítico literario, publica en 1948 su libro España en la historia (luego titulado La realidad histórica de España), en el que interpreta nuestra peculiaridad cultural como resultado de la larga convivencia de cristianos, moros y judíos. El gran historiador Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984), considerando arbitrarios muchos de los argumentos de aquél, los discute en los dos volúmenes de España, un enigma histórico (1953) y ofrece, de paso, su propia concepción de nuestra historia. No podemos entrar aquí en más detalles, pero ambas obras son testimonio de la más honda preocupación por el ser de España y suscitaron reflexiones sumamente fecundas.
3. El tema de España en la literatura extranjera
La atracción que España ha ejercido sobre escritores extranjeros del siglo XX responde a motivos muy distintos que, no obstante, pueden reducirse a dos líneas. De una parte, la fascinación de nuestras peculiaridades culturales: pasión, misticismo, dramatismo histórico, costumbres...; línea propensa en ocasiones al tópico y a cierto "exotismo". De otra parte, un interés político que se manifiesta una vez más en la presencia del tema de nuestra guerra.
Dentro de la primera línea encontramos, por ejemplo, a Paul Claudel, a quien es la España "mística y guerrera" la que le atrae. Así, su inmenso drama El zapato de raso (1924) tiene personajes españoles (un conquistador...) y una construcción simbólica vecina a la de un auto sacramental. Escribió también un drama sobre Cristóbal Colón (1953).
Otro caso sería el de Henry de Montherlant (1896-1972), que en Los bestiarios (1926) aborda con hondura el mundo de la tauromaquia, vista como riesgo y dominio del hombre sobre la fuerza oscura. Los grandes temas de este escritor -la abnegación, la entereza, la dignidad humana- encuentran igualmente un ropaje hispánico en obras teatrales como La reina muerta, El Maestre de Santiago o El Cardenal de España.
Profundo fue el amor a España en Albert Camus (1913-1960), cuya madre era de origen español. Entre su producción se cuentan adaptaciones de Lope y de Calderón (El caballero de Olmedo y La devoción de la Cruz, respectivamente). Además, escribió en colaboración una obra de teatro titulada Revolución en Asturias, sobre el levantamiento minero de 1934. Y otro drama suyo, El estado de sitio (1948), sitúa en Cádiz una trama semejante a la de su novela La peste.
Constante fue el contacto con España del novelista norteamericano Ernest Hemingway (1898-1961). Pintó el intenso ambiente de los sanfermines en un episodio de El sol también sale. Y de tema taurino es también Muerte en la tarde. Hemingway participó como corresponsal de prensa en nuestra guerra y recogería su testimonio de la batalla del Guadarrama en la novela Por quién doblan las campanas (1940).
La guerra civil fue, en efecto, una tremenda sacudida para muchas conciencias. Como Hemingway, otros escritores participaron en ella. Así, el inglés George Orwell, que nos dejó su Homenaje a Cataluña (1937). O el francés André Malraux, que luchó en las filas de las brigadas internacionales y cantó en su novela La esperanza (1937) la fraternidad humana y la solidaridad revolucionaria.
Añadamos otros escritores como el católico Georges Bernanos, autor de Los grandes cementerios bajo la luna (1938), violenta driatriba contra los "nacionales", precisamente en nombre de los valores cristianos. O a Jean-Paul Sartre, con su durísima novela corta titualada El muro (1939). Finalmente, el creador de una de las grandes tendencias del teatro contemporáneo, el alemán Bertold Brecht, llevó a la escena nuestra guerra civil con un enfoque épico revolucionario en Los fusiles de la señora Carrar (1937).