El gusto por la imitación está presente en los seres humanos prácticamente desde que nacen. |
En efecto, a pesar de Aristóteles, la historia literaria introdujo a partir del siglo XVIII y, sobre todo, en el siglo XIX, todo tipo de autores
-historiadores, médicos, místicos, filósofos, etc.-, que por sus características formales podían leerse con un acercamiento estético. Sus obras son textos que carecen de la imitación en el sentido aristotélico y tienen como fin lo útil, la enseñanza, pero se sirven de unos recursos propios del lenguaje literario frente al lenguaje discursivo. De ahí que, entre los géneros tradicionales o miméticos, se incluya un nuevo género: el didáctico.
En los textos didácticos falta la imitación, pero se encuentra lo que los críticos llaman literariedad, es decir, desvíos de la norma lingüística o, mejor, de la precisión con fines utilitarios del lenguaje llamado discursivo -el que utilizan los diccionarios y los tratados científicos-. El lenguaje literario tiende, en cambio, a la expresividad y a la originalidad.