jueves, 14 de julio de 2011

Maletas perdidas

Jordi Puntí ha escrito una primera novela que espero dé mucho que hablar. Es ingeniosa, divertida, bien documentada respecto al momento histórico en que transcurre (mediados de los sesenta y principios de los setenta, repasando el mayo francés y el fin de la dictadura franquista), y sobre todo tierna y cruel a la vez, en un equilibrio difícil de lograr.
Podríamos decir que se trata de una comedia negra, algo emparentada con el genial humor de Gila: absurdo, paleto y terrible (no sé si al autor le parecerá una comparación acertada).
Nos presenta a un trío de camioneros, que trabajan en la empresa de mudanzas La Ibérica, propiedad del Señor Casellas, especializada en transportes internacionales por Europa. Pues en esos viajes con su Pegaso pegado a la carretera, los tres compañeros de fatigas viven sus amores de diez minutos en los siempre tristes burdeles de carretera. Gabriel Delacruz, jugador de cartas, huidizo, mentiroso, tiene cuatro mujeres y cuatro hijos repartidos por las diferentes ciudades de sus mudanzas. Y un día desaparece... Aquí es donde empieza la historia, cuando Cristòfol, el hijo de Barcelona, recibe la visita de la policía, quien busca a Gabriel por impago. Ya hacía veinte años que no sabía nada de su padre, era sólo un recuerdo vago. Descubrirá en esa búsqueda que tiene tres (o cuatro, según se mire) hermanos más: Christof, Christophe y Christopher. Y encontrará más cosas: unas vidas que merecen ser rescatadas del olvido, y una época que afortunadamente ya pasó.


Los cristóbales pagaríamos por viajar en el tiempo y asistir a uno de aquellos viajes de carretera, o hacer unos cuantos kilómetros en la cabina del Pegaso. Participar en el concierto de voces y las discusiones y las bromas, oler el aire viciado y quejarnos de la tiranía del señor Casellas, pasar frío y maniobrar al volante con guantes, dormitar y soñar con las chicas desnudas de los calendarios. Ser uno de ellos, ni más, ni menos.