miércoles, 28 de agosto de 2013

La obra poética de Quevedo

Las poesías de Quevedo se publicaron póstumas bajo el título Parnaso español, monte en dos cumbres dividido con las nueve musas y Las tres musas últimas castellanas, aunque circularon desde fechas muy tempranas en manuscritos y algunas, como los romances y letrillas, cantadas. El escaso interés por la publicación de versos era frecuente en la época.

Celda de la Hospedería Real de Villanueva de los
Infantes, donde murió Quevedo en 1645.
Quevedo era ya escritor conocido a los veinte años, pues en 1603 el poeta Pedro Espinosa hizo una antología de los mejores poetas de su tiempo, que publicó dos años después con el título Flores de poetas ilustres. El joven Quevedo figura en ella con dieciocho composiciones, codeándose con los ya por entonces famosísimos Góngora y Lope de Vega.
Atendiendo a la temática, se suele clasificar la obra poética de Quevedo en poemas metafísicos, morales, religiosos, de circunstancias, amorosos y satíricos. A continuación veremos los más característicos.

Poemas metafísicos
Se denomina así a un tipo de poesía frecuente en la época, en la que se medita sobre la existencia. La brevedad de la vida, la fugacidad del tiempo, la aceptación de la muerte, son los temas más habituales. El soneto es la forma más común. Estilísticamente se busca la sorpresa con comparaciones y metáforas de la vida cotidiana. Véase un ejemplo, que se abre con la llamada a los de la casa para que abran, aunque con el sorprendente cambio de casa por vida:

¡Ah de la vida!...¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo y adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Véase este otro ejemplo en donde se expone la aceptación tranquila de la muerte. Obsérvese la diferencia de tono entre el primer cuarteto, en el que se presenta la muerte como algo aterrador, y el tono del resto del poema:

Ya formidable y espantoso suena
dentro del corazón el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca de temor y sombras llena.

Si agradable descanso, paz serena
la muerte en traje de dolor envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.

¿Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar piadosa viene
espíritu en miserias anudado?

Llegue rogada, pues mi bien previene;
hálleme agradecido, no asustado;
mi vida acabe y mi vivir ordene.

Poemas morales
En este extenso grupo, en su mayoría sonetos, el poeta reflexiona sobre las virtudes, los vicios, la riqueza, los cambios de fortuna, el poder, etc. Véase, por ejemplo, este soneto dedicado al editor don José González de Salas, en el que se manifiesta el anhelo de la vida retirada del sabio dedicado a la lectura, con una alabanza a la imprenta y una meditación sobre la fugacidad del tiempo.

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Josef!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquélla el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.

Especial interés tiene la Epístola censoria en tercetos dedicada al Conde Duque de Olivares en los inicios de su gobierno, que comienza así:

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

En ella expone Quevedo los ideales de una regeneración de España a través de la reforma moral contra los usos y costumbres -las fiestas, las corridas de toros- de una sociedad que ha perdido sus antiguos valores. Es, de hecho, una breve síntesis de los ideales reformistas que afloran en toda su obra.

Señor Excelentísimo, mi llanto
ya no consiente márgenes ni orillas:
inundación será la de mi canto.

Ya sumergirse miro mis mejillas
la vista por dos urnas derramada
sobre las aras de las dos Castillas.

Yace aquella virtud desaliñada,
que fue, si rica menos, más temida,
en vanidad y en sueño sepultada.

Poemas amorosos
Quevedo compuso numerosos poemas de amor, entre los que se incluye, bajo el título Canta sola a Lisi y, a la manera de Petrarca, un ciclo de sonetos dedicados a una desconocida dama.
Intentó Quevedo renovar la lírica amorosa renacentista por distintas vías, pero en todo caso, es el tratamiento hiperbólico de los motivos amorosos renacentistas y sus especiales metáforas lo característico de su lírica. Véase, por ejemplo, el siguiente soneto:

En los claustros del alma la herida
yace callada; mas consume hambrienta
la vida, que en mis venas alimenta
llama por las médulas extendida.

Bebe el ardor hidrópica mi vida
que ya, ceniza amante y macilenta,
cadáver del incendio hermoso, ostenta
su luz en humo y noche fallecida.

La gente esquivo y me es horror el día;
dilato en largas voces negro llanto,
que a sordo mar mi ardiente pena envía.

A los suspiros di la voz del canto;
la confusión inunda el alma mía;
mi corazón es reino del espanto.

Su tendencia a la crítica procuró a Francisco de Quevedo no pocos enemigos y le condujo en 1639 a
San Marcos de León, antes cárcel y hoy parador de turismo.
Poemas satíricos
Quevedo sintió especial gusto por la sátira pues en ella podía desplegar con mayor libertad todos sus experimentos verbales y, a la vez, poner de manifiesto por medio de la risa los defectos de la sociedad. Cualquier ser animado, cualquier oficio, cualquier actitud, cualquier situación puede ser objeto de su sátira, habitualmente compuesta en sonetos, letrillas y romances.
Los temas de sus poemas satíricos son muy variados: las modas, los viejos, los calvos, los maridos engañados, los sastres, los médicos, los alguaciles, los abogados, la tradición clásica, los herejes, los viciosos... y, desde luego, personas concretas, como, por ejemplo, su enemigo literario Luis de Góngora. Véanse algunas muestras de poemas satíricos:

- A un viejo:

Viejo verde, viejo verde,
más negro vas que tinta,
pues a poder de borrones
la barba llevas escrita.

- Al mosquito:

Trompetilla que toca a bofetadas,
que vienes con rejón contra mi cuero,
Cupido pulga, chinche trompetero...

- A un narigudo:

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado...

- Al dinero:

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuando quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.