viernes, 17 de agosto de 2012

Oda a Francisco de Salinas

    El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
a vuestra sabia mano gobernada.
    A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
    Y, como se conoce,
en suerte y pensamiento se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.
    Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
    Ve cómo el gran Maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
    Y, como está compuesta
de números concordes luego envía
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulce armonía.
    Aquí la alma navega
por un mar de dulzura y finalmente
en él ansí se anega;
que ningún accidente
estraño y peregrino oye y siente.
    ¡Oh desmayo dichoso!
¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!
¡durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás aqueste bajo y vil sentido!
    A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos (a quien amo
sobre todo tesoro)
que todo lo visible es triste lloro.
    ¡Oh, suene de continuo,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despierten los sentidos,
quedando a lo demás adormecidos!


Fuente dedicada a la música y al maestro Francisco de Salinas, en el centro
de la ciudad de Salamanca
Francisco de Salinas, que quedó ciego cuando niño, era uno de los amigos más íntimos de Fray Luis. Fue catedrático de música de la Universidad de Salamanca a partir de 1567. En su compañía, Fray Luis pasó quizás los ratos más amables de su vida, escuchando tocar a Salinas, experimentando, por medio de la música, la elevación de su ánimo, hasta llegar al éxtasis. Esta oda fue escrita entre 1577 y 1580, después de su prisión.
En esos tiempos la música se consideraba rama de las matemáticas. Según Pitágoras, es por medio de la música como el orden y la armonía del universo se manifiestan. Todavía se habla hoy de la "música celestial". La música nos hace recordar la perfección de nuestro origen, una perfección reflejada en las matemáticas. Para Fray Luis, la música, aquí en el bajo mundo, nos despierta resonancias de esa perfección de la que venimos.
En el verso 24 de esta oda, Fray Luis llama a la música como son sagrado, porque expresa esa perfección que es Dios.


    Y, como está compuesta
de números concordes luego envía
consonante respuesta;
y entre ambos a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.

Números, proporciones, armonía, sostienen la armazón del Universo. Fray Luis considera pues la música como una ciencia matemática.
En los siguientes versos, recrea lo que es el éxtasis espiritual:

    Aquí la alma navega
por un mar de dulzura y finalmente
en él ansí se anega,
que ningún accidente
estraño y peregrino oye y siente.

En los versos 36 y 37 de esta oda, Fray Luis introduce unas paradojas como expresión máxima de la unión del alma con Dios, fuente de vida. Sólo cuando mueren los deseos y los pensamientos de este bajo mundo, podemos contemplar a Dios.

    ¡Oh desmayo dichoso!
¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!
¡durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás aqueste bajo y vil sentido!