sábado, 27 de diciembre de 2014

Significación literaria del 98. El estilo

Los autores del 98 contribuyeron poderosamente a la renovación literaria de principio de siglo. Al igual que los modernistas, reaccionaron contra la grandilocuencia o el prosaísmo de la literatura que les había precedido, aunque con significativas excepciones. Así, Azorín ve afinidades en Galdós, o valora con criterios modernos a Rosalía de Castro y a Bécquer (éste tan presente en Machado o Unamuno). Larra, más lejano, fue considerado un precursor. Igualmente reveladora de sus orientaciones es su devoción por algunos de nuestros clásicos, como Fray Luis, Quevedo y, sobre todo, Cervantes (renovaron la interpretación de El Quijote con enfoques personalísimos); o su fervor por nuestra literatura medieval, en particular el Poema del Cid, Berceo, el Arcipreste de Hita, Manrique...
Con tal formación, el grupo del 98 aportará notables novedades en la lengua literaria. En momentos iniciales, tales novedades tienen más de un punto de contacto con las típicamente modernistas, pero pronto se apreciarán orientaciones peculiares. Así, Azorín, en 1898, afirma que "una obra será tanto mejor cuando con menos y más elegantes palabras haga brotar más ideas". Y Unamuno, en 1899, exhorta: "Tengamos primero que decir algo jugoso, fuerte, hondo [...], y luego, del fondo, brotará la forma". Así pues, voluntad de ir a las ideas, al fondo: ésta sería la primera nota común del lenguaje generacional.
Aunque, a partir de ahí, cada autor posee un estilo fuertemente individualizado, pueden añadirse otros rasgos comunes. Así, el gran escritor catalán coetáneo Joan Maragall descubría en ellos "un nuevo sentido del lenguaje, el sentido de la sobriedad". En efecto, por la citada reacción contra los hábitos del XIX, en todos se percibe una voluntad antirretórica. Pero, a la vez, esa misma reacción supone una repulsa del prosaísmo y, por tanto, un exigente cuidado del estilo. Así pues, antirretórico y cuidado será el estilo predominante del 98. Y esto puede aplicarse tanto al tono apasionado de Unamuno o Maeztu, como a la limpia concesión de Azorín. El aparente desaliño de Baroja requeriría especial consideración, pero no es menos evidente su novedad antirretórica. Como ha dicho Lapesa,"por caminos muy diversos se crea un arte nuevo de la prosa".

Otro rasgo común y muy importante es el gusto por las palabras tradicionales y terruñeras. En un ensayo titulado Las palabras inusitadas, habla Azorín del deber de ensanchar el idioma. Y sus compañeros de grupo pusieron en circulación un enorme caudal léxico que recogieron de los pueblos o desenterraron de la literatura antigua, llevados de su amor a lo castizo.

¿Sabe usted, Vives, lo que es un perro lucharniego? ¿No ha oído usted muchas veces en los crepúsculos vespertinos chiar a las golondrinas? [...] ¿Ha oído usted en la madrugada cantar a la coalla? Si está usted en una casa de campo y entra en el amasadero, cuando la casera está ante la artesa, con las manos en la masa, ¿sabrá usted lo que está haciendo? ¿Se acordará usted del verbo heñir?
Azorín, Las palabras inusitadas

En un plano más general, destaquemos que el subjetivismo se convierte asimismo en un rasgo fundamental de la estética del 98.De ahí, el lirismo que impregna muchas páginas de estos autores como indicio de su sentir personal. Y de ahí, sobre todo, que sea a menudo difícil separar lo visto de la manera de mirar, pues paisaje y alma, realidad y sensibilidad (o ideología) llegan a fundirse indisolublemente.
Finalmente, deben señalarse las innovaciones en los géneros literarios. Ante todo, el grupo del 98 configuró el ensayo moderno, dándole una flexibilidad que le permitiría recoger por igual la reflexión literaria, histórica o filosófica, la visión lírica del paisaje, la expresión de lo íntimo, etc. La novela admite profundas novedades técnicas, superadoras de maneras realistas: ahora caben en ella la andadura libre y la rapidez impresionista de Baroja; el ritmo lento y meditativo de Azorín, que rompe con la preeminencia de la fábula; la introspección y las distorsiones de la realidad de las "nivolas" unamanianas... Menor éxito, pero no menor interés, tuvieron ciertos intentos de renovar el teatro, aparte siempre Valle-Inclán.
En suma, la renovación estética de los noventayochistas es tal, y tales sus logros literarios, que no en vano toda la crítica ha abierto con ellos la llamada Edad de Plata de nuestra literatura.