Los escritores románticos, en general jóvenes anticlásicos, creían en el genio creador, en la inspiración, en la originalidad de sus obras. Pero se engañaban, porque no hay texto tilerario que no se inserte en una tradición, en unos géneros, en unos modelos teóricos -los que proceden de la Poética- y prácticos -los que han escritos otros autores-.
Las obras más importantes, aquellas que aportan novedades en mayor o menor grado, tienen pronto numerosos imitadores que introducen cambios mínimos en la tradición. Estos imitadores suelen ser denominados, en el sentido despectivo, epígonos, esto es, los que siguen un modelo, aunque en realidad algunos de ellos cambien el modelo o creen otros nuevos, como ocurrió con Cervantes respecto a los libros de caballería.
La literatura occidental es, de hecho, el conjunto de todos los textos que se han oído o escrito a lo largo de unos veintiocho siglos: desde Homero y la Biblia, hasta el presente. En este conjunto se incluye también la tradición folclórica: cuentos y canciones. Todo poeta, en el sentido aristotélico, se inscribe en unas determinadas tradiciones a las que sigue, modifica o se enfrenta.
A la tradición literaria occidental hay que añadir las tradiciones de las otras literaturas no occidentales, como la árabe, china, japonesa, india, etc., que pueden ser conocidas en distintos momentos por la tradición occidental e integradas en ella. Es el caso de los cuentos orientales en la Edad Media o de la literatura japonesa en el siglo XIX.
La literatura es, pues, todo ese conjunto de obras diferentes, aunque parecidas, que pueden clasificarse, no siempre con facilidad, en los tres géneros o modos literarios mencionados: lírico, épico, dramático. El historiador de la literatura intenta poner orden en este caos, mientras que el crítico intenta organizar los principios literarios de composición de las obras para poder luego emitir un juicio de valor.
La historia y la crítica deben incluirse en esa tradición literaria porque afectan, en mayor o menor medida, a la creación. Por ejemplo, textos como la mencionada Poética de Aristóteles o el Arte Poética de Horacio, son fundamentales para la estructura y los fines de las obras literarias occidentales hasta el siglo XIX. Véase el caso ejemplar de Lope de Vega, que se enfrenta a esas tradiciones clasicistas, porque a Aristóteles "ya le perdimos el respeto"; en cambio, El sí de las niñas de Moratín es una comedia construida sobre un modelo teórico neoaristotélico.