viernes, 16 de diciembre de 2016

El mozárabe

Cuando empecé esta novela de Jesús Sánchez Adalid, buscaba revivir historias del Camino de Santiago. Y me he tropezado con una historia monótona, sin demasiado orden, y con unos personajes construidos de manera que tampoco despiertan interés.
Lo he leído en formato eBook y me ha llevado algo más de tres meses. Tampoco me planteé dejarlo, porque en el fondo siempre me encontraba con un nuevo suspense, y creo que el marco histórico sí está bien trazado, lo cual aporta un nuevo aliciente.
Pero en definitiva, me he equivocado con este libro, no sé bien qué historia me había montado en mi cabeza respecto a la peregrinación medieval a Santiago. O quizás me haya confundido con El camino mozárabe, otra novela de este escritor, pero que ahora no me entran ganas ninguna de leerla.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Yerma

Continúo con el rescate de mis estudios de Literatura del Bachillerato. Este libro lo compré en 1983, cuando veíamos en clase el teatro de la Generación del 27. He utilizado el estudio introductorio de Ildefonso-Manuel Gil para poder captar toda la simbología que incluye García Lorca para resaltar la tragedia de sus personajes.
Como es lógico, no es la primera vez que leo esta obra de teatro, pero sí cuando he logrado entender todo el dramatismo de sus planteamientos. Se me viene a la cabeza que muchas veces los docentes entran en el error de que jóvenes adolescentes conozcan la literatura sin cuestionarse si lograrán comprender su valor literario, moral o social. Por su desarrollo evolutivo y por las circunstancias históricas que les toca vivir, los estudiantes de secundaria no podrán empatizar con estos personajes, ni interpretar con madurez sus situaciones existenciales. Me planteo si así favorecemos el gusto por la literatura en los jóvenes y también me pregunto cuándo es el momento propicio para acercar la literatura con mayúsculas a la población general. Y lo más complejo, cómo hacerlo, cómo despertar inquietudes por la cultura, por el teatro, por la poesía, en adultos más interesados o preocupados por otras muchas cuestiones. Pienso que dependerá sustancialmente de la facilidad, comodidad... con que podamos acceder a todo eso. Difícilmente se puede competir con el fácil acceso a los contenidos multimedia gracias a la televisión e internet. Son pues imprescindibles los impulsos correspondientes por parte de las administraciones públicas: inversiones en espacios culturales, bajar el IVA cultural, escuelas de adultos o formación para toda la vida, aulas de experiencia, actividades para el fomento de la lectura en las bibliotecas públicas... Toda esta apuesta institucional es fundamental, aunque también contribuirá la publicación gratuita y compartida de diversos contenidos (recomendaciones y opiniones de lectores, análisis de obras literarias) a través de blogs o clubs de lectura online por iniciativa de la ciudadanía. 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El abuelo que saltó por la ventana y se largó

Este libro me lo descargué en la Casa del Libro en abril de 2015 por 0,89 € en una promoción de eBooks. Ahora que tengo un lector electrónico lo he rescatado del fondo de la "estantería" del ordenador.
Verdaderamente es una novela muy divertida, con momentos extraordinarios de ingenio, no sólo por las situaciones que presenta, sino también a nivel literario por el uso de palabras vivas, irónicas, ágiles, giros y dobles sentidos.
Lo que en un principio parece una aventura inocente se convierte en una emocionante persecución llena de personajes extravagantes y en un recorrido por todos los momentos claves de la historia del siglo XX. Y cómo en el país menos corrupto del mundo se tropieza también en la típica comidilla del "qué puñetas!!!".

lunes, 29 de agosto de 2016

Los intereses creados

Sigo retomando los apuntes de Literatura de COU; así recogía en este blog la entrada "El teatro español del primer tercio del siglo XX". Y casualmente por esos días me encontré en una pila de papel para reciclar esta edición de Anaya de Los intereses creados, de Jacinto Benavente. Como no pudo ser de otra manera, lo rescaté de ser triturado.
El estudio introductorio de Fernando Lázaro Carreter lo he utilizado para ampliar las entradas al blog sobre esta obra literaria y sobre la figura de Jacinto Benavente.
Durante su lectura he recordado que en el Instituto Guadalquivir, en aquellos años mozos de mi bachillerato, representaron esta obra los estudiantes vecinos de la llamada por entonces "Escuela Laboral", y entre aquellos estudiantes había un viejo amigo que representaba uno de los personajes, pero no recordaba cuál. Me he puesto en contacto con él para preguntárselo, y me dice que hacía de Polichinela, con su máscara y todo.
Hoy he terminado la lectura de esta comedia. La introducción de Lázaro Carreter consigue centrar la atención en todos sus aspectos más destacables, por lo que leer el libro ha sido un disfrute, donde en cada escena vamos ratificando lo que se expone en dicho estudio introductorio.

lunes, 22 de agosto de 2016

Intemperie

Desde su publicación en 2013 ha sido un libro que tenía en mi lista, en gran medida por los premios y reconocimientos que iba recogiendo su autor. Lo compré en el pasado Día del Libro del mes de abril y lo he leído en estos días de verano.
Con un vocabulario extenso y un modo de contar que me recuerda a Cela o a Delibes, Intemperie nos traslada a un lugar incierto con unos personajes anónimos y en un tiempo indeterminado. Porque en realidad nos habla de una verdad universal: la lucha del ser humano por sobrevivir en una tierra dura y miserable, y cómo dentro de este mar de tierra seca y de esta intemperie cegadora, pueden surgir valores como la generosidad, la amistad y, por qué no, la justicia.
Jesús Carrasco nació en 1972; este libro es su primera novela, y le ha permitido inmediatamente hacerse un hueco en la literatura española. Merece pues que sigamos sus trabajos.

miércoles, 27 de julio de 2016

Los desorientados

El día 27 de junio me regalaron en el trabajo un eBook Scriba Woxter, pequeñito y muy ligero, de color negro. Lo he estrenado con esta novela de Amin Maalouf, que compré en casadellibro.com -todo legal- unos días después. La lectura en el eBook ha sido muy cómoda y me reafirma en la idea de que para libros voluminosos, es preferible este formato.
Anteriormente, había leído Identidades asesinas, un ensayo de Maalouf que me entusiasmó. Por eso me interesó esta novela cuando se publicó en el año 2012. Y ahora es cuando he encontrado la ocasión de leerla, cumpliendo además con el objetivo de valorar la experiencia con el libro electrónico.
Los desorientados es un verdadero aprendizaje sobre la diversidad cultural y religiosa, sobre los conflictos entre el mundo musulmán y occidente y las "desorientaciones" de aquellos refugiados que no se identifican con su país de origen. Pero además, reflexiona con un sentido profundo y universal sobre la amistad, la juventud y las ambiciones perdidas. 

miércoles, 13 de julio de 2016

Tiempo de arena

Este libro lo compró mi mujer a los pocos meses de recibir Inma Chacón el premio como finalista del Planeta. Lo leyó compartiendo conmigo su entusiasmo y lo dejé en la estantería para mejor ocasión.
Me ha tenido entretenido en este último mes; lo terminé anoche, demasiado tarde para mis ojos, que se me cerraban una y otra vez. Pero ya necesitaba cerrar esta historia de secretos y destapar su final, así que me mantuve despierto hasta la última hoja.
Hoy intento saborearlo: ha sido una lectura sencilla, agradable, en algunos momentos confusa... pero muy bien estructurada en cuanto al manejo de los tiempos, a pesar de ser compleja en este aspecto. Y lo más interesante es el símbolo del tiempo de arena, de un tiempo que pasa lento y que incluso se detiene si no se vuelca, como le ocurre al reloj de arena. Hay pues tiempos de espera, de paciencia, y es preciso zarandear en un instante el tiempo, girar el reloj, para que nuestras vidas continúen.

martes, 12 de julio de 2016

La prosa maireniana en la historia de la prosa española


Para medir el mérito del logro expresivo del Juan de Mairena de Antonio Machado, habría que enmarcarlo dentro de la situación de la prosa española de entonces y sobre su trasfondo tradicional. En contra de lo que se tiende a suponer, escribir buena prosa suele ser más difícil que escribir buen verso, porque en el verso las formas ya están casi hechas y apenas hay más que usarlas con una mínima inflexión personal, mientras que en prosa el escritor tiene que crear mucho más, al no tener otra materia prima que el lenguaje general de su país y las vagas y elásticas formalidades acreditadas por la tradición literaria. Por "horror al vacío", estas formalidades, sin tanta justificación rítmica y musical como en la poesía, están a su vez en peligro de amaneramiento, apenas se alejen de los modos reales de hablar de la gente. Cada país, conforme a su historia social y cultural, tiene su modo peculiar de relación entre lengua hablada y prosa escrita: en España, salta a la vista que, en la segunda mitad del siglo XVI, la prosa escrita fue disminuyendo su contacto con la lengua hablada, sin duda por razones históricas: escasez de diálogo social, peligros en el manejo de ideas y opiniones... Incluso, para mencionar un solo ejemplo, la decantada espontaneidad de Santa Teresa llega a resultar acaso un poco excesiva y deliberada, en sus conscientes errores de popularismo y en su pregonada imposibilidad de volver atrás y corregir, comprensible si pensamos que su primer y principal lector sería siempre un director espiritual que tendría que pasar el asunto al Santo Oficio en caso de hallar algo dudoso. Sobreviene así la gran barroquización de la prosa española, esa tensa formalización de que, en milagrosa paradoja de caricatura, emerge la prosa de El Quijote. En bloque, ésa es la situación heredada al llegar el siglo XX, a pesar de enérgicos y no del todo agraciados esfuerzos de algunos escritores, como Galdós.
Con la llegada del siglo XX, hay sobre todo dos escritores que presentan batalla a ese formalismo arcaizante y luchan con él, buscando una nueva sencillez con que arrancar desde la base: Azorín y Baroja. Pero ambos trabajan en un peculiar terreno entre lírico y narrativo, y además, por mucho que brillaran en su propia obra, su logro no fue apenas aprovechado por los sucesivos narradores. Unamuno, a pesar de su exaltación de la espontaneidad, usaba un estilo básicamente Siglo-de-Oro, aunque entreverado de interjecciones y clamores un tanto "a-la-pata-la-llana".
Así, la prosa de ideas moderna, en España, sería, sustancialmente, la que implantó Ortega, a la vez pensador con autoridad de cátedra y artista con seducción de magia. Su estilo expresivo ha subyugado la vida cultural histórica de nuestro país hasta nuestros días. El estilo de la generación poética del 27 está influenciado por Ortega, quizá más que por el de su maestro lírico Juan Ramón Jiménez.
La prosa de Antonio Machado, en el momento de surgir en los años veinte, tenía que habérselas con el "estado de cosas" del estilo orteguiano en su reinado sin rival. Además, Machado era personalmente muy devoto de Ortega. Por consiguiente, su intento de obtener una prosa personal, tenía que partir de Ortega e independizarse de la hegemonía de su estilo, ya en trance de llegar a ser dialecto general del ambiente cultural español. En su camino hacia una prosa más hablada y más modesta, más irónica y más abierta al diálogo, sin duda ayudaron a Antonio Machado otros escritores como Eugenio d'Ors, algo después Nietzsche, y tal vez Valéry.
La mención de Ors puede sorprender porque su evolución ideológica fue casi opuesta a la de Antonio Machado. En el terreno político, concretamente, Eugenio d'Ors pasó desde un sueño de "despotismo ilustrado" hasta un ideal de fascismo estético, basado en un malentendimiento del catolicismo, más "romano" y "occidental" que "cristiano". Pero Eugenio d'Ors no era esclavo de sus propias ideas, sino que más bien quería usarlas, irónicamente, como contrapeso polémico contra el nietzscheanismo y demás irracionalismos vigentes en su juventud. Por eso pudo crear un estilo bienhumorado y bien educado, con la flexibilidad bromista de su estilo, capaz de mezclar chulaperías madrileñas, saboreadas desde su catalán, con innocuas pedanterías sonrientes. Pero era una lección fatalmente destinada a la desatención o a la burla en medio de la atmósfera mesetaria, donde nadie estaba para bromas. Sólo Antonio Machado pareció tomar en cuenta ese ejemplo de estilo: la diferencia en la orientación moral y política no mengua su afinidad en el uso del lenguaje.
Análogo es el caso de la influencia formal de Nietzsche en sus formas expresivas.
Por otro lado hay una radical afinidad entre las prosas de Machado y Valéry: una prosa nítida, irónica y con un sentido exacto de la velocidad.

sábado, 9 de julio de 2016

Publicación de Juan de Mairena

Cuando se publica Juan de Mairena (primero en prensa y luego en libro, entre 1934 y 1936), Machado era catedrático de francés en Madrid, en el Instituto de Segunda Enseñanza "Calderón de la Barca". Posteriormente fue trasladado al "Cervantes" (1935-1936). Vivía con su madre, su hermano José y su cuñada, en la calle General Arrando, y pasaba buena parte de sus horas libres en tertulias de café con sus hermanos Manuel y José y unos pocos amigos fieles.
Literariamente, empezaba entonces a haber algunos signos de deshielo en cuanto al aislamiento en que había quedado Antonio Machado respecto a la joven generación poética, frente a cuya más o menos efímera estética neobarroquista había tomado posiciones el creador de Juan de Mairena. Fueron sin duda Salinas y Guillén quienes dieron los primeros pasos hacia el viejo -o envejecido- maestro. Los textos y entrevistas de aquella época son elocuentes por lo que toca a sus actitudes sociales y políticas, que también se concretan en alguna manifestación pública: así, en 1935, se adhiere al Comité de Escritores por la Defensa de la Cultura; en febrero de 1936, firma con Manuel Azaña, en nombre del comité español, el manifiesto de la Unión Universal por la Paz.
Mientras tanto, en el orden íntimo, la gran cuestión de esos años en la vida de Antonio Machado fue, sin duda, la crisis de su relación amorosa con Guiomar. En los poemas recogidos en Otras canciones a Guiomar, publicados en sus Poesías completas, de 1936, se recuerda la amarga escena de despedida y separación del poeta y su amada, tras unos besos al amanecer en una playa -¿verano de 1934?-.

Sé que habrás de llorarme cuando muera...

Pero ya antes, en la entrega del 3 de enero de 1935 de Juan de Mairena, publicado en el Diario de Madrid, Machado hace alusiones al forzado alejamiento de Guiomar. ¿Utilizaba su colaboración periodística para enviar un mensaje final a la que, por obstáculos fáciles de adivinar, ya no podría ver más? Si la gran crisis databa, en efecto, del verano de 1934, la nueva actividad de Antonio Machado en su Juan de Mairena periodístico podría derivar de un angustiado afán de sostener y enriquecer su vida espiritual, evitando la desesperación y el exceso de ensimismamiento.
Hay, sin embargo, un salto en el nuevo estilo machadiano, dejando las expresiones herméticas para dirigirse hacia una prosa clara y abierta, lo que nos permite considerar que no todo fue pérdida en su dolorosa privación de los consuelos de Guiomar. Una neblina de irrealidad envolvió siempre este amor en el ánimo del poeta, irrealidad atribuíble en parte a lo incompleto y poco esperanzado de tales amores otoñales con una señora al parecer casada, y sin intención de dejar de serlo aunque en aquellos años se introdujo el divorcio en España. La mentalidad de Guiomar, su posición ante todo lo ideológico, lo social y lo político, frenaba algo la franqueza de expresión del poeta en su orientación ideológica cada vez más avanzada. Acaso la pérdida de Guiomar tuvo su parte de liberación y de independencia en lo intelectual.

  Juan de Mairena en la prensa 
El 4 de noviembre de 1934, en el Diario de Madrid, periódico nacido dos semanas antes, Antonio Machado inauguraba una nueva etapa de su existencia literaria con su personaje Juan de Mairena: unos apuntes ágiles, bienhumorados y profundos, en colaboración habitual, que se trasladaría a las columnas de El Sol el 17 de noviembre del año siguiente -dos meses antes de que desapareciera el Diario de Madrid-. En El Sol siguió la columna maireniana hasta el 28 de junio de 1936; entonces, y aun quizá unos días antes, las cincuenta entregas quedaban reunidas en forma de libro: Juan de Mairena (Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo), Espasa-Calpe, Madrid, 1936.
El libro ya estaba previsto antes de acabar la serie periodística, según se anunció en una entrevista publicada en el Heraldo de Madrid (marzo de 1936). Aquí, Machado anuncia que Mairena va a tener "su libro", y habla de su génesis, aunque sólo parcialmente, refiriéndose a su línea de historia literaria española, que no es precisamente la línea más profunda ni más amplia del libro.

Hace mucho tiempo yo escribí unas notas. Data la cosa de cuando me acumularon la cátedra de Literatura del Instituto de Segovia. Me di cuenta entonces de que aquí carecíamos de un manual que expusiese las ideas elementales de nuestra literatura, dándose el caso de llegar a ser más fácil a un profesor español enseñar cualquier literatura extranjera que la propia... Entonces empecé a escribir las notas de Juan de Mairena. Al ver la luz el Diario de Madrid, su director, don Fernando Vela, me pidió colaborase. Le envié aquellas antiguas notas con otras nuevas que he ido escribiendo... Cuando publique el libro dejará ya de escribir Juan de Mairena en los periódicos.

Por sobrevenir justamente entonces la guerra española, no es extraño que el libro no fuera bien distribuido ni suficientemente leído y comentado: poco después de la guerra todavía se vendían ejemplares de la primera edición. En el clima de los años cuarenta, tan suspicaz en materia de libros, podía sorprender la libre difusión de esta obra, pero casi nadie pareció tomarla entonces en cuenta.
Aunque no hemos podido comprobar nuestra idea de que el libro Juan de Mairena estaba ya impreso o en la imprenta antes del 18 de julio de 1936, la manera de dejar de publicarse en El Sol parece confirmar que el autor había decidido cerrar la serie, con cincuenta entregas, antes de cuando sobrevino la guerra. En efecto, la última publicación tiene lugar a un mes de distancia de la penúltima, y no a distancia semanal o quincenal según el ritmo acostumbrado, y además se produce una inversión de orden en comparación con los capítulos del libro: la penúltima entrega (24-V-36) es el capítulo último (L), mientras que la última entrega (28-VI-36) es el penúltimo capítulo del libro (XLIX), sin que haya nada en el texto que imponga ninguna de las dos ordenaciones, por lo que parece que debió de tratarse de un error en el modo de aparecer en El Sol ese original que, en forma de libro, ya estaba enviado a la imprenta y aun probablemente impreso conforme a la otra ordenación.
El texto del libro sólo modifica el de las entregas periodísticas en quitar epígrafes y números romanos y en corregir algunos de los errores, no todos, en las citas, hechas de memoria.
Esta cuestión cronológica, que puede parecer una minucia a primera vista, adquiere más interés si se tiene en cuenta que Antonio Machado no iba a dar por liquidado a su personaje después del libro y del comienzo de la guerra, sino que en enero de 1937 (en Hora de España) reanuda sus apuntes, al principio en idéntico tono, aunque el primer título sugiera un plan de mayor intervención de Abel Martín (Consejos, donaires y sentencias de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín). Después desaparecería Abel Martín de los titulares, y las publicaciones mairenianas cambiarían de carácter dando paso a ensayos largos, como el famoso sobre Heidegger, o a notas bibliográficas o de actualidad apenas endosadas a su apócrifo por la fórmula de "Mairena póstumo" ("Lo que hubiera dicho Juan de Mairena"), con una temática más militantemente política.
En cuanto al modo de escribirse el Mairena periodístico, sólo en parte es seguro que, sobre todo hacia el final, sus notas se redactarán poco antes de publicarse, por alusiones de actualidad en que, sin embargo, se suele velar u omitir el dato concreto (por ejemplo, alusiones a la muerte de Valle-Inclán en el capítulo XLI). A la vez, es evidente que una buena parte de los temas y las ideas ya estaban en las anteriores prosas de sus apócrifos, o en los ensayos sueltos, o en otros textos aparecidos póstumamente, como el siguiente, aparecido en La Voz de Madrid, en 1938, donde el poeta dice que Mairena es su yo filosófico, nacido en su juventud:

Modesto y sencillo, le gustaba dialogar conmigo, solos los dos... y comunicarme sus impresiones sobre todas las cosas. Estas impresiones, que yo recogía día a día, constituían un breviario íntimo, no destinado en absoluto a la publicidad, hasta que un día... Un día saltaron de mi cuarto a las columnas de un diario...

Luego lo define:

Juan de Mairena es un filósofo cortés, un poco poeta y un poco escéptico, que tiene para todas las debilidades humanas una benévola sonrisa de comprensión y de indulgencia. Le gusta combatir el snobismo de las modas en todos los terrenos. Mira las cosas con su criterio de librepensador, en la más alta acepción de la palabra, un poco influido por su época, la de fines del siglo pasado, lo que no impide que ese juicio de hace veinte o treinta años pueda seguir siendo actual dentro de otros tantos años.

Antonio Machado realizaba así una sutil transposición de tiempos, aprovechando la "plasticidad del pasado" de que tanto hablaba Mairena: muchas ideas y muchos apuntes databan, sin duda, de la juventud del poeta, pero la creación del personaje Mairena debió ser de los años veinte.
El Juan de Mairena de 1934-1936 ha llegado a la plenitud en el dominio de un nuevo medio expresivo que, por sí solo, constituye una auténtica revolución, pues para el escritor, la revolución empieza por su propio estilo, como forma de su actitud moral, antes de alcanzar lo social y lo político.

Cuando se ponga de moda el hablar claro, ¡veremos!, como dicen en Aragón. Veremos lo que pasa cuando lo distinguido, lo aristocrático y lo verdaderamente hazañoso sea hacerse comprender de todo el mundo...

Aunque la prosa de Antonio Machado derive de su verso y sea complementaria de éste, sin embargo, en un sentido estrictamente formal, constituye un logro expresivo mayor que su verso. El verso de Antonio Machado, en efecto, no es ni quiere ser original en cuanto a estilo, sino que pone su originalidad en su transfondo humano, en su acento personal, que da una más alta luz a un lenguaje externamente resultante de becquerismo, modernismo y popularismo. La prosa de Antonio Machado llega a ser una novedad radical precisamente por su misma sencillez, pero encierra al mismo tiempo un pensamiento profundo e irónico, que gradualmente irá conquistando fluidez y gracia. La prosa de las entregas periodísticas es más clara que nunca, caracterizando a Mairena como un profesor informal, "con las manos en los bolsillos", que conversa con sus alumnos, casi niños, o que anota ideas y anécdotas en el mismo tono que si dialogara en el café.

- Cada día, señores, la literatura es más escrita y menos hablada. La consecuencia es que cada día se escriba peor, en una prosa fría, sin gracia, aunque no exenta de corrección [...]. Lo importante es hablar bien: con viveza, lógica y gracia. Lo demás se os dará por añadidura.

Y, en otro lugar, nos dice:

Yo nunca os aconsejaré que escribáis nada, porque lo importante es hablar y decir a nuestro vecino lo que sentimos y pensamos. Escribir, en cambio, es ya la infracción de una norma natural y un pecado contra la naturaleza de nuestro espíritu. Pero si dais en escritores, sed meros taquígrafos de un pensamiento hablado.

viernes, 17 de junio de 2016

Un millón de gotas

Cuando salió esta novela en el 2014, me llamaba la atención en los kioscos de prensa de las estaciones de tren que iba pisando. Al salir en edición de bolsillo me atrevía a decirles a mis allegados que era una idea de regalo para los momentos apropiados. Fue en el día de San Valentín cuando me lo encontré envuelto en papeles de colorines. Y comencé a leerlo algo más tarde, a principios del mes de abril.
Las noches de lectura después de agotadores días de mucho trabajo no me permitían tener demasiada concentración en la historia, así que cuando lo llevaba aproximadamente por la mitad, inicié de nuevo la lectura desde las primeras páginas. Necesitaba tener bien claro un pasaje de la novela que resulta determinante para entender al personaje de Elías Gil y su derrumbe personal.
Ahora que he terminado el libro, encuentro que su estructura es sólida en cuanto a los diferentes tiempos narrativos (los años de preguerra a finales de los años 30, las consecuencias de la guerra civil española y de la segunda guerra mundial y la Barcelona actual). Los personajes se me mezclaban en la primera lectura y después logré clarificarlos: ya vi que no se trataba de héroes y villanos, sino de humanos miserables debido a las duras experiencias que les tocó vivir.

lunes, 2 de mayo de 2016

El tema de España a partir de 1936

1. Nuevos tratamientos del tema de España
La guerra civil española impulsó a no pocos escritores hacia una literatura "comprometida". La muerte, la cárcel o el exilio fue el destino de muchos. A partir de 1939, en el "interior" se asiste a la imposición de una concepción única de España, síntesis de las ideas falangistas y tradicionalistas, cuyos antecedentes los encontramos en el regeneracionismo, en ciertos puntos del 98 y en algunas ideas de Ortega y Gasset. Concepción de España como "una unidad de destino en lo universal", inspirada en los "ideales del Imperio" y en los "valores eternos"; propósito de que España sea "defensa o baluarte de Occidente", bajo la dirección de un "caudillo". Tales son algunos de los temas de la España oficial.
Pero algunos escritores de origen falangistas comenzarán a distanciarse del "triunfalismo" reinante y reanudarán una visión crítica. Tal es el caso de Dionisio Ridruejo o de Pedro Laín Entralgo. Éste publica en 1948 un ensayo con el significativo título de España como problema. Y ese mismo "problema" es abordado por ensayistas como Aranguren o Ruiz Jiménez.
Paralelamente, se produce una renovación historiográfica que conduce a abordar nuestro pasado con un rigor nuevo, con métodos sólidos. Destaca Jaime Vicens Vives que introduce en España la historia de enfoque económico y social. En una rigurosa perspectiva social sitúan igualmente otros historiadores, como J.A. Maravall, los fenómenos políticos y culturales. Todo ello contribuye decisivamente a renovar nuestra visión de España, arrinconando viejos y nuevos mitos, y propiciando interpretaciones más serenas y objetivas.
En la pura creación literaria, el tema de España es obsesivo, hasta el punto de que ha podido componerse una copiosa antología titulada precisamente El tema de España en la poesía española contemporánea (J.L. Cano). Y en la novela o en el teatro, tal preocupación se manifiesta en un enfoque concreto de los problemas de la sociedad: es el llamado realismo social de los años cincuenta.
Una importante veta de nuestra narrativa del siglo XX gira en torno a la guerra civil. Los novelistas dan testimonio de aquel trágico enfrentamiento entre dos modos irreductibles de concebir a España. Citamos algunas muestras: Agustín de Foxá (Madrid, de corte a checa), García Serrano (La fiel infantería), Gironella (Un millón de muertos), Luis Romero (Tres días de julio), Juan Goytisolo (Duelo en el Paraíso), Ana María Matute (Primera memoria), Castillo Puche (El vengador), Ángel María de Lera (Las últimas banderas), etc.
Finalmente, señalemos un fenómeno singular de finales del XX: el auge del libro político. La desaparición de la censura y el ingreso en formas de convivencia democrática produce el explicable afán de interpretar el pasado inmediato o de proponer soluciones para los problemas presentes. El tema de España vuelve a ser decididamente dominio de la confrontación entre concepciones políticas distintas.

2. España en la literatura del exilio
Entre los escritores de la diáspora, destacan antee todo poetas del grupo del 27 y alguno anterior, como León Felipe. En los primeros momentos, el tono dominante de su poesía será la amarga desesperación o el denuesto al vencedor. Es precisamente León Felipe quien inicia esta línea con libros violentos como El payaso de las bofetadas (1938), El hacha (1939) o Español del éxodo y del llanto (1939). El mismo tono aparece en poemas de Alberti y otros. Con el tiempo, la nota dominante será la nostalgia de la patria perdida. Así, en el mismo Alberti (Retornos de lo vivo lejano, 1948-1956), o en Cernuda, Salinas, Guillén... Los mismos tonos tiñen los recuerdos de la guerra y de la patria, o el dolor del exilio, en poetas que se dan a conocer, sobre todo, después de 1939: Serrano-Plaja, Quiroga Pla, Juan Rejano, Herrera Petere, y muchos otros. 
El tema de la guerra y sus secuelas abundará, naturalmente, en la novela y el teatro. Muchos son los relatos que cabría citar aquí, y no pocos espléndidos. Entresaquemos algunos. Arturo Barea (1897-1957) aborda la guerra civil al final de su trilogía La forja de un rebelde, Francisco Ayala (1906-2009) en su libro de cuentos La cabeza del cordero (1949), o Ramón J. Sender (1902-1982) en esa impresionante novela corta es que Réquiem por un campesino español (1953).
Párrafo especial merece el novelista y dramaturgo Max Aub (1903-1972). Por una parte, es autor de un magno ciclo narrativo sobre la guerra, titulado El laberinto mágico (1943-1968) e integrado por Campo cerrado, Campo abierto, Campo de sangre, Campo del Moro y Campo de los almendros. Por otra, es un dramaturgo fundamental; ya durante la guerra había compuesto un teatro épico; fuera de España compondrá obras como Las vueltas, sobre el retorno al hogar de presos y exiliados, así como una serie de piezas en un acto sobre el exilio (las cuatro que componen Los trasterrados) o sobre la España franquista (Teatro de la España de Franco, tres piezas cortas).

Dentro del teatro sobre la guerra, citemos de nuevo a Rafael Alberti, cuya Noche de guerra en el Museo del Prado (1956) es tal vez la realización dramática más lograda del tema. Y añadamos, por último, Guernica (1959) de Fernando Arrabal.
Paralelamente a los aspectos reseñados de creación literaria, España es preocupación de pensadores, ensayistas e historiadores exiliados; sólo aludiremos a la famosa polémica entre Castro y Sánchez Albornoz. Américo Castro (1885-1972), eminente filólogo y crítico literario, publica en 1948 su libro España en la historia (luego titulado La realidad histórica de España), en el que interpreta nuestra peculiaridad cultural como resultado de la larga convivencia de cristianos, moros y judíos. El gran historiador Claudio Sánchez Albornoz (1893-1984), considerando arbitrarios muchos de los argumentos de aquél, los discute en los dos volúmenes de España, un enigma histórico (1953) y ofrece, de paso, su propia concepción de nuestra historia. No podemos entrar aquí en más detalles, pero ambas obras son testimonio de la más honda preocupación por el ser de España y suscitaron reflexiones sumamente fecundas.

3. El tema de España en la literatura extranjera
La atracción que España ha ejercido sobre escritores extranjeros del siglo XX responde a motivos muy distintos que, no obstante, pueden reducirse a dos líneas. De una parte, la fascinación de nuestras peculiaridades culturales: pasión, misticismo, dramatismo histórico, costumbres...; línea propensa en ocasiones al tópico y a cierto "exotismo". De otra parte, un interés político que se manifiesta una vez más en la presencia del tema de nuestra guerra.
Dentro de la primera línea encontramos, por ejemplo, a Paul Claudel, a quien es la España "mística y guerrera" la que le atrae. Así, su inmenso drama El zapato de raso (1924) tiene personajes españoles (un conquistador...) y una construcción simbólica vecina a la de un auto sacramental. Escribió también un drama sobre Cristóbal Colón (1953).
Otro caso sería el de Henry de Montherlant (1896-1972), que en Los bestiarios (1926) aborda con hondura el mundo de la tauromaquia, vista como riesgo y dominio del hombre sobre la fuerza oscura. Los grandes temas de este escritor -la abnegación, la entereza, la dignidad humana- encuentran igualmente un ropaje hispánico en obras teatrales como La reina muerta, El Maestre de Santiago o El Cardenal de España.
Profundo fue el amor a España en Albert Camus (1913-1960), cuya madre era de origen español. Entre su producción se cuentan adaptaciones de Lope y de Calderón (El caballero de Olmedo y La devoción de la Cruz, respectivamente). Además, escribió en colaboración una obra de teatro titulada Revolución en Asturias, sobre el levantamiento minero de 1934. Y otro drama suyo, El estado de sitio (1948), sitúa en Cádiz una trama semejante a la de su novela La peste.
Constante fue el contacto con España del novelista norteamericano Ernest Hemingway (1898-1961). Pintó el intenso ambiente de los sanfermines en un episodio de El sol también sale. Y de tema taurino es también Muerte en la tarde. Hemingway participó como corresponsal de prensa en nuestra guerra y recogería su testimonio de la batalla del Guadarrama en la novela Por quién doblan las campanas (1940).  
La guerra civil fue, en efecto, una tremenda sacudida para muchas conciencias. Como Hemingway, otros escritores participaron en ella. Así, el inglés George Orwell, que nos dejó su Homenaje a Cataluña (1937). O el francés André Malraux, que luchó en las filas de las brigadas internacionales y cantó en su novela La esperanza (1937) la fraternidad humana y la solidaridad revolucionaria.
Añadamos otros escritores como el católico Georges Bernanos, autor de Los grandes cementerios bajo la luna (1938), violenta driatriba contra los "nacionales", precisamente en nombre de los valores cristianos. O a Jean-Paul Sartre, con su durísima novela corta titualada El muro (1939). Finalmente, el creador de una de las grandes tendencias del teatro contemporáneo, el alemán Bertold Brecht, llevó a la escena nuestra guerra civil con un enfoque épico revolucionario en Los fusiles de la señora Carrar (1937).

viernes, 15 de abril de 2016

El tema de España en el ensayismo de Ortega y Gasset

La preocupación por España no decae en la generación de 1914 o de los novecentistas. Incluso se les ha llamado "hijos del 98". Con todo, representan -según Díaz Plaja- "una revisión más rigurosa del problema de España" y una superación del pesimismo precedente, a la vez que una orientación claramente europeístas.
Hay en esta generación políticos, ensayistas e historiadores para quienes el tema de España es central. Recordemos los nombre de Azaña, Madariaga, Américo Castro, Marañón, D'Ors...
José Ortega y Gasset (1883-1955) es la figura más universal del grupo. Dejando ahora su significación filosófica y el eco que tendrían sus ideas estéticas, nos centraremos en su concepción de España. Lo más sugestivo de su pensamiento es, sin duda, su b)europeísmo y su denuncia del aislamiento de nuestro país (el peso nocivo del casticismo se condensa en aquella fórmula suya que nos define como "una raza que se muere por instinto de conservación").
Pero lo esencial de sus ideas sobre el tema que nos ocupa se encuentra en el breve volumen publicado en 1921: España invertebrada. Toca en él el problema de la decadencia española, pero sólo para explicar la situación presente, caracterizada, como sugiere el título, por un proceso de disgregación, que puede resumirse en tres puntos:

a) Disgregación nacional por los separatismos. Para Ortega, "España es una cosa hecha por Castilla", la cual "supo mandar" y ofrecer "un proyecto sugestivo de vida en común", un "ideal de Imperio". Pero Castilla se agotó, se recluyó en sí misma y "el primero en mostrarse particularista fue el Poder central". Así nacerían las fuerzas centrífugas que amenazaban con desintegrar el país. Y Ortega resumía:

Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho.

b) Disgregación social por los "particularismos" de clase. Piensa Ortega que las clases sociales deben vertebrarse con un espíritu de cooperación (opuesto a la "lucha de clases"). Pero tal espíritu no existe en España. Cada grupo social persigue "la imposición inmediata de su señera voluntad", apelando incluso a la "acción directa". Así, tanto en lo regional como en lo social, España se ha convertido en "una serie de compartimientos estancos".

c) La indisciplina de las masas. En la segunda parte del libro, apunta un tema que más tarde desarrollaría (La rebelión de las masas, 1930):

Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minoría de individuos selectos.

En España no hay, y apenas la hubo, una minoría capaz de dirigir. Pero además, "la masa se niega a ser masa", no reconoce la función rectora de los individuos excelsos, y así "sobreviene el caos social la invertebración histórica".

¿Cuáles eran entonces las perspectivas? Para Ortega, se anunciaba una nueva época en que perderían valor los principios democráticos. El momento era propicio -dice- para que España pudiera "restaurarse gloriosamente". Pero, para ello, era condición indispensable "el reconocimiento de que la misión de las masas no es otra que seguir a los mejores". Y que una "minoría selecta" supiera ofrecer a todas las regiones y grupos sociales "una comunidad de propósitos" o "un dogma nacional, un proyecto sugestivo de vida en común".
La interpretación orteguiana de España ha sido seriamente rebatida, ante todo, por sólidos historiadores que han señalado lo endeble o incompleto de sus fundamentos históricos. Desde un punto de vista político, se ha combatido tanto su "centralismo" como su "elitismo", e incluso se ha visto en algunas de sus ideas un antecedente de postulados fascistas. Ello es algo excesivo: Ortega no dejaría de ser un liberal reformista, aunque ciertas afirmaciones de España invertebrada hallarían un indudable eco en la ideología de la Falange.   

domingo, 10 de abril de 2016

El tema de España en el Modernismo

Ruben Darío es en el tema de España, como en tantas otras cosas, precursor y ejemplo. Ya en su primer viaje a España, en 1892 (conmemoración del Descubrimiento) saluda a "la Patria madre". Y la admiración que despertaría entre nosotros acendró su españolismo. Pero su amor por España no le impide una visión crítica, vecina en más de un punto a la de los noventayochistas. Así se observa en España contemporánea (1901), colección de artículos en los que recoge el ambiente de nuestro país tras el Desastre, y que constituye un inestimable retrato moral de la España de fin de siglo. Junto a sus ironías sobre los poetas decimonónicos, destacan sus testimonios sobre la pobreza del ambiente cultural madrileño o sobre la política del momento:

Sagasta olímpico está enfermo. Castelar está enfermo; España ya sabéis en qué estado de salud se encuentra; y todo el mundo, con el mundo al hombro o en el bolsillo, se divierte: ¡Viva mi España!

Compartió, pues, las inquietudes del 98 con sus amigos españoles, pero, sobre todo, tomó la pluma para animar a los vencidos y execrar a los vencedores. En su gran libro de 1905, Cantos de vida y esperanza, el tema de España y de lo hispánico, ocupa un lugar eminente. Ahí están poemas como "Al rey Óscar", "Cyrano en España", "Letanía a Nuestro Señor Don Quijote", además de los decicados al Greco, a Cervantes, a Góngora y Velázquez, a Goya... En otras composiciones vibra una intensa preocupación política. En la famosa "Salutación del optimista", reacciona contra la indolencia y el desaliento producidos por la derrota, y manifiesta su positiva fe en España, fraternalmente unida a los pueblos hispánicos. Su "Oda a Roosevelt" increpa duramente a los Estados Unidos y les opone el espíritu español. La amenaza de la creciente influencia norteamericana se halla igualmente en estos versos de "Los cisnes":

La América española, como la España entera,
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de su cuello divino.

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?

En los modernistas españoles, en cambio, será difícil encontrar muestras de una inquietud crítica por la realidad española del momento. Lo que sí hallaremos son finas captaciones sensoriales, impresionistas, del paisaje, presididas por metas estéticas, o evocaciones de figuras históricas a modo de estampas.
Manuel Machado (1874-1947) es, en este sentido, muy característico. Si en su libro Alma (1900) figura el famoso poema "Castilla" (espléndida versión lírica del episodio del Cid y la niña), domina en su obra la atención al pintoresquismo, sobre todo andalucista, como en La fiesta nacional (1906), ejemplo de insuperable ligereza en el tratamiento del tema taurino. Ligereza y gravedad se combinan magistralmente en Cante hondo (1912), libro en que asimila con asombrosa autenticidad el tono popular de soleares, sevillanas, malagueñas, etc.
Comentando en 1945 su trayectoria, en comparación con la del 98, diría Manuel Machado:

Yo fui el primero en poner, por entonces, sobre el tablero los temas españoles, netamente españoles.(...) Yo no continué por ese camino, si bien la nota sentimental y lírica adoptó, en mí, la forma hondamente castiza de los cantares del pueblo.

Hablando de los noventayochistas, confiesa que "no les seguía por los caminos de la visión crítica". Era un hombre que estaba, según sus propias palabras, "totalmente de espaldas a las cuestiones políticas... o, mejor, cuya política consistía en escribir versos lo mejor posible".
Tampoco es la visión crítica lo que caracteriza, salvo excepción, a otros autores adscribibles al Modernismo:
  • Juan Ramón Jiménez, en su etapa modernista, nos ofrece nostálgicas notas de paisaje.
  • Autores como Marquina o Villaespesa, aparte su poesía colorista, cultivan un teatro de temas históricos con una significación netamente tradicionalista.
  • Valle-Inclán es un caso especialísimo. En su producción inicial hay cuadros sobrecogedores del mundo rural. Y en su obra posterior se caracterizará por una crítica despiadada de la realidad española.