sábado, 25 de agosto de 2012

Oda a Felipe Ruiz

    ¿Cuándo será que pueda
libre desta prisión volar al cielo,
Felipe, y en la rueda
que huye más del suelo,
contemplar la verdad pura, sin duelo?
    Allí, a mi vida junto,
en luz resplandeciente convertido,
veré distinto y junto
lo que es y lo que ha sido,
y su principio propio y ascondido.
    Entonces veré cómo
la soberana mano echó el cimiento
tan a nivel y plomo,
do estable y firme asiento
posee el pesadísimo elemento.
    Veré las inmortales
colunas, do la tierra está fundada;
las lindes y señales,
con que a la mar hinchada
la Providencia tiene aprisionada;
    por qué tiembla la tierra;
por qué las hondas mares se embravecen,
do sale a mover guerra
el cierzo, y por qué crecen
las aguas del océano y descrecen;
    de dó manan las fuentes;
quién ceba y quién bastece de los ríos
las perpetuas corrientes;
de los helados fríos
veré las causas, y de los estíos;
    las soberanas aguas
del aire en la región quién las sostiene;
de los rayos las fraguas;
dó los tesoros tiene
de nieve Dios, y el trueno dónde viene.
    ¿No ves cuando acontece
turbarse el aire todo en el verano?
El aire se enegrece,
sopla el gallego insano
y sube hasta el cielo el polvo vano;
    y entre las nubes mueve
su carro Dios, ligero y reluciente;
horrible son conmueve,
relumbra fuego ardiente,
treme la tierra, humíllase la gente;
    la lluvia baña el techo;
invían largos ríos los collados;
su trabajo deshecho,
los campos anegados
miran los labradores espantados.
    Y de allí levantado,
veré los movimientos celestiales,
ansí el arrebatado,
como los naturales;
las causas de los hados, las señales.
    Quién rige las estrellas
veré, y quién las enciende con hermosas
y eficaces centellas;
por qué están las dos Osas
de bañarse en la mar siempre medrosas.
    Veré este fuego eterno,
fuente de vida y luz, dó se mantiene;
y por qué en el ivierno
tan presuroso viene;
quién en las noches largas le detiene.
    Veré sin movimiento
en la más alta esfera las moradas
del gozo y del contento,
de oro y luz labradas,
de espíritus dichosos habitadas.

Felipe Ruiz es un poeta del que poco se sabe, quizás pariente de Fray Luis. De nuevo en esta oda, nos habla de la tierra como prisión, en los versos primeros, y en el cielo, en la rueda que huye más del suelo, encontrará la verdad pura. Es decir, en la esfera más alta del universo, en el paraíso. Según la cosmografía medieval y renacentista derivada de Tolomeo, la tierra se encuentra en el centro de una serie de esferas, unas dentro de otras, y la más elevada o externa, que incluye a las demás, es la que habitan los santos y los ángeles. Aquí se encuentra la verdad, y la contemplamos pura, porque no está contagiada de los errores de la tierra.

Desde la más alta esfera, se contemplará cómo la mano divina da forma a los vientos, los mares, los ríos; cómo aparecen los hielos, los rayos, la lluvia; las estaciones. En los versos 56 - 60, Fray Luis elabora una preciosa personificación de las dos constelaciones Osa Mayor y Osa Menor, temerosas de bañarse en el mar, esto es, que no desaparecen en el horizonte para un observador del hemisferio norte.

    Veré este fuego eterno,
fuente de vida y luz, dó se mantiene;
y por qué en el ivierno
tan presuroso viene;
quién en las noches largas le detiene.

Este fuego eterno es el Sol, que en invierno viene con prisa, pues los días son más cortos y permanece poco tiempo en el cielo. Desde la más alta esfera, Fray Luis podrá contemplar la mano que, en esas noches de frío, detiene o retrasa la aparición del Sol.