jueves, 22 de noviembre de 2012

El Lazarillo y los temas filosóficos, didáctico-morales y religiosos

El prólogo del Lazarillo ha dado lugar a criterios de tipo didáctico-moral. Es verdad que nuestro autor exige una lectura más que somera si el lector ha de aprovechar el libro. Se cree que este motivo, y otros, derivan de Horacio y el conocidísimo motivo del utile et dulci. Pero hay que examinar de cerca este motivo didáctico, porque, si El Lazarillo tiene un mensaje didáctico, ¿cuál es este mensaje? La naturaleza de la obra pide aclaraciones porque se ha visto una enseñanza moral en la figura de Lázaro como niño abandonado, aguadero, pregonero... Si hiciéramos una lista de todo lo que se podría aprender del Lazarillo, nos quedaríamos con unas lecciones que no iluminan los contornos artísticos de la obra: nunca se debe ir de guía de un ciego, no se debe servir a un clérigo avaro, no debemos dejar que la propia mujer se amancebe con un cura, etc. Hay que comparar El Lazarillo con La Celestina para comprender bien que el proceso de encontrar elementos didáctico-morales nos llevaría lejos de la esencia del libro. El Lazarillo evita soluciones fáciles de tipo didáctico porque el autor quiere que la novela exista en una relación abierta e inmediata con su lector. Este lector, pieza imprescindible, es el testigo ante quien el autor va a exponer sus ironías, equívocos y juegos de realidad. El Lazarillo igual que La Celestina, se escribió con el fin de dar una impresión afectiva de la vida mediante una obra de arte literario; de la tarea de la vida mediante las fortunas y adversidades de este personaje. Experimentamos con él sus varios desastres personales, momentos trágicos, pequeñas victorias y grandes desilusiones. Si el autor hubiera querido enseñarnos algo, habría podido utilizar otra forma literaria para juzgar de los varios elementos intrínsecos de su obra, el drama, el tratado moral o religioso o el diálogo. Pero por más próximos que estos géneros literarios estén del Lazarillo, prefiere una forma que sobrepase los límites afectivo-literarios de estos géneros. En el proceso logra crear algo que no existe en su época, aunque los críticos no han vacilado en aplicar a nuestra obra la etiqueta de "novela".
Como La Celestina, el Lazarillo de Tormes es una obra híbrida, poco convencional, casi revolucionaria, que se desgarra de formas previas y coetáneas. El autor siente la necesidad de tener mayor contacto con su lector y de causar un gran impacto en él, y gracias a la forma autobiográfica, consigue este efecto. Lo que El Lazarillo hace en su afán de buscar lo nuevo y lo más fresco es crear una ventanilla a la escena de la vida, asomo que incluye una predisposición anti-heroica. Pero puesto que el anti-heroísmo de la obra está vinculado a una visión íntima y negativa, el autor tuvo que crearse una obra de estructuración polifacética y no unilateral como los tratados morales, los libros de sermones, o un teatro sofisticado sólo en su teoría dramatúrgica pero no en sus efectos vitales. En un primer nivel, la obra satisfaría solamente a un lector que buscara pasar un rato agradable (y de ahí el aprecio del Lazarillo como obra cómica); pero para los "ahondaren", como sugiere el autor, la experiencia literaria es otra.

Así, se puede estudiar la obra por otros senderos: el ético, el moral y el religioso. Ético en el sentido de que la simbología clara de los personajes y sus acciones llega a tener signos inconfundibles: la crueldad del ciego, la avaricia del clérigo, la fatuidad del escudero, la posible pederastia del Fraile de la Merced, la corrupción del Arcipreste, la falta de caridad en los sacerdotes, la indignidad de ofrecer a la propia mujer por un poco de comida... El mensaje moral del Lazarillo está orientado, como dijo Del Monte, hacia una ética social.
Lo que más llama la atención en la obra es la polémica erasmista y religiosa. Por un lado, Morel Fatio y otros estudiosos aseguran que El Lazarillo es un libro producto de las ideas de Erasmo en la península española. Y por otro lado, críticos como Bataillon consideran que la obra no fue concebida por una cabeza erasmista, ya que los clérigos que aparecen no ejemplifican una falta de fe, sino una falta de comportamiento social; por tanto, El Lazarillo muestra, a lo sumo, una forma de anticlericalismo tradicional. No obstante, sí es verdad que el erasmismo creó el ambiente favorable para que una obra como El Lazarillo se escribiera, sin que la obra misma fuera erasmista.
Márquez Villanueva y Ricapito estudian este problema con detenimiento, y llegan a la conclusión de que la obra era, en efecto, una obra concebida por una cabeza erasmista. La perspectiva hacia la vida que tiene Erasmo pertenece a una negativización de valores. Erasmo ve la vida como una lucha, una batalla, efímera, llena de desgracias y dificultades.
Esto es lo que define la vida de Lázaro como llena de adversidades. Su epopeya tiene lugar dentro de las coordenadas de un perspectivismo negativizante. No deja de recordarnos las varias locuras del mundo, de los hombres, de los que arriesgan la vida, los militares y soldados, como aquél del prólogo que busca el honor jugándose la vida. Erasmo subraya reiteradamente la insuficiencia de ritos, reliquias, la contabilidad de las misas, bulas papales, formas de superchería en la creencia popular. Frente a los aspectos negativos de los curas, Erasmo sugiere otros valores, la caridad, la amistad, piedad por los afligidos, precisamente lo que Lázaro ofrece al escudero. Erasmo ruega que el hombre se dé cuenta de la capacidad del pecado y del vicio de disfrazarse en forma de virtud. Elogia a los verdaderos pobres y desprecia a los cortesanos. Desprecia la necedad del linaje a expensas del verdadero honor, la falsa nobleza frente a la nobleza del alma y el espíritu. Erasmo ataca la ambición a costa de la integridad personal; ataca a los lisonjeros, a los avaros; ataca la avaricia, la arrogancia; subraya la importancia del matrimonio como un hecho sagrado.


Es verdad que falta en El Lazarillo la lección netamente espiritual, pero no por eso deja el autor de recurrir a los temas que aparecen en la obra de Erasmo, ni por eso deja la obra de ser erasmista. En Enquiridión, Erasmo ofrece muchos ejemplos y comentarios que tienen su ejemplo en los personajes, acciones y símbolos del Lazarillo, lo cual representa un avance artístico sobre los límites de otras formas literarias.
La otra gran obra de Erasmo, el Elogio de la locura, empieza con la perspectiva negativa, denigrante de los hombres y todas las acciones humanas. El punto de partida de Erasmo en esta obra es la estulticia. Hablando en primera persona, la estulticia hace una revisión de casi todos los estados y acciones humanas, poniéndolos todos debajo de la lupa y concluye viendo a unos clérigos ambiciosos, otros ignorantes, algunos que no saben siquiera ni leer, filósofos, teólogos, príncipes, cortesanos; en fin, toda la gama de la vida espiritual y social. No se le escapa ningún adulador ni ambicioso, ni milagrero, ni supersticioso. Ataca de manera irónica y sarcástica el afán por los títulos de nobleza, los que anhelan la honra escribiendo libros, los poderosos fuera de casa y los deseosos del poder en ella, los teólogos con su deseo de ser saludados debidamente. De especial interés son los cortesanos, necios en extremo, inclinados a la expresión insincera de saludos y usos de títulos, la propensión a la adulación. Los casados son examinados por la estulticia, y encontramos varias alusiones a matrimonios que recuerdan la situación de Lázaro y su mujer, no porque traten del adulterio y consentimiento, sino porque la actitud que informa la situación de Lázaro y las que Erasmo cita son iguales dentro de la perspectiva de estupidez maliciosa y no inocente.
Estos temas y su tratamiento a veces burlesco, a veces serio, a veces dentro de un estilo ambiguo, confirman la hipótesis de Ricapito de que el autor de El Lazarillo fue un pensador asociado con los ideales de Erasmo, y que su creación refleja y trata, dentro de una nueva forma y creación literaria, las grandes preocupaciones erasmistas de la época, y fue una tentativa de ocuparse de manifestaciones religiosas, ideológicas, políticas y sociales. Pero no lo hace imitando el estilo o el género de Erasmo, sino que presenta una nueva configuración literaria.