jueves, 1 de agosto de 2013

La gaviota

Con este libro he pasado de la emoción al desánimo.
Fue al principio del mes de junio, cuando alguien importante para mí, me lo regaló. Hacía tiempo que no nos veíamos y que no charlábamos tanto tiempo. Ella sabía que me iba a encontrar, por lo que tenía preparada la sorpresa de este regalo. Como digo, empecé con esta emoción.
Y luego curioseé sobre el autor, al que no había oído nombrar nunca. Nos dice la reseña de la solapa de esta edición de Salamandra, que Sándor Márai huyó de Hungría con la llegada del comunismo y emigró a Estados Unidos. La prohibición de su obra en su país de origen contribuyó a que quedara en el olvido, y sólo recientemente, con el ocaso del comunismo, fue redescubierto en su país y en el mundo entero. Bueno, con estas explicaciones me quedé más tranquilo de por qué no lo conocía. Tras esta fase de curiosidad, no encontré un buen momento para leerlo. No sabía muy bien por qué, pero no me atraía la lectura, me daba la sensación de que sería un libro raro. En El Cultural leí una reseña de Rafael Narbona que me facilitaba empezar el libro con mejor pie, con una explicación más clara de lo que me iba a encontrar.
Los primeros episodios del libro me llevaron con agrado a los puentes y a la Ópera de Budapest. Quizás la descripción de las gentes en la Ópera, el edificio y su ambiente de despreocupación ante la inminente guerra, es lo mejor de la novela. Luego viene el diálogo de los dos protagonistas de la historia, un diálogo complejo, cargado de misticismo y filosofía, reflexiones sobre la identidad humana..., pero al mismo tiempo frío, incompleto y con muchos silencios.
No sabría decir dónde va a parar todo el relato: habla de la supervivencia, de los milagros, de las macrohistorias y de las microhistorias (de cómo aunque un continente se desmorone con una guerra cruel, sus habitantes siguen teniendo sus pequeñas preocupaciones de amores y pérdidas), del poder que supone guardar un secreto y de si es posible volver de la muerte para repetir la vida.
Al final, como dije al principio, el desánimo.