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LA CASA DEL AZÚCAR
La piel es una barrera que no nos permite ir más allá de nuestro cuerpo, pero también es un escudo que nos protege, y a doña Amelia la piel se le convirtió en una coraza y no hubo nada ni nadie que pudiera traspasarla.
El señor siguió volviendo a Terreros cuando le vino en gana, por cortos períodos, pero suficientes para que los niños continuaran naciendo. Doña Amelia le siguió abriendo la puerta, hasta que un día, tras la muerte por fiebres de su quinto hijo recién nacido, dijo basta, paró el tiempo y no volvió a ser la misma. Convirtió la Casa Grande en su castillo y, a la vez, en su mazmorra, y a don Sebastián le cerró la puerta para siempre.
Con la perspectiva del tiempo he ido descifrando el porqué de ese temperamento que la acompañó siempre. No hay nada peor que amar y no ser correspondido, puedo dar fe de ello, y no hay nadie más peligroso que una mujer herida en el orgullo. Cada uno se ahoga en su vaso, eso siempre lo he pensado, y el de ella era tan grande que nunca logró salir a flote del todo.
Con la perspectiva del tiempo he ido descifrando el porqué de ese temperamento que la acompañó siempre. No hay nada peor que amar y no ser correspondido, puedo dar fe de ello, y no hay nadie más peligroso que una mujer herida en el orgullo. Cada uno se ahoga en su vaso, eso siempre lo he pensado, y el de ella era tan grande que nunca logró salir a flote del todo.
Edición original: 2020
Editorial Penguin Random House - Edición digital para eBook
★★★★★
Una novela preciosa a ratos, lentísima en otros, que no termina de arrancar o no llega a transmitir nada nuevo, pero con un estilo limpio que te permite seguir hasta el final.