miércoles, 25 de julio de 2012

Luis de León, humanista y traductor

Las traducciones forman la sección más nutrida de la obra poética de Fray Luis, y dominan con su abundancia las poesías originales. Fray Luis, humanista, maestro y poeta, hallaba en la labor de traducir poemas un punto de contacto entre estas tres actividades. Al traducir a Horacio, por ejemplo, volvía a vivir, emocional e intelectualmente, en el mundo antiguo que como humanista trataba de comprender y como maestro quería compartir con sus discípulos y lectores; y al mismo tiempo se ejercitaba en el arte de escribir buenos versos. 
Son las traducciones poéticas de Fray Luis una parte esencial de su obra creativa. No son simplemente ejercicios, sino que en estas traducciones se afianza la comprensión del mundo antiguo y el constante contacto con las fuentes bíblicas del pensamiento religioso y filosófico de nuestro escritor. Los tres grandes sectores culturales que proporcionan materiales para estas traducciones -la antigüedad clásica greco-romana, el Viejo y el Nuevo Testamento- son precisamente los que definen e inspiran a los mayores humanistas, basta pensar en Erasmo para encontrar un paralelo con los intereses culturales de Fray Luis.
No cabe duda que los textos bíblicos le fascinaron durante toda su vida. Las traducciones que hizo de El Cantar de los Cantares, los Salmos y el Libro de Job son una clara y valiente tentativa de explorar el campo semántico de las palabras hebreas a fin de recrear en su texto castellano el espíritu original y auténtico de los textos antiguos.
A diferencia de lo que nuestro autor llevó a cabo con los textos latinos, griegos e italianos, los textos hebreos sufren un proceso lento y complicado para pasar a convertirse en poesía castellana. Primero Fray Luis lleva a cabo una traducción literal en que se conservan las repeticiones y las construcciones paralelísticas tan típicas de la poesía bíblica, y el traductor se esfuerza en mantenerse fiel al ambiente histórico del texto original mediante el empleo de palabras castellanas arcaicas. A este texto sigue otro, un comentario en el que nuestro poeta interpreta el contenido de la obra y trata de precisar con mayor exactitud las acepciones y los matices de las palabras hebreas y sus traducciones al castellano. Y, finalmente, elabora una traducción en verso, la recreación poética del texto original. La filología, los conocimientos humanísticos y bíblicos y la creación poética, quedan así integrados en una triple visión del pasado.
Quizás vale la pena subrayar que en sus traducciones Fray Luis es mucho más libre e independiente de los textos en algunos casos que en otros. Hay momentos en que no traduce, sino simplemente se inspira en una serie de poemas no castellanos para producir el suyo: un poema inspirado en otro o en otros.
La fama de Fray Luis no sufre altibajos después de su muerte: sigue creciendo y perdurando. Bastan descubrir los elegios y la admiración reflejada por diferentes escritores como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo o Menéndez y Pelayo.
Por otro lado, debemos prestar atención a su perfil de crítico social: Fray Luis de León conoce cuántos y cuán poderosos son los enemigos de todo intelectual que quiera pensar y expresarse libremente. Por ello se ve transformado, quizá a pesar suyo, en crítico de su tiempo, su sociedad, su iglesia y su monarca. Varios textos de crítica social se encuentran en el libro esencial, De los nombres de Cristo. La rabia y la cólera de Fray Luis ante las imperfecciones de su época son ingredientes que precisamos ver o entrever en sus poesías: el deseo de hallar refugio, de ascender hacia una zona de serenidad, de inteligente y sabia contemplación, de dejar atrás, como lastre inútil y nauseabundo, esta tierra, este planeta. Porque sabe algo que muchos de sus contemporáneos no pueden o no quieren ver: el ambiente moral e intelectual se está envenenando rápidamente. Las instituciones eclesiásticas se han convertido en un semillero de odios: no son capaces de ilustrar al pueblo para que la gente común y corriente pueda leer la Biblia en su idioma y entenderla correctamente; las órdenes monásticas se odian y envidian unas a otras; y por encima de todo ello el rey acepta que siga la persecución contra los conversos, dividiendo el país y ahogando en angustia a los elementos más inteligentes y creativos de España. Los reyes, escribe Luis de León en De los nombres de Cristo, y al escribirlo así, en plural, trata evidentemente de no mencionar en forma directa a Felipe II, e incluso, antes, a los Reyes Católicos, pero, sin embargo, el sentido queda muy claro, los reyes, en efecto, han dividido a sus súbditos en dos grandes categorías, una de ellas noble y distinguida, la categoría de los "castellanos viejos", y la otra infamada y vil, la de los conversos.


Capilla Real de la Catedral de Granada
Sepulcro de los Reyes Católicos
El deber de los reyes, escribe Fray Luis, es hacer felices a sus súbditos. Todo lo contrario, lo opuesto, es lo que sucede cuando la conducta de los reyes se contradice con este deber esencial. Los reyes hacen que la afrenta siga, se perpetúe sin fin, desagarrando así a sus vasallos, debilitando la fuerza de la nación:


Porque assí como dos cosas que son contrarias, aunque se junten, no se pueden mezclar, assí no es possible que se añude con paz el reyno cuyas partes están tan oppuestas entre sí y tan differenciadas, unas con mucha honra y otras con señalada affrenta. Y como el cuerpo que en sus partes está maltratado y cuyos humores se conciertan mal entre sí, está muy occasionado y muy vezino a la enfermedad y a la muerte, assí por la misma manera el reyno adonde muchas órdenes y suertes de hombres y muchas casas particulares están como sentidas y heridas, y adonde la differencia, que por estas causas pone la fortuna y las leyes, no permite que se mezclen y se concierten bien unas con otras, está subjecto a enfermar y a venir a las armas con cualquiera razón que se offrece.


Es este texto una crítica durísima de la política oficial, responsabilizando directamente al monarca, y no creemos sea fácil hallar, en esta época que exalta el "derecho divino" de los monarcas, muchos textos parecidos. Fray Luis critica al monarca y a la Inquisición: su ideal es una sociedad sin desigualdad de linajes, y en el fondo una meritocracia; evidentemente estas ideas eran demasiado avanzadas para la sociedad de su época, y quizás incluso para nuestra época.
Frente a las nubes de incienso con que los lisonjeadores palaciegos envuelven a los monarcas Fray Luis gritará bien alto su verdad: si el mundo está mal hecho, los primeros responsables son los reyes, ya que son ellos quienes detentan el máximo poder, y ello cada vez más cruel y abusivamente. No puede caber duda alguna acerca de lo que nuestro autor piensa de los grandes de su época. Pero después de luchar cuerpo a cuerpo, después de ser procesado y encarcelado, Fray Luis tendrá que buscar refugio y descanso en el estudio, la meditación, el trabajo literario. El lenguaje, que le da medios de defenderse y de atacar, le proporciona también un remanso de belleza que le permite recuperar sus fuerzas.
Diríamos, en forma muy breve, que los dos polos del pensamiento artístico, literario, e incluso filosófico de Fray Luis son el interés por el lenguaje, la palabra, el idioma, por una parte, y por otra la pasión moral y espiritual que lo inclina a la teología, la mística, la cosmología.