miércoles, 6 de noviembre de 2013

El didactismo: la fábula

La fábula es una composición breve, generalmente en verso, en la que del comportamiento de animales o seres inanimados se extrae una enseñanza o moraleja. Este género, por su carácter didáctico, es representativo del siglo XVIII, pero tiene antecedentes en Grecia y Roma, donde lo cultivaron Esopo y Fedro, respectivamente, y en Francia, con La Fontaine, el gran fabulista del siglo XVII. En la Edad Media, también caracterizada por el didactismo, autores como el Arcipreste de Hita recurren a la fábula.
Los grandes fabulistas del siglo XVIII español son Tomás de Iriarte y Félix María Samaniego. Las fábulas de Iriarte, llamadas Fábulas literarias, contienen una serie de enseñanzas sobre la creación literaria; las de Samaniego, llamadas Fábulas morales, versan sobre asuntos varios, muchos de ellos tomados de los fabulistas de la antigüedad. He aquí una breve fábula de Samaniego sobre el sinsentido de atacar al más poderoso:

En casa de un cerrajero
entró la Serpiente un día,
y la insensata mordía
en una Lima de acero.
Díjole la Lima: "El mal,
necia, será para ti;
¿cómo has de hacer mella en mí,
que hago polvos el metal?"
Quien pretende sin razón
al más fuerte derribar,
no consigue sino dar
coces contra el aguijón.

Tomás de Iriarte, de origen canario, es uno de los escritores más representativos de la época. Aunque cultivó la lírica y el teatro, debe su fama a sus Fábulas literarias, a través de las cuales presenta una serie de enseñanzas de tipo literario o moral. Se trata de setenta y seis fábulas compuestas en metros variados, notables por su originalidad y su cuidada elaboración. Entre ellas hay algunas tan conocidas como El lobo y el pastor, La mona, Los dos conejos...


Las Fábulas literarias de Iriarte constituyen una preceptiva en la que el autor plasmó las ideas estéticas del momento: el clasicismo, la sencillez en el lenguaje, la conveniencia de aunar lo útil y lo bello o la necesidad de someter el arte a reglas. Esta última idea es la que defiende en una de sus más conocidas fábulas, El burro flautista, en cuya moraleja concluye:

Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.