En una comida con unos amigos, alguien recomendó esta novela de Eduardo Mendoza. Como yo contaba con esta edición de 1993 de RBA Editores, escondida, como me pasa muchas veces, en la estantería, decidí leerla.
Me he pasado dos meses con la novela entre las sábanas de un final de curso más complicado de lo normal, sin demasiado entusiasmo por la historia que contaba. Ha sido ya en el mes de julio, que me encontraba algo más tranquilo, cuando, en la piscina, he podido leer de más seguido. Aún así, no he encontrado demasiado aliciente en la lectura. Tiene un lenguaje literario muy rico, sin aspavientos, por lo que viene a ser un texto de extraordinaria composición, de ahí que se considere el mejor trabajo de este autor. Pero ni los hechos ni la identidad del personaje de Onofre Bouvila me han despertado interés, quizás porque la ciudad que Mendoza presenta aquí se muestra muy alejada de mi idea de Barcelona.