lunes, 13 de julio de 2015

La formación de las lenguas peninsulares

Dos son los momentos culminantes en la formación lingüística peninsular: la romanización y el asentamiento árabe.

1. La romanización
La llegada de los romanos a la Península Ibérica (218 a.C.) significó la anulación paulatina de otras lenguas que aquí se hablaban, como el íbero, el celta, etc. La única que subsistió fue el vasco, cuyos orígenes inicientos han sido largamente debatidos por los expertos.
Además de algunos restos léxicos que se han mantenido (perro, barro, etc.), las lenguas prerromanas en general y el vasco en particular han dejado ciertos rasgos en el castellano que lo diferencian de las otras lenguas romances peninsulares:
- Aspiración y posterior desaparición de f- inicial latina: del latín farina, surge farina en catalán, farina en gallego, pero harina en castellano.
- Desaparición de /v/ labiodental, de manera que en castellano no hay diferencia de pronunciación entre vasto y basto, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en inglés (voice, boys).
Los romanos, desde los primeros momentos, llevaron a cabo una política lingüística y cultural profunda y compleja: enseñaron su idioma a la población, a la vez que establecían los vínculos necesarios para que todos asumieran como propia la nueva lengua. En época de Augusto (19 a.C.) puede decirse que el proceso de consolidación se ha completado: el latín es el idioma del Imperio.
La descomposición y fragmentación de los dominios imperiales desemboca, a partir del siglo III principalmente, en una nueva realidad política y cultural que se conocerá con el nombre de Romania. La Romania es el conjunto de pueblos cuya característica común es haber recibido la civilización romana. Sus lenguas, las lenguas romances, surgen de la evolución del latín común o vulgar en cada uno de los territorios dominados por Roma.

2. Los visigodos y la posterior influencia árabe
En el siglo V, los pueblos bárbaros (suevos, vándalos y alanos) llegan a la Península Ibérica y se dispersan por ella, lo que facilita aún más la incipiente fragmentación lingüística. Los visigodos, de origen germano, ocuparon inicialmente la Galia romana e instalaron su capital en la Tolosa francesa; más tarde, durante el reinado de Leovigildo (568-586), trasladaron la capital a Toledo. Adoptan como credo el catolicismo, asumen las tradiciones locales y asimilan mayoritariamente como lengua propia el latín (siglo VII): comienza así una etapa de consolidación política, jurídica y social que coincide con la aceleración evolutiva del latín hacia las nuevas lenguas. Perduran de esta época algunas palabras de uso general (espía, adrede, guiar, rico, galardón, guerra, ropa, tapa), ciertos topónimos (Burgos, Castrogeriz) y varios nombres de persona (Enrique, Fernando, Adolfo).


En 711 desembarcan los musulmanes en el sur de la Península y, con ellos, otras costumbres, otras tradiciones, una nueva lengua y un concepto diferente de la cultura y de la organización social. Su influjo fue tan determinante para las lenguas peninsulares, que las ha dotado -sobre todo al castellano- de unas características peculiares que las diferencian del resto de la Romania.
El castellano adopta multitud de vocablos árabes (se calculan unos cuatro mil), muchos de los cuales se asimilan fonéticamente al léxico patrimonial (el originado del latín por evolución natural), por ejemplo, del árabe al-'aib surge aleve. La inmensidad de saberes que los árabes aportaron a la vida hispana, unida a su prolongada estancia en la Península permitió la entrada de palabras pertenecientes a campos tan variados como el agrícola (berenjena, aceite, azahar, azúcar, azafrán, albaricoque), el doméstico (almohada, alcuza, ajuar), el de la construcción (albañil, azulejo, adobe, alcantarilla), el de la medicina (alcohol, jaqueca, jarabe, alcanfor), el del comercio (almacén, arancel, zoco), el de las matemáticas (cero, cifra, álgebra, guarismo) o el de los juegos (azar, ajedrez).
Son también muchos los topónimos de origen árabe que han sobrevivido (Alcudia, Benicarló, Alcalá, Binisalem), así como los nombres de ríos (de wadi = río, provienen Guadiana, Guadalquivir, Guadalhorce, Guadarrama).
En los territorios sometidos por los musulmanes sobrevivió un dialecto románico -el mozárabe- arcaizante y literariamente productivo, como lo demuestran las jarchas, cancioncillas populares en mozárabe que se añadían a las moaxajas (poemas líricos en árabe o hebreo cultos). La evolución de las demás formas románicas -y sobre todo la continuada expansión castellana- haría morir este dialecto años más tarde.

3. La Reconquista y la diversidad dialectal
Mientras duró la presencia árabe (desde 711 hasta 1492), los cristianos y los musulmanes pugnaban por el dominio de los distintos territorios: sucedían a las etapas de paz momentos de enconada lucha. Tanto en las zonas de dominio musulmán como en las de control cristiano, las sociedades se organizaban según el modelo de señoríos: ducados, condados y reinos afianzan la estructura medieval y, como consecuencia, comienzan a cimentar las bases de los nuevos estados.
En cada reino, en cada comunidad cristiana, el latín vulgar va alcanzando un grado de evolución que nos permite hablar ya de dialectos romances. Se distinguen, de oeste a este peninsular, el gallego, el astur-leonés, el castellano, el aragonés y el catalán. De todos ellos, solo el astur-leonés y el aragonés no llegaron a constituirse en lenguas, por lo que en la actualidad se siguen denominando dialectos.