miércoles, 8 de agosto de 2012

Fray Luis: Poesía y misticismo

Beatus ille, expresión latina horaciana
que se traduce como "dichoso
aquel...", y alaba la vida sencilla del
campo frente a la vida en la ciudad.
Si tuviéramos que hacer una lista de las influencias vistas por los críticos en la poesía de Fray Luis, tendríamos que incluir la Biblia, Cicerón, Píndaro, Virgilio, Pitágoras, Platón, Horacio... No es nuestro propósito aquí hablar de todas las influencias sobre sus poesías originales, ni hacer una lista de los temas. Lo que sí nos interesa es el tema del Beatus ille y la relación de este tema horaciano con su vida personal para entender la función de la poesía en su vida: la poesía como evasión del mundo.


En los poemas se ve un ardiente deseo de refugiarse en la naturaleza. La Oda I, Vida retirada, comienza con los que son, quizá, los versos más conocidos de Fray Luis:

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal rüido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Vivir quiero conmigo;
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amos, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo...

A mí una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada,
me basta...

En la Oda XXIII, A la salida de la cárcel, declara:

Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa,
ni envidiado ni envidioso.

Es un deseo de escapar no sólo del "mundanal rüido" sino de la vida misma, volar por los cielos "hasta llegar a la más alta esfera" (III, A Francisco Salinas). Son declaraciones como la siguiente (XII, A Felipe Ruiz) las que han creado impresión de misticismo, al contemplar los cielos:

Rompiste mi cadena,
ardiendo por prenderme: Al gran consuelo
subido he por tu pena;
ya suelto encumbro el vuelo,
traspaso sobre el aire, huello el cielo.

Desde luego, no hay acuerdo acerca de si Fray Luis era místico o no. Pedro Salinas, Menéndez Pelayo, entre otros, han contribuido a este debate. Tocante al asunto, creemos que es lícito que aceptemos lo que el poeta mismo dijo, que no era místico, aunque existen importantes rasgos místicos en sus obras. Es de notar que en las discusiones sobre el misticismo de Fray Luis, no más que una oda, la XII De la vida del cielo, figura en todas las listas de poemas místicos preparadas por los críticos. Las últimas dos estrofas de la oda De la vida del cielo parecen indicar que el poeta deseaba la unión mística pero que no la logró plenamente.

    ¡Oh son!, ¡oh voz!, ¡siquiera
pequeña parte alguna descendiese
en mi sentido, y fuera
de sí el alma pusiese
y toda en fe, oh Amor, la convirtiese!;
    conocería dónde
sesteas, dulce Esposo, y desatada
desta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar cerrada.

Pero estos versos no nos contentan tampoco porque nuestras razones para dudar de su misticismo radican en otros motivos.
Si Fray Luis hubiera sido místico completo, miembro de la escuela mística española, el propósito de su poesía habría sido como el de la poesía de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Su poesía cantaría el éxtasis de la unión con Dios. En las poesías se podría seguir este viaje místico por las tres vías, la purgativa, la iluminativa y la unitiva. La experiencia mística consta de un movimiento positivo hacia Dios, un movimiento motivado por el amor a Dios, y por el deseo de escapar de este mundo y su corrupción, sus vanaglorias y sus tribulaciones. En la poesía de Fray Luis se ve este deseo de ascender a los cielos, pero no motivado por el ansia casi insoportable de unirse a Dios. Más bien es el deseo de escapar de este mundo, un movimiento negativo motivado a veces por el desprecio que él sentía frente al vulgo -"el pueblo inculto"-; motivado por querer encontrar alivio a los sufrimientos que la vida le había causado. Sin duda es un deseo de escapar principalmente a un espacio infinito para olvidar su angustia, donde "sin testigo", sin "mortal testigo", "ni envidiado ni envidioso" pudiera contemplar las glorias de un mundo ideal, neoplatónico. Es, en efecto, una huida para sobrevivir, para mantenerse cuerdo en un mundo loco, un mundo que no aceptaba los ideales religiosos que formaban la base de su ser, un mundo que le había hecho sufrir la injusticia y el encarcelamiento. Sus poemas son más humanos, más comprensibles para nuestra época, que los divinos poemas de San Juan de la Cruz.


Edición de Cátedra de 1983
El estudio introductorio de Manuel Durán
y Michael Atlee sirve de referencia a
las entradas de este blog.
Hay en la vida de nuestro autor -y en los temas de su poesía original- dos movimientos contradictorios. El más fuerte lo lleva a apartarse del mundo en todo lo posible, como resultado de su desilusión frente a una sociedad cruel y conflictiva. Se refugia en la música, el fervor religioso, unos pocos amigos, la belleza del mundo natural. Pero de pronto un impulso de hombría, de orgullo, de afirmación del yo, le obligar a volver a la lucha, para defender la justicia de su causa y la de otras causas, para confundir y aplastar a sus enemigos, volviendo así al centro mismo del "mundanal rüido".
Hay por ello en su vida y en su obra un continuo vaivén. Fray Luis se siente rodeado de personas con las que le es difícil comunicarse. En unos casos, por ignorancia. Fray Luis debió sentirse gran señor, noble de espíritu y corazón, aparte el hecho de pertenecer a familia ilustre, y en una sociedad tan jerarquizada como la española de su tiempo le era difícil comunicarse con el vulgo. En otros casos la barrera era la crueldad, la incomprensión, los vicios y los prejuicios de las clases altas españolas, llegando hasta lo más alto, los vicios y los prejuicios de Felipe II.
Para entender cómo funciona esta dialéctica de contrarios, tenemos que referirnos a su vida después de su encarcelamiento. Dos años después de salir de la cárcel, en 1578, obtuvo la cátedra vitalicia de Filosofía Moral y se graduó de Maestro en Artes en Sahagún. En 1579, ganó, después de unas oposiciones, la cátedra de Sagrada Escritura. Nueve días antes de su muerte, en 1586, fue elegido Provincial de Castilla en Madrigal de las Altas Torres. Durante estos años, seguía escribiendo y publicando sus libros, así que no huyó, no se escapó. Más bien, se metió de nuevo en el centro del "mundanal rüido". Este retorno al mundo y a los que él despreciaba en sus poesías en vez de quedar retirado en el campo o huir a una celda de monje no significa que sus sentimientos poéticos no fuesen sinceros. Queremos proponer que usó la poesía no sólo para expresarse sino para resolver la desilusión, para controlar el desaliento, la angustia, que le abrumaban. Empleó la poesía para mantenerse cuerdo, para seguir creyendo en sí mismo y en unos pocos seres humanos decentes y virtuosos.
Fray Luis de León debió sentirse con frecuencia abatido y deprimido por las críticas y persecuciones de que fue objeto. Le sirvieron de consuelo unos pocos buenos amigos como Pedro Portocarrero y Francisco de Salinas, y también, naturalmente, su intensa fe religiosa y la confianza que le daba el saberse virtuoso e inocente.
Su viva curiosidad intelectual y su amor a la música eran también una forma de evadirse de las querellas y mezquindades humanas en busca de la paz y la armonía.


Galileo, enfrentado a la Iglesia
No sabemos si Fray Luis llegó a comprender el carácter inevitable de las querellas que lo opusieron a sus enemigos. Humanista, traductor, filólogo y lingüista, Fray Luis obedecía un imperativo descubierto ya por los humanistas italianos: había que acudir a las fuentes, a las ediciones originales en los idiomas originales. Lo que los humanistas no tardaron en comprender era que aquella actitud resultaba subversiva para las jerarquías eclesiásticas y los tribunales del Santo Oficio, cuya preocupación principal era ante todo evitar la "novedades, las nuevas interpretaciones que podían interrumpir la continuidad de la tradición y dar origen a cismas y herejías. Esta misma actitud llevaría más tarde a la iglesia a enfrentarse con Galileo y silenciarlo, por ser también amigo de "novedades", esta vez científicas, pero que podían parecer contradecir algunos pasajes bíblicos.
Fray Luis, entre tantos incidentes desagradables, aprendió, sin embargo, a no desesperar de su suerte, a evadirse de la vida cotidiana cuando ello era posible, a contemplar el mundo y la sociedad desde muy alto. Las rachas de pesimismo eran sustituidas a veces por momentos de optimismo y confianza en el futuro:

No siempre es poderosa,
Carrero, la maldad, ni siempre atina
la envidia ponzoñosa,
y la fuerza sin ley que más se empina
al fin la frente inclina;
que quien se opone al cielo,
cuando más alto sube, viene al suelo.
     (Oda XV, "A don Pedro Portocarrero")

Afirmó que "la inocente vida"; "la fe sin error", y "la pureza" podían triunfar contra "el odio, y el poder y el falso engaño". No había nada que pudiera vencer al "ánimo constante, armado de verdad". Era este conocimiento lo que equilibró su sufrimiento hasta el punto que pudo regresar al "mundanal rüido", seguro de que iba a sobrevivir.