martes, 8 de julio de 2014

La situación comunicativa

Los lingüistas suelen aceptar que la utilidad más notoria del lenguaje es permitir el intercambio de información entre los usuarios. Este análisis da preferencia al mensaje, a su capacidad referencial, sobre los otros elementos que aparecen en un acto comunicativo.
Pero, a menudo, el lenguaje se usa simplemente para establecer y mantener relaciones sociales: cuando dos desconocidos tiritan de frío en una parada de autobús y el uno le dice al otro: "¡Qué frío hace!", parece claro que el hablante no informa sobre el clima a su oyente. Se deduce, más bien, una invitación amable a iniciar la charla. En esta ocasión, sobre el mensaje inciden abundantes rasgos situacionales (el clima, el lugar, el momento, la imagen que el hablante tiene del oyente, la intención del hablante...). Estos elementos alcanzan más relieve que el puro valor informativo del mensaje.
La situación debe entenderse como el ámbito en el que se desarrolla la comunicación. Conviene subrayar que la situación resulta esencial para que se produzca el proceso comunicativo, ya que una variación situacional puede implicar un cambio radical en el significado del mensaje.
Si en un taller de carpintería el maestro dice al aprendiz: "¡Un clavo!", este mensaje posee un significado claro: el carpintero solicita un clavo para realizar su trabajo. Sin embargo, el mismo mensaje significa de forma diferente si lo emite una persona que observa la rueda desinflada de un automóvil o si lo dice el hablante cuando le presentan la cuenta en un restaurante.
El mismo enunciado cambia de significado en cada situación, lo que demuestra que ésta influye directamente en la interpretación de los mensajes verbales. Dentro de la lingüística, la pragmática se ocupa de estudiar las relaciones existentes entre los signos y los usuarios, y la influencia de la situación en los mensajes.

1. Rasgos de la situación
Hemos definido la situación como el ámbito en el que sucede la comunicación. Pero por ámbito no debe entenderse tan solo el espacio físico en el que se desenvuelven la emisión y la recepción de un mensaje. Veamos un ejemplo: un timbre señala el inicio o el final del tiempo de clase. En este caso, el aula es un espacio físico donde se desarrolla la comunicación, pero no es toda la situación. Si el timbre sonara en la mitad del tiempo de clase, variaría la situación; sin embargo, el espacio físico seguiría siendo el aula. La situación está constituida por el conjunto de circunstancias relevantes que enmarcan el acto comunicativo. Tales circunstancias son abundantísimas, pues abarcan desde las propiamente físicas hasta el entorno social, político y cultural al que pertenecen el emisor y el receptor. Así pues, si se pretende determinar la influencia de esas circunstancias situacionales en la comunicación, habrá que aislar, de entre el vasto conjunto, sólo aquellas que resulten básicas para identificar el tipo de acto comunicativo.

2. Otros elementos de la comunicación
Si se contempla el fenómeno de la comunicación lingüística desde el punto de vista de estas circunstancias situacionales, se observará que todos los factores que intervienen se interrelacionan mediante una tupida red de conexiones, de relaciones, que constituyen propiamente la situación comunicativa. Veamos cómo se producen.
Partiendo del esquema tradicional, podemos ajustar los elementos que actúan en la comunicación de la siguiente manera:



 La relación hablante/escritor - oyente/lector 
Cuando un hablante o un escritor inician un proceso comunicativo, producen un mensaje cuyos recursos lingüísticos están al servicio de la intención (persuadir, informar, ordenar...). Pero, entre otros muchos factores de la situación, la emisión del mensaje se basa en el conocimiento que el hablante o el escritor obtienen de su oyente o de su lector. Los datos que el emisor posee del receptor los usa para su propósito; aumenta así la eficacia del mensaje.
Si, por ejemplo, un hablante le dice a su interlocutor al hilo de la conversación: "Como usted y yo bien sabemos...", resultaría fácil suponer que el emisor busca el acuerdo o el apoyo del receptor a sus afirmaciones. El receptor, sin embargo, puede interpretar este enunciado como una adulación. El hablante debe observar por tanto al receptor, ya que un fallo en sus cálculos conseguiría el efecto contrario del que pretende.
El hablante o el escritor suelen ser emisores individuales, aunque en determinadas situaciones (una manifestación multitudinaria o cualquier otra situación coral) puede hablarse de emisor colectivo.
El receptor también suele ser individual, bien como oyente, bien como lector. Es al que se destina exclusivamente el mensaje. Sin embargo, puede ocurrir que el receptor no sea un único individuo, sino varios. Se distinguen los siguientes tipos de receptor múltiple:

- La audiencia: Es un caso intermedio entre el receptor único y el receptor múltiple, y se da cuando están presentes en el acto comunicativo oyentes casuales y pasivos. Éstos propician una suerte de doble recepción -la del receptor y la de la audiencia-, que exige mayor esfuerzo por parte del emisor para captar la atención de los que escuchan.
- El receptor colectivo: Está constituido por los oyentes o los lectores de actos comunicativos de diversa naturaleza, desde los oyentes de un conferenciante o de un mensaje televisado hasta los lectores de diarios, novelas o de cualquier tipo de mensaje público. Pese a la amplitud casi ilimitada del receptor colectivo, el emisor suele dirigir sus mensajes a un sector social determinado (los aficionados a las setas, la burguesía urbana...), restringiendo así la extensión comunicativa del mensaje.
- El receptor universal: Es una modalidad de receptor colectivo que se aplica a los receptores de mensajes literarios, generalmente lectores. Este concepto explica tanto la comunicación que un escritor entabla con los individuos de su tiempo como la que establece con aquellos lectores que reciben el texto cientos de años después de su creación y publicación. Cuando crea, el autor siempre se dirige al lector colectivo como si se tratara de un lector ideal, entendiendo éste como el modelo de receptor imaginado que mejor se ajusta a la intención comunicativa del autor.

 El mensaje como texto 
El mensaje es una unidad comunicativa compleja en la que inciden tanto los rasgos cinésicos o proxémicos como los estrictamente lingüísticos. Sin embargo, nos centraremos en el mensaje como texto, y nos referiremos a las circunstancias verbales que en él se observan. Consideraremos textos tanto un anuncio televisivo como un chiste, una conversación, una conferencia, un poema, una obra de teatro o una novela.
Tradicionalmente, se ha tomado la oración como unidad superior de descripción gramatical. En la actualidad, en cambio, se prefiere el texto como unidad global, estructural y de sentido. La gramática textual ha definido el texto como una unidad lingüística compleja, cerrada y de sentido completo: se entiende que el texto es complejo porque está constituido por unidades inferiores (oraciones, proposiciones, sintagmas...) que se organizan según reglas gramaticales y lógicas; es cerrado, porque se inicia y se concluye siguiendo un tema, y siempre de acuerdo con la intención del emisor y del receptor; y posee sentido completo porque su extensión, casi ilimitada, garantiza la recepción de múltiples matices significativos.

 El canal del texto 
En sentido amplio se entiende por canal el vehículo que transporta el mensaje desde el emisor hasta el receptor. El texto, por tanto, sólo tiene dos posibilidades de transmisión: mediante un sistema acústico, con la lengua oral, o mediante un sistema visual, con la lengua escrita, de forma que se distingue entre texto oral (el que emite el hablante y recibe el oyente) y texto escrito (el que produce el escritor y llega al lector).
Desde el punto de vista de la producción, el hablante y el escritor disponen respectivamente de ventajas e inconvenientes que condicionan la realización de los textos, por ejemplo:
- El hablante goza de señales paralingüísticas (tono de voz, gestos) que le son negadas al escritor. El hablante procesa su emisión de mensajes bajo circunstancias de presión que lo condicionan. Así, ha de controlar lo que acaba de decir y comprobar si concuerda con su intención. Además, debe planear el siguiente enunciado y, simultáneamente, vigilar la recepción como oyente.
- El escritor, por el contrario, dispone de facilidades para redactar, ya que puede repasar lo escrito y puede realizar pausas para reflexionar, sin preocuparse de que le interrumpan. Por añadidura, dispone de tiempo para seleccionar el léxico y la forma de su discurso.
Finalmente, el hablante disfruta de otros beneficios como la posibilidad de observar a su interlocutor para modificar lo que dice, para adaptarlo al oyente. El escritor no tiene acceso a la reacción de sus receptores y ha de imaginarla.

 El código 
Al hablar de lenguaje verbal, se suele entender por código el conjunto de signos lingüísticos y de reglas que los relacionan. El acuerdo del emisor y el receptor sobre el uso de un determinado código asegura la correcta construcción del mensaje y su adecuada interpretación. Las distintas lenguas naturales que se conocen en el mundo son códigos lingüísticos con sus propios signos y sus propias normas.
La utilización de un código lingüístico, de una lengua, exige determinadas destrezas que no todos los hablantes desarrollan por igual. El dominio de la lengua requiere un complejo proceso de aprendizaje. La asimilación que permite usar un idioma está determinada por las capacidades individuales del hablante y, sobre todo, por sus posibilidades sociales. Así, atendiendo a estas condiciones, hablaremos de dos tipos de códigos:

  • Código restringido: se aplica a los mensajes que emplean un reducido número de recursos expresivos de los muchos que ofrece la lengua. Estos mensajes suelen producirse entre hablantes de escasa formación cultural y de estratos sociales deprimidos.
  • Código elaborado: se aplica a aquellos mensajes que emplean la lengua con variedad, corrección, propiedad y elegancia.
Las distinciones entre código restringido y código elaborado sirven para establecer las diferencias de empleo de la lengua en sus distintos niveles de uso. Es decir, ayudan a diferenciar los estratos de uso lingüístico del hablante, según sus capacidades (nivel culto o nivel vulgar), o dependiendo de otros rasgos situacionales (nivel familiar o nivel coloquial).