sábado, 10 de enero de 2015

Tipología de textos escritos

El escritor dispone de cuatro modalidades textuales para adecuar el discurso a su intención comunicativa: la descripción, la narración, la exposición y la argumentación. Éstas no suelen presentarse en estado puro: lo normal es que se relacionen, de forma que en el texto se manifiestan varias a la vez. Las asociaciones más frecuentes, aunque no exclusivas, se dan entre la descripción y la narración, o entre la exposición y la argumentación.
A pesar de su naturaleza miscible, cada tipo textual presenta características singulares que permiten su identificación.

1. La descripción
La descripción consiste en representar, con el idioma, personas y objetos, explicando sus distintas partes, cualidades o circunstancias. Suele decirse que describir es pintar con palabras, pues de alguna forma se quiere hacer ver al lector una serie de características de un determinado modelo material (un paisaje, una persona...) o inmaterial (sentimientos, sensaciones...).
Se emplea el término retrato cuando se describe a una persona, o autorretrato si el escritor se describe a sí mismo. El retrato puede ser una descripción de rasgos externos o físicos (prosopografía) o bien una descripción de rasgos psicológicos y morales (etopeya). Cuando los rasgos descritos se exageran y ridiculizan con fines humorísticos se habla de caricatura.

 Caracterización lingüística de la descripción 
Desde el punto de vista gramatical, la descripción presenta algunos rasgos característicos:
- Empleo abundante de adjetivos: Nada extraño, pues los adjetivos designan cualidades y éstas resultan imprescindibles para representar aromas, colores, texturas, formas, etc. Cuando las descripciones son objetivas, los adjetivos aparecen con moderación y son especificativos, informan y no traslucen emoción alguna; pero la presencia de adjetivos se multiplica en la descripción subjetiva, donde le emotividad del autor se enfatiza mediante el uso de epítetos o adjetivos explicativos, que no añaden información, sino adornan y transmiten los sentimientos del escritor.
- El uso de formas verbales imperfectivas: Expresan la acción inclonclusa y poseen, por tanto, un aspecto imperfecto. Las más empleadas en la descripción son el presente de indicativo y, sobre todo, el pretérito imperfecto. Con esta forma de pasado el tiempo no avanza: la descripción puede ser muy extensa (varias páginas) y, sin embargo, no haber transcurrido tiempo dentro del texto. Sirve principalmente para pintar ambientes, paisajes, costumbres...; cuando aparece dentro de la narración, prepara el espacio en el que se van a desenvolver los acontecimientos.


2. La narración
Narrar es contar sucesos reales o imaginarios que acontecen a lo largo del tiempo. Al contrario de la descripción, que detiene el tiempo, la narración establece los acontecimientos según un orden cronológico. Para mantener dicho orden, se requiere el uso de formas verbales perfectivas, es decir, de aquellas que expresan la acción terminada. Sin este tiempo concluido no podría iniciarse otro nuevo, con lo que sería imposible que avanzara la narración. Salvo algunos casos en los que utilizan los presentes, las formas verbales narrativas son los pasados perfectos, el pretérito perfecto simple y el compuesto de indicativo principalmente.
La narración, el acto de contar, es probablemente tan antiguo como el lenguaje. Forma parte de la comunicación cotidiana en la conversación y se da en los distintos medios de comunicación de masas. Es un recursos imprescindible de las religiones o de la administración de justicia, por citar dos ejemplos relevantes en la organización social. Por otro lado, ha nutrido buena parte de la literatura: el mito, la leyenda, la epopeya, el cuento o la novela testimonian la presencia de narraciones literarias a lo largo de la Historia. Precisamente el relato literario, sus distintas variedades históricas y culturales, así como los procedimientos que se emplean en la narración, han sido en las últimas décadas objeto de interés por parte de la crítica especializada, lo que ha dado como resultado la creación de una nueva disciplina: la narratología.
La narratología ha centrado su estudio en dos aspectos de la obra narrativa:
- En primer lugar, en el relato propiamente dicho, en la historia como sucesión de acontecimientos: la pretensión del narratólogo es agrupar los relatos de una determinada tradición (cuentos populares, relatos policiacos...) y observar sus características comunes en la evolución del argumento (planteamiento-nudo-desenlace), o las relaciones entre los personajes (protagonista-antagonista). El objetivo sería extraer conclusiones de las semejanzas y comprobar si éstas se repiten en otros grupos de relatos, con el fin de aislar los universales narrativos o rasgos permanentes de toda narración.
- En segundo lugar, observa los recursos narrativos: los relatos se sirven de numerosas técnicas para presentar la narración. Todas tienen como objetivo la verosimilitud. El relato literario es falso por convención, pero ha de ser creíble. Por otra parte, el relato debe interesar: un mismo suceso puede ser atractivo o insignificante dependiendo de cómo se cuente. De los abundantes recursos que el escritor emplea en la narración para hacerla interesante y verosímil, veamos los más comunes:
  • El orden del relato es la disposición de los acontecimientos en el texto. El procedimiento más frecuente es presentar los sucesos en orden cronológico. Pero a veces se altera este orden para iniciar el relato in medias res, es decir, empezando a contar los hechos cuando buena parte de ellos ya ha sucedido. En otras ocasiones se refieren desde el presente sucesos ocurridos tiempo atrás. Esta rememoración es lo que se denomina con el término inglés de flash-back.
  • El narrador es el que cuenta la historia. Suele identificarse con el autor, pero en realidad es una función que el autor se inventa para contar el relato. El narrados puede saber todo acerca de los hechos que cuenta y de sus personajes (narrador omnisciente); si bien, en ocasiones, puede contar como un personaje su propia vida (narrador protagonista), o referir acontecimientos que contempla a su alrededor (narrador testigo). Además, el narrador puede servirse de cualquiera de las tres personas gramaticales (yo, , él): la narración en 1ª persona se emplea para el relato autobiográfico; la 3ª persona, la más frecuente, permite referir hechos con cierta distancia; la narración en 2ª persona se utiliza en raras ocasiones, pues resulta difícil un relato en el que el narrador es emisor y receptor al mismo tiempo.
  • El narratorio es a quien se dirige la narración. No debe confundirse el narratorio con el lector ideal, o grupo de lectores a los que se destina la obra (niños, adultos de clase media...). El narratorio puede aparecer explícito en la obra (el vuesa merced a quien el Lazarillo de Tormes relata su vida) o puede estar implícito, puede no aparecer. En este caso tiende a confundirse con el lector ideal.
3. La exposición y la argumentación
La exposición trata de explicar un tema o un asunto, con la intención de darlo a conocer. Se pueden exponer, por tanto, planes de actuación política (de obras, de regadíos...), resultados de estudios (científicos, empresariales...); se pueden exponer, asimismo, los motivos que obligan a un individuo a adoptar una decisión; se pueden exponer, en fin, las causas de un determinado suceso. Estas consideraciones son válidas tanto para exposiciones orales como escritas. Muy a menudo las exposiciones se complementan con la argumentación.
La argumentación es una forma de razonamiento que, tras la exposición de unos hechos, sirve para discutirlos, probarlos, refutarlos o, simplemente, para convencer de algo tratando de ganarse al receptor. Es el procedimiento fundamental de la dialéctica, entendiendo por tal la ciencia del raciocinio y su expresión. Argumentar implica discutir o polemizar, de ahí que sea el recurso propio de las disciplinas humanísticas (la Filosofía, la Historia, la Literatura). También se argumenta en las Ciencias Naturales, pero en éstas se justifican las demostraciones mediante pruebas objetivas; en una argumentación no científica el escritor puede intentar persuadir a los lectores de forma subjetiva, mediante opiniones razonadas. Por estas circunstancias, el género que mejor se presta a la exposición y a la argumentación es el ensayo.

 Técnicas de la argumentación 
En toda argumentación planificada ha de haber tres elementos claramente definidos:
- La tesis, o idea básica que se pretende defender.
- El cuerpo de la argumentación, donde se aportan datos, ideas, ejemplos, que apoya o refutan (según el caso) la idea principal.
- La conclusión, o recapitulación de los argumentos para desembocar en la tesis.
Lógicamente, es el cuerpo de la argumentación la parte esencial donde se desarrollan las distintas técnicas argumentativas. Éstas pueden ser variadísimas; nos limitaremos a exponer brevemente las más comunes:

El orden de la argumentación
La tesis puede ser el punto de partida de la argumentación, o puede aparecer al final, como conclusión o resultado del razonamiento. En el primer caso, los argumentos que se aportan son deducidos de la idea principal; en el segundo caso, de una serie de argumentos se induce finalmente una tesis. La elección de uno u otro modelo dependerá de lo que convenga a la intención del autor: ir directamente al asunto (argumentación deductiva) o indirectamente (argumentación inductiva).
Los procedimientos argumentativos
Simplificando mucho, citaremos sólo dos: el de asociación y el de disociación. La asociación consiste en aproximar elementos que parecen distintos. Ejemplo: La paz y la guerra se necesitan para existir; una no se explica sin la otra. La disociación consiste en separar elementos que se suelen mostrar unidos. Ejemplo: Con la paz no se acaba la violencia; aparece la represión de los vencedores sobre los vencidos.
Los tipos de argumentos
Entre muchísimos citaremos sólo cuatro:

  • El argumento de autoridad, que consiste en apoyar una tesis apelando al prestigio de personas o instituciones reconocidas socialmente.
  • El argumento con ejemplos, que emplea anécdotas, pequeños relatos o parábolas para ilustrar una tesis.
  • El argumento de analogía, que establece una comparación entre la idea que se defiende y otro hecho. Por ejemplo, comparar la gimnasia para el desarrollo corporal, con los ejercicios mentales como medio para el desarrollo del cerebro.
  • El argumento contra el adversario, que consiste en desviar los razonamientos hacia la personalidad del oponente para mermar su prestigio. Se emplea para el ataque, y resulta poco elegante, a la par que demuestra escasa capacidad argumentativa. Desafortunadamente se esgrime a menudo en los foros políticos.