sábado, 5 de marzo de 2016

La esencia de "El árbol de la ciencia"

1. Los personajes y el arte de la caracterización

Andrés Hurtado es el personaje central de El árbol de la ciencia, es quien da unidad a la novela. Escéptico, triste, desorientado, Hurtado es el espectador de una España pobre culturalmente. Junto a él, Lulú es el otro gran personaje, es uno de esos espléndidos tipos de mujer que son frecuentes en Baroja. En la segunda parte de la novela, se nos presenta como "un producto marchito por el trabajo, por la miseria y por la inteligencia"; graciosa y amarga, lúcida y mordaz, "no aceptaba derechos ni prácticas sociales". Sin embargo, tiene un fondo "muy humano y muy noble" y muestra una singular ternura por los seres desvalidos. Por encima de todo, valora la sinceridad, la lealtad. Fácil es percibir en estos rasgos una proyección del mismo talante del autor.
En torno a Andrés y Lulú, pululan numerosísimos personajes secundarios. Baroja se detiene en algunos: el padre de Andrés, despótico y arbitrario; Aracil, cínico, vividor sin escrúpulos; el tierno Luisito; Iturrioz, el filósofo... En ocasiones, el detenerse en un personaje no se justifica por necesidades del argumento central, sino por esa típica tendencia de Baroja a "entretenerse en el camino". Con todo, habría que dilucidar, en cada caso, las incidencias que los personajes tienen en la trayectoria de Andrés, en su sensibilidad.
Es amplísima la galería de personajes rápidamente esbozados: profesores, estudiantes, enfermos y personal de los hospitales, amigos y vecinos de las Minglanillas, gentes del pueblo, etc. Bien podría hablarse de personajes colectivos, que vienen a ser piezas de un ambiente, "figurantes" de un denso telón de fondo. Su papel es esencial en la constitución de una atmósfera insustituible.
Para los personajes principales, Baroja usa una técnica de caracterización paulatina; se van definiendo poco a poco, en situación, por su comportamiento, por sus reflexiones, por contraste con otros personajes, al hilo de los diálogos... Además, son tipos que evolucionan: van adquiriendo progresivamente espesor humano.
En los personajes secundarios, la figura, por lo general, se nos da hecha de una vez por todas. Se trata de bocetos vigorosos, de trazos tanto más rápidos cuanto más episódico es el personaje, y cargados las más veces de un sentido satírico, a menudo feroz, aunque en ocasiones impregnados de ternura o de compasión.
El conjunto pone al descubierto un singular poder de captación de las miserias y flaquezas de cuerpos y almas.

2. Ambientes
Ese hormigueante mundillo se mueve en unos medios que Baroja traza admirablemente. Le bastan muy pocos rasgos para darnos impresiones vivísimas. Abundan los cuadros imborrables: el "rincón" de Andrés y lo que se ve desde su ventana, los cafés cantantes, la sala de disección, los hospitales, la casa de las Minglanillas...
Es notable su maestría para el paisaje, sin que necesite acudir a descripciones detenidas a la manera de los realistas del XIX. Por ejemplo, es difícil dar con mayor economía de medios una "impresión" tan viva de la atmósfera levantina como la que nos dan las páginas sobre el pueblecito valenciano, la casa, el huerto... No menos viva e "impresionista" es la pintura del pueblo manchego. Con trazos dispersos, Baroja nos hacer ir percibiendo el espacio, la luz, el calor sofocante. El ambiente de la fonda, del casino, etc., adquirirán asimismo singular relieve.

3. El alcance social. La realidad española
Los personajes y ambientes señalados constituyen un mosaico de la vida española de la época. Son los años en torno al 98. Y es una España que se descompone en medio de la despreocupación de la mayoría. Baroja prodigará zarpazos contra las "anomalías" o los "absurdos" de esa España.
Ya a propósito de los estudios de Andrés, se traza un cuadro sombrío de la pobreza cultural del país (ineptitud de los profesores); y varias veces se insistirá en el desprecio por la ciencia y la investigación.
Más lugar ocupan los aspectos sociales. Pronto aparecen las más diversas miserias y lacras sociales, producto de una sociedad que Andrés quisiera ver destruida. Pero la visión de la realidad española se estructura más adelante en la oposición campo / ciudad.
El mundo rural (Alcolea del Campo) es un mundo inmóvil como "un cementerio bien cuidado", presidido por la insolidaridad y la pasividad ante las injusticias. Palabras como egoísmo, prejuicios, envidia, crueldad, etc., son las que sobresalen en su pintura. De paso, se denuncia el caciquismo, que conlleva la ineptitud o rapacidad de los políticos.
La ciudad (Madrid) es "un campo de ceniza" por donde discurre una "vida sin vida". De nuevo se nos presentan muestras de la más absoluta miseria, con la que se codea la despreocupación de los pudientes, de los "señoritos juerguistas".
Ante la "iniquidad social", el protagonista siente una cólera impotente:

La verdad es que, si el pueblo lo comprendiese -pensaba Hurtado-, se mataría por intentar una revolución social, aunque ésta no sea más que una utopía...

Pero el pueblo -añade- está cada vez más "degenerado" y "no llevaba camino de cortar los jarretes de la burguesía". No parece haber, pues, solución para Andrés (ni para Baroja):

Se iba inclinando a un anarquismo espiritual, basado en la simpatía y en la piedad, sin solución práctica ninguna.

La frase es tan reveladora como aquella otra de su tío, Iturrioz:

La justicia es una ilusión humana.

4. El sentido existencial de la novela
Tal pesimismo explica que no nos hallemos ante una novela "política", pese a los elementos que acabamos de ver, sino ante una novela "filosófica", como el mismo Baroja la llamó. Tal es su verdadero sentido.
Los conflictos existenciales constituyen, en efecto, el centro de la obra. En lo religioso, véase cómo Andrés se despega tempranamente de las prácticas o con qué desprecio habla de un católico como su amigo Lamela ("eso del alma es una pamplina", le dice); en Kant ha leído que los postulados de la religión "son indemostrables".
Hurtado no halla, entonces, ningún asidero intelectual ("El intelectualismo es estéril"). La ciencia no le proporciona las respuestas que busca a sus grandes interrogantes sobre el sentido de la vida y del mundo. Al contrario: la inteligencia y la ciencia no hacen sino agudizar -según Baroja- el dolor de vivir. Así surge la idea que da título a la novela:

... en el centro del Paraíso había dos árboles: el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste.

En definitiva, la vida humana queda sin explicación, sin sentido: es una "anomalía de la Naturaleza". Las lecturas filosóficas de Andrés (las mismas que las de Baroja) lo confirman en esa concepción desesperada. La principal influencia es la de Schopenhauer: de él proceden, a veces casi textualmente, algunas de las definiciones de la vida que encontraremos en la novela. Así, para Hurtado:

... la vida era una corriente tumultuosa e inconsciente, donde todos los actores representaban una comedia que no comprendían; y los hombres llegados a un estado de intelectualidad, contemplaban la escena con una mirada compasiva y piadosa.

O bien:

La vida en general, y sobre todo la suya, le parecía una cosa fea, turbia, dolorosa e indomable.

El tema de la crueldad está muy presente en esta obra: la idea de Darwin de "la lucha por la vida" da título a una de sus trilogías. En El árbol de la ciencia dice:

La vida es una lucha constante, una cacería cruel en que nos vamos devorando unos a otros.

¿Existe alguna solución a tan pavorosos problemas? Según Iturrioz:

... ante la vida no hay más que dos soluciones prácticas para el hombre sereno: o la abstención y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo pequeño.

Andrés, como sabemos, intentará la primera vía, la ataraxia, siguiendo también el consejo de Schopenhauer de "matar la voluntad de vivir".
La cuarta parte es un auténtico paréntesis dentro de la línea narrativa. Su posición central, con tres partes delante y otras tres detrás, parece conferirle intencionadamente una misión clara: hacer un balance de lo ocurrido hasta ahora y establecer el punto de partida de lo que va a venir. Su interés es capital, no sólo para redondear la índole ideológica del protagonista, sino también para ilustrar las inquietudes filosóficas de Baroja, su concepción de la vida y del mundo.

5. El estilo
Los rasgos principales son el gusto por el párrafo breve y la naturalidad expresiva, tanto en lo narrativo como en lo descriptivo o en los diálogos. De especial interés será atender al uso intencionado de términos coloquiales y vulgarismos, con una perfecta conciencia de sus valores "ambientales" o expresivos.
En suma, El árbol de la ciencia es tan barojiana por la índole de su contenido y enfoque como por sus aspectos formales. Acaso se trate, como afirma E. de Nora, de "la más representativa de las novelas barojianas". A la vez es representativa de la época: Valbuena la considera "la novela más típica de la generación del 98". E incluso es una buena muestra de cómo Baroja y sus coetáneos anticiparon buen número de los temas de las corrientes existenciales contemporáneas.