jueves, 3 de septiembre de 2015

El lector de Julio Verne

En el pasado 23 de abril de 2015, imagino que por cuestiones de trabajo, no tuve tiempo para dar vueltas por las librerías con motivo del Día del Libro. De forma precipitada, en el kiosco de prensa de la estación, y con el tiempo justo para no perder mi tren, me compré este libro. Como referencia para la elección tenía el comentario de una amiga que lo recomendaba y que aseguraba que no era necesario haber leído el primer episodio de esa guerra interminable (se refería, claro está, a Inés y la alegría). Y también tenía como referencia para comprarlo a la autora, de la que he leído diferentes novelas, y siempre me había gustado -de hecho, Los aires difíciles es una de mis lecturas preferidas-.
En estos días de verano, de piscina y de viajes, elijo libros de bolsillo, por su peso menor. Así, me he encontrado con este sobrecogedor relato, repleto de "vidas de mierda", de humillaciones y de miedos, para los vencidos y para los vencedores.
Pero además de sentimientos y de historias conmovedoras, me encuentro con un libro escrito, a mi juicio, de un modo muy bonito, sin decir del todo las cosas, entremezclando tiempos e intenciones comunicativas de narración y diálogo, lo que ha hecho que quede atrapado en una lectura casi compulsiva.
Acabadas ya las vacaciones, las últimas páginas del libro las he disfrutado en el tren, camino del trabajo. No es la primera vez que las lágrimas me afloran en el tren, delante de desconocidos, por culpa de un libro; pero en esta ocasión, sin demasiado pudor, me dejaba ver y dejaba bien a la vista la portada de El lector de Julio Verne, para que, si alguna vez alguno de aquellos viajeros anónimos se decidiera a leerlo, pudiera comprender mi emoción.